Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

26 de noviembre de 2013

Adviento: Jesús es el Señor.

Esperamos tiempos mejores. Ya viene el verano y los vientos que refrescan nuestra existencia en este sopor de fin de año. Ya viene navidad y sus luces de colores, los cielos estrellados y la luna en cuarto menguante. Ya viene adviento, estamos a punto de comenzar un nuevo año litúrgico. Ya viene, ya viene y eso es adviento: Una espera con esperanza; una espera de algo nuevo y distinto; de algo nuevo y mejor. La esperanza nos hace ver hacia el horizonte, pero la espera nos mueve a seguirla y querer alcanzarla en cada momento. El adviento es una espera activa.

Matamos lo que esperamos. El adviento judío, la espera de un Mesías Salvador. Un Ungido, un Mesías, un Cristo. Los judíos esperaban al gran liberador. Un Mesías con antecedentes mesiánicos porque en la historia de Israel ya habían habido varios: Reyes, sacerdotes y profetas, todos ungidos por Dios para una misión. Antes de Jesús hubo muchos ungidos, muchos Mesías, muchos Cristos. Siempre el pueblo estaba en espera, en expectativa de cómo y cuándo Dios se iba a manifestar en la historia, para salvar desde ella. El esperado Mesías no es aceptado ni reconocido en Jesús: “Está claro por qué ha sido condenado: por una razón política, acusado de ir contra Roma, en nombre de un mesianismo que ni pretendió, ni aceptó de sus seguidores”.

El adviento judío espera un Mesías de la estirpe de David, parecido a David, “un Hijo de David”, un estratega, un estadista, un hombre que trajera la unidad, la estabilidad y la paz a Judea, un rey pastor; un Mesías guerrero, violento y victorioso que llega al poder a través de la violencia, que somete a sus enemigos y los convierte en estrado de sus pies; un rey sacerdote, que santifique el templo y al pueblo, que reparta pan y vino no sólo a su pueblo, sino a todos los que pasen por su reino, un rey sacerdote como Melquisedec. “En los tres casos, se esperaba un Mesías triunfante, poderoso”, nunca un mesías como Jesús lo comprendía: Un Mesías que carga la cruz y va camino a la cruz. Un Mesías que se niega conscientemente a dejarse seducir por el poder, tentación que según los evangelios, lo persiguió desde el desierto hasta la cruz. Jesús quiere servir a Dios “desde la ausencia del poder”. El poder termina asesinándolo: El poder religioso, el poder político y el poder económico. “El costo de esta resistencia no sólo valiente sino lúcida de Jesús es la muerte”.

Esperamos a Jesús en su primera venida, en su segunda o en todas las anunciadas por los hombres… Pero hemos cambiado a Jesús por otro a nuestro gusto. El Jesús del inicio del cristianismo era Jesús sabio y humilde, pastor bueno que lleva en sus brazos a la oveja negra, Jesús buen samaritano. Un Jesús que se aleja del poder y que nos pide que para seguirlo y servirlo debemos renunciar a todo tipo de poder: “El pecado fundamental del ser humano es, según esto, un pecado de poder mal administrado, mal asumido. Y esto es el origen de todos los otros pecados: la avaricia, que conduce a un orden económico injusto; la soberbia, que nos impide ver con claridad nuestros errores y pecados; la mentira, que nos lleva a manipular o a dejarnos manipular; la lujuria, el sexo utilizado como instrumento de poder para “poseer”, oprimir; el miedo, que nos impide levantarnos y caminar sobre nuestros propios pies”.

De la cruz al pesebre y del pesebre a la cruz. Jesús es rey pero no al estilo de los de este mundo. El Mesías no esperado nace en un pesebre, nace donde nadie  se lo imagina, nace en una noche estrellada que canta con voces angelicales y rezos y alegría de pastores. El Mesías no esperado nace en la pobreza, nace desprotegido, trayendo un mensaje de paz, no usa la violencia, no oprime, no crea dependencia, sumisión y alienación. El Mesías de Dios nace en el seno de una familia humilde, trabajadora y de fe esperanzadora. Esta familia espera actuando, involucrándose en la obra de Dios.

En el adviento cristiano, el Mesías, el ungido, el Cristo tenía que llamarse Jesús, porque él trae la salvación para todos los pueblos, la salvación de Jesús es universal. La iniciativa de Dios va más allá de nuestros presupuestos básicos como la fe en él, la aceptación de su amor y de su perdón; va más allá de nuestras obras, de nuestro deseo de escuchar su palabra, de amarlo y seguirlo. La iniciativa de Dios lleva una invitación inseparable implícita  pero no es una obligación. Jesús es “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. Eso es lo que esperamos en el adviento, lo que esperamos es la salvación de Dios dada gratuitamente a toda la humanidad, inclusive hasta el mismísimo momento de la muerte. “Desde su impotencia de crucificado, pero de Señor verdadero, ofrece perdón, misericordia y salvación” a aquel que como él se encuentra sufriendo el mismo suplicio, pero que reconoce en él al salvador enviado por Dios  con una misión: Recuperar lo perdido (Lucas 23,35-43).

