Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

30 de marzo de 2014

Si conocieras el don de Dios (Jn. 4, 5- 42)

Gracias mujer samaritana, siempre en tu vida llevaste las de perder y no tenías más que perder ante Jesús, pero con él todo fue ganancia, lo ganaste todo hasta tu entrada al cielo o al Reino de Dios. Samaria siempre fue necesaria aunque siempre se le hizo sentir como no indispensable. Samaria siempre fue imprescindible en la relación del norte con el sur del país. Ser galileo o ser samaritano casi era lo mismo porque los del sur los discriminaban de la misma manera y quizá a los y las samaritanas se les veía como lo peor de lo peor. ¿Qué más bajo que ser samaritano o samaritana? Nada ni el mar muerto que está bajo el nivel del mar. Esos que son nadie son ejemplo de bondad, de conversión y seguimiento. Ella gritaba a los cuatro vientos sólo una frase: “Vengan a ver a un hombre que me ha contado todo lo que yo hice... Y muchos más creyeron en él a causa de su palabra… Ya no creemos por lo que nos has contado, porque nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo.”

Lo extranjero, lo pagano, lo impuro, lo despreciable, lo enfermo, lo pecador, lo pobre etc. Tiene para Jesús y el Dios de Jesús un trato especial y es tan especial que Dios en Jesús toma la iniciativa, comienza el diálogo y la redención. Si lográramos comparar la parábola del Buen Samaritano, con la del Buen Pastor y;  el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, con el encuentro que Jesús con María de Magdala, es decir la galilea, comprenderíamos que son figuras de personas gigantescas, que cambiaron la vida desde Jesús y la enriquecieron, la pusieron en dirección hacia Dios, amaron como que si ellas fueran las destinatarias y no sólo las depositarias del amor. Jesús es judío y galileo al mismo tiempo, la mujer es sólo una samaritana. Por ser Judío es destinatario de la salvación y así lo expresa: “- Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”…  - El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna… - Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Ustedes dan culto a uno que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos”.

Unida a la enemistad histórica dentro del mismo pueblo, los límites geográficos y la idiosincrasia,  se unen dos elementos más de la separación: La pureza racial y la pureza religiosa.  Estos elementos que han hecho tanto daño y lo siguen haciendo a personas, para Jesús son plato de segunda o tercera mesa; a Jesús no le interesan, no le importan, no son asunto prioritario. “Para él, lo decisivo no eran ni las "creencias" doctrinales, ni las "prácticas" del culto religioso. Lo central, para Jesús, fue siempre la mejor relación posible entre las personas”. Y, para conseguir eso,  hay que derribar las murallas que la religión levanta entre los pueblos, las culturas y las personas”. El culto verdadero, el culto en espíritu y en verdad que quiere el Dios de Jesús es que la vida entera, en todo momento y en todo lugar, sea tan respetuosa y tan honrada como el culto más auténtico, que exige respeto y honradez siempre con todas las personas. Con el mismo respeto y veneración que tratamos los objetos sagrados con ese mismo y más debemos tratar a los sujetos sagrados, imagen de Dios y parecidos a Dios en su semejanza.

El conflicto entre Judíos y samaritanos es de muchos siglos atrás, aunque las genealogías presentan a los patriarcas emparentados; somos de la misma familia humana. Los judíos se sienten hijos de Abraham, el nómada libre, que nunca fue esclavo de nadie, así lo recuerdan con orgullo los judíos del sur: "Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderos discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad os hará libres". Ellos replicaron: "Somos hijos de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Serán libres?”… "Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham. Pero tratan de matarme a mí, porque les he dicho la verdad que oí de dios. Eso no lo hizo Abraham. Ustedes hacen las obras de su padre". Le respondieron: "Nosotros no somos hijos de la prostitución. No tenemos más padre que a Dios". Jesús les dijo entonces: "Si Dios fuera su Padre me amarían a mí, porque yo salí de Dios y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino enviado por Él". (Jn. 8, 31-42). En la parábola de Lázaro quien recibe en la vida eterna a los judíos que se salvan es Abraham. Lázaro era judío igual que el rico, pero sólo Lázaro tenía la fe de Abraham.

