Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

2 de septiembre de 2011

Pobres de Espíritu

Es la primera de las ocho bienaventuranzas que encontramos en el Evangelio de San Mateo: “Dichosas las personas pobres de espíritu, porque de ellas es el Reino de los cielos”. Posiblemente las bienaventuranzas fueron recogidas por San Mateo en una sola pieza literaria o cuerpo doctrinal aunque Jesús no las haya dicho en una sola ocasión, sino a lo largo de su ministerio y en distintas circunstancias de su apostolado: “San Mateo sistematiza en un todo enseñanzas que Cristo impartió en distintas ocasiones” (B. Caballero). Además de estas bienaventuranzas (Mt. 5, 1-12), existen otras en el mismo evangelio, dirigidas a personas individuales o colectivas. También tenemos las de San Lucas (Lc. 6, 20-ss). Estamos al inicio del primer discurso, (Discurso del monte: Cap. 5-7), de los cinco que estructuran este Evangelio. Los otros sólo se enuncian para que no nos quedemos con un vacío en el conocimiento general de esta línea vertebral de San Mateo: Discurso misionero (Cap. 10); el parabólico (Cap. 13); el eclesial (Cap. 18); y el escatológico (Caps. 24-25).

Ser una persona bienaventurada es ser una persona bendecida por Dios, agraciada en su presencia, dichosa, llena de felicidad, llena de gracia, que tiene un lugar preferencial en el corazón de Dios por distintas rezones sean gratuitas o merecidas. Las Bienaventuranzas nos invitan a “vivir un proceso de transformación del corazón, para sentir y obrar al modo de Dios, con su Espíritu” (J. Garrido). Debemos verlas en su conjunto, para comprender qué tipo de ser humano describen y darnos cuenta que describen las actitudes y la acción de Jesús, el Mesías, en persona. Las bienaventuranzas nos muestran el perfil del maestro para que sus discípulos y discípulas lo asimilemos, lo hagamos nuestro y lo transmitamos a los y las demás.

Jesús vivió las Bienaventuranzas y cómo él se convierte en modelo de “pobre en el espíritu” (Mt 11,25-30), y un sufrido, un no-violento, un hombre de corazón limpio, un perseguido.  Jesús no fue un hombre pasivo inhibido, beato encerrado en sus prácticas religiosas, ni un cumplidor fiel de normas, ni un asceta de la autoperfección, ni un místico dedicado a su mundo interior. Fue humilde en su corazón y comprometido en la acción; tuvo hambre y sed por realizar el proyecto de Dios en la tierra, pero, por encima de todo, se abandonó confiado en la voluntad de Dios; trabajó por la paz y la solidaridad entre los seres humanos y tuvo que aprender a dar sentido al fracaso y al odio de sus enemigos; él era del “pequeño resto de Israel” del que nos habla el profeta Sofonías (Sof. 2, 3; 3, 12-13) o como lo describe el profeta Isaías (Is. 50, 4-9) o Juan el Bautista (Jn. 1, 29-34). Pobre de Espíritu o en el Espíritu es ser una persona libre, carente de ataduras, de afecciones desordenadas, vaciado de sus quereres y de sus intereses egoístas para acoger completamente la voluntad de Dios. Es un vaciarnos para llenarnos del amor y la gracia de Dios, quien es nuestra fuerza, nuestra energía y vitalidad. Es ser una persona que ante Dios es humilde y justa, es ser un “’anawím”.

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