Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

6 de diciembre de 2013

Jesús es el adviento de las personas enfermas y pobres.

A diferencia de los demás evangelistas y quizá porque su comunidad está formada en gran parte por judíos convertidos al cristianismo, Mateo presenta a Jesús como Maestro, como Rabí. Jesús es Maestro por vocación, no por profesión y este leve elemento hace la diferencia entre Jesús y los maestros de la Ley de su tiempo. En el tiempo de Jesús había muchos maestros pero pocos pastores. 

Los maestros enseñaban la ley y los profetas pero eran pocos los que compartían su vida y su tiempo con las personas pobres y enfermas, con las ovejas perdidas de Israel, siendo Dios el gran buen pastor de Israel (Gen. 48,15; 49, 24;  Is. 14, 30;  49, 10;  58, 11;  61,5;  Ez. 34, 13-14; Sal. 23, 1-6;  80, 1-20). Dios es pastor de Israel porque enseña, instruye, corrige, conduce y salva (Is. 49, 11). Los pastores en Israel son los reyes, los sacerdotes y los profetas, aquellos que han sido ungidos, escogidos para una misión. Estos ungidos son mesías salvadores, son Cristos, pero no siempre están al servicio de los y las pobres del país.

Jesús es Maestro- Pastor. Ser maestro por vocación es tener la enseñanza como un don de Dios, la persona vive lo que enseña, cree lo que enseña y  su vida es fuente de lo que enseña. Es un pastor que dedica su tiempo, todo su tempo, a sus ovejas, aquellos y aquellas que se le han dado como responsabilidad primera. El Maestro Pastor no agrede verbal o físicamente, no amenaza, no lastima, no se aprovecha, va siempre al frente, defiende, salva, recupera y se llena de felicidad cuando encuentra lo perdido. El Maestro Pastor da su vida día a día y en silencio. La persona enseña con su vida.

El Maestro por Profesión es una persona asalariada, le importa y le mueve su salario, su pago. Para este maestro _mal pastor_ por profesión, sus ovejas sólo son un número, sólo son un medio para alcanzar un fin; sólo son  un pretexto para su sobrevivencia; no le importan sus ovejas ni sus circunstancias; es agresivo, despectivo, arrogante y las abandona con facilidad. Las tira a la calle, las arrastra fuera del aula, del redil; las deja abandonadas en el campo, no las busca, no las ama, no las contempla, no hace el mínimo sacrificio por ellas, es más las ovejas deben buscarlo, llamarlo y darle hasta su propia piel para que se sienta feliz. La persona enseña por un salario.

Jesús es el Mesías que pastorea, es el Mesías esperado por los pobres y enfermos, por eso Jesús es adviento para quienes esperan tener una última oportunidad, no así para los aristócratas, ni ricos. Jesús como buen pastor es Maestro de la compasión, de la misericordia y de la solidaridad. Mateo presenta a Jesús caminando por el  lago de Galilea subiendo el monte; subir el monte es caminar hacia la presencia de Dios, es  estar en la soledad para escuchar su voz como la oveja escucha la voz del pastor; estar más cerca de Dios y entrar en comunión con él es para hacer su voluntad. El discípulo y la discípula deben saber escuchar las enseñanzas del maestro, apropiárselas y compartirlas con su vida y en su vida diaria: “Los colocaron a los pies de Jesús y él los sanó” (Mt. 15, 30b). Jesús no sólo les cura, sino que restablece las condiciones de vida que les han sido negadas; hace vida con ellos y ellas; les acoge en su grupo tanto que a los tres días escasea la comida.

¿Para qué quiere Jesús estar más cerca de Dios? Para enseñar los caminos hacia Dios, para enseñar la mística de su vida,  su visión y su experiencia a aquellos y aquellas que quieren seguirle en la tierra hacia el cielo, por eso constantemente está dirigiendo su palabra y sus enseñanzas a sus discípulos y discípulas. El discipulado se expresa ubicándose a los pies del Maestro y San Mateo dice que la gente lleva ante Jesús a personas enfermas y que las colocan a sus pies y él las cura. Las personas nombradas son personas que sufren alguna deficiencia, son personas tullidas, ciegas, lisiadas, sordomudas y muchas más. En Jesús hay una preocupación evidente por las personas enfermas porque si recuperamos la salud somos personas felices y él quiere nuestra felicidad: “De allí Jesús volvió a la orilla del mar de Galilea y, subiendo al cerro, se sentó en ese lugar. Un gentío muy numeroso se acercó a él trayendo mudos, ciegos, cojos, mancos y personas con muchas otras enfermedades” (Mt. 15, 29-30a).

Jesús es Maestro de la compasión porque siente el dolor ajeno y hace algo para remediarlo. La compasión es vivir la pasión, el sufrimiento y el dolor de la otra persona, es preocuparse por las necesidades ajenas sean internas o externas; sea carencia de salud o carencia de alimento, de pan: “Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de esta gente, pues hace ya tres días que me siguen y no tienen comida. Y no quiero despedirlos en ayunas, porque temo que se desmayen en el camino.» (Mt. 15, 32).  La sabiduría de Jesús, su sentido común y  su capacidad de ubicarse en la situación de la otra persona lo hace ser Maestro de la compasión. ¡Cuidado! La compasión no nos da derecho de irrumpir en la vida y las decisiones privadas de las personas necesitadas (Mateo 9,27-31).

Jesús es Maestro de la misericordia porque cree en un Dios misericordioso, que hace salir su sol sobre buenos y malos y caer su lluvia sobre justos e injustos. Dios ama sin hacer distinciones. El amor- misericordia es un amor que libera por amor, es un amor liberador, sanador, es un amor que reincorpora, que reestructura y que reedifica a la persona. El amor hecho misericordia es un amor que se hace acción, gestos y obras concretas. El amor misericordia es el amor que ama a los no amados, perdona a los imperdonables, sana al insano etc.: “La gente quedó maravillada al ver que hablaban los mudos y caminaban los cojos, que los lisiados quedaban sanos y que los ciegos recuperaban la vista; todos glorificaban al Dios de Israel “(Mt. 15, 31). 

Jesús es Maestro de la solidaridad, toda su vida es una solidaridad con las personas que sufren. Sufrimos por carencia de salud y por los recursos que necesitamos para recuperarla, también sufrimos por no tener lo necesario para alimentarnos cada día por la pobreza que embarga  a la humanidad insolidaria. Jesús hace el milagro de unir a las personas en sus diferencias y de hacerlas sentar en las mismas condiciones de igualdad. El mundo es el gran banquete del Reino donde todos y todas podemos alimentarnos sin arrebatarle a nadie su propio alimento: “En aquel día, preparará el Señor de los Ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos…” (Isaías 25,6-10a) Jesús cree y realiza la utopía de Dios.

Jesús hace sentar a la gente en grupos para compartir, sin complejos de ningún tipo, porque independientemente de la condición social, racial, de género o religiosa, comparten la misma necesidad: Les hermana el hambre,  la pobreza, la carencia de alimentos; “lo que no admite duda es que a Jesús le preocupaban mucho dos cosas: 1º. La salud de los enfermos. 2°. El hambre de los pobres”. Debemos “hacer lo que esté a nuestro alcance para que la gente sufra menos y sea más feliz”.

26 de noviembre de 2013

Adviento: Jesús es el Señor.

Esperamos tiempos mejores. Ya viene el verano y los vientos que refrescan nuestra existencia en este sopor de fin de año. Ya viene navidad y sus luces de colores, los cielos estrellados y la luna en cuarto menguante. Ya viene adviento, estamos a punto de comenzar un nuevo año litúrgico. Ya viene, ya viene y eso es adviento: Una espera con esperanza; una espera de algo nuevo y distinto; de algo nuevo y mejor. La esperanza nos hace ver hacia el horizonte, pero la espera nos mueve a seguirla y querer alcanzarla en cada momento. El adviento es una espera activa.

Matamos lo que esperamos. El adviento judío, la espera de un Mesías Salvador. Un Ungido, un Mesías, un Cristo. Los judíos esperaban al gran liberador. Un Mesías con antecedentes mesiánicos porque en la historia de Israel ya habían habido varios: Reyes, sacerdotes y profetas, todos ungidos por Dios para una misión. Antes de Jesús hubo muchos ungidos, muchos Mesías, muchos Cristos. Siempre el pueblo estaba en espera, en expectativa de cómo y cuándo Dios se iba a manifestar en la historia, para salvar desde ella. El esperado Mesías no es aceptado ni reconocido en Jesús: “Está claro por qué ha sido condenado: por una razón política, acusado de ir contra Roma, en nombre de un mesianismo que ni pretendió, ni aceptó de sus seguidores”.

El adviento judío espera un Mesías de la estirpe de David, parecido a David, “un Hijo de David”, un estratega, un estadista, un hombre que trajera la unidad, la estabilidad y la paz a Judea, un rey pastor; un Mesías guerrero, violento y victorioso que llega al poder a través de la violencia, que somete a sus enemigos y los convierte en estrado de sus pies; un rey sacerdote, que santifique el templo y al pueblo, que reparta pan y vino no sólo a su pueblo, sino a todos los que pasen por su reino, un rey sacerdote como Melquisedec. “En los tres casos, se esperaba un Mesías triunfante, poderoso”, nunca un mesías como Jesús lo comprendía: Un Mesías que carga la cruz y va camino a la cruz. Un Mesías que se niega conscientemente a dejarse seducir por el poder, tentación que según los evangelios, lo persiguió desde el desierto hasta la cruz. Jesús quiere servir a Dios “desde la ausencia del poder”. El poder termina asesinándolo: El poder religioso, el poder político y el poder económico. “El costo de esta resistencia no sólo valiente sino lúcida de Jesús es la muerte”.

