“Mi vida está en sus manos” (Sal.15). Aceptar y creer, de verdad, esta afirmación no es fácil. Supone para la persona creyente estar convencida que sólo el Señor es el único Señor, el único Dios, el único absoluto; que el Señor es el principio y el fin. Que él es mi principio y fundamento y que fuera de él todo lo demás es relativo. Es relativa la creación, las instituciones humanas, el trabajo, la familia, la riqueza, la salud, enfermedad, pobreza, las humillaciones, el poder, el prestigio, las preocupaciones ordinarias y cotidianas etc. Esto no es una invitación a la inactividad, a la pasividad, al conformismo, eso no es cristiano, pero si es un llamado a la fe, al equilibrio, a reconocer, desde la Providencia, que todo tiene su tiempo y su momento (Lc. 10,38-). Lo único no relativo a Dios es el amor a la persona humana, hombre y mujer. El camino hacia Dios es Jesús de Nazaret pero el camino hacia Jesús de Nazaret es el prójimo y la prójima. En esta realidad humana y social, no hay vuelta de hoja, porque como dice San Agustín “la medida del amor es que no tiene medida”
Que todo lo demás está al servicio del ser humano, que posee la libertad y que use de ella ante las cosas; por eso debe usarlas tanto cuanto le ayuden o las deje tanto cuanto le obstaculicen alcanzar el fin para el que ha sido creado. Por eso como el salmista podemos reafirmar nuestra fe en este Dios que no es un ídolo hecho con nuestras manos, sino que es el Dios verdadero: “Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado jamás tropezaré” Una imagen sencilla y bonita de Dios que encontramos en algunos pasajes del Antiguo Testamento es la del alfarero, tanto en el Génesis como en Jeremías, es Dios nuestro hacedor, somos obra de sus manos amorosas y llenas de vida, no somos nosotros o nosotras quienes hacemos a Dios o le damos vida; y cuando nos atrevemos, porque la ignorancias es atrevida y desafiante, hacemos de Dios un ídolo, obra de nuestras manos, de nuestros intereses, de nuestros caprichos y necesidades. Convertimos al Dios único y verdadero, en un ordinario, común y vulgar Baal (1Re. 18,20-39) ¿Hasta cuándo van a andar indecisos? Si el Señor es el verdadero Dios, síganlo; y si lo es Baal, sigan a Baal”
Estas dos afirmaciones del salmista, me atrevería a decir que Jesús como excelente judío conocedor y practicante de la Ley, las tenía y tuvo siempre presente en su corta vida. Su vida se movió entre estas dos corrientes, entre estas dos fuentes, entre estos dos ríos, por eso él fue tierra fértil, grano que cae en tierra, árbol frondoso que crece junto a la ribera, tierra prometida más que la mesopotámica. “Respóndeme, Señor, respóndeme, para que todo este pueblo sepa que tú, Señor, eres el Dios verdadero, que puede cambiar los corazones” y es el que puede cambiar nuestros corazones. No dejemos de ver, veamos pero cambiemos nuestra mirada”. Desconfiemos, porque la desconfianza es ya principio de algo mejor, algo o alguien en quien ha reposado nuestra mirada, la desconfianza es el nido para un nuevo vuelo: La confianza en Dios, en los y las demás, en si mismos y en sí mismas. La confianza es algo que se gana, que se construye, que se va haciendo cada día, en cada momento. La confianza, el ver sin prejuicios, el aceptar sin preconcepciones. La confianza es el principio de la fe. De esa fe que nos hace relativizar hasta los medios más sagrados como La Ley, porque la ley, de cualquier tipo, está al servicio del ser humano (Mt. 5, 17-19).
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