Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

31 de diciembre de 2012

“Hagan esto en memoria mía”.

De Jesús lo que más ha quedado en nuestra memoria y en la memoria del pueblo es el sufrimiento, quizá porque es lo que vivimos todos los días o porque es más fácil identificarnos con el dolor y el sufrimiento que con el gozo y la felicidad. Generalmente la visión que tenemos en nuestra vida es negativa, frustrante y sin esperanza. Los rostros de Jesús que tenemos en nuestros templos realmente son bonitos, bien hechos y muy masculinos pero en esos rostros sólo se expresa dolor y el dolor en la vida de Jesús no ocupó la mayor parte de sus años de vida. Jesús fue un hombre normal y el dolor y el sufrimiento los asume con sentido.

Jesús vivió una vida apasionada y por eso su pasión se hace soportable, llevadera, aguantable. Al final de la pasión es Jesús el que triunfa sobre sus enemigos porque resucita y nos da la vida eterna, la vida verdadera: “Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1,1-18). La pasión de Jesús como la pasión del pueblo es partirse y repartirse, porque hay más alegría en el dar que en el recibir. La entrega de Jesús queda eternizada en el mismo gesto que el sacerdote hace en la consagración del vino y del pan. “Hagan esto en memoria mía”.

Dice el dicho popular que “el que comparte y reparte se queda con la mejor parte”. Se  supone que, quien comparte da de lo suyo y, quien reparte,  reparte de lo suyo; por lo tanto, “quedarse con la mejor parte” es quedarse sin nada y quedarse con todo, es decir: quedarse con las manos vacías por amor como la viuda y quedarse con todo porque Dios es nuestro mejor y mayor tesoro, quedarse con las manos vacías es llenárselas de las bondades de Dios, es quedarse con Dios, con el reconocimiento de Dios.
Un hombre o una mujer que es capaz de renunciar a todo por el amor a su Creador es una persona que vive en carne propia su mayor oblación. Es quedarse con Dios como Tesoro, aunque se quede sin nada para sí mismo o sí misma. Hay que hacer el bien sólo por Dios: “Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos, a fin de que todos las aprecien. Pues en ese caso, no les quedaría premio alguno que esperar de su Padre que está en el cielo” (Mt. 6,1).

La palabra de Dios dice que cuando se da una ofrenda que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha y que sólo el Padre que ve en lo escondido recompensará (Mt. 6, 2-4), la ofrenda o la ayuda a otras personas es importante, es cristiano pero lo más radical para el cristiano y la cristiana es ser él o ella misma ofrenda al estilo de Jesús: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Porque Jesús se da a sí mismo se convierte en el único mediador ante Dios, como lo va a interpretar el redactor de la Carta  a los hebreos: “ Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo…Todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas”( Heb. 10, 9-10).

“El que afirma que permanece en Cristo debe de vivir como él vivió” (1 Jn. 2, 3-11). Vivir la pasión de Jesús en medio de su pueblo como pueblo es vivir la cotidianidad del día a día, pero el sufrimiento como el amor son sentimientos y realidades humanas que se deben asumir con sentido cristiano, con el sentido que le dio Jesús al recordar que para que se dé una nueva cosecha de trigo el grano debe caer en tierra y morir, podrirse, desaparecer. Para que nazca un nuevo día, una madrugada de resurrección el sol debe desaparecer al caer la tarde.

20 de diciembre de 2012

La fe es ver lo posible en lo imposible.


Recordando la experiencia mística de Elías, "Dios es Yahveh" o "Mi Dios es Yahvé". Dios no es lo que queremos, sino lo que él quiere ser. Cuando andamos en nuestro desierto es cuando más debemos escuchar la palabra de Dios, su palabra es personal y certera.

“La conversión es una actitud permanente”. El proceso de conversión es sencillo para quien lo desea: Escuchar, reflexionar y actuar. La fe es ver lo posible en lo imposible como la viuda de Sarepta. La fe nos hace sonreír en la aflicción.

Iniciar una nueva época no significa olvidar la anterior, renunciar existencialmente a ella; no es un “borrón y cuenta nueva”, sino más bien de esos borrones y sobre esos borrones que manchan la hoja de la vida hay que escribir nuevas líneas, hay que pintar nuevos horizontes, hay que dibujar nuevos planos.

Antes pensé que era una persona de “plan y ladera” o “de tierra adentro” pero hoy me doy cuenta que Dios nos lleva no por nuestros caminos, sino por los que él va trazando a través de las mociones espirituales del discernimiento cotidiano y de las personas que encontramos en nuestro camino. La reflexión y la conversión son los caminos hacia algo nuevo y mejor.

Debo agregarle a lo primero una nueva experiencia como Jesús, que toda experiencia la incorporaba en su vida y en su misión: “Y regresó donde se había criado”. Vuelve a Nazaret, a su pueblo, donde viven sus parientes y sus paisanos no para quedarse ahí, sino para desde ahí caminar por las orillas del mar de Galilea, en las  playas arenosas de Cafarnaúm.

Ha finalizado una misión, la de la vida oculta, a partir de su bautismo comienza una nueva era, una nueva etapa, una nueva época porque es un hombre que se deja guiar por el Espíritu Santo. En su vida “todo marcha sobre ruedas” y  si “Dios permite que pasen las cosas” es para que uno vea lo que no quiere ver. Dios es un gran pedagogo, su paso no puede quedar inadvertido.

Lo que debo agregar a mi nueva vida son dos elementos esenciales: “Plan, ladera y playa” por un lado y, por el otro, el nombre de mi nueva tierra: “La libertad”, sin olvidar que ella es sólo un puerto, punto de llegada y punto de salida. El «yugo» de Jesús es el la vida hecha «suavidad» y «humildad» de corazón. Es sujetar la propia vida a la bondad incesante. Esto es lo único que libera y da felicidad. El yugo de Jesús no es para oprimir el cuerpo  y asfixiar el alma, el yugo de Jesús es suave y ligero, aprendamos de él que es manso y humilde de corazón.