Esperamos a Jesús en su primera venida, en su segunda o en todas las anunciadas por los hombres… Pero hemos cambiado a Jesús por otro a nuestro gusto. El Jesús del inicio del cristianismo era Jesús sabio y humilde, pastor bueno que lleva en sus brazos a la oveja negra, Jesús buen samaritano. Un Jesús que se aleja del poder y que nos pide que para seguirlo y servirlo debemos renunciar a todo tipo de poder: “El pecado fundamental del ser humano es, según esto, un pecado de poder mal administrado, mal asumido. Y esto es el origen de todos los otros pecados: la avaricia, que conduce a un orden económico injusto; la soberbia, que nos impide ver con claridad nuestros errores y pecados; la mentira, que nos lleva a manipular o a dejarnos manipular; la lujuria, el sexo utilizado como instrumento de poder para “poseer”, oprimir; el miedo, que nos impide levantarnos y caminar sobre nuestros propios pies”.

De la cruz al pesebre y del pesebre a la cruz. Jesús es rey pero no al estilo de los de este mundo. El Mesías no esperado nace en un pesebre, nace donde nadie  se lo imagina, nace en una noche estrellada que canta con voces angelicales y rezos y alegría de pastores. El Mesías no esperado nace en la pobreza, nace desprotegido, trayendo un mensaje de paz, no usa la violencia, no oprime, no crea dependencia, sumisión y alienación. El Mesías de Dios nace en el seno de una familia humilde, trabajadora y de fe esperanzadora. Esta familia espera actuando, involucrándose en la obra de Dios.

En el adviento cristiano, el Mesías, el ungido, el Cristo tenía que llamarse Jesús, porque él trae la salvación para todos los pueblos, la salvación de Jesús es universal. La iniciativa de Dios va más allá de nuestros presupuestos básicos como la fe en él, la aceptación de su amor y de su perdón; va más allá de nuestras obras, de nuestro deseo de escuchar su palabra, de amarlo y seguirlo. La iniciativa de Dios lleva una invitación inseparable implícita  pero no es una obligación. Jesús es “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. Eso es lo que esperamos en el adviento, lo que esperamos es la salvación de Dios dada gratuitamente a toda la humanidad, inclusive hasta el mismísimo momento de la muerte. “Desde su impotencia de crucificado, pero de Señor verdadero, ofrece perdón, misericordia y salvación” a aquel que como él se encuentra sufriendo el mismo suplicio, pero que reconoce en él al salvador enviado por Dios  con una misión: Recuperar lo perdido (Lucas 23,35-43).

El adviento es el alfa y la omega. Es un tiempo de espera, preparación y compromiso. Adviento quiere decir “venida”, “llegada”. Es lo mismo decir: “Bien venido”, cuando esperamos a alguien, que decirle “bien llegado”, cuando nos agarra de sorpresa, llegó por su cuenta sin previo aviso, como llega Jesús en la navidad. Aunque siempre estamos en adviento, en el calendario litúrgico es un tiempo corto de cuatro semanas aproximadamente. Es un tiempo de esperanza y de una sobria penitencia o preparación, por eso el color litúrgico de este tiempo es el morado. Son días de recogimiento y oración, de escucha de la palabra y de práctica cotidiana.

Es un tiempo para estar atentos y alerta porque la salvación está cerca. La salvación comienza en Belén y termina en Jerusalén. Comienza en la entera pobreza material y termina en la entera pobreza del abandono aparente de Dios: “Jesús como centro total de nuestro encuentro con Dios”. Jesús es el centro de nuestra fe. La salvación de Dios nos llega en figura tierna y débil, desprotegido, vulnerable en un niño que nace en la marginación en un rincón para animales. Este niño es el misterio de Dios hecho hombre, hecho carne, hecho ser humano. Él es el misterio, la grandeza, la esperanza y la alegría de la navidad; Dios ha visitado a su pueblo para quedarse y para salvarlo (Is. 2, 1-5).

12 de noviembre de 2013

Zaqueo,” Dios es el amigo de la vida”.

Jericó la gran ciudad comercial, cosmopolita, donde hay diversidad de razas, culturas y una gran separación entre ricos y pobres, entre buenos y malos, una ciudad de mucha murmura. Una ciudad donde el enclave romano hace de las suyas y tiene gente del lugar que hace el trabajo socio por ellos. La Roma imperial domina a sus colonias  militar  y económicamente con los impuestos, no domina con la cultura ni con la religión. “Jericó no gozaba de buena fama entre los judíos. La frecuentaban los ricos para pasar el invierno, porque es cálida y está cerca del agua;  en esa ciudad hay gente rica. La vida moral en este centro balneario no era ejemplar. Esta circunstancia dio a los autores espirituales la ocasión para una interpretación simbólica”. Los romanos aunque no son derechos poseen algo importante que le aportaron a la humanidad: El Derecho Romano.

Jesús va camino a Jerusalén y tiene que pasar por Jericó, nombre topónimo que significa “Dulce aroma o su Luna”. Es una ciudad próspera y comercial. La fama que Jesús tiene le antecede por todos los lugares que va visitando. En Jesús se hace realidad el dicho popular “Hazte fama y échate a dormir” que ella se encargará de mantenerte despierto y caminando. La murmura, aunque es algo negativa ayuda para que la presencia de Jesús en Jericó no pase desapercibida, pues “no hay mal que por bien no venga. ¿De quién no se murmura en Jericó? De Jesús por ser un hombre bueno, excepcional, cálido, justo, amable amigable, sencillo, sereno y porque no hace acepción de personas. Jesús evangeliza por contagio, no por imposición y temor.

También en Jericó vive un hombre famoso porque es malo, egoísta, es un traidor a la causa nacionalista judía, es un impuro según la religión oficial. Es además un delincuente, un ladrón cara dura, sin vergüenza, es un estafador, mentiroso  y vividor. ¿Quién no lo conoce en Jericó? Además, es rico y es jefe de otros cobradores de impuestos como él. Tiene riqueza pero carece de aceptación social, es un marginado y excluido de la sociedad judía y es un impuro condenado por la religión. Él no tiene acceso a la salvación. Jesús se acerca a Zaqueo, «el Evangelio se transmite, no porque se sabe, sino porque se vive». En consecuencia, solo el que lo vive, ese es el que está capacitado para evangelizar”.

Yendo por el camino, por ese camino a Jerusalén, la ciudad de paz, que es guarida de asesinos, es una ciudad  asesina (Lc. 13. 31-35; Jr.  22, 5); una ciudad con una gran culto religiosos, de muchos rezos y sacrificios y con una liturgia exquisita, pero también llena de tanta injusticia, maldad e hipocresía que asesina a los enviados de Dios, es decir, a los profetas; esa Jerusalén  tan opuesta a la celestial, camino hacia ella, camino hacia allá, Jesús se detiene en ese camino, hace un alto y le dirige su palabra y su mirada a un hombre no de gran estatura, que se ha “trepado” a ese árbol para poderlo ver pasar. Qué tipo de árbol no importa, lo importante es quien ha agotado los medios para encontrarse con Jesús, ese que a pesar de ser “enano”, “chaparro”, pequeño, “chiquitín” en el contacto con Jesús ha cambiado su vida, su modo de pensar y su modo de actuar. De ese grano de mostaza ha surgido un gran arbusto que extiende sus ramas al cielo y donde anidan y cantan muchos pájaros.

La conversión del corazón se hace objetiva en la acción. Zaqueo se ha convertido no porque haya cambiado de religión, sino porque ha renunciado a la riqueza, al dinero y lo ha compartido. Esa conversión duele. Jesús se ha detenido y le ha hablado, le ha pedido que baje del árbol porque quiere hospedarse en su casa, compartir el techo y la mesa, compartir una buena noticia: La salvación ha llegado a esa casa. Zaqueo delante de Jesús se compromete, hace buenos propósitos y se vuelve un hombre bueno, generoso, solidario y fraterno. Realmente es increíble cómo Jesús pueda cambiar el corazón humano. Jesús ha evangelizado a Zaqueo por contagio: “El Evangelio no se enseña ni se impone, sino que se contagia. Es decir, el Evangelio se transmite por contagio”. La conversión le lleva a renunciar a la mitad de sus bienes y a retribuir a quienes les ha cometido injusticia. La conversión va más allá de la religión (Lev. 5, 24), la conversión trastorna la vida.

“El episodio de la conversión de Zaqueo se encuentra en el itinerario o “camino” de Jesús hacia Jerusalén y sólo lo encontramos narrado por el evangelio de Lucas. En él pone de manifiesto el evangelista, una vez más, algunas de las características más destacadas de su teología: la misericordia de Dios hacia los pecadores, la necesidad del arrepentimiento, la exigencia de renunciar a los bienes, el interés de Jesús por rescatar lo que está “perdido”. “Para el judaísmo de la época el perdón era cuestión de ritos de purificación hechos en el templo con la mediación del sacerdote, era un puro cumplimiento; para Jesús la oferta del perdón se realiza por medio del Hijo del hombre, ya no en el templo sino en cualquier casa, y con ese perdón se ofrece también la liberación total de lo que oprime al ser humano”.

