Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

6 de septiembre de 2011

La regla de oro

Los pueblos siempre se dirigen o gobiernan por leyes, leyes naturales que después se hacen jurídicas. Se pasa de un estado de sentido común a un estado normativo (Dt. 6, 1-7; Dt. 6, 20-25). Lo que se pretende con las leyes es garantizar derechos inalienables como la vida, el respeto, el ser y el quehacer personal y colectivo (Ex. 20, Lv. 19, 1-37; Lv. 26, 1-13). Las leyes están al servicio del ser humano y posteriormente  el ser humano al servicio de la ley, esperando que las leyes sean justas y no una carga pesada en las espaldas del pueblo. La ley también incluye el descanso, el sabat, como algo querido y practicado por Dios Gn. 2, 1-4ª). El sábado es una criatura al servicio del ser humano, no un ídolo al que hay que rendirle culto, la ley libera pero no salva. El año jubilar es de descanso, comunión y liberación, tanto de la angustias personales como de necesidades colectivas. La ley defiende los derechos individuales pero por encima de ellos está el bien común (Dt. 5, 1-22).

Las leyes son necesarias, pero la Ley fundamental, madre de todas ellas, es  la ley del amor. La ley del amor consiste en amar y perdonar. Amar para servir y perdonar para vivir. Quien ama perdona y quien perdona ama. Esa fue la fe y la práctica de Jesús en todos los casos, que nos narran los evangelios, donde estaba en juego la vida, la salvación, la dignidad y el respeto de mujeres y hombres marginados, excluidos, rechazados y condenados por las leyes vigentes como la pecadora arrepentida que le lava los pies, la adúltera arrastrada por las calles y llevada a la plaza, el leproso o el ciego de nacimiento, la mujer samaritana, la conversión de Leví o el cambio de Zaqueo, el paralítico etc. Quien ama cumple toda la ley y los profetas, es decir, cumple la religión, ese deseo y esfuerzo humano por mantenerse religado o  unido a la divinidad (Mt. 7, 12-14).

El texto hace uso, en su primera parte, de dos términos racistas, excluyentes y ofensivos: Perros y cerdos, referidos no sólo al mundo pagano, sino aquellos y aquellas que conociendo las enseñanzas de Jesús, actualización y radicalización de la ley,  viven como paganos y paganas, personas sin Dios, que excluyen a Dios de sus vidas y de sus prácticas. Ley es igual a amor y justicia, rectitud e imparcialidad, vida y no muerte. Un niño de a penas seis años le comenta a su maestra en Preparatoria: ¿Se dio cuenta del microbús que quemaron en Mejicanos y todas las personas que murieron?... Ese no es amor, ese es odio. Tienen a Satanás dentro del corazón, no tienen a Dios. Cuando hay odio no hay amor”. Si una criatura de apenas seis años es capaz de dejarse impresionar por el dolor que nos trae la violencia y es capaz de reflexionar la realidad y discernir lo que es bueno y lo que no lo es, cuánto más las personas adultas estamos invitadas a vivir el mandato del Señor:”Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes”. En esto se resume la Ley y los profetas.

Esta regla de conducta humana  no es típicamente cristiana, los judíos y los paganos han establecido el mismo principio. Lo cristiano está en que Jesús la interpreta desde el mandamiento del amor, “el amor no conoce medida porque toma su medida en Dios” y ni siquiera excluye al enemigo o a la enemiga. Este amor es el que espero de otros y otras y ese mismo amor esperan de mí. La ley de oro  es el contenido fundamental de todo el Antiguo Testamento.

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