Hay cosa, valores y convicciones que no se pueden negociar y cuando el diálogo no es posible entonces hay que buscar nuevos caminos. Esos caminos forjados con sudor, sufrimiento y desgaste son los caminos que nos deben conducir hacia la felicidad, la felicidad no está al final de la lucha, sino que se vive y se lucha por ella todos los días; ella, la felicidad no viene a nuestro encuentro para animarnos, sino que se pone a caminar, va a nuestro lado para que aligeremos el paso con una gran sonrisa porque Dios va a nuestro lado.

Evangelizar a los y las pobres siempre ha sido la brújula de mi vida, esa es mi tarea: “Llegó a Nazaret, donde se había criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura, y le pasaron el libro del profeta Isaías. Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos  y proclamar el año de gracia del Señor…” (Lc. 4,  16-19)

Cuando Dios acarició el barro humano, su mirada tierna y su sonrisa eterna no dejaron de forjar a aquel ser inanimado que cuando abrió los ojos a la vida lo primero que contempló fue un rostro sonriente y amorosamente tierno. Sin dejar de ser Dios se hizo a alguien parecido;  yo, sin dejar de ser hombre debo ser  vasija de las gracias divinas. La confianza, la dignidad, la libertad, el amor  a los prójimos y prójimas, y ser uno  mismo son principios que no se negocian.

Dejar de ser uno mismo empobrece, lastima y anonada la mismisidad que Dios mismo ha depositado en cada uno y en cada una con su aliento de vida y felicidad. Como dice San Pablo:  “siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.”(Corintios 9,16-19. 22-23). El seguimiento es una invitación, el cómo es una opción. Hay que seguir optando por Jesús, su Reino, sus amados y amadas pobres en las playas suavizadas de la libertad.



El mundo es la tienda del encuentro.


Tu rostro Señor es como el mío, humano y cercano. Desde antiguo, Dios siempre ha venido a nuestro encuentro. En el relato de la creación Dios toma la iniciativa de hacer la creación y crear al ser humano, dándole todo de sí mismo. 

El Dios creador da todo por amor.  Dios es la fuente inagotable de la entrega y del encuentro, desde siempre.  En el relato  el hagiógrafo pone a Dios caminando en el jardín, paseando y buscando al ser humano para dialogar y compartir. Dios es presentado como un amigo.

Con Abraham  se encuentra cerca de la tienda, en Mambré, ahí nace la promesa y la alianza. Es Dios que desde siempre ha venido a nuestro encuentro (Gn.15; 18,1-8). El Dios que se le revela a Abraham es el Dios de la promesa: una tierra nueva y padre de todos los pueblos de la tierra. Es un Dios que bendice al ser humano dándole la descendencia. Es el Dios de nuestros padres y madres. El Dios de Abraham es el Dios que ama la libertad y es el Dios que ama a los seres humanos dejándoles libres para que escojan sus propios caminos.

También Dios viene al encuentro del ser humano en la vocación de Moisés, en el relato de la zarza. El Dios que se le revela a Moisés es el Dios liberador, el Dios que hace una opción preferencial por los pueblos pobres, que sufren la opresión y la miseria que generan las grandes potencias mundiales. Dios no opta ni negocia con los poderosos, ellos ya tienen sus propios dioses. Dios pone su propia tienda en nuestro campamento para que nos acerquemos a dialogar con él, él es nuestra compañía, nuestro refugio y nuestro sustento (Ex. 33,13)

Estas teofanías o manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento se seguirán multiplicando con los profetas: Jeremías 33, 14-16; Baruc 5, 1-9; Isaías 35, 1-10; Sofonías 3,14-18. Especialmente Sofonías presenta a un Dios que se alegra tanto de habitar entre su pueblo que su alegría contagia  a todo el pueblo y le da fortaleza en medio de las angustias y las aflixiones: "¡Yavé, tu Dios, está en medio de ti el héroe que te salva! El saltará de gozo al verte a ti y te renovará su amor. Por ti danzará y lanzará gritos de alegría como lo haces tú en el día de la Fiesta". 

Las teofanías son manifestaciones de vida y salvación para la humanidad caída, sin esperanza y oprimida. Son un regalo gratuito de un Dios amante del ser humano y preocupado por sus necesidades y sufrimientos. Este Dios que se revela siempre es el que nos va a anunciar Jesús como el rostro humano de Dios, como su palabra personal y como su manifestación definitiva. Jesús es la epifanía del Padre para toda la raza humana representada en los sabios  de oriente.

El misterio de la encarnación y la contemplación que podemos hacer de ella nos revela cómo lo infinito se hace finito, lo eterno-perecedero, lo inalcanzable-tocable, lo “alejado”-cercano, lo inmutable- mutable. San Juan expresa de manera magistral el misterio  de la encarnación, la epifanía de Dios en Jesús: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba ante Dios en el principio.  Por Ella se hizo todo, y nada llegó a ser sin Ella. Lo que fue hecho tenía vida en ella, y para los hombres la vida era luz. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron… Ella era la luz verdadera, la luz que ilumina a todo hombre, y llegaba al mundo. Ya estaba en el mundo, este mundo que se hizo por Ella, o por El, este mundo que no lo recibió.  Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn. 1, 1-5. 9-11).

“Dios, en Jesús, se hizo hombre. ¿No es lo más ejemplar en la vida ser persona cabal?”  Tanto la cercanía de Dios en Jesús como Jesús modelo de persona humana, más cerca de Dios por su misma humanidad y humanización, es la garantía de que el verdadero encuentro con Dios  nos reorienta la vida y las decisiones que tomamos en ella. Jesús es la encarnación de Dios y la humanización de Dios. Jesús es nuestro modelo de encarnación y de humanización. Lo lamentable es que aunque Dios haya puesto su casa en medio de las nuestras preferimos seguir teniendo una vida que margina al Dios de Jesús y le abre las puertas y nuestros altares domésticos a nuestros propios dioses, porque “vino a su propia casa y los suyos no o recibieron”. “La casa de Dios es el mundo, la casa de Dios es mi casa; habita Señor en mí para que de mi corazón sólo nazcan buenos sentimientos y se ejecuten buenas acciones”.

