Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

13 de septiembre de 2011

La ofrenda de las víctimas: Semillas nuevas para una cultura de paz.

“La palabra queda y ese es el gran consuelo del que predica. Mi voz desaparecerá pero mi palabra, que es Cristo quedará en los corazones que la hayan querido recoger” (Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez). Este testimonio de nuestra época ilumina la vida de la Iglesia martirial de muchos siglos. Como Juan el Bautista, Monseñor Romero es la voz, pero el sonido de esa voz, es la palabra encarnada, Jesús de Nazaret, así para todos aquellos y aquellas que fieles a su compromiso con Cristo fueron arrancados del país de los “vivos”, por su fidelidad al “sueño de Dios” permanecen en el cielo y en la Iglesia.  La sangre de todos los y las mártires no sólo es semilla de libertad, sino, además, la realidad que nos abre al absoluto, al infinito, al más allá… que es Dios, un Dios que acompaña y salva a su pueblo (Sal 27, 2. 7. 8-9).

Por esencia ser cristiano o ser cristiana es ser ofrenda, en tanto que como personas creyentes debemos estar dispuestos y dispuestas a salir de sí, para darnos en servicio, generosidad, solidaridad, sin esperar nada a cambio y sin embargo estar en esa disponibilidad de darlo y darnos sin medida.  Dándonos a las demás personas nos estamos dando a Dios al estilo de Jesús. Jesús es sacerdote, ofrenda y altar, al mismo tiempo. Los cristianos y cristinas fueron perseguidos  y perseguidas brutalmente desde el comienzo del cristianismo del año 64 hasta el 311 cuando el emperador Galerio (260-311 d.C.), suspendió las persecuciones a los cristianos y cristianas, por el “Edicto de Tolerancia de Nicomedia, dado en Sérdica (Sofía). Aunque el edicto suspendía las persecuciones y propiciaba un ambiente de paz y de tolerancia en un mundo tan diverso, los no cristianos, todavía en el poder político y militar usan las tácticas de la difamación,  torturando a los cristianos y cristianas  para obtener la admisión de actos monstruosos. El edicto pone fin a la represión instituida en el Imperio en contra del cristianismo, autorizándoles a reconstruir sus iglesias. Los cristianos  y cristianas eran un constante foco de conflicto que hacía tambalear a un Imperio ya débil (1Timoteo, 2, 1-8).

El cristianismo siempre se ha opuesto a la divinización del poder y de los poderosos, pues propone y concibe el poder como un servicio a los y las prójimas. Sin embargo una característica general del imperio que vio nacer al cristianismo en sus propias entrañas hace que militares, no siempre honestos y pacíficos lleguen al poder político, con ideología militar (Lc. 7, 1-10). Los emperadores ven como amenaza al cristianismo y ante las nuevas propuestas prácticas de la Fe en Jesús, el Cristo, se actúa con brutalidad, represión, persecución y eliminación de las personas disidentes del orden establecido. En la época del emperador Diocleciano (284-305), la figura del emperador-dictador adquiere carácter divino. El motivo principal de la persecución es que ese nuevo culto, del Dios único, representa un peligro a la adoración de su persona, que ya no puede justificarse. El cristianismo siempre se ha opuesto a la idolatría del poder, en ese sentido los evangelios nos dejan testimonio escrito de cómo Jesús vence las tentaciones: La del poder, el prestigio y el paternalismo (Mt. 4, 1-11).

La vida y el mensaje de las víctimas es un mensaje, para quienes seguimos peregrinando, de que la paz es un regalo de Dios pero es una lucha que debemos librar todos los días en nuestro mundo crucificado, convertido en cementerio, semillero de hombres y mujeres nuevas semillas de una paz social fruto de una justicia retributiva a las víctimas.

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