Los samaritanos no se identifican con Abraham, sino que se sienten hijos e hijas de Jacob, el migrante que bajó a Egipto: “Israel partió con todo lo que tenía, y al llegar a Bersebá, ofreció allí sacrificios al Dios de su padre Isaac. Dios habló a Israel durante la noche en una visión y le dijo: «Jacob, Jacob.»  «Aquí estoy», contestó él. Y Dios prosiguió: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí te convertiré en una gran nación. Yo te acompañaré a Egipto, y también te haré volver aquí… en una palabra, hizo que entrara con toda su familia en Egipto”.  (Gen, 46, 1-7) para salvar de la hambruna a su pueblo, que fue hecho esclavo, que vivió el exilio y la liberación, las tentaciones en el desierto y que fue el que entró a la tierra prometida liderado por Moisés.

La Samaritana llega a Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ella llega a sacar agua del pozo de Jacob. El pueblo samaritano se siente descendiente de los dos hijos de José: Manasés y Efraím. “Jacob amaba a José más que a sus demás hijos” (Gen. 37, 3-4. 12-13. 17-28). El tronco parental de ambos pueblos es distinto. Con la muerte de Salomón, Las tribus del norte se rebelan contra su hijo Roboran en el año 926 a. C y se da la separación, surgen los dos reinos; el del Norte llamado Israel y el del Sur, llamado Judá. Los Asirios llevan al exilio al reino del norte en el año 740 a. C., en realidad descabezan el reino llevándose a la clase sacerdotal y a los nobles,  dejan a la gente inculta, artesana, campesina y trabajadora en el territorio pero traen de otras partes gentes a colonizar y se da la mezcla de la población, surge de esta mezcla el pueblo samaritano. Esta mezcla, según los judíos, les hace ser israelitas ilegítimos, pero ellos son los “Israelitas del Norte”

“El conflicto entre judíos y samaritanos venía de lejos. Seguramente se consumó a finales del s. II a. C. Doctrinalmente, los samaritanos hacían otra lectura del Pentateuco y, sobre todo, como "orgullosos israelitas del Norte", no admitieron que el único culto a Dios se le tributara en Jerusalén. Por eso seguramente desde el s. III a. C., los samaritanos se hicieron su propio templo en el monte Garizín. Así, la separación entre judíos y samaritanos alcanzó un punto sin retorno”. En torno al pozo de Jacob, se da el encuentro de Jesús con la samaritana. Era mediodía, el sol quemaba, solo la brisa refrescaba el calor del sol. Jesús está solo, exhausto, cansado, ha caminado mucho buscando a las ovejas perdidas de la casa de Israel, él ha venido a salvar no a condenar, a traer una buena noticia de parte de Dios y no una palabra de condenación. El centro del encuentro es la sed, sed a agua y sed de Dios, Jesús lleva a Dios y la mujer samaritana es dueña del pozo. Caen las murallas con el diálogo y con el encuentro: La mujer, samaritana y pecadora se convierte en una nueva mujer, un ser humano redimido, ha encontrado al Dios verdadero y ahora le da culto en espíritu y en verdad. Es misionera de Jesús, anuncia a Jesús como la Buena Nueva que ha llegado a su tierra para salvar también a los samaritanos. Ella evangeliza en medio de su pueblo. Jesús la ha liberado de tantos yugos, de tantas cadenas y complejos que ahora no sólo es libre, sino que tiene voz, ha salido de sí misma para ponerse en dirección de los y las demás. Cuando un ser humano se libera del silencio, habla, recupera su voz, es un ser completo, digno hijo o hija de Dios. Mujer samaritana conociste el "don" de Dios.

23 de marzo de 2014

Las sobras pueden salvar vidas.

Vivimos en una sociedad tan llena de injusticias que las relaciones asimétricas entre las naciones del mundo, entre los pueblos de la tierra, las sociedades desarrolladas y subdesarrolladas  y, especialmente las relaciones personales entre los individuos se nos hacen “normales”, escandalosamente frías, calculadoras, indiferentes e insolidarias que no nos cuestiona nada, ni nos hace reaccionar para nada. Creemos que ya es voluntad de Dios y que este “Orden”, desordenado, caótico y excluyente lo quiere Dios. Pero no es así, ya que el mismo Dios nos hace caer en la cuenta que todo esto es abominable, es decir, que merece ser condenado y aborrecido, tanto aquí como allá, la compasión es el pasaje de la salvación: “Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí, y manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me atormentan estas llamas.» Abraham le respondió: «Hijo, recuerda que tú recibiste tus bienes durante la vida, mientras que Lázaro recibió males. Ahora él encuentra aquí consuelo y tú, en cambio, tormentos.  Además, mira que hay un abismo tremendo entre ustedes y nosotros, y los que quieran cruzar desde aquí hasta ustedes no podrían hacerlo, ni tampoco lo podrían hacer del lado de ustedes al nuestro.» Lc. 16, 24-26). La piedad se aprende en el sufrimiento. 