4 de diciembre de 2012

¿Jesús fue católico?


"Nadie ha visto a Dios jamás, pero Dios-Hijo único nos lo dio a conocer". Hace unos días una comunidad que celebraba el once aniversario de su caminar cristiano me pidió un tema de formación para evaluar y profundizar su trayectoria de vida como comunidad. En este contexto una persona me preguntó si Jesús era católico. Le contesté  que no era católico, ni cristiano; que era judío y además nacionalista, pero que él como persona entró en un proceso de conversión hacia el  universalismo. En los sinópticos las instrucciones de Jesús  a sus discípulos son claras: “No vayan a tierras de paganos, ni entren en pueblos de samaritanos. Diríjanse más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel” (MT. 10, 1-7; MC 3,13; LC 6,12). El mensaje excluye a paganos y samaritanos.

La formación y la instrucción son para ser mejores, para cambiar, para ampliar nuestro horizonte. Jesús entró en un proceso arduo de conversión y eso mismo quiere para sus seguidores y seguidoras, que se abran al universalismo, al catolicismo. El cristianismo en ningún momento es sectario. La salvación viene de Jesús y no de las religiones. También fuera de las religiones hay salvación. Para cambiar de mentalidad hay que formarnos y dejarnos instruir. Recuerdo que Jesús camino a Jerusalén iba formando e instruyendo a aquellos y aquellas que iban a ser sus continuadores y continuadoras después de su martirio y su posterior resurrección. La formación cambia y amplía la mentalidad y el corazón. Jesús como persona humana también tenía sus propias limitaciones y condicionantes: «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.» (Mt. 15, 21-29), aquí todavía no hay universalismo en Jesús, sino privilegio para Israel como pueblo elegido.

La salvación es para los judíos según las tradiciones presentes en el Antiguo Testamento. Israel es la luz del mundo, si entendemos la luz como la fe y como salvación. Recuerdo que la Samaritana de Sicar,  retoma algo del mesianismo judío y su exclusión de otros pueblos: “Nuestros padres siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios?» Jesús le dijo: «Créeme, mujer: llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será "en este cerro" o "en Jerusalén". Ustedes, los samaritanos, adoran lo que no conocen, mientras que nosotros, los judíos, adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos” (Jn. 4, 7-27). La salvación ha dejado de ser algo particular, unido a un lugar físico- cultual, con Jesús la salvación es universal y sin ataduras de ningún tipo. Jesús es el fundador no sólo del cristianismo, sino también de la universalidad de la salvación.

La transfiguración es el resumen de la vida de Jesús, pero no hay transfiguración sin pasión (Mc. 9, 30-37). La misión de Jesús tiene sus raíces en la tradición veterotestamentaria de los profetas (MT. 15, 7-14). El amor particular de Dios es universal para toda la humanidad: De una mentalidad sectaria y nacionalista judía  se da paso al catolicismo cristiano. Los seres humanos somos por naturaleza desconfiados y miedosos. Entre amigos y amigas el miedo no debe existir, pero estos hombre cercanos a Jesús no entendían y tenían miedo preguntar. En el fondo de nuestros temores están presentes nuestros intereses particulares sobre el bien común y universal.

Jesús no era católico pero fue aprendiendo a descubrir que la salvación que Dios quiere es para todas las personas y para todos los pueblos. Este catolicismo Jesuánico tiene su fundamento en el Antiguo Testamento, especialmente en la alianza que Dios hace con Abraham y que los profetas vislumbran como vocación de Israel, como luz para las naciones: “¡Casa de Jacob, en marcha! Caminemos a la luz del Señor” (Is. 2, 1-5).

Los y las apóstoles experimentaron, con el resucitado, que aquel pequeño grupo tan diverso que formó el Señor en la unidad, se convertía en un verdadero cuerpo misionero universal. Sintieron energías nuevas para cumplir el mandato del Señor: “Jesús se acercó y les habló así: «Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.» (Mt. 28, 18-20).

Así comenzó la Iglesia de Jesús a realizar su misión universal o católica. La resurrección de Jesús nos abre al universalismo cristiano. Sólo el resucitado envía al mundo derogando todo tipo de barrera separatista, sea nacional, cultural, religiosa, política y racial. El Resucitado nos envía al mundo a toda la creación: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 15, 15); “ellos, por su parte, salieron a predicar en todos los lugares. El Señor actuaba con ellos y confirmaba el mensaje con los milagros que lo acompañaban” (Mc. 16, 20). Ensénenles a vivir lo que ustedes han aprendido. El cristianismo es amor hecho práctica; es vivencia de la fe en el Señor  para un mundo resucitado. La encarnación y la ascensión son el principio y el fin de la salvación querida por Dios para toda la humanidad.  La Iglesia se universaliza con los primeros misioneros y misioneras.     

27 de noviembre de 2012

El Águila imperial frente al Cordero de Dios.

“Mi Reino no es de este mundo”. Esta afirmación que el evangelista Juan pone en boca de Jesús, más que un diálogo es  un discurso sobre su identidad ante Poncio Pilato. Este texto ha sido por muchos años y por muchas décadas mal interpretado, haciéndonos creer que el seguimiento al que nos invita Jesús es apolítico, que la fe no tiene nada que ver con los problemas sociales que enfrentan cada día millones de personas en el mundo, personas vulnerables, pobres, explotas, acosadas, esclavizadas por sistemas opresores. Muchos imperios han hecho suyo el símbolo del águila imperial y Roma no es la excepción. El águila, símbolo imperial, está frente al cordero. El águila imperial es el antagonista del codero de Dios protagonista de un nuevo orden social y religiosos. El águila condena y martiriza al cordero y cree que con la condena política ha vencido al adversario.

