Para que la fe sea trascendente, es decir, que vaya más allá de sus límites humanos, debe ser real o por lo menos partir de ella. La fe es una gracia que debemos pedir con insistencia, es un regalo gratuito, es una promesa hecha realidad como en el caso de Abram: Gn. 12, 1-5. Abraham tiene fe en la promesa de Yahvéh. Abraham cree en la palabra de Dios que es una alianza de amor. La fe nos pone en movimiento, es dinámica, nos hace ser personas emprendedoras, rompe conformismos. La base material de la fe, es la necesidad física, biológica, limitada, opresiva y dolorosa. La situación real de la persona que tiene fe, es el punto de partida, es la verdad de la fe. La verdad de la persona es la que se trasluce en una petición, sin embargo, la fe tiene su contraparte: Dios. La petición del ser humano, hombre y mujer, que pide a Dios desde su situación real de necesidad y sufrimiento: Ex. 3, 6-10. Dios escucha los lamentos, los gritos, ve la humillación de su pueblo oprimido en Egipto y baja para liberarlo. La liberación es la respuesta a la fe de ese pueblo oprimido.
Desde esa situación material y de necesidad real sale del corazón una petición. La fe viene del corazón humano como muchas otras realidades. La fe no nace de algo extrínseco a ella, sino que se hace lo que se pide. La petición es el vehículo de la fe y la fe se realiza en un gesto de amor y solidaridad que se llama milagro, ese es el caso de la mujer cananea o Siro- fenicia, en la región de Cesarea de Filipo. La que hace la petición, movida por su realidad de sufrimiento y dolor de madre, y que pide un gesto socialmente solidario es una mujer, además pagana, excluida de la sociedad machista y de la salvación religiosa, sin embargo se atreve, “hace de tripas corazón” y se acerca a Jesús. Jesús no la determina, la ningunea, no le responde, pero ella agarrada de su fe insiste: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Es una fe a prueba de todo. Además de reconocerlo como Señor, y darle el título mesiánico de Hijo de David, le reconoce como amo. Ante esa fe, Jesús queda boquiabierto (Mt. 15, 21-28). Y le responde: “-Mujer, ¡qué grande es tu fe! Qué se cumpla lo que deseas. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.
En el evangelio también encontramos situaciones contrarias a la fe, es decir de aquellos que se sienten depositarios de la fe y privilegiados de su origen, como pueblo elegido. Esos tales han perdido la fe y viven de sus migajas: Los maestros de la Ley le piden que les haga una señal, es decir, un milagro. El punto de partida de la fe no es el milagro, sino la confianza, la certeza en el amor y la gratuidad. Desde la fe puedo contemplar, palpar y saborear los milagros que Dios hace todos los días a la humanidad y no por los milagros empezar a creer en Dios y en Jesús (Mt. 12, 38-42). A través de la fe las personas empiezan a conocer a Jesús, a creer en él, a seguirle, a amarle y a involucrarse en su proyecto. La fe es condición de seguimiento y no los milagros condición para la fe. Ahora podemos afirmar que la fe es una petición que no sólo nace de una situación real de necesidad material, sino que siempre está en función de otros u otras, es decir trasciende más allá de la necesidad material de donde surge para proyectar una realidad individual o colectiva que va más allá de lo presente. La fe trasciende lo material y se convierte en signo de otra realidad superior y más noble, casi utópica pero con base real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario