El Templo de
Dios es el mundo, es el universo, no una casa edificada sobre intereses
económicos, políticos y religiosos como esperaba David. Dios no quiere ser
"encerrado" (2Sam.
7,1-5.8b-12. 14a.16) La base de la
teología del mesianismo está centrada en la profecía de Natán, el profeta que
aconsejó al rey David durante gran parte de su vida; el que le promete una
casa, una dinastía, pero el que también se opone a él cuando sus acciones no son
justas y no las considera en el plan de Dios (Abuso de poder, enriquecimiento
ilícito, adulterio, asesinato, hipocresía etc.) David había trasladado el Arca
de la Alianza
hasta Jerusalén, centro de poder y dominio en una época de paz y bienestar y quería
rematar esta acción religioso-política con la construcción de una «casa» para
Yahvé.
Dios revela
quien es quien. De un palacio construido a una tienda de campaña hay una gran
diferencia, pues así es la diferencia entre Dios y los seres humanos. El
palacio del Rey es una fortaleza, hay lujo, riqueza, comodidad, influencia, es
el símbolo de la injusticia y de la desigualdad, de la arrogancia y el orgullo.
Dios no es un trofeo del Rey David. Todo lo que David es se lo ha dado Dios, el
rey no es el poderoso, sino Dios, por eso “la tienda de campaña donde está el
arca de la alianza es el símbolo de la libertad, de la desinstalación, del amor
primero de Dios a su pueblo en el desierto, es el símbolo profético de un Dios
que se ocupa de los y las pobres, de las que el rey se ha olvidado, ha
manipulado y ha ocupado para la guerra. Pero Dios no se lo habría de permitir,
según el profeta.
Dios no le
permite hacerle un templo, no quiere casarse con el poder, el prestigio, y la
riqueza, no se quiere atar a un lugar y mucho menos a un tipo de gobierno. Dios
se sigue revelando como el Dios de los orígenes, nómada, liberador y creador de
todo cuanto existe. A David le promete una dinastía, símbolo de alianza, de
permanencia, de bendición y protección. Le promete una dinastía que habría de
servir, con el tiempo, como resorte ideológico para la teología mesiánica que
los profetas elevarían a la categoría más alta, en cuanto el Mesías que habría
de venir traería la justicia, la paz y la concordia. Lo que David quería, pero
sus caminos eran distintos de lo que Dios quería. Sabemos, pues, que este texto es uno de los hitos de esa teología
mesiánica que recorre todo el AT. Una teología que no tiene que ver nada con
los planteamientos socio-políticos de la monarquía sagrada y su descendencia,
ya que Dios no elige, ni se compromete, con un sistema de gobierno, sino que
los profetas se valieron de ello como símbolo del «Reino de Dios»,
acontecimiento de justicia y de paz. A pesar de todo, hay una crítica de Dios a
estar “encerrado” en una “casa” construida por intereses político-religiosos.
Dios quiere y desea algo más humano y más digno. La respuesta, para los y las
cristianas la vamos a encontrar en la anunciación: Dios se construye una morada
en el seno materno de María.
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