“Mi Reino no es de este mundo” debe entenderse no como  rechazo a la dimensión política que tiene todo ser humano, porque lo que menos tiene el seguimiento  de Cristo es indiferencia. No debe entenderse como separación  de lo espiritual y lo mundano o material; no debe entenderse como que el reinado de Dios es en el más allá y no en el más acá, que su reinado es espiritual  y en la otra vida.  Que el reinado de Dios es sólo escatológico. Así se ha interpretado esta afirmación de Jesús, nada más alienante y tergiversado; nada que ver con la verdad del Evangelio. El reinado de Dios no se reduce a una realidad escatológica, tiene sí, una dimensión escatológica, pero la escatología como manifestación plena y futura de Dios no carece de pasado ni de presente. Si bien es cierto que la escatología es el tratado de las realidades últimas, no es menos cierto que esas realidades últimas y definitivas comienzan aquí y ahora. El futuro lo es porque tiene presente. No hay árbol que dé frutos sin tener metidas las raíces en la tierra.

“Mi reino no es de este mundo” debe entenderse como “mi reino no es al estilo  o manera de este mundo”,  no está fundamentado en la opresión,  la exclusión y corrupción; no está cimentado en el poder como dominio, en la violencia, el odio, el egoísmo y el fanatismo religioso o político. No se edifica sobre la soberbia, el orgullo, el prestigio, en la lucha por los primeros puestos en la sociedad. “La gloria de Dios” es que el ser humano tenga vida mucha y plena; la gloria de Dios es que los pobres vivan no mueran; la gloria de Dios es el rostro del ser humano honesto, honrado, correcto, justo,  que ama la paz, la justicia y la verdad. Jesús afirma tajantemente que es Rey y que para eso ha nacido, que ha venido al mundo para ser testigo de la verdad y que “todo el que es de la verdad,  escucha su voz (Jn. 18, 33-37). La verdad es la luz verdadera que ilumina a todo ser humano que ama y sirve a Dios.

El reinado que propone Jesús, el reinado de Dios,  está edificado sobre la verdad, la justicia, el amor y  la paz; está cimentado en la equidad, la igualdad, el respeto. El reinado de Dios es como una casa edificada sobre roca sólida y firme, no sobre arena o lodo, que es el material que hemos utilizado, por muchas décadas, para estructurar la política; en lodo  y arena es en lo que hemos convertido la llamada “preocupación por el bien común”.

El cristianismo siempre ha sido humano céntrico, es decir, siempre ha tenido como preocupación central  y prioritaria al ser humano y la humanización de las estructuras sociales, políticas y económicas creadas por éstos mismos seres humanos.  Jesús une anuncio del reinado de Dios y acciones que hacen creíble esa buena noticia del reinado de Dios en medio de los y las pobres. No existe futuro desarraigado del presente; en el presente se edifica el futuro al estilo de Jesús. Jesús anunciaba el reinado de Dios desde las condiciones materiales en las que vivían, en su presente, muchas personas de su época. El juicio político que Pilato hace a Jesús, presionado por los líderes religiosos partidistas, es el que nos presenta San Juan recordando aquella “mañana de abril del año treinta”. Nos presenta a un hombre bueno e indefenso ante el representante del poder imperial romano del siglo I. Un hombre prepotente, orgulloso, cobarde, oportunista, manipulador y  diplomático. Un hombre cegado por el poder y el temor ante la verdad y la justicia.

Jesús afirma que “si su reino fuera de este mundo” o como los de este mundo, “mis servidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos”. Sería, por ende, un reinado fundamentado en la violencia, el sometimiento, y la injusticia. Ni los dirigentes judíos ni Pilato  escuchan la verdad, porque no escuchan la voz de Jesús. El reinado de Dios y el reinado de Jesús “no es de aquí”,  no porque no sea posible, puesto que los “insumos” ya están presentes para el futuro, pero no es ni puede ser como los de aquí. Quizá nos ayude a comprender mejor la afirmación que el texto propone inmediatamente: “Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.

En su autocomprensión Jesús no niega que es , maestro, Señor o Rey y que para eso ha nacido, lo que niega es el modo de proceder de los grandes y que entre los futuros cristianos las cosas deberían ser de otra manera:  “Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el de ustedes que quiera ser grande, que se haga el servidor de ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos; hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre.» (Mt. 20, 20-28).

Mi Reino no es de este mundo porque no usa la violencia, no se impone. Jesús quiere hacer notar la diferencia y casi una ruptura entre la dominación, que es lo que representa Pilato y los sumos sacerdotes, y el servicio, eje central de la opción de Jesús. El poder para Jesús es el servicio incondicional por amor. Como lo va a presentar el salmista: Oh Dios, comunica al rey tu juicio, y tu justicia a ese hijo de rey, para que juzgue a tu pueblo con justicia y a tus pobres en los juicios que reclaman. Que montes y colinas traigan al pueblo  la paz y la justicia. Juzgará con justicia al bajo pueblo, salvará a los hijos de los pobres, pues al opresor aplastará….  Florecerá en sus días la justicia, y una gran paz hasta el fin de las lunas... Ante él se arrodillará su adversario, y el polvo morderán sus enemigos… Ante él se postrarán todos los reyes, y le servirán todas las naciones. Pues librará al mendigo que le clama, al pequeño, que de nadie tiene apoyo; él se apiada del débil y del pobre, él salvará la vida de los pobres; de la opresión violenta rescata su vida, y su sangre que es preciosa ante sus ojos. (Sal. 72)

Los cristianos y cristianas de los primeros siglos asumieron como propio e interpretaron la visión del profeta Daniel como referida a Jesucristo. Es verdad que hay un adviento precristiano presente en todo el Antiguo Testamento, porque Jacob, Israel, Judea, Samaria etc., esperaban un mesías salvador. Dos siglos antes de Jesús, Daniel tiene esta visión (Dn. 7, 13- 14): Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido”.
El género literario con el que está escrito el libro de Daniel es el apocalíptico. Este género no debe entenderse al pie de la letra, pues no es esa la intención del autor o hagiógrafo, más bien es un género subvertidor del orden establecido  e invita a la resistencia, a la esperanza, a la lucha contra la opresión y el dominio imperialista de los griegos. El profeta quiere desenmascarar, los peligrosos efectos de una ideología que pretende suplantar el poder y señorío únicos del Dios bíblico. La historia ha demostrado que tanto imperios como emperadores, reinos y reyes fenecen, pasan, se acaban, y eso no va a cambiar; que sólo una cosa es inmutable el poder, la gloria y el reinado de Dios a favor siempre del oprimido, eso nunca pasará”.