Zaqueo es un hombre judío con influencia romana, porque el que “anda entre la miel algo se le pega”. Los romanos le exigen una cuota de impuestos pero no le pagan, Zaqueo y todos los cobradores de impuestos se tienen que hacer su sueldo, tienen libertad para el saqueo, la explotación, la codicia y la avaricia. Su conciencia de justicia se ha dormido, su conciencia retributiva es cosa de ingenuos piadosos. Aquí lo que vale es la Ley del más fuerte, del más vivo, del más inhumano. Con Jesús viene la salvación, viene el cambio: “Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea”. Cuatro veces, no lo robado más el cinco por ciento.

Pocas veces Jesús se ha quedado estupefacto, impresionado y conmovido: el lobo se transformó en oveja y esta oveja perdida ha sido encontrada, hoy es del redil del Buen Pastor. Esta oveja que Jesús ha venido a buscar y ha sido encontrada quiere despojarse de todo y hasta de su pelaje porque lo que Jesús le ha dado no lo paga todo el dinero del mundo. En Jesús, Zaqueo se ha sentido amado y perdonado, valorado y respetado y eso no tiene precio: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que éste también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Ser hijo de Abraham es ser Hijo de Dios.


Jesús es el Hoy de Dios, es el presente del Padre. El hoy de Dios es la oportunidad, el chance, que nos da todos los días para convertirnos a su reinado y su justicia. El Hoy que se le ofrece a Zaqueo comenzó en Nazaret, en la sinagoga, el día aquel cuando Jesús participó de la celebración sabatina de la comunidad y se identificó con las palabras del profeta Isaías y él sintiéndose consagrado y enviado por Dios dijo: Hoy se ha cumplido esta escritura (Lc. 4, 18-21). Por eso, la actitud de Jesús es sorprendente, sale al encuentro de Zaqueo y le regala su amor: lo mira, le habla, desea hospedarse en su casa, quiere compartir su propia miseria y su pecado (robo, fraude, corrupción) y ser acogido en su libertad para la conversión. Este es mi amigo Jesús.

31 de octubre de 2013

El séptimo día.

Después de haber concluido su obra creadora Dios descansó en el séptimo día: “Así estuvieron terminados el cielo, la tierra y todo lo que hay en ellos. El día séptimo Dios tuvo terminado su trabajo, y descansó en ese día de todo lo que había hecho.  Bendijo Dios el Séptimo día y lo hizo santo, porque ese día descansó de sus trabajos después de toda esta creación que había hecho (Gén. 2, 1-3). Además del Sabbat como creatura obra de Dios, que obliga al ser humano a descansar como derecho humano y como derecho divino, el sábado es la conclusión de la obra creadora en siete días. Siete es el número de la perfección, la creación es perfecta. El himno cúltico de la Creación es estructurada en siete días, es una creación perfecta. Trabajo y descanso van juntos.

Sabbat significa descanso. Sábado era el día de descanso mandado por Dios: “Acuérdate del día del Sábado, para santificarlo” (Éxodo. 20, 8), “Pues en seis días Yavé hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, y el séptimo día descansó (Éxodo. 20, 11). Por eso bendijo el Sábado y lo hizo sagrado”. Violar el sábado, no guardarlo era motivo de muerte: “Yavé dijo a Moisés: «Habla a los hijos de Israel y diles: No dejen de guardar mis sábados; guarden el sábado porque es sagrado para ustedes. El que lo profane morirá; el que trabaje en ese día será borrado de en medio de su pueblo. Seis días se trabajará, pero el día séptimo será un Gran sábado consagrado a Yavé. El que trabaje el día sábado morirá. Los hijos de Israel observarán el sábado de generación en generación y lo celebrarán: éste ha de ser un compromiso perpetuo conmigo. El sábado será entre yo y los hijos de Israel una señal perpetua, pues Yavé hizo los cielos y la tierra en seis días, y el séptimo descansó y respiró. (Éxodo 31, 12-17)

El Sabbat es una institución, es una norma imborrable y se podía morir a causa de violarla, pero no todo el mundo lo practicaba, unos lo guardaban para hacer el bien y otros por compromiso pues alteraba sus ganancias y sus negocios. ¿Qué se hará en día sábado? No trabajar, no encender fuego en las casas, ayunar, respetar al padre y a la madre, asistir a la asamblea, hacer penitencia, no comerciar, ni vender ni comprar; perdonar las deudas, no hacer ninguna actividad en tiempos de guerra o de paz, entre otras: “Después del sábado distribuyeron una parte del botín a los que habían sufrido la persecución, a las viudas y a los huérfanos; el resto se lo repartieron entre ellos y sus hijos. (2 Macabeos 8, 28).

“Jesús acudía a las sinagogas o escuelas de de la Palabra que había en cada pueblo judío, para enseñar a la gente que cada sábado se reunía a escuchar y leer la escritura”. Pero también en sábado Jesús libera a los seres humanos oprimidos como la mujer encorvada que tenía dieciocho años de padecimiento. Un espíritu la encorvaba cada día más (Lc. 13, 10-17). Lo que mueve a Jesús es la compasión hacia esa víctima del mal y de la sociedad. La enfermedad que padece la va encorvando  y la va sometiendo: “En aquel tiempo las mujeres se quedaban en la entrada de la Sinagoga o en un lugar aparte, separadas por una reja. Ellas eran seres humanos de segunda clase y se contaban entre las posesiones del varón. Estaban atadas a una sociedad que las ponía en último lugar y doblegadas por un sistema que no les daba alternativas para valorarse a sí mismas”.

Jesús se proclama Señor del Sábado (Mt. 12,1-12), según esta afirmación, Jesús es Dios, no está sometido a la norma del sábado, como hijo de Dios retoma el designio de Dios Padre en el Antiguo Testamento cuando es creado todo cuanto existe y Dios descansa el séptimo día. Como ciudadano judío le da el sentido profundo que tiene el descanso en la Ley de Moisés: “El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 23-28). “Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre”.

La ley debe liberar, no oprimir y sobre todo con un mandato que viene de Dios que ama al ser humano y respeta su libertad. EL sábado fue hecho para hacer el bien, no para hacer el mal: “Después les preguntó: « ¿Qué nos permite la Ley hacer en día sábado? ¿Hacer el bien o hacer daño? ¿Salvar una vida o matar?» Pero ellos se quedaron callados” (Mc. 3 ,2-4); se quedan callados porque Jesús tiene la razón y no está violando un mandato sagrado, en cambio en el corazón de sus adversarios hay maldad, malos sentimientos y malas acciones.

Antes de la resurrección de Jesucristo y antes de la conversión de los judíos al cristianismo el sábado era el día de descanso pero  con el resucitado se pasa del “día de descanso” al “día del Señor”, que es lo que significa domingo. Celebrar la resurrección de Jesucristo es mucho más importante que celebrar el día de descanso. Los cristianos y cristianas no somos sabáticos, pero sí es un derecho de toda persona descansar un día a la semana. El descanso y la recreación es un derecho humano. Las sanaciones en sábado parecen acentuar la postura de Jesús y de las primeras comunidades cristianas sobre la observancia sabática. Jesús no menosprecia la Ley sabática, pero la vuelve al sentido original y es que el sábado debe estar al servicio de la liberación de la persona.


En los evangelios, especialmente en los sinópticos, Jesús está al servicio de la liberación y no de la opresión; al servicio de la vida y no de la muerte, de la gracia y no del pecado. Jesús sana en sábado, en el día dedicado al Señor Dios de la vida, creador del universo, Dios liberador y Dios que hace un pacto con su pueblo. Jesús sana dentro y fuera de la sinagoga en sábado. Según en la versión del Evangelio de San Lucas  Jesús cura en la sinagoga de Cafarnaún a un poseso (Lc. 4, 31-37),  a un hombre  hidrópico, es decir, un hombre que acumula agua en los tejidos celulares (Lc. 14, 5)  y un hombre paralítico (Lc. 6, 6). Ante la Ley y ante las interpretaciones que los maestros hacen de ella, Jesús es un hombre de convicciones religiosas, valiente ante sus detractores y libre de espíritu. “Las personas enfermas encarnan la situación de la sociedad judía, oprimidas por los legistas, Jesús libera de ese yugo insoportable. “Hacer el bien al prójimo o a la prójima no puede violar ninguna Ley de Dios”. 

10 de octubre de 2013

¿Quién es mi Madre, mis hermanos y hermanas? Lc. 8,19-21.

Por el deterioro ambiental hoy nos hemos acostumbrado a beber agua purificada y nos enferma el solo pensar beber agua común, porque decimos que está contaminada y es verdad; de igual forma hemos idealizado el evangelio, a Jesús y a María, les hemos purificado tanto que se nos olvida que, el evangelio es testimonio de vida de Jesús, de María, de los parientes, de sus amigos y amigas y de sus adversarios; es también testimonio de la comunidad de creyentes en su persona, que le escucharon, que le siguieron, le sirvieron y dieron su vida por él. El evangelio es agua viva, natural, fresca, dinámica e inagotable que no necesita pasar por los filtros de la purificación que hemos inventado.

Hemos purificado el evangelio de tal manera  y se nos olvida que tanto Jesús como María fueron personas humanas; nacidos y formados en una cultura, en una geografía, en una religión y que además son personas rodeadas de incomprensiones y rechazos, de increencia y desconfianzas, de calumnias y equivocaciones, por eso la Palabra de Dios nos hace regresar a esa agua natural, normal y sin purificación que nace de la montaña santa y sagrada que es la Revelación de Dios; se alimenta de la fuente inagotable de la tradición  en el cauce de de la Iglesia. La revelación, la tradición y el magisterio nos hace volver a las fuentes escritas y eso nos puede resultar escandaloso.  “Por la información que nos dan los evangelios, está claro que las relaciones de Jesús con su familia no fueron fáciles, sino más bien, lo contrario. “Sus parientes no creían en él”, es decir, no se fiaban de Jesús” (Jn. 7, 5).

Un dato que nos da el Evangelio es que tanto María como los parientes de Jesús no forman parte del grupo o del círculo que está  a su alrededor escuchando su palabra, su doctrina, su predicación. Es más su estilo de vida y su doctrina les resulta escandalosa. Según los evangelios alguna vez Jesús volvió a su tierra, con sus parientes en Nazaret, pero, en ambos casos, la visita terminó mal. Hasta el extremo de que, según Marcos, los vecinos del pueblo «se escandalizaron» de lo que decía y hacía (Mc. 6, 1-6; Lc. 4, 14-30). Es claro que entre Jesús y sus parientes, a nivel general hay una ruptura, Jesús toma distancia de sus seres queridos y esta distancia se convierte en libertad para su entrega como misionero itinerante: “…cuando sus familiares supieron el plan de vida que llevaba, fueron por él, porque decían «que no estaba en sus cabales». O sea, que lo tenían por un perturbado mental” (Mc. 3, 21)

De María, en los evangelios de la infancia, es decir Mateo y Lucas, se dice que no lo comprendía todo, y lo meditaba en su corazón. No siempre tuvo claridad: María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su interior” (Lc. 2, 19; 2, 51). Era una mujer de fe, “su fe estaba más allá de cualquier vacilación, pero también a ella le correspondía descubrir lenta y penosamente los caminos de la salvación. Los volvía a meditar en su interior, hasta que llegaron los días de la resurrección y de Pentecostés en que se aclararon todos los gestos y dichos de Jesús”. Su fe la había comprometido en el Plan de Dios, pero su fe se acrecentaba cada vez  que discernía la voluntad de Dios y se dejaba conducir por la confianza en él. La fe de María fue como un granito de mostaza que desde la pequeñez emprendió grandes cosas.”Practicar la fe es acrecentarla”, la fe se hace obras y el seguimiento es poner la fe en obras. La fe es práctica y cambio de actitud, porque la fe por muy pequeña que sea cambia a la persona y su entorno.

A partir del Bautismo, en Jesús se da un cambio de vida. El bautismo y el encarcelamiento de Juan el Bautista motivan a Jesús para dar inicio a su misión: “Un día fue bautizado también Jesús entre el pueblo que venía a recibir el bautismo. Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos: el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó exteriormente en forma de paloma, y del cielo vino una voz: «Tú eres mi Hijo, hoy te he dado a la vida.” (Lc. 3, 21-22).  Jesús es un hombre bueno y trabajador, vive según la Ley de Moisés y las costumbres de su pueblo. “Cuando comenzó su ministerio, Jesús tenía unos treinta años y se lo consideraba hijo de José” (Lc. 3, 23). José muere antes que Jesús comience su misión. En el Evangelio de San Juan se dice que «sus parientes no creían en él», es decir, no se fiaban de Jesús, disentían y hasta se burlaban (Jn. 7, 5). A nadie se le oculta que el propio Jesús tuvo que sufrir por la no aceptación de sus familiares. Y él lo reconoció en público: «Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un profeta» (Mc 6, 4).

“Mientras Jesús hablaba a la gente, se presentaron su Madre y sus parientes próximos, sus hermanos que querían hablar con él”. No lo acompañan en su vida de predicador itinerante y taumaturgo, es decir, no creen que Jesús sea capaz de hacer milagros o hechos prodigiosos. Como están fuera del círculo, alguien le da la noticia: “Tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren verte”. Sus parientes no creen en él, no sólo sus paisanos, aquel sábado, cuando se presentó en Nazaret y participó de la reunión de la comunidad en la Sinagoga donde lo quisieron despeñar. La familia de Jesús está fuera y lejos, han llegado a buscarlo porque él no goza de buena reputación y dudan de su estabilidad emocional: “Se comprende que Jesús, aceptando y respetando profundamente la institución familiar, concede una importancia mayor a la comunidad de fe”. Jesús le da un giro distinto al significado de familia y de prójimo que le daban sus contemporáneos y desde entonces para los cristianos y cristianas eso ha cambiado, somos universales.

La familia ya no es sólo el grupo de sangre, sino la familia de fe, la comunidad cristiana, que es superior a los lazos familiares y de parentesco. No en pocas ocasiones la familia y los parientes son obstáculo para el seguimiento, aunque también hay casos donde la familia juega un papel determinante en el compromiso cristiano, son pocos y contados y todavía me sobran dedos en las manos, dice el dicho popular. Leamos Lc. 14, 25-33 para considerar si podemos construir la casa que pensamos o nos vamos a quedar a medio palo. ¡Somos ya de la familia de Jesús o nos vamos a quedar fuera del círculo de esa multitud que lo rodea: " Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: Esos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre"(Mt. 12, 46-50).


26 de septiembre de 2013

Dios es asombroso.

Nuestra mirada siempre está dirigida al cielo desde la tierra. Cuando el ser humano deja de mirar al cielo, pierde su horizonte y sus aspiraciones. Deja de contemplar la grandeza de Dios y cuando abaja su mirada, sólo ve tierra, su origen, y abismos, su destino sin Dios.

Para el salmista, “el temor del Señor es un diamante, que dura para siempre; los juicios del Señor son verdad, y todos por igual se verifican. Son más preciosos que el oro, valen más que montones de oro fino; más que la miel es su dulzura, más que las gotas del panal. También son luz para tu siervo, guardarlos es para mí una riqueza. Pero, ¿quién repara en sus deslices? Límpiame de los que se me escapan. Guarda a tu siervo también de la soberbia, que nunca me domine. Así seré perfecto y limpio de pecados graves.  ¡Ojalá te gusten las palabras de mi boca, esta meditación a solas ante ti, oh Señor, mi Roca y Redentor! (Sal 18,10-15).       

Desde niño me enseñaron a mirar al cielo y pude contemplar los cielos estrellados de verano, noches claras como el día; pude contemplar los amaneceres nublosos e iluminados de invierno y aprendí a extender mis manos al cielo para rezar: “Luna deme pan, si no tenés anda al volcán”. Pero la luna tan llena e iluminada sólo era mensajera de alguien distinto a ella y a mí; mi Padre era Dios: Hoy puedo confesar: “los cielos cuentan la gloria del Señor, proclama el firmamento la obra de sus manos. Un día al siguiente le pasa el mensaje y una noche a la otra se lo hace saber. No hay discursos ni palabras ni voces que se escuchen, más por todo el orbe se capta su ritmo, y el mensaje llega hasta el fin del mundo (Sal. 18, 1-5).
Aprendí quién era Dios contemplando la obra de sus manos y conocí a Jesús de Nazaret escuchando su Palabra, porque él es la Palabra de Dios hecho ser humano. Dios se ha hecho ser humano por mí, quiere que lo ame desde lo que soy. Dios es asombroso y Jesús es admirable por su humanidad. El ser humano está llamado a traslucir a Dios en Jesús.

Dos cosas quiero pedir al Señor como lo expresa el Salmo 100: “Dame,  Señor, tu bondad y tu Justicia”. Así como una criatura extiende su mano a su padre o a su madre para pedirle lo que necesita: Amor, seguridad, confianza, alimento; también los cristianos y cristianas debemos extenderle la mano a Dios, para pedirle a Yahvéh, lo que tanto necesitamos para humanizar más nuestras relaciones interpersonales, nuestras relaciones sociales, nuestras relaciones económicas y políticas: Bondad y justicia, valores y actitudes casi extintas de nuestro quehacer y de nuestro credo religioso.

El salmista desea cantar la bondad y la justicia como se canta un canto de alabanza a aquel que es nuestra razón de ser; la bondad y la justicia no sólo son un canto de la creatura, sino la música que llega al cielo. Música agradable a los oídos de Dios. La bondad y la justicia son el camino perfecto de una religión que busca alabar, bendecir, hacer reverencia y servir a Dios como Señor de todos los pueblos y de todos los seres humanos. Si las religiones son caminos, opciones posibles hacia Dios, la bondad y la justicia es lo que les da consistencia, es decir, les da a las religiones “propiedad de lo que es duradero, estable y sólido”.

La bondad y la justicia nos hacen tener una recta conciencia y nos separan de asuntos indignos y acciones criminales: “Dame,  Señor, tu bondad y tu Justicia”. Por bondad y justicia he de callar al que difama a su prójimo o prójima. La integridad de la persona es sagrada y se debe defender como un valor moral que nos hace ser verdaderas personas creyentes. Quien difama es cobarde porque usa el anonimato para decir en lo oculto, en lo oscuro, lo que debería decir “cara a cara”, en pleno día, a la persona afectada. Decir las cosas cara a cara es también justicia y bondad.

Dios en su bondad nos hizo personas bondadosas, personas con calidad de buenas, con tendencia hacia lo bueno. En la obra de Dios no hay maldad: “En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” (Gen. 1, 1-2). Cuando todo comenzó, allá en el principio, cuando no existía nada porque nada había, sino sólo La Nada, que es la no existencia, el vacío y el caos; Dios crea lo más alto de la creación y lo más hermoso de ella: El cielo y la tierra. La nada quiere hacer desaparecer a Dios, porque “la nada es la inexistencia, la ausencia absoluta de cualquier ser o cosa”.
Entre el cielo y la tierra todo es posible. “Entre la cielo y el tierra” se da una relación de amor y brota la vida. “La cielo se viste de gala con su vestido de noche y brillos de estrellas; abraza al tierra que reposa y descansa; el tierra la hace suya.  Este amor fértil, este amor apasionado que hace al hombre ver estrellas y a la mujer la hace dormir abrazada y enamorada en la tierra, es el principio de la creación de Dios.