¿Cómo se puede ser creyente y actuar en la vida como que si Dios no existiera? Muchos siglos antes de que Jesús diera a conocer esta parábola, el profeta Isaías le critica a Israel, a sus jefes y pueblo la increencia práctica de sus acciones y su religión; el señalamiento es lacerante, lastima, hiere, golpea, y nos hace ver hoy nuestra propia vulnerabilidad: “Escuchen, jefes de Sodoma, que esto es palabra de Yavé; presten atención, pueblo de Gomorra, a las advertencias de nuestro Dios”: Cuando rezan con las manos extendidas, aparto mis ojos para no verlos; aunque multipliquen sus plegarias, no las escucharé, porque veo la sangre en sus manos. ¡Lávense, purifíquense! no me hagan el testigo de sus malas acciones, dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano y defiendan a la viuda.» (Is. 1, 1. 15-17). El culto que le agrada a Dios son las buenas obras, las acciones nobles y justas, no una religión de normas, rezos y sacrificios de animales.

En apariencia la globalización es incluyente porque ha convertido al planeta en un campo de concentración y a los pueblos en aldeas, pero la realidad da que estamos más excluidos y excluidas que antes, porque se han marcado más el dominio entre los que tienen las riquezas y quienes nos hemos convertido en meros consumidores, autómatas, por orden del consumismo. La globalización nos ha hecho naciones y personas dependientes, necesitadas y poco pensantes. Hemos sido convertidos en plaza o mercado y no en productores. Vivimos de las migajas de las ciencias, el capital y la tecnología. Nuestro corazón ha sido apartado de Dios y nos ha seducido otro ser humano; de ser personas sociales nos hemos convertido en islas en el mar de la soledad. Nuestros oídos ya no escuchan los gritos de la personas que sufre porque los tenemos taponeados con audífonos; nuestra vista está nublada por la cortina del consumo y nuestra boca calla porque la tenemos ocupada con el chicle: O sea, perdón, qué oso, u---bi---ca—te...: “Así habla Yavé: ¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé! Es como mata de cardo en la estepa; no sentirá cuando llegue la lluvia, pues echó sus raíces en lugares ardientes del desierto, en un solar despoblado” (Jr. 17, 5-6).

Al final de la historia, de esta historia nuestra hecha con nuestras decisiones, con nuestras manos, con nuestras opciones, con nuestros aciertos y equivocaciones recogeremos los frutos que merecemos por nuestra conducta o por nuestras acciones. Dios tiene un juicio para las naciones, parecida a la separación que hace el pastor, al final del día, entre cabras y ovejas. A cada cual se le pone en su lugar: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de Gloria, que es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos. Colocará a las ovejas a su derecha y a los chivos a su izquierda (Mt. 25, 31-33). El texto presenta a Jesús como Hijo de Hombre,  como rey del universo y de todas las naciones, y finalmente como un rey-pastor que separaré a quienes fueron ovejas y a quienes fueron cabros grandes; esos mismos que Jeremías llama cardos en la estepa o árboles frondosos plantados junto al agua. El rey de la gloria juzgará a los países ricos epulones y los pueblos pobres y enfermos como lázaro.

Dios conoce el corazón humano  y es el único capaz de  sondear sus pensamientos y conocer sus sentimientos más profundos, porque no lo convencen ni engañan las apariencias: “Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas, para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones”. Las migajas que caen de la mesa del rico pudieron salvarle la vida al pobre Lázaro, pero para el epulón, el rico que come mucho y disfruta la comida, que banquetea todos los días, el leproso, el enfermo, el pobre, el ser humano que padece necesidad no existe. El epulón cree en Dios pero no lo ve, no lo descubre en el prójimo que está a la entrada de su casa. El rico no le hace daño a Lázaro, pero tampoco le hace ningún bien, no lo socorre en sus necesidades que son muchas: La enfermedad, la pobreza, el hambre, la vivienda y sobre todo un trato humano. Su pecado es la omisión, la indiferencia, la frialdad, su ceguera. Su pecado es haberle dado la espalda a su hermano. Los dos mueren y los dos reciben según sus obras.