26 de octubre de 2012

Fe y vida cristiana.


La vocación cristiana nos invita a humanizar más lo humano. La vocación es un llamado, una invitación, una opción a vivir bajo ciertos valores; el cristianismo es por ende un modo de vida, un modo de proceder donde dejamos traslucir, la luz de Dios, su Espíritu,  su fuerza y la fe expresada en obras.

La fe es un don que debemos pedir todos los días porque todos los días debemos verlos desde la fe. La fe es confianza en ese ser misericordioso que derrama sobre cada uno y cada una sus bendiciones, sin hacer excepciones de personas. La fe es dejarse seducir y conducir por el supremo bien que viene a nuestro encuentro. La fe es cercanía al misterio de Dios y al misterio humano.” Es urgente que todos en la Iglesia nos esforcemos por humanizar este mundo a la luz del Evangelio”.

San Pablo les recuerda a las personas de la comunidad que se reúne en la Iglesia (Asamblea) de Éfeso, que deben ser fieles a su vocación cristiana dando muestras fehacientes o creíbles de su fe en el Señor Jesús. ¿Qué muestras se deben dar de nuestra fe? De Manera sencilla señala algunas virtudes humanas que se logran mirando al Señor en su vida mortal. San Pablo invita a las personas que participan en la comunidad a ser humildes y amables; comprensivas y tolerantes, porque es necesario sobrellevarnos mutuamente con amor.

Los miembros de la comunidad deben mantener la unidad en el Espíritu, respetando la diversidad; ser personas de paz, dialogando las diferencias, no imponiendo puntos de vista particulares. La unidad es fundamental en  nuestro modo de ser cristianos y cristianas. La Iglesia es una sola, animada por un solo Espíritu; una sola es la salvación, como meta a la que hemos sido convocados y convocadas; un Señor, una fe, un bautismo y un solo Dios en el que creemos (Ef. 4,1-6)

La vocación cristiana es una convocación, es un llamado a congregarnos, es una cita, una invitación. También es hacer público un mensaje, es dar a conocer, es revelar. Jesús en su predicación y en su vida, presenta la buena Nueva de Dios de diversas maneras utilizando distintos ejemplos e imágenes de la vida ordinaria. Un ejemplo llamativo y diciente de su mensaje es “El Banquete”: Hay una invitación a compartir la mesa y el banquete es al mismo tiempo el escenario público y familiar donde se da a conocer un mensaje. Mensaje y realidad material se convierten en uno solo, por eso el símbolo del banquete es un signo del Reino de Dios (Lc 14,15-24).

La fe es una invitación al seguimiento. Tener fe en Jesús es tener la confianza, la certeza de sus enseñanzas como algo totalmente verdadero y sabio. La fe en Jesús es el camino para descubrir la fe de Jesús, es decir, esas convicciones que marcaron su vida y lo llevaron hasta el final de su vida: La cruz.

San Pablo desde su vivencia y convicción cristiana, se siente a sí mismo como prisionero: “Yo, el prisionero por Cristo, les ruego que anden como pide la vocación a la que han sido convocados”…“Que Cristo habite por la fe en sus corazones; que el amor sea  su raíz y su cimiento; y así, con todo el pueblo de Dios, logren abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegarán a su plenitud, según la Plenitud total de Dios (Efesios 3,14-21).

La fe es una practica de lo que creemos. El árbol se conoce por sus frutos. Como todo en la vida se cree lo que se ve, al estilo de Santo Tomás, pero la fe no requiere milagros como condición necesaria para ella. Yo no creo por los milagros, sino porque creo soy capaz de ver los milagros que Dios Padre y Jesús siguen haciendo en la vida de cada persona. Como lo afirma Jesús según el evangelista  Mateo: “- No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. (Mateo 7, 21-29).

Dos conclusiones se desprenden de este texto y de este artículo sobre la fe: Uno, la fe no sólo se confiesa, se expresa de palabras. Dos, la fe debe hacerse obra y práctica cristiana. La primera parte del texto: “No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos”,  no es de fiarse porque la religión puede ser un engaño y también la creencia de que sólo las obras salvan puede ser otro engaño porque nos lleva a un activismo sin confesar quién nos mueve a hacerlo y podemos caer con facilidad en la arrogancia: “Sólo vale lo que hago”. La fe se pone en el propio esfuerzo. El cristianismo como religión nos puede llevar a extremos excluyentes: Sólo la fe salva y por mis obras espero una retribución de parte de Dios.

¿Quién tiene fe, según Jesús? “Quien cumple la voluntad” de Dios que está en el cielo. Cumplir la voluntad de Dios es hacer lo que él nos pide, es confesar su nombre con lo que hacemos. “Lo único que vale es poner en práctica lo que dice Jesús”.

¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen! Es la respuesta pública que da Jesús ante la admiración y la canonización que hace de María una mujer anónima en la multitud que le escucha. Jesús descubre en su madre a una mujer de fe porque ha sido capaz de poner en obra la voluntad de Dios, vaciándose de ella para llenarse de él. María como ejemplo y testimonio de persona creyente, de mujer de fe nos hace una sencilla invitación desde el contexto del banquete en las bodas de Caná: Hagan  lo que Él les diga... (Jn 2, 1-11).

