Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

27 de septiembre de 2011

El perdón es un acto humano antes que religioso.

No es bueno polarizar, tener una mentalidad excluyente y dualista, pero creo que la primera vocación  humana es la ser persona y como personas tenemos derechos y deberes. El perdón es un derecho que tenemos porque Dios nos lo ha dado primero y es un deber porque la persona que ha experimentado el perdón sabe lo que es andar en la vida sin amarguras, ataduras y resentimientos. Sabe que el perdón libera, nos devuelve la paz, la sonrisa y la felicidad. El cristianismo tiene como base la humanidad de Dios en Jesús y las personas creyentes creemos en un Jesús profundamente humano, que perdonó aun estando crucificado.

El perdón es una Ley: Perdonen y se les perdonará. Perdónanos como perdonamos a quien nos ofende. Jesús perdona porque ama. Dios es amor y Jesús es el sacramento de ese amor hecho ser humano. El perdón va más allá de la norma, del mandato y el deber. Perdonar no sólo es una obligación jurídica, un deber moral que hay que cumplir, sino un acto humano y religioso, en tanto que me mantiene unido o unida a la divinidad. “Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?". Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. (Mt. 18, 21-22)

El perdón es un acto de amor. Perdonar es amar y siempre se bebe amar.  Así como el Evangelio nos invita a perdonar setenta veces siete, también debemos amar setenta veces siete, es decir siempre. Amor y perdón son inseparables. El amor es un sentimiento que nace de un corazón sano, también puede nacer en un corazón lastimado en su acepción de misericordia.  El perdón es un acto bueno: “El amor tiene paciencia y es bondadoso. El amor no es celoso. El amor no es ostentoso, ni se hace arrogante. No es indecoroso, ni busca lo suyo propio. No se irrita, ni lleva cuentas del mal (1 Cor. 13, 4).

Siete es el número de Dios en la numerología judía. Es el número de la perfección y sólo Dios es perfecto pero nos invita a la perfección, cambiando el corazón de piedra por un corazón de carne. Hay varios textos donde el número siete aparece insistentemente. Un texto, entre otros, es El Padre Nuestro, en él hay siete peticiones, por eso es la oración cristina por excelencia. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque si perdonan a los hombres sus ofensas, su Padre celestial también les perdonará a ustedes (Mateo 6,12-14).

El perdón es un regalo, es una gracia de Dios, debemos pedir siempre esa gracia. Dios nos perdona sin límites y sin condiciones. Dios nos perdona porque nos ama, como en la parábola del Hijo Prodigo, llamada también parábola dell Padre Misericordioso. No nos pide cuentas para perdonarnos, su amor y su afecto nos deja sin palabras. “Miren por ustedes mismos: Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti diciendo: "Me arrepiento", perdónale (Lucas 17, 3-4).

Demos gratis lo que gratis hemos recibido, es decir el perdón. ¿Quiénes somos para juzgar a otros y otras? Si ni Dios nos condena ¿Quiénes somos para condenar? Experimentemos el perdón y perdonemos. Perdonémonos el no perdonar, perdonemos. Nuestra vida no debe ser una carga pesada de resentimientos, odios, amarguras, muerte. La vida es bonita, vivámosla con felicidad, en armonía, en paz y en fraternidad. “Quiten de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos y calumnia, junto con toda maldad. Más bien, sean bondadosos y misericordiosos los unos con los otros, perdonándose unos a otros, como Dios también les perdonó a ustedes en Cristo (Ef. 4, 31-32).

El perdón es un acto de solidaridad, porque a través del perdón, la persona perdonada vuelve a la vida, se reintegra a la familia, a la sociedad, al grupo de referencia. El perdón es un acto de solidaridad porque vivimos en sociedad, nos necesitamos mutuamente. La fe se expresa en gestos solidarios, el perdón se busca en comunidad. El paralítico necesita de las personas que lo transportan hasta Jesús. Jesús admira la fe de aquellos hombres y por ellos el paralítico que no podría por sus propios recursos acceder a Jesús, llega a su presencia. Recibir el perdón es levantarse, es caminar, es integrarse nuevamente a la sociedad y a la familia. El perdón es un acto social.

Perdonar no es olvidar, el daño está hecho, pero no podemos vivir del pasado ni en el pasado. Perdonar es recuperar mi humanidad, mi legitimidad como hijo o hija de Dios. Es volver a comenzar, que se dé en cada uno o cada una un nuevo génesis, un nuevo principio, una nueva creación. Perdonar es volver a nacer, es ser una nueva criatura porque la realidad de la plenitud y de la perfección es Dios, hacia allí debemos caminar, avanzar. Dios en nuestra brújula. Dios perdona siempre.

Para un judío el perdón es un deber para alcanzar la perfección, para cumplir la Ley, para estar en paz con Dios porque se cumple el mandato. A través del perdón se busca la propia santidad y perfección. Para el cristianismo el perdón no es sólo un deber, sino una obligación, es el camino hacia la humanización del hacer y la divinización del ser.

Para Jesús el perdón va más allá de la Norma, de la Ley, del contrato. No basta ser bueno, hay que ser generosos amando siempre. ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? Cantidad y deber se unen, es verdad pero incondicionalidad y gratuidad van más allá de la norma. La incondicionalidad y la gratuidad nos abren las puestas hacia Dios, hacia una humanidad reconciliada que desde su práctica evangélica se hace creyente, cristiana, semilla de otras relaciones humanas.

“La religión no siempre conduce a hacer la voluntad del Padre. Nos podemos sentir seguros en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y acostumbrarnos a pensar que nosotros no necesitamos convertirnos ni cambiar. Son los alejados de la religión los que han de hacerlo. Por eso es tan peligroso sustituir la escucha del Evangelio por la piedad religiosa. Lo dijo Jesús: "No todo el que me diga "Señor", "Señor" entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo".

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