Debemos saber que la Misericordia es la capacidad de sentir la desdicha de las demás personas, sus dolores, sus angustias, sus vergüenzas y hacerlas mías. Es la capacidad de botar mis cáscaras duras e impenetrables de árbol fuerte, seguro y enraizado para dejar que el amor llegue a mi piel desnuda, a mi corazón de árbol, lo ablande y lo humanice para que mis ramas-brazos acojan bajo su sombra a aquellos y aquellas que desde el dolor y el sufrimiento buscan seguridad, protección, tolerancia, aceptación y sentir que son personas amadas por Dios en mi amor humano limitado. Es el corazón que se da a quien está lejos del amor o que es enemigo del amor. La misericordia es un modo de amar con compasión al estilo de Jesús.
El amor misericordioso es el que expresa Jesús en la elección que hace de cada uno y de cada una. Él es quien nos ha elegido por misericordia (Jn. 15, 12-17) Debemos permanecer en el amor compasivo y misericordioso. Entonces podemos definir la misericordia como el amor incondicional y total hacia las personas miserables y desdichadas. En las Bienaventuranzas, camino de seguimiento de Jesús a través de la práctica cristiana, aparece el ser misericordioso o misericordiosa como una de ellas “Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia” (Lc. 6, 7).
Pedro es un ser humano, débil, incoherente y cobarde. Sin embargo Jesús le ama, le llama y le da una encomienda: ¿Cómo no iba a responder con humildad, si lo había traicionado? “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17). Pocos días antes había traicionado a Jesús. No habían cesado de bajar de sus mejillas lágrimas amargas. ¡Ardía su corazón con ansia! Deseaba ver a su Maestro, abrazarle, sentir su misericordia y amarle de nuevo. La pregunta de Jesús es embarazosa. Pedro era el modelo para los demás apóstoles y sin embargo había caído. Él, que era el primero, caía también el primero. Sólo entonces es cuando Cristo le puede confiar la misión de llevar adelante su Evangelio. “Cristo no ha tenido miedo de elegir a sus ministros de entre los pecadores. Es precisamente en base a este amor consciente de la propia fragilidad, un amor tan tímido como confiadamente confesado, que Pedro recibe el ministerio: “Apacienta mis corderos”, “Apacienta mis ovejas” .
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