Al principio existía lo que existía pero no era el principio creador, porque el principio creador aleteaba sobre la superficie del caos, del desorden, de la no existencia. La confusión no puede ser el principio; la nada no puede ser el principio;  las tinieblas no pueden ser el principio; los abismos no pueden tampoco serlo, sino el Espíritu de Dios que aletea sobre la calma del mar dormido, de las aguas fecundas de muerte y vida, de los amaneceres pintados de luz, al comienzo de un nuevo día.

Cuando no existía nada de lo que hoy existe, dice el hagiógrafo bíblico, todo era confusión, no había nada, las tinieblas cubrían los abismos mientras el Espíritu de Dios aletea sobre las aguas. El Dios libre que por amor hace personas libres aletea con su espíritu, con su aliento al “Gigante dormido” para que aire, tierra y agua se unan al proyecto de la bondad y la justicia en un ser humano que extiende su mano pidiendo siempre al Padre bondad y justicia.

Confieso desde la grandeza de este Dios creador y desde mi ser criatura creada que un corazón bondadoso y justo reconoce: “Del Señor es la tierra y lo que contiene, el mundo y todos sus habitantes; pues él la edificó sobre los mares, y la puso más arriba que las aguas. ¿Quién subirá a la montaña del Señor? ¿Quién estará de pie en su santo recinto? El de manos limpias y de puro corazón, el que no pone su alma en cosas vanas ni jura con engaño. Ese obtendrá la bendición del Señor y la aprobación de Dios, su salvador”  (Sal.24, 1-5).


Terminemos este texto citando a San Agustín, un hombre que se convirtió al cristianismo, que hizo cambios radicales en su vida y entró en un proceso de conversión y de búsqueda incansable de la verdad: “Interroga a la belleza de la tierra, del mar, del aire amplio y difuso. Interroga a la belleza del cielo…, interroga todas estas realidades. Todas te responderán: ¡Míranos: Somos bellos! Su belleza es como un himno de alabanza. Estas criaturas tan bellas, si bien son mutables, ¿quién la ha creado, sino la Belleza inmutable?” Dice el Papa Benedicto XVI: “Pienso que debemos recuperar y hacer recuperar al hombre de hoy la capacidad de contemplar la creación, su belleza, su estructura”.

12 de septiembre de 2013

“La humildad es transparente como el agua”.

Dios es amor y “el amor es una relación de donación y gratuidad”. Dios se humaniza en lo humano, lo humano está llamado a la humildad y a la gratuidad agradecida. Desde su encarnación Dios opta por las personas humildes. La relación que Dios quiere establecer con los seres humanos es de amor y no de temor, de comprensión no de represión, de aceptación libre no de imposición. El amor no se puede reducir a la norma, al mandato, al decreto, sino a la donación total de mí mismo o de mi misma a Dios y a los prójimos y prójimas. El amor nos hace ser personas humildes porque nos donamos gratuitamente. La humildad es donación.

“Toda sabiduría viene del Señor y con él permanece para siempre” (Eclesiástico 1, 1). La humildad es el principio de la sabiduría. La persona sabia es la que aprende algo todos los días y aprende de quien menos lo espera. “Los sabios y entendidos” creemos tener respuesta a todo y esa falsa seguridad va creando en nuestro interior algo distinto y contrario a la humildad. Lo contrario a la humildad es el orgullo. “El Señor fue quien creó la sabiduría; la vio, le tomó las medidas, la difundió en todas sus obras, en todos los seres vivos, según su generosidad. La distribuyó con largueza a todos los que lo aman” (Eclesiástico 1, 9-10).

Se puede hablar mucho de la humildad y no ser humilde; se puede conceptualizar de distintas maneras la humildad y no llegar nunca a definirla. “El orgullo no repara” me decía un hombre humilde, que aprendió la humildad luchando contra el orgullo. El orgullo atropella y no da un paso atrás. El orgullo deshumaniza y pudre a la persona desde su raíz, porque el mal se ha enraizado en toda su persona  (Sirácide 3, 19-21. 30-31). La persona dadivosa es buena y admirable, pero la persona humilde se da a amar con mayor facilidad. “Hazte  tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor, porque sólo él es poderoso y sólo los humildes le dan gloria”. La persona sabia es la persona prudente que medita en su interior las sentencias de las demás personas  y  su gran anhelo es saber escuchar.

Estando frente a un anciano que vive en un asilo, escuche su reflexión sobre la humildad. Una reflexión sencilla, libre, profunda y sin presunción. Me dijo: “La humildad es transparente como el agua” y yo le agregué que si era así, que los seres humanos deberíamos beber mucha agua para ser transparentes como la humildad”. Después de esa reflexión he seguido pensando en lo mismo y en las personas que son transparentes como el agua: María la Madre de Jesús, Isabel la Madre del Bautista, José el padre del carpintero, y por su puesto Jesús de Nazaret.

Jesús se define a sí mismo como manso y humilde (Mt. 11, 28-30); en las bienaventuranzas también llama felices a quienes son mansos o humildes, esto significa ser personas bondadosas, tranquilas, pacientes y humildes (Mt 5,3-12); María la Madre de Jesús es una mujer humilde de condición social y de condición humana. Su fe la lleva a la humildad. En el canto del Magnífica expresa su fe, esa fe que la ha hecho comprometerse con Dios por amor a su promesa, ella tiene fe desde su condición de anawim, es decir, “pobre material que posee una libertad interior ante las cosas, pues su riqueza es Dios en quien confía plenamente”. Los anawim, son “los que humilde y mansamente se inclinan ante Dios” y confían totalmente en su misericordia. María dice al ángel: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» (Lc.1, 38). Ponerse en condición de servidora o servidor del Señor nos hace ser personas servidoras de los y las demás. La humildad es servicio. 

Isabel, la madre de Juan el Bautista, ante la visita inesperada de María, celebra con gozo y alegría ese encuentro diciendo:¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!» (Lc. 1, 43-45). Isabel es una mujer humilde, reconoce la grandeza de Dios y la humildad de quienes están llenos y llenas de él, las personas humildes nos hacen presente a Dios, sólo las personas humildes son las que le dan  gloria. La humildad de Juan el Bautista está en que dice la verdad  a los hipócritas como Herodes y se reconoce indigno de desamarrar las sandalias de Jesús, el Hijo de José.

La humildad no es apocamiento, no es sentirnos inferiores, no es ser personas tímidas o personas  faltas de autoestima, no es pobreza sociológica y menos suciedad. La humildad es sentirnos bien agradecidos y agradecidas con Dios, es decir la verdad, es darnos a respetar y defender nuestros derechos. Una persona humilde es una persona agradecida. El amor es verdadero sólo en la medida en que es gratuito. La persona humilde es la que siendo grande de hace pequeña por opción, no es la que sintiéndose grande se mantiene en su grandeza. Lo contrario a la humildad es el orgullo y el orgullo no repara, no retrocede, no reconstruye.”La humildad, una virtud muchas veces mal comprendida, y quizás, contraria a muchas actitudes donde la competitividad, la eficacia, el ganar, el éxito no nos permiten ver lo positivo que puede resultar vivir y aferrarnos  a esta virtud: ser humildes.

3 de agosto de 2013

“Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”

Jesús siempre tuvo su autoestima alta aunque hubo mucha gente y pasó muchas situaciones en las que recibió burlas, desprecios, críticas, desaprobaciones sociales. En muchas ocasiones Jesús recibió Bullying. Jesús siempre fue un hombre de pueblo, un hombre bueno, honrado, sencillo, trabajador y sabio, que nunca se avergonzó de sus orígenes campesinos _él no trabajó la tierra pero viene de la región más agrícola de Palestina_ de sus orígenes humildes. Él era el hijo del carpintero del pueblo, del artesano, del que se ganaba la vida con el sudor de su frente, de aquel del que dice el canto que “el pan es más pan, cuando ha habido esfuerzo”.

Jesús no sólo fue un hombre de pueblo, no sólo fue el nazareno, como le decían a los de Nazaret, cuando viajaban a la capital o iban a otros pueblos vecinos; también era un hombre que optó por el pueblo, por las personas excluidas, despreciadas, por los y las “nadies”;  optó por las personas ignorantes, humilladas, enfermas, minusvaloradas; sintió compasión por el pueblo pobre, que andaba perdido, enfermo, descarriado, herido y lastimado. Sintió compasión por las ovejas perdidas de Israel.

Por amor Jesús optó por la periferia, se hizo hombre de periferia, se hizo un hombre marginal y se autoexcluyó de los centros de poder y los centros de sabiduría; no fue un ignorante y no hizo del conocimiento una herramienta para someter. Vuelve a su pueblo, a su aldea, no para buscar “reconocimiento social”, sino para hacer la "Voluntad de Dios", y un día sábado, un día sagrado,  un día santo y de descanso, encontró en la Palabra de Dios, en el profeta Isaías, su vocación misionera y mesiánica, encontró el rumbo de su vida: “-Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe”. No tienen fe en Jesús, en su persona ni en su doctrina, y tampoco en sus enseñanzas.