La fe de María fue el espejo de la fe de Jesús. Dios mismo en la  “epifanía” de su hijo nos invita a lo siguiente: “Este es mi hijo amado en quien me complazco (Mt. 3,13-17). Dios Padre nos invita a escuchar a su hijo y proceder como él lo hizo según sus propias enseñanzas.

Jesús habla de la fe comparándola con una semilla de mostaza (Mateo 13: 31-32). La fe es una semilla. La semilla debe germinar y dar vida; debe permitir el nacimiento de una nueva planta. La  semilla es pequeña `pero cuando se desarrolla se convierte en un árbol grande que acoge a pájaros de distintas especies y brinda sus ramas para que hagan sus nidos.

La fe es pequeña pero cuando dejamos que se desarrolle se convierte en el fundamento de nuestra vida y de nuestro servicio a otras personas. Lo importante es tener fe no gran fe, no es la cantidad, sino la calidad. Cuando la persona creyente tiene fe hace grandes cosas. (Lc. 17 ,5-10). La fe se tiene o no se tiene. Tener fe es confiar; tener fe es actuar con fe, con confianza, dando sin esperar nada a cambio porque Dios no nos abandona en nuestras necesidades. La persona de fe se mantiene a flote en la adversidad. La fe es confianza plena en Dios.

24 de octubre de 2012

Sin máscara ni antifaz


El joven pasado lleno de ilusiones y alegrías, carcajadas y desvelos, estudios y exámenes, caminos por los pasillos de la Universidad, trajín de gente corriendo de un aula a otra, vuelve a mi presente lleno de arrugas, cansancio, con pelo entre cano, con manchas en su piel y con una vida que contar; una vida llena de desencantos, frustraciones, desempleos, errores, narraciones vividas en carne propia. Ese pasado que es mi memoria  recuperada tiene brillo en sus ojos, ternura en su alma, sonrisa sincera, sin máscara, sin antifaz. La voz no ha perdido su tono, tono en reposo enronquecido.

Las alas del pasado han perdido su vitalidad, se han gastado en el vuelo, necesitan reposo, silencio, meditación, reconstrucción. El pasado se hace presente en mi presente lejano de veinte años atrás o más. El pasado vuelve, viene a mi encuentro con sus manos llenas y sus pies cansados; el pasado se eterniza en la conversación de muchos años, donde la vida hecha síntesis se comparte,  se va en las palabras, en la respiración, en los suspiros, en los recuerdos;  se va como el agua en mis manos que deja a su paso la frescura de su cuerpo. El pasado se hizo visible pero vuelve a sus cauces subterráneos.

La noche es el telón de fondo del escenario. El día del encuentro ha llegado. Hay una noche sin estrellas pero repleta de blancos suspiros esponjosos. La noche sin estrellas es común y corriente, porque es una noche humana, ordinaria y sin atractivos foráneos. Esta noche, tiene muchas ausencias, ausencia de Orión, Virgo, La Osa Mayor, Pegaso, Géminis y Andrómeda. La luz del cielo no es suficiente como la de la tierra.  La luz tenue del cafetín a penas me permite ver la carta. Hay frío, viento y brisa en el ambiente como en aquellos días de universidad, al salir de clase por la noche. Orión sigue influyendo en Gea. El ambiente favorece un café de especias, sabroso y caliente, humeante y seductor. La noche viene perfumada con ese olor inconfundible, ese olor que se siente al entrar a un café, es ese mismo, es el olor a café.

Hoy la ruta de mis pasos no es la misma, camino en distinta dirección. Antes, en el pasado, caminaba al sur del norte; hoy, desde varios años, camino en dirección al norte con su ala de amanecer hacia el oriente y su otra ala hacia el poniente. La flecha señala el norte, pero la calidez de mi alma busca la salida del sol y la otra parte de mí, mi mundo oscuro, oculta  la  otra ala que pertenece al poniente; esa ala invisible, camaleón de sobre vivencia, es la causante de mi desequilibrio emocional. Las dos alas juntas y en comunión son la balanza de mis brazos y el equilibrio de mis pasos. La balanza ya es parte de mí.

Todo en el encuentro es calidez. Calidez en las miradas, en las carcajadas, en los recuerdos, en lo que no pasó y está almacenado en la memoria como un acontecimiento. Esta mesa de comunión, sin mantel, se viste con el mantel invisible que hilvana el encuentro. En esta mesa redonda faltan muchos caballeros y muchas sonrisas femeninas. Hay un vacío inexistente porque los recuerdos, como hilos de cariño, les traen a nuestra presencia en su ausencia. La literatura de la vida trae a sus personajes: Quijote derrotado,  Mío Cid triunfador, Celestina eximia, Santiago Nassar bonachón, Doña Bárbara manda más y el coronel no tiene quien le escriba la despedida. 

Terminada la sesión y continuándola en la calle, las palabras llenas de vida, porque han vuelto a la vida envolviendo la vida de años atrás, se niegan a volver nuevamente al reposo acobijado. Esas palabras que no se lleva el viento, porque pesan lo que valen en oro, se niegan a volver al baúl de los recuerdos. Dos amigos caminan juntos, han compartido las espigas de sus vidas trituradas. Han compartido el café amargo de su existencia, han compartido el postre amasado en otras manos. Hombres convertidos en pan que se ha partido y repartido siempre. Amigos que vuelven cada uno a sus pasos.

La noche sigue oscura. Los pasos apuestan por llegar pronto a la meta. Los oídos, detectives de sonidos, evitan el peligro de caminar solos y a pie por las calles. El deseo, como volcán en erupción, busca  liberar la lava que quema las honduras de la tierra. El sueño ha llegado, el cuerpo entra en reposo, los recuerdos dialogados amplían los conocimientos olvidados.