Otro texto que recuerda las migajas de la fe verdadera es el de la mujer cananea; los hijos e hijas de Israel  comen en la mesa del Padre y las migajas que caen de su mesa son la fe verdadera de quienes son excluidos y excluidas de la salvación (Mt.15, 21-28; Mc. 7, 24-30). Hoy también el rico es excluido de la salvación por no haber dado aunque sea las migajas que podían salvar una vida y salvar su vida. El rico en su agonía no quiere que sus iguales pasen por lo mismo y pide que se mande a Lázaro, como mensajero de conversión, pero ni aunque un muerto resucite cambiarán de  su pecado dice Abraham: “Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán. Abrahám le dijo: - Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto” (Lc. 16, 29-31). El rico es bueno pero está esclavizado a la codicia y esto no le permite servir a dos señores (Mt. 6,24). Jesús resucitó a Lázaro y en lugar de lograr la conversión de las autoridades judías, ellas,  legitimaron su muerte (Jn. 11, 1-45). Escuchemos la Palabra de Dios y hagamos lo que ella nos dice, entonces no caeremos en el pecado de la omisión. Las sobras y las obras pueden salvar una vida y la nuestra. En las migajas está la fe verdadera, no en el banquete.

16 de marzo de 2014

Un sí al grano de trigo y un no al grano de arena.

Lo original no fue un pecado, sino un estado de gracia (Gen. 1, 26-31). La palabra es el gran don de Dios, y más si esa palabra es Dios mismo: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. ” (Jn.1, 1-2). Con la palabra, Dios creó todo cuanto existe, ella, la palabra, es vida y luz para los seres humanos: “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron” (Jn.1, 3-5). Las tinieblas nos hacen caer en la irresponsabilidad de la palabra. A ejemplo de Dios, con la palabra podemos crear muchas cosas, hacer muchos cambios; podemos comunicarnos, entendernos, crear acciones buenas, y hablar desde un corazón sin odio; debemos hablar siempre con la verdad y hacer creíble la justicia; lo que se diga más allá del sí o del no, viene del diablo: “Cuando digan sí, que sea sí y cuando digan no, que sea no” (Mt. 5 ,33-37). No podemos vivir de la mentira, del engaño o de la amenaza.

La persona sabia piensa antes de hablar,  medita en su interior lo que va a decir, no se deja llevar por arrebatos o infantilismos; porque la palabra lleva en sí misma un mensaje de acción que puede ser de violencia o de paz, de opresión o liberación, de amor o desamor, de aceptación o intransigencia. La palabra puede hacernos irresponsables, irracionales e iracundos. La palabra debe edificar, construir, consolidar, animar y respetar. El ser humano es un ser racional y no sólo pasional;  un ser político que busca el bien común y no su interés egoísta y partidario. Debemos ser personas prudentes e inteligentes. Hay libertad de expresión pero no de manipulación. No se puede oscurecer la paz y la alegría de una fiesta democrática con la sombra y el fantasma del fraude, la imprudencia y el infantilismo político.  La parábola de la plaza tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. Entre los niños ocurre con frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa, otros a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto esencial de referencia en la parábola. Inmediatamente se pasa a la aplicación de la misma: así es esta generación (Mt 11, 16-19).

La tierra debe ser paciente. En la tierra debemos ser personas pacientes para que tu Palabra vaya calando en nuestro interior y nos vaya transformando, como la lluvia empapa la tierra para que la semilla sea fecunda y nos dé su alimento, nos dé el pan para comer. La palabra pronunciada por Dios está cargada de amor y esperanza, especialmente para los hambrientos y hambrientas no sólo de pan, sino del pan que ha bajado del cielo: “Así dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo ( Is. 55,10-11). Mi voz es mi voto. La voz del pueblo salvadoreño fue el voto y el mensaje no necesita interpretación ni revisión, mucho menos ponerlo en “tela de juicio”. La voz de la justicia prevalece ante aquellos y aquellas que comen engaño e influyen en la opinión pública con sus engaños.