El Evangelio de Mateo, nos señala los orígenes sencillos y humildes de Jesús, poniendo en boca de sus paisanos una serie de interrogantes, porque Jesús para ellos se había convertido en piedra de escándalo: “- ¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso? Y aquello les resultaba escandaloso”. Les escandaliza que un hombre de pueblo, de aldea y de Nazaret, pueda salir un “alguien” como Jesús, sabio y con el don de curar todo tipo de dolencias. Esto que escandaliza a los Nazarenos es porque creen saber quién es Jesús y esto no les permite aceptar a alguien distinto de lo que conocen.

La grandeza del ser humano no está en los títulos, ni en su capacidad de almacenar información leídas, sino  en su humanidad, su humanización, su capacidad de servir, de ser cercano, compasivo y de amar sin exclusivismos y sin exclusiones. Jesús es grande por todo ello y porque se hizo por opción un marginado en una sociedad marginadora; un rechazado en una sociedad elitista y güetista; un pobre por opción en medio de los pobres por exclusión. Quizá, Jesús no tuvo grandes estudios y menos estudios especializados como un escriba, pero logró transmitir su experiencia de Dios a multitudes por el amor que irradiaba, por su humildad y sencillez de vida:”Por eso todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas” (Mt. 13, 52).  En la interpretación que se hace de este versículo, “Jesús habla del discípulo que ha pasado a ser maestro de la Ley, es decir que es capaz de instruir a los demás. Este, al meditar constantemente las parábolas de Jesús, sacará de ellas enseñanzas siempre nuevas y adaptadas a nuevas circunstancias”.

El escándalo que provoca Jesús entre la gente de su pueblo es por su sabiduría y por sus milagros, la duda de esa gente, tanto en la persona como en la enseñanza de “ese” o “éste”, les hace ser personas sin fe, aunque sean muy religiosas y muy conocedoras de la escritura. “Para el pueblo judío la sabiduría y los milagros eran atributos de los letrados-los escribas-, o sacerdotes, o, en cualquier caso, de gente considerada experta, que había dedicado muchos años de su vida a estudiar junto a algún maestro reconocido”. Jesús es un hombre común y corriente; es un hombre extraordinario en un mundo ordinario que no lo reconoce porque conocen sus orígenes humildes, conocen a sus parientes. Para los de Nazaret, Jesús no deja de ser uno de sus iguales: “En aquel tiempo, fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga”.

Jesús aprendió de la sabiduría popular, aprendió de la experiencia; la vida cotidiana fue su escuela. Se dejó empapar de la realidad de su pueblo, de la geografía, de la naturaleza, de los cultivos, de los distintos tipos de trabajos que realizaban en su tiempo, de la vida cotidiana de las mujeres, de la hipocresía religiosa, del abuso de poder de los grandes; aprendió de los niños y niñas con su espontaneidad, su desapego, su alegría y su capacidad de perdonar siempre. Jesús sabía lo que hacía un pastor, un sembrador, un pescador, un comerciante, un viñador; sabía lo que hacía una mujer en la casa, limpiarla, amasar la harina para el pan diario; aprendió de la cultura galilea, de los profetas de su época; aprendió de las conversaciones, de las discusiones; aprendió de la historia de su pueblo tan llena de heridas y cicatrices; aprendió de los samaritanos, de los cobradores de impuestos, de los pescadores, de los letrados y maestros de la ley etc. Aprendió siempre, porque era un hombre de apertura a lo nuevo y de reflexión de lo viejo; sabía que el vino nuevo no debe echarse en odres viejos porque se echan a perder ambos.


Jesús no escandaliza solamente porque “aprende del pueblo”, sino porque se dedica a la enseñanza de ese pueblo “enfermo e ignorante”, maldecido por Dios porque no conocen ni viven según la Ley de Moisés; escandaliza porque los “pequeños y humildes” lo reconocen como profeta y no los “sabios y entendidos”; es un profeta que ha nacido de las entrañas de su pueblo, su fama, su aceptación es generalizada y arrastra multitudes. Jesús con su vida, su ejemplo y su sabiduría se vuelve un hombre peligroso para los grandes, sabios y poderosos que “tiene la sartén por el mango” y no lo piensan soltar. Leer Jn. 9, 1-41.

27 de julio de 2013

Doce bases edifican la Iglesia (Ap. 21, 14).

Según el testimonio que nos deja San Mateo en su evangelio o la comunidad de Mateo en los primeros años de la Iglesia, año 80 dC., Jesús llama y envía a sus discípulos a anunciar el Reinado de Dios y a curar todo tipo de enfermedad y dolencia. La Buena noticia de Jesús salva, libera, y reconstruye a la persona como unidad inseparable. El reinado de Dios se hace presente en acciones de salvación, en acciones de liberación. Cuando Dios llega a nuestra vida nos libera íntegramente, por eso su palabra, es evangelio, buena noticia.

En este primer discurso misionero (Mt. 10, 1-7), Jesús llama a doce personas, de en medio del Pueblo. Son personas “normales”, no hay entre ellas, lumbreras,  “sabias, entendidas” y doctas. Son personas corrientes. Las llama con su nombre y con su historia pues el llamado es personal y la respuesta es personal. Estas personas a las que llama están llenas de debilidades, limitaciones personales, afecciones desordenadas. Son tan normales y tan humanas que a través de eso que llamamos “la carne es débil”, comprendemos sus motivaciones más íntimas y profundas (Mt. 20, 20-28).

Casi siempre cuando  hay conflicto entre las personas es porque hay conflicto de intereses. El deseo de poder, el tener autoridad total y la ambición de mando, que se expresa en “los hijos del Zebedeo, es el mismo que tiene cada uno de los doce. Todos, los doce, tienen deseos de ser importantes, no quieren seguir siendo lo de siempre, lo que la sociedad les ha obligado a ser: "los últimos"; hoy tiene la oportunidad de reivindicarse de la exclusión. No quieren seguir siendo tratados como esclavos, quieren ser los primeros en ese nuevo tipo de gobierno temporal. Jesús llama a hombres humanos, no santos, los acepta como son, sin esperar ningún cambio como exigencia de su amistad. Pero la amistad y el cariño de Jesús les cambia la vida a ellos.

Mateo,  al enumerar la lista de los doce lo hace por parejas, porque Jesús les envía de dos en dos, es decir, Jesús envía seis parejas de dos. Les envía “de dos en dos” porque es fundamental en el envío a una misión el testimonio. Testimonio es aquí no sólo “el buen ejemplo” como se entiende normalmente el término, sino como “dar razón de quien envía” y quien lo secunda;  además dar testimonio es optar por la persona de la que se habla. Inmediatamente estos doce nombres nos remontan a la elección que Dios, Yahvéh, hizo de las doce tribus de Israel para formar el pueblo con el que hizo la primera alianza en el Antiguo Testamento (Gen. 49,1- 28).

Para Mateo, por la redacción que tiene el texto, es fundamental el número doce, no sólo por ser judío y porque el texto está escrito en mentalidad judía, sino porque el término “doce se repite tres veces: Uno, “En aquel tiempo llamando Jesús a sus doce discípulos…” Dos, “Estos son los nombres de los doce apóstoles…”  y tres, “A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones”. El texto tiene un movimiento interno ascendente: De un discipulado con poder para anunciar y servir se pasa a los nombres, si el poder es servicio, ese poder lo ejercen personas concretas con nombre propio y finalmente estas personas son enviadas con instrucciones específicas para ejercer bien la misión: “La elección de los doce apóstoles, tal como Mateo la presenta, indica claramente que a juicio de este evangelio lo que Jesús pensaba y quería era restaurar al pueblo de Israel. Por eso designa a «doce», un número que se repite tres veces en este texto (Mt. 10, 1.2.5), y que el mismo Mateo explica porque así representan a las doce tribus de Israel "(Mt. 19, 28).

Estos doce son las piedras o bases sobre las que se edifica la historia de la Iglesia: La muralla de la ciudad descansa sobre doce bases en las que están escritos los nombres de los doce Apóstoles del Cordero”(  Ap. 21, 14). La misión de la  Iglesia está en el mundo, no fuera de él. La Iglesia debe estar presente en todas partes anunciando la Buena Nueva del reinado de Dios y curando todo tipo de dolencias en una humanidad lastimada, herida y sin esperanza. El poder que le da Jesús a los doce y a la Iglesia  no es el de la fuerza que domina y oprime; el poder cristiano es el poder del servicio, del amor, y ese poder debe usarse para liberar, restaurar y dignificar. El poder debería humanizarnos. El poder cristiano es el poder para hacer el bien, para ayudar y para cuidar a las demás personas.

El grupo de los doce es un grupo variado, tosco, donde “cada cabeza es un mundo” pero que Jesús debe moldear, formar, purificar. Con los doce Jesús quiere restaurar las doce tribus de Israel, según Mateo. La misión de Dios es continuada por Jesús con la nueva alianza, nueva y definitiva. Recordemos que Jesús era judío, nacido, educado y formado en esa mentalidad. Jesús quería no sólo restaurar a Israel, sino reformar a la persona y a la religión: “Jesús era un judío, nacido y educado en Israel, en la religión de Israel. La religión que cada israelita vivía como la religión que Dios había revelado al mundo. Por eso, sin duda, Jesús pensó que lo más urgente era reformar la religión revelada a su pueblo”.