En el vecindario todo huele a tranquilidad, la noche es pasajera de carruaje ligero. ¡Tenía que ser un perro! Un perro en el vecindario ha logrado desvelarme y ha convertido mi descanso en camino de altibajos. Duermo con el ladrido del perro a lo lejos, tan lejos que sólo nos separa un muro. Dicen que “perro que ladra no muerde” pero “jode” y desvela toda la noche. La noche es de mi pasado y el día es mi nuevo presente, para estar al día.

19 de octubre de 2012

Resurrección: “Nadie va al Padre sino por mí”.


Sólo con Jesucristo heredamos la resurrección. La resurrección es la vida plena en Dios y con Dios, pero esa vida plena y verdadera tiene sus bases en esta tierra, en esta vida, en nuestro quehacer cotidiano y rutinario. Jesús con su vida y sus enseñanzas nos señala el camino que debemos recorrer hacia el Padre. En una de sus muchas afirmaciones, donde expresa su auto comprensión, dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto” (Juan 14, 6-7).

El ser humano desde siempre ha tenido dos preocupaciones: La vida eterna y qué se debe hacer para alcanzarla o para salvarse.  Estas dos preocupaciones se expresan en el diálogo que tiene un hombre bueno con Jesús. Ese hombre que va por la vida luchando para salvarse se detiene en el camino para consultarle a Jesús sus inquietudes. Leyendo ese texto desde hoy, es bonito comprender que toda religión busca la salvación del ser humano; que las religiones deben entrar en diálogo. El diálogo y el respeto son urgentes, en este caso, el judaísmo y el cristianismo; el Doctor de la Ley y Jesús, fundador del cristianismo. Es curioso descubrir que el diálogo es fraterno pero no consolador, sino de mayor exigencia. El cristianismo al igual que su fundador debe ir más allá de la norma.

Maestro bueno ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna? ¿Por qué me llamas bueno, sólo Dios es bueno? (Lc. 10, 25-37). El hombre de la Ley es bueno indiscutiblemente, se aferra a ese medio, la Ley. Los mandatos le dan seguridad; cree que la ley es garantía inamovible de salvación. Jesús con su respuesta unívoca no niega que como persona y como creyente es bueno, pero inequívocamente nos remite a la fuente de toda bondad y de la salvación. El ser humano es bueno no por naturaleza, así lo afirma Jesús: “Nadie es bueno, sino sólo Dios”;  y, además, debe ser bueno porque su Creador, su Padre del Cielo es bueno. Jesús con su mirada compasiva, tierna y amorosa nos remite al origen de la vida verdadera y plena: La bondad de Dios. La bondad es la primera semilla de resurrección en el ser humano cuando desecha de su corazón y de sus acciones la maldad (Heb. 2, 8-11).

Otra semilla de resurrección en el ser humano redimido es la humildad. Los títulos no salvan. Los títulos nos dan conocimientos; pero si esos conocimientos no nos hacen humildes y más humanos no nos llevan a la vida plena y verdadera. Es difícil encontrar en el seguimiento del Señor, doctores humildes, casi siempre estos estudiosos de la escritura o de cualquier otra ciencia, ocupan sus conocimientos para humillar o para poner a prueba a aquellas personas que consideran de menos, incultas o adversarias.  Casi siempre los “doctos”, necesitan humillar para autoafirmarse. La autoafirmación es negación de sus conocimientos y expresión de sus propias inseguridades. La humildad cuesta sangre, pero vale la pena.

El camino hacia la resurrección es la Palabra de Dios. Jesús es la palabra de Dios, los evangelios nos narran la vida del “Logos de Dios”. La Biblia nos enseña el camino de la salvación, la Ley de Moisés es una pedagogía, un medio no un fin en sí mismo. La ley por sí misma no salva. Jesús acota los límites de ese medio. ¿Qué es lo que está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? (Mc. 10, 17-30).  Jesús en su respuesta recuerda los mandamientos del decálogo porque es a un judío a quien le habla, de esos mandamientos el evangelista enumera aquellos que tienen que ver con la persona y su vida social, con sus derechos y con sus obligaciones.

Lo que ofende a Dios es lo que ofende a nuestro prójimo y prójima. El pecado es una ofensa al ser humano y por eso ofende a Dios. Más que la Ley es la bondad y el desprendimiento para compartir, lo que favorece nuestra salvación. Se hace el bien no sólo deseándolo, sino en acciones que generen vida, para quien las hace y para quien las recibe. El bien es recíproco como Dios es reciprocidad. Deseando el bien y haciendo el bien a la persona prójima estamos ubicados y ubicadas con certeza en el camino de la vida eterna porque Dios en su bondad nos da la vida aquí y allá, por gracia.

Al Igual que Jesús Dios nos ve con  amor. Jesús fue "constituido Señor y Mesías" a partir de la resurrección” (Hch. 2, 36) por la comunidad cristiana primitiva. Él no tenía conciencia de que era Dios. Él es un hombre bueno no por saberse Dios, sino porque es persona creyente. Él cree en un Dios bondadoso, no jurídico; un Dios humano céntrico  no teocéntrico. El centro de Dios no es él mismo, sino el ser humano hecho a imagen y semejanza  de su creador e invitado a compartir la vida verdadera en su presencia. Dios es Señor de la vida.

Jesús fue "constituido “Hijo de Dios” en plena fuerza a partir de la resurrección" (Rom 1, 4). Durante su vida mortal, Jesús fue un ser humano y tuvo conciencia de ser un hombre como los demás”. La Cristología ascendente culmina con la resurrección como horizonte alcanzado al final de nuestra vida terrena. La compasión y la bondad son las dos puertas que se abren  en el marco que nos conduce al cielo como personas resucitadas por el resucitado.

15 de octubre de 2012

Sé quien Soy.













Yo, hombre de barro y esperanza.
Creado,  no creado e inconcluso,
imagen sin rostro definido,
semejante a humano escondido.
Yo, hombre de barro y esperanzas.

Vacío, sin aliento propio y dormido.
Me fue dada la vida, el encanto y la calidez,
la soledad y la esperanza como  injertos abrazados.
Rostro por hacer con los años en los años,
Yo, vacío, sin aliento propio y dormido.

