Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

6 de septiembre de 2011

La esperanza es como un grano de mostaza

Jesús siempre fue un hombre de oración y acción. Como buen judío asumió la práctica religiosa de su pueblo, de su país y de su cultura. Siempre hacía oración y no sólo en los momentos claves de su vida, cuando tenía que tomar opciones que modificarían su entrega, su compromiso y su misión (Lc. 4, 16-30). Este segundo aspecto es más evidente en los evangelios, pero que lo sea no quiere decir que sólo en esos momentos hacía oración. El pueblo judío es profundamente religioso. Como parte de su oración, y fuente de ella, fue la contemplación y la meditación, sin dejar a un lado la acción. Más bien la acción es la parte constitutiva de la contemplación y la meditación, al estilo de Dios, Dios contempla la realidad, la medita y actúa (Jn. 1,1-14).

Educado en la Torá, fue más allá de ella. Jesús no se contentó, ni se conformó con saber la Ley, aprendérsela de memoria y repetir oraciones pre-establecidas. Supo ver más allá de la Ley, y ese “más allá rompe horizontes, rompe fronteras” es lo que le dio la razón para reinterpretar “la Ley y los profetas” y no quedarse en una lectura literal y mucho menos legalista; ese “más allá” es el “magis” que rompe límites jurídicos y miopías interpretativas. Por eso para el amor comprometido no hay fronteras. La contemplación y  la meditación le impulsaron a una acción humano céntrica, realista y de opción por aquellos y aquellas que la misma Ley, es decir, algo bueno, les había esclavizado como carga pesada, excluido de la vida eterna y condenaba a la no salvación. Jesús desde su fe y desde su práctica pastoral vive la Pasión del pueblo pobre y oprimido por los malos pastores de Israel, pastores religiosos, políticos, intelectuales y cultuales, asalariados y manipuladores de la Ley, que le daban más importancia a mandatos humanos o hechos por hombres, que a los mandatos de Dios dados a Moisés en el Sinaí (Mt. 5, 1- 48).

Antes de la pasión personal, esa que narran los evangelistas, aquella con la que nos dio la vida eterna y verdadera, Jesús vivió en carne propia la Pasión, el dolor, el sufrimiento del pueblo, de esas masas condenadas, desheredadas, excluidas y marginadas, tratadas por los “Sabios de este mundo” como malditas, chusma, ignorantes y  leprosos sociales. A Jesús se le trató como loco, comilón, borracho, con desprecio por ser galileo, por ser de oficios humildes, proceder de una mujer de pueblo y por andar con las ovejas perdidas de Israel en Israel (Mc. 11, 12-32).  Jesús es un hombre de esperanza en medio de un pueblo “al que se le ha robado hasta la esperanza”, digo al que se le ha robado la esperanza porque La ley, la sociedad elitista y el culto economicista se han encargado de empobrecerlo hasta en eso. Jesús lleva la esperanza en su palabra, en sus sentimientos y en sus gestos liberadores, conocidos en la escritura como milagros y curaciones. Quien conoce a Jesús y está en contacto con él, se va con ilusión, se va como persona nueva, reivindicada, liberada y reincorporada a la sociedad, a la familia, al templo y a la sinagoga (Mt, 7, 7-29; Lc, 11,9-13), El corazón de esa persona revive, se llena de esperanza. 

La esperanza nace como una planta nueva en la siembra de Jesús, regada, alimentada y desarrollada por el Dios Amor, padre bueno (Mc. 4, 26-34), el Dios que se alegra como la mujer que encuentra la monedita perdida en su casa y reúne a sus amigas y las invita al banquete de la alegría y la fraternidad por haber encontrado y recuperado aquella “monedita pequeña y sin valor aparente” pero de gran valor para su corazón. Jesús y el Dios que nos dio a conocer es el personaje central de la parábola del buen samaritano, es Dios mismo que se arrodilla para levantar, curar y cuidar a las víctimas, asaltadas por la violencia, por el desprecio y por un culto insolidario. Es más, el personaje que se solidariza con la pasión del pueblo es un extranjero, un marginado y excluido: Un samaritano. Jesús es el Buen Samaritano.

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