El adviento es el alfa y la omega. Es un tiempo de espera, preparación y compromiso. Adviento quiere decir “venida”, “llegada”. Es lo mismo decir: “Bien venido”, cuando esperamos a alguien, que decirle “bien llegado”, cuando nos agarra de sorpresa, llegó por su cuenta sin previo aviso, como llega Jesús en la navidad. Aunque siempre estamos en adviento, en el calendario litúrgico es un tiempo corto de cuatro semanas aproximadamente. Es un tiempo de esperanza y de una sobria penitencia o preparación, por eso el color litúrgico de este tiempo es el morado. Son días de recogimiento y oración, de escucha de la palabra y de práctica cotidiana.

Es un tiempo para estar atentos y alerta porque la salvación está cerca. La salvación comienza en Belén y termina en Jerusalén. Comienza en la entera pobreza material y termina en la entera pobreza del abandono aparente de Dios: “Jesús como centro total de nuestro encuentro con Dios”. Jesús es el centro de nuestra fe. La salvación de Dios nos llega en figura tierna y débil, desprotegido, vulnerable en un niño que nace en la marginación en un rincón para animales. Este niño es el misterio de Dios hecho hombre, hecho carne, hecho ser humano. Él es el misterio, la grandeza, la esperanza y la alegría de la navidad; Dios ha visitado a su pueblo para quedarse y para salvarlo (Is. 2, 1-5).

12 de noviembre de 2013

Zaqueo,” Dios es el amigo de la vida”.

Jericó la gran ciudad comercial, cosmopolita, donde hay diversidad de razas, culturas y una gran separación entre ricos y pobres, entre buenos y malos, una ciudad de mucha murmura. Una ciudad donde el enclave romano hace de las suyas y tiene gente del lugar que hace el trabajo socio por ellos. La Roma imperial domina a sus colonias  militar  y económicamente con los impuestos, no domina con la cultura ni con la religión. “Jericó no gozaba de buena fama entre los judíos. La frecuentaban los ricos para pasar el invierno, porque es cálida y está cerca del agua;  en esa ciudad hay gente rica. La vida moral en este centro balneario no era ejemplar. Esta circunstancia dio a los autores espirituales la ocasión para una interpretación simbólica”. Los romanos aunque no son derechos poseen algo importante que le aportaron a la humanidad: El Derecho Romano.

Jesús va camino a Jerusalén y tiene que pasar por Jericó, nombre topónimo que significa “Dulce aroma o su Luna”. Es una ciudad próspera y comercial. La fama que Jesús tiene le antecede por todos los lugares que va visitando. En Jesús se hace realidad el dicho popular “Hazte fama y échate a dormir” que ella se encargará de mantenerte despierto y caminando. La murmura, aunque es algo negativa ayuda para que la presencia de Jesús en Jericó no pase desapercibida, pues “no hay mal que por bien no venga. ¿De quién no se murmura en Jericó? De Jesús por ser un hombre bueno, excepcional, cálido, justo, amable amigable, sencillo, sereno y porque no hace acepción de personas. Jesús evangeliza por contagio, no por imposición y temor.

También en Jericó vive un hombre famoso porque es malo, egoísta, es un traidor a la causa nacionalista judía, es un impuro según la religión oficial. Es además un delincuente, un ladrón cara dura, sin vergüenza, es un estafador, mentiroso  y vividor. ¿Quién no lo conoce en Jericó? Además, es rico y es jefe de otros cobradores de impuestos como él. Tiene riqueza pero carece de aceptación social, es un marginado y excluido de la sociedad judía y es un impuro condenado por la religión. Él no tiene acceso a la salvación. Jesús se acerca a Zaqueo, «el Evangelio se transmite, no porque se sabe, sino porque se vive». En consecuencia, solo el que lo vive, ese es el que está capacitado para evangelizar”.