Yo, hombre de barro humanizado.
Aliento perdido de Dios.
Fui concebido en el tiempo,
amor y pobreza me amasaron.
Yo, hombre de barro humanizado.

“Supliqué y se me concedió.”
Suplicaron y fui concebido.
Se me concedió la prudencia,
“invoqué y vino sobre mí
el Espíritu de Sabiduría”.

Hoy, hombre sabio y prudente.
No tuve cetros, tronos, ni riquezas.
Mi cetro es el amor, mi trono la paciencia,
rico en libertad, esclavo para servir.
Hoy, hombre sabio y prudente.

¿A qué me compararé, Señor?
A penas inferior a la grandeza,
a penas sabio ignorante,
a penas desprovisto de pobreza,
menos arena, menos lodo, más humano.

¿A quién me compararé, Señor?
Mi espejo, mi sombra, mi todo.
Camino libre por hacer en la vereda.
Viéndote solo y sólo viéndote,
aún perdiéndome, sé quien soy.

10 de octubre de 2012

Baño de Realidad Nacional



Pocas veces hace daño bañarse, refrescarse con agua fresca y cristalina en un día de verano, en un día soleado o en un día en que por los trajines de la vida cotidiana nos hemos dado una sudada que nos hace sentir insociables. Un baño de realidad como un baño de higiene y limpieza nunca le puede hacer daño a alguien.

En las universidades hay cátedras de Realidad Nacional y muy pocas veces quienes hablan se han bañado en ella, analizan la realidad desde las estadísticas, desde las entrevistas, desde los números y porcentajes. Es bueno tener personas instruidas y listas que nos instruyan y tal vez nos compartan algo de su perspicacia. En los Colegios nos llegan a dar charlas sobre la realidad, quien habla lo hace como quien tiene autoridad en la materia y quienes escuchamos nos sentimos aprendices de lo que vivimos.

Hay cátedras de la realidad que nos da la vida cotidiana, sin presunción y en silencio. La realidad está ahí mal oliente en las calles con olores a orines y excremento. Hay que respirar hondo y pasar a prisa las aceras esperando que al otro lado haya aire menos contaminado con una leve dosis de humo  color asfalto. Las personas que caminan por las calles se ven obligadas a hacerlo porque las aceras están saturas por carros peatones que tienen preferencia, las aceras son parqueos públicos y privados. El peligro se respira en cada espacio social, en cada esquina, en cada semáforo. El prójimo en la realidad es una amenaza potencial y anónima en las calles. Hay que caminar de prisa y viendo a todos lados como peatones con retrovisores.

La salud, en las calles y en los centros asistenciales nacionales, es deprimente; no se distingue con facilidad si se sigue en la calle o si ya  se está en un centro asistencial o quizá los centros asistenciales están en la calle porque la salud y el buen trato a las personas enfermas no  es una prioridad. Se ve a las personas con el rabillo del ojo y con desprecio. Los y las profesionales de la salud carecen de calidez y sensibilidad humana. No se acercan a los pacientes movidos por la compasión porque están ocupados y ocupadas con sus celulares o poniéndose al día en la vida ajena. El pariente de la persona enferma tiene que suplicar un derecho que le es suyo por ser ciudadano y por pagar sus impuestos; tiene que lidiar, levantar, empujar la camilla y exigir que se trate bien con humanidad y respeto a la persona carente de salud. Pero también hay gente buena  y generosa que tiene vocación, humanismo, amor, paciencia y buen carácter en los hospitales, pero como dicen en nuestro popular idioma, me cuento los dedos y me sobran muchos”.

La sonrisa, la solidaridad, la compasión, la ayuda, la preocupación por la persona en situación de “caída en desgracia” _porque la salud es una gracia y no tenerla es una desgracia_ todavía son realidades etéreas que deambulan por los hospitales como almas en pena y sin reposo. En pena, porque si se van de los hospitales qué sería de ellos y sin  reposo porque hay mucho que hacer con los profesionales de la salud y con las personas enfermas que no tienen  los recursos para pagar por un trato humano, cálido y cercano. Hay que recuperar los juramentos y especialmente el que hacen los médicos y las médicas: El juramento hipocrático. Un juramento de origen humanista-pagano que posteriormente fue cristianizado.

 Versión del juramento hipocrático de la Convención de Ginebra.

Ha habido varios intentos de adaptación del juramento hipocrático a lo largo de la historia. En 1945, se redactó un juramento hipocrático en la convención de Ginebra, con el texto siguiente:

"En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad. Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que son acreedores. Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones. Respetaré el secreto de quien haya confiado en mí. Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis hermanos. No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase. Tendré absoluto respeto por la vida humana. Aún bajo amenazas, no admitiré utilizar mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad. Hago estas promesas solemnemente, libremente, por mi honor". 

Al final de este baño quedo empapado de conciencia social, no sé si aseado o con más contaminación de la que ya tenía. No sé si libre o sigo oprimido por la carga de muchas décadas. No sé si conforme o crítico de lo que se ve y nadie mejora. Lo que sí sé es que ahí está, siendo escuela para quienes queramos  una dosis de criticidad y humanismo, de igualdad y respeto.

2 de octubre de 2012

La kénosis como opción histórica de Jesús y de la Iglesia.


La primera inculturación del Evangelio en la historia es el anuncio, encarnación y  nacimiento de Jesús, el ungido, el Mesías, el Cristo o lo que conocemos como el evangelio de la infancia. En la realidad del siglo I, bajo el dominio romano, Palestina sometida y convulsionada, Nazaret, Belén, Galilea, Judea, censo, estructura social y religiosa, Cafarnaún etc. Buena noticia para la gente pobre como los pastores, motivo de gozo y esperanza. Una sociedad politizada  y polarizada en todos los aspectos de   la vida humana. La Iglesia se ha enriquecido con las culturas y