Jesús tuvo poder y autoridad, pero no vanidad ni dominio. Él siempre respetó la integridad de las personas. “El poder es servicio”, el poder es para servir, es para amar y liberar. El poder debería humanizarnos, no corrompernos y deshumanizarnos. El poder debería ayudarnos a hacer el bien, proteger y ayudar a quienes nos necesitan. El poder, según el cristianismo o las enseñanzas de Jesús, es para amar y servir, no para aprovecharnos y hacernos amar por interés. El poder cristiano no es como lo entiende la sociedad y la Iglesia, como dominio, fuerza, imposición, sometimiento. El poder que nos ha dado Jesús es para dominar y expulsar el mal en todas sus expresiones: “ Que no sea así entre ustedes”. “Hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre” (Mt. 20, 28).

8 de junio de 2013

El Levirato (Dt. 25, 5-10).

El Antiguo Testamento antes de ser considerado antiguo en complementariedad con el Nuevo, _es decir, con los escritos que a partir de la experiencia de vida de Jesús de Nazaret, el resucitado, formaron la Biblia Cristina,_era  y sigue siendo la Biblia hebrea o Tanaj judía. 

Biblia es una palabra de origen griego y significa literalmente «los Libros», o biblioteca. Del griego, ese término pasó al latín, y a través de él a las lenguas occidentales, no  como nombre plural “los libros”, sino como singular femenino: la Biblia, es decir, el Libro por excelencia. Con este término se designa ahora a la colección de escritos reconocidos como sagrados por el pueblo judío y por la Iglesia Cristiana.

La Biblia es el conjunto de los libros sagrados del cristianismo y el judaísmo: la Biblia judía sólo contiene los textos que en la Biblia cristiana forman el Antiguo Testamento. Hay que considerar que antes del surgimiento del Cristianismo, movimiento iniciado por Jesús en la Palestina del Siglo I, ya existían dos cánones del que los cristianos y cristianas llamamos Antiguo Testamento  y los hebreos  Antigua Alianza: “La vinculación de la palabra latina “testamentum” con el hebreo “berit” (lazo de unión), «pacto» o «alianza» aunque es distinta adquiere un significado homogéneo.

El término hebreo berit se tradujo al griego con la palabra diatheke, que significa «disposición», «arreglo», y de ahí «última disposición» o «última voluntad», es decir, «testamento». La palabra griega diatheke fue luego traducida al latín por testamentum, y de allí pasó a las lenguas modernas. Por eso se habla corrientemente del Antiguo y del Nuevo Testamento. Antes de Cristo hay dos Antiguos Testamentos: El Canon corto o Palestinense ( s. VI a de C.) y el Canon largo o Alejandrino, llamado también canon de los setenta (s. II a de C). Ya desde el comienzo y por muchos siglos los judíos que regresaron del destierro y los que se quedaron en la diáspora, sobre todo en la ciudad de Alejandrina, fua asimilado como propio por Jesús y los cristianos y cristinas del primer siglo y que posteriormente la Iglesia aceptó como inspirados, estas colecciones del Antiguo Testamento tuvieron grandes diferencias en cuanto a la canonicidad de algunos escrito.

El canon corto o palestinense contiene 39 libros y el canon alejandrino 46. Del canon palestinense surge el canon de Yammia (por la ciudad Palestina donde se elaboró a finales del s. I d de C ) y posteriormente el Canon Protestante elaborado por Lutero en el siglo XVI (1534). El canon alejandrino le dio vida a la Vulgata, la primera traducción del Antiguo y Nuevo Testamento del griego al latín.  “El latín era para ese entonces el idioma común en el mundo Mediterráneo.  Así, la primera traducción de la Biblia del griego al latín fue hecha por San Jerónimo y se llamó la "Vulgata"  en el año 383 d. de Cristo. El Concilio de de Roma (382), Hipona (393) y el Concilio de Cartago, en el año 397 y 419 d. de C., confirmaron el canon Alejandrino o de los Setenta, con 46 libros para el Antiguo Testamento.  Además fijaron el canon del Nuevo Testamento con 27 libros. El Cristianismo define su canon y se distancia del Judaísmo. En este siglo todavía no existe el protestantismo, solo el catolicismo cristiano.

La Biblia fue escrita en muchos siglos, en una mentalidad y en una cultura distinta de la nuestra, por eso hay cosas  que violentan nuestro modo de pensar, sentir y actuar cuando la leemos; este es el caso de la “Ley del levirato”. El levirato “ tiene como  finalidad perpetuar la descendencia masculina de la familia y mantener el patrimonio de la misma” (Gn. 38 y Rut 2, 20; 3,7.12). El matrimonio no está en función del amor y de la procreación de los hijos e hijas que Dios les dé, sino en función de intereses económicos y de honor familiar. Levirato viene del latín Levir = cuñado.

La ley del levirato la encontramos básicamente en el Pentateuco o cinco primeros libros, llamada Ley o Torá: “Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no irá a casa de un extraño, sino que la tomará su cuñado para cumplir el "deber del cuñado". El primer hijo que de ella tenga retomará el lugar y el nombre del muerto, y así su nombre no se borrará de Israel. En el caso de que el hombre se niegue a cumplir su deber de cuñado, ella se presentará a la puerta de la ciudad y dirá a los ancianos: «Mi cuñado se niega a perpetuar el nombre de su hermano en Israel, no quiere ejercer en mi favor su deber de cuñado.» Entonces los ancianos lo llamarán y le hablarán. Si él porfía en decir: «No quiero tomarla por mujer», su cuñada se acercará a él y en presencia de los jueces le sacará la sandalia de su pie, le escupirá a la cara y le dirá estas palabras: «Así se trata al hombre que no hace revivir el nombre de su hermano». Su casa será llamada en Israel «la casa del descalzo» (Dt. 25, 5-10).

El levirato prolonga la vida del difunto en el hijo, el honor y el nombre por un lado;  y la posesión de los bienes familiares de la familia, que no pasen a otras manos, que se rescaten. La tierra es del Señor y de aquellos a los que él se las ha dado. El patrimonio familiar garantiza la vida de la prole. Todo el capítulo 38 del Génesis retoma la Ley del levirato, como una promesa, como una obligación familiar que debe cumplirse y que es un derecho inalienable de la viuda. El capítulo cuenta la historia del patriarca Judá y su nuera Tamar, esposa de su primogénito Er. Tamar obliga a Judá a cumplir su obligación familiar: “Bastante tiempo después, murió la esposa de Judá. Terminado el luto, Judá subió con su amigo Jirá de Adulam a Timna, donde estaban esquilando sus ovejas. Alguien informó a Tamar de que su suegro iba camino de Timna, para la esquila de su rebaño. Ella entonces se sacó sus ropas de viuda, se cubrió con un velo, y con el velo puesto fue a sentarse a la entrada de Enaín, que está en el camino a Timna, pues veía que Sela era ya mayor, y todavía no la había hecho su mujer. Al pasar Judá por dicho lugar, pensó que era una prostituta, pues tenía la cara tapada. Se acercó a ella y le dijo: «Déjame que me acueste contigo»; pues no sabía que era su nuera. Ella le dijo: «¿Y qué me vas a dar para esto?»  El le dijo: «Te enviaré un cabrito de mi rebaño.» Mas ella respondió: «Bien, pero me vas a dejar algo en prenda hasta que lo envíes.» Judá preguntó: «¿Qué prenda quieres que te dé?» Ella contestó: «El sello que llevas colgado de tu cuello, con su cordón, y el bastón que llevas en la mano.» El se los dio y se acostó con ella, y la dejó embarazada. Ella después se marchó a su casa y, quitándose el velo, se puso sus ropas de viuda…Como tres meses después, le contaron a Judá: «Tu nuera Tamar se ha prostituido, y ahora está esperando un hijo.» Entonces dijo Judá: «Llévenla afuera y que sea quemada viva.» Pero cuando ya la llevaban, ella mandó a decir a su suegro: «Me ha dejado embarazada el hombre a quien pertenecen estas cosas. Averigua, pues, quién es el dueño de este anillo, este cordón y este bastón.» Judá reconoció que eran suyos y dijo: «Soy yo el culpable, y no Tamar, porque no le he dado a mi hijo Sela.» Y no tuvo más relaciones con ella”.


“La muerte no tiene la última palabra sino la vida”. La Biblia es el testimonio del Dios de la vida y no de los muertos, Dios siempre ha sido y seguirá siendo autor y amigo de la vida. Donde hay vida ahí está Dios, donde se lucha por la vida ahí está luchando también Dios. “Creer en la vida eterna es creer primero en la vida presente”.

21 de mayo de 2013

El amor asciende a su fuente (Hch. 2, 1-11).


Un Dios eternamente presente desde el principio hasta el fin de los tiempos. Un Dios enamorado que hace todo por amor. Por amor crea la vida en todas sus expresiones, en todas sus formas, aromas y colores, crea la vida que discierne, juzga y opta entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal, crea al hombre y a la mujer con nombres de naturaleza: Tierra, humus y vida, madre de los vivientes. Crea la vida que sube al cielo después de haber empapado la tierra y haber cumplido su misión. “Jesús es el centro de los tiempos, nos queda la fuerza del Espíritu que nos recuerda y actualiza esta centralidad de la presencia humanizada de Dios en todo lo humano, bello, feliz y grato que podemos encontrar en este mundo”. “Así estuvieron terminados el cielo, la tierra y todo lo que hay en ellos. El Séptimo día Dios tuvo terminado su trabajo, y descansó en ese día de todo lo que había hecho. Bendijo Dios el Séptimo día y lo hizo santo, porque ese día descansó de sus trabajos después de toda esta creación que había hecho.  Este es el origen del cielo y de la tierra cuando fueron creados”. (Gn. 2, 1-4ª)

Un Dios que tiene una palabra creadora, dinámica, que aquieta y golpea; una palabra que es vida y generadora de vida, una palabra hecha acción y salvación. La palabra de Dios estaba desde el principio, era Dios y estaba frente a Dios y todo fue hecho por ella y sin ella nada existe. Del maná de nuestros padres y madres manará siempre la sobrevivencia, pero del maná de Dios manará siempre la vida verdadera y eterna. “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba ante Dios en el principio. Por Ella se hizo todo, y nada llegó a ser sin Ella. Lo que fue hecho tenía vida en ella, y para los hombres la vida era luz. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn. 1, 1-5).

Un Dios libre que ama la libertad y devuelve ese derecho perdido a una humanidad esclavizada por los opresores y por sus propias cadenas invisibles. Pablo, igual que Jesús va a defender la libertad y la dignidad que Dios nos ha dado como hijos  hijas y no como personas esclavas. “Me entrevisté con los dirigentes en una reunión privada, no sea que estuviese haciendo o hubiera hecho un trabajo que no sirve. Pero ni siquiera obligaron a circuncidarse a Tito, que es griego, y estaba conmigo; y esto a pesar de que había intrusos, pues unos falsos hermanos se habían introducido para vigilar la libertad que tenemos en Cristo Jesús y querían hacernos esclavos (de la Ley). Pero nos negamos a ceder, aunque sólo fuera por un momento, a fin de que el Evangelio se mantenga entre ustedes en toda su verdad” (Gal. 2, 2b-5).

La grandeza de Dios no está en que es Dios, porque no es un Dios engrandecido y soberbio como otros; la grandeza de Dios no está en que es omnipotente, que lo puede todo, porque se limita a sí mismo en la libertad que deposita en el corazón de sus creaturas y se limita al tiempo y al espacio de la historia en la encarnación. La grandeza de Dios no está en que es omnisciente, que conoce todas las realidades reales posibles, sino en que aun conociendo todo, de manera humilde y sencilla vive en el corazón humano que se le escapa de las manos. La grandeza de Dios no está en que es omnipresente, que está presente en todas partes a la vez, sino en que estando no se impone, no juzga, no condena. Está en silencio contemplando y amando su obra creadora. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, que nació de mujer y fue sometido a la Ley, con el fin de rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que así recibiéramos nuestros derechos como hijos. Ustedes ahora son hijos, por lo cual Dios ha mandado a nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que clama al Padre: ¡Abbá! o sea: ¡Papá!” (Gal. 4, 4-6).

Amaneció y atardeció en mi vida, así fue el primer día y los días que siguieron en ella y vio Dios que todo era bueno, porque es bueno. En la mirada de Dios no existe la maldad. La mirada de Dios está llena de bondad y felicidad. En los seres humanos  todo se ve según sea el color de los ojos y se siente según esté lleno su corazón. La bondad cae en la tierra cada día como el rocío mañanero. El rocío es la semilla del perdón para hacer nuevas todas las cosas. La mirada de Dios está humedecida por el amor. Lo malo se hizo bueno porque Dios es bueno, la maldad ya no existe porque la bondad reina en el cielo y en la tierra. Con este Dios amado partido y compartido, la maldad tiene sus límites como el mar en sus oleajes. En la encarnación, la bondad se hizo semilla que muere; con la ascensión, la bondad es la nueva semilla que llena los graneros del cielo (Hch. 2, 1-11).

Todo comenzó en Galilea, con un saludo, con una admiración, una interrogante y una disposición: Que se haga en mí cuanto has dicho. Bajó por Samaria por el censo y nació en Judea, en  Belén, “la casa del pan” como estaba dicho por los profetas para ser pan que alimenta, que nos bendice, que se multiplica, que se reparte y que hoy se comparte por toda la tierra. Jesús pasó por Samaria y allí dejó un gran legado: Vengan a conocer a un hombre que me ha dicho todo lo que he sido y me ha enloquecido con su mirada de amor y perdón,  ellos le pidieron que se quedara con ellos, eso no era posible, la misión debía continuar (Jn. 4, 1-42). El Señor comparó a ese pueblo bondadoso y solidario, como al Dios  en el que él creía, un Dios del encuentro y la desinstalación, Un Dios Buen Samaritano. Judea y su ley, Judea y su templo no terminaron de entender que el rostro de Dios estaba en el suelo, herido y lastimado fuera del templo, lejos del culto (Lc. 10, 25-37).

Todo comenzó en Judea: la desconfianza, la controversia, la traición, la captura, la tortura, la crucifixión y la muerte. Descendió el autor de la vida al país de la muerte, de su muerte; descendió en los brazos de hombres valientes y lo recibió el amor hecho abrazo en el seno eterno.  El resucitado pasó por Samaria  después que se le apareció a María y le dio el mensaje del encuentro;  “dicho y hecho”, apareció vestido de victoria, sus vestiduras eran blancas como la nieve y resplandecientes como la luz, esa luz que transfigura al hombre en Dios, ascendió a los cielos en un monte silencioso y escondido de Galilea. Galilea de los gentiles camino al mar, Galilea puerta y paso de los gentiles. El galileo se despidió cerca de Bethania y ahí  se inicio la salvación (Lc. 24, 46-53). Para nuestra fe y seguimiento, “Jesús resucitado y glorificado sigue siendo la plenitud de lo humano. Y sigue siendo la imagen de lo divino, encarnado en lo humano. Jesús sigue siendo tan humano como divino”. “La Iglesia debe ver hacia la tierra y anunciar la Buena Nueva de Reinado de Dios” Los cristianos y cristianas vivimos el Ya pero todavía No; Jesucristo ya ha salvado a la humanidad, pero todavía no se conoce en todas partes.

17 de mayo de 2013

La oración sacerdotal de Jesús (Jn.17)


El capítulo 17 de San Juan, es uno de los más sublimes del cuarto evangelio porque en él, “Jesús concluye su coloquio final, es decir su conversación o diálogo, con los discípulos dirigiendo su oración al Padre” (Jn. 17, 1-11a). Esta oración sacerdotal, considerada así desde el siglo V, “es un himno de consagración en el que el Hijo se ofrece al Padre como sacrificio perfecto, que sobre el altar de la cruz, hará posible su glorificación”. Lo fundamental de está oración no está en el sacrificio, sino en la unidad de los suyos. Uno puede ser unidad y uno puede ser separación, como Pedro o Judas.

Uno se opone a unidad porque uno es individual y unidad es comunidad. El monoteísmo concibe a Dios como uno indivisible, casi como un monolito. En el Panteón (Templo de todos los dioses) de Dioses cada uno mantiene su individualidad y aunque estén cerca siguen separados. Dios es unidad en comunión, es comunidad de personas. La unidad en Dios es fundamental, lo es para Jesús y debería ser fundamental para la Iglesia y para todos los cristianos y cristiana (Jn.17, 11-19). La unidad no sólo es un tema central en los deseos de Jesús, sino una buena noticia que lleve la Iglesia como testimonio al mundo. “ Porque es en la  oración, que crea comunión con Dios, donde está la fuerza secreta de la comunidad y de los cristianos y cristianas para testimoniar a Cristo”.

Jesús es un hombre de oración, eso todos y todas lo sabemos. Une petición, acción de gracias y práctica personal, su oración es la vida misma, su vida hecha acto, hecha obras. El sentimiento profundo que expresa Jesús en su oración no es “palabrería”, repetición de la repetición de una palabra, sino que expresa en ella lo que realmente cree y  es fundamental: La unidad. La unidad en la vida y en su oración es un tema fundamental. En Jesús la unidad  es “su deseo supremo”. La Unidad es fruto del amor, se permanece unido por amor y el amor es la fuente de la unidad (Jn. 15, 9-17). La oración es un diálogo con Dios, es hablar con él como personas libres. Llevemos la oración a la vida y la vida a la oración.

Uno, se puede entender de dos maneras: Uno, “Mono” como prefijo, es decir, “que va antepuesto a” y que significa único o uno sólo; individual (Ejemplos: monoteísmo, monosílaba, monotemático, monotonía,  monografía, monogamia etc.) Dos, como unidad, así como lo expresa Jesús en su oración a Dios Padre: “En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: - Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado (Juan 17,20-26)”. Este uno del que habla Jesús es uno como unidad, vinculado por la reciprocidad.

La unidad es fruto del amor y la comunión es el lazo de la unidad. Uno y muchos unos juntos no son unidad, sino individualidad y egoísmo al mismo tiempo, siempre es división y exclusión. Estos unos individuales generan violencia, relaciones destrozadas, gente dividida y enfrentada, competencia desleal,  porque uno busca por todos los medios sus propios beneficios y la unidad de uno mismo etc.  Uno aquí es ruptura, agotamiento,  defraudación, por causa de tantas divisiones, separaciones, enfrentamientos. 

Unidad es sinónimo de “Poli”, prefijo que significa pluralidad o abundancia;  es unidad  que integra, armoniza, consolida la diversidad para el bien común. En su oración de despedida Jesús pide cuatro cosas a Dios para sus discípulos y discípulas: Que se mantengan unidos, que sean personas felices y alegres, que perseveren y no cedan al mal del mundo, y finalmente que se santifiquen en la verdad. Con estas cuatro peticiones Jesús presenta “un ideal de vida casi inalcanzable”, pero que debe ser la meta para toda persona que cree en él. Deberíamos preguntarnos cómo y  cuándo  rezamos personal y comunitariamente.