Cambiemos el granito de arena por el granito de trigo. El grano de arena es uno más en el “montón”, en cambio el grano de trigo es único porque cae en tierra para morir y dar el pan para dar vida a los y las hambrientas de la historia. La tentación  comenzó con el pan. Soy tierra que anhela dar vida, soy humus, soy Adam; soy tierra que necesita ser cuidada, alimentada y arropada. Soy tierra empapada del espíritu de Dios que no es sólo materia;  a veces soy tierra dura como el barro en verano, o arenosa que no retiene nada y que deja escapar el agua de tu palabra, el agua de la vida. A veces soy tierra pedregosa, tierra que tiene bondad y maldad al mismo tiempo. A veces soy tierra que tiene más cardos, lengua de cardo, dañina cuando habla. Cardos que ahogan, lastiman, ofenden, humillan; soy tierra que sale de sí misma para dar vida a la semilla, cosecha de futuro. El ser humano cosecha lo que siembra (Mt. 13, 1-23).

Cuando los grandes se olvidan que el origen humano, en su esencialidad,  es sencillo y humilde, porque fue hecho de tierra, de polvo húmedo, su discurso se vuelve dañino, agresivo, desafiante e irrespetuoso. Los grandes se creen dioses, codician ser como Dios y se rebelan ante el orden, la armonía, la legalidad. El fruto de la discordia es apetitoso, deseable, atrayente; es codiciable porque da conocimiento, control, mando y riqueza: “No morirán. Bien sabe Dios que cuando coman de él se les abrirán los ojos y serán como Dios en el conocimiento del bien y el mal. La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió (Gen. 3, 1-7). El pecado original es la codicia, “es ese deseo o apetito ansioso y excesivo de poder, bienes y riqueza”; es querer para mí lo que es de otro y se lo arrebato como sea. Unida a la codicia está la soberbia, a la soberbia la violencia y la agresividad, el desacato o desobediencia a una autoridad legitimarte constituida. La codicia es la raíz de todos los males en el mundo.

Desde sus orígenes el ser humano cayó en la tentación de la codicia y con esta caída rompe el estado original de gracia, amor, amistad, respeto y entendimiento con Dios, con la creación y con sus semejantes. El ser humano se quiere igualar a Dios, se hace dios de sí mismo y exige reverencia, obediencia, sacrificios y sangre. La codicia seduce su estómago, su conciencia y su corazón. Codicia el poder de “convertir las piedras en pan” para someter, no para servir; “el pan asegura el éxito pero me inclino ante quien me lo da”; codicia el prestigio para ser amado, respetado, venerado y admirado como si fuera Dios. “Quien se adueña de mi conciencia me hará despreciar el pan por su ideología”. Codicia la riqueza para someter voluntades, comprar conciencias, y seducir el corazón humano. Quien seduzca mi corazón me hará seguirle hasta el tope: “Te doy todo esto si te arrodillas y me adoras”. “En estos tiempos de crisis, la gente sueña con salir de ella. ¿Para qué? Para volver a ser esclavos de la codicia de soberanos, banqueros, políticos y canallas”. ¿Podemos vivir en libertad? (Mt. 4, 1-11).

¿Por qué los cristianos y cristianas buscamos las tentaciones que Jesús rechazó, venció y deshecho? ¿Por qué seguimos dando la libertad por la comida, la dignidad por el poder político o religioso y porqué seguimos adorando la riqueza y amando a quienes la poseen? ¿Por qué preferimos la esclavitud y la dependencia a la libertad? Jesús es un hombre libre no porque no tenga tentaciones, sino porque sale victorioso de ellas. Jesús es la palabra definitiva de Dios, pasó toda su vida haciendo el bien y ahora me invita a llevar su palabra allá donde hace falta, donde no llega, donde no se quiere escuchar. Allá donde la palabra se hace irresponsable. Todo iba bien hasta que hablaron algunos políticos y lanzaron sus palabras venenosas por la codicia de llegar al poder y querer gobernar ilegítimamente el país. Basta de atropellos a la incipiente democracia que ha costado tantos sueños truncados y arrancados con violencia. Mi voz es mi voto y fuimos muchos y muchas las que hablamos. Toda la semilla que cayó en nuestra tierra la fecundó para que no siga siendo pisoteada.