Yendo por el camino, por ese camino a Jerusalén, la ciudad de paz, que es guarida de asesinos, es una ciudad  asesina (Lc. 13. 31-35; Jr.  22, 5); una ciudad con una gran culto religiosos, de muchos rezos y sacrificios y con una liturgia exquisita, pero también llena de tanta injusticia, maldad e hipocresía que asesina a los enviados de Dios, es decir, a los profetas; esa Jerusalén  tan opuesta a la celestial, camino hacia ella, camino hacia allá, Jesús se detiene en ese camino, hace un alto y le dirige su palabra y su mirada a un hombre no de gran estatura, que se ha “trepado” a ese árbol para poderlo ver pasar. Qué tipo de árbol no importa, lo importante es quien ha agotado los medios para encontrarse con Jesús, ese que a pesar de ser “enano”, “chaparro”, pequeño, “chiquitín” en el contacto con Jesús ha cambiado su vida, su modo de pensar y su modo de actuar. De ese grano de mostaza ha surgido un gran arbusto que extiende sus ramas al cielo y donde anidan y cantan muchos pájaros.

La conversión del corazón se hace objetiva en la acción. Zaqueo se ha convertido no porque haya cambiado de religión, sino porque ha renunciado a la riqueza, al dinero y lo ha compartido. Esa conversión duele. Jesús se ha detenido y le ha hablado, le ha pedido que baje del árbol porque quiere hospedarse en su casa, compartir el techo y la mesa, compartir una buena noticia: La salvación ha llegado a esa casa. Zaqueo delante de Jesús se compromete, hace buenos propósitos y se vuelve un hombre bueno, generoso, solidario y fraterno. Realmente es increíble cómo Jesús pueda cambiar el corazón humano. Jesús ha evangelizado a Zaqueo por contagio: “El Evangelio no se enseña ni se impone, sino que se contagia. Es decir, el Evangelio se transmite por contagio”. La conversión le lleva a renunciar a la mitad de sus bienes y a retribuir a quienes les ha cometido injusticia. La conversión va más allá de la religión (Lev. 5, 24), la conversión trastorna la vida.

“El episodio de la conversión de Zaqueo se encuentra en el itinerario o “camino” de Jesús hacia Jerusalén y sólo lo encontramos narrado por el evangelio de Lucas. En él pone de manifiesto el evangelista, una vez más, algunas de las características más destacadas de su teología: la misericordia de Dios hacia los pecadores, la necesidad del arrepentimiento, la exigencia de renunciar a los bienes, el interés de Jesús por rescatar lo que está “perdido”. “Para el judaísmo de la época el perdón era cuestión de ritos de purificación hechos en el templo con la mediación del sacerdote, era un puro cumplimiento; para Jesús la oferta del perdón se realiza por medio del Hijo del hombre, ya no en el templo sino en cualquier casa, y con ese perdón se ofrece también la liberación total de lo que oprime al ser humano”.

Zaqueo es un hombre judío con influencia romana, porque el que “anda entre la miel algo se le pega”. Los romanos le exigen una cuota de impuestos pero no le pagan, Zaqueo y todos los cobradores de impuestos se tienen que hacer su sueldo, tienen libertad para el saqueo, la explotación, la codicia y la avaricia. Su conciencia de justicia se ha dormido, su conciencia retributiva es cosa de ingenuos piadosos. Aquí lo que vale es la Ley del más fuerte, del más vivo, del más inhumano. Con Jesús viene la salvación, viene el cambio: “Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea”. Cuatro veces, no lo robado más el cinco por ciento.

Pocas veces Jesús se ha quedado estupefacto, impresionado y conmovido: el lobo se transformó en oveja y esta oveja perdida ha sido encontrada, hoy es del redil del Buen Pastor. Esta oveja que Jesús ha venido a buscar y ha sido encontrada quiere despojarse de todo y hasta de su pelaje porque lo que Jesús le ha dado no lo paga todo el dinero del mundo. En Jesús, Zaqueo se ha sentido amado y perdonado, valorado y respetado y eso no tiene precio: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que éste también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Ser hijo de Abraham es ser Hijo de Dios.


Jesús es el Hoy de Dios, es el presente del Padre. El hoy de Dios es la oportunidad, el chance, que nos da todos los días para convertirnos a su reinado y su justicia. El Hoy que se le ofrece a Zaqueo comenzó en Nazaret, en la sinagoga, el día aquel cuando Jesús participó de la celebración sabatina de la comunidad y se identificó con las palabras del profeta Isaías y él sintiéndose consagrado y enviado por Dios dijo: Hoy se ha cumplido esta escritura (Lc. 4, 18-21). Por eso, la actitud de Jesús es sorprendente, sale al encuentro de Zaqueo y le regala su amor: lo mira, le habla, desea hospedarse en su casa, quiere compartir su propia miseria y su pecado (robo, fraude, corrupción) y ser acogido en su libertad para la conversión. Este es mi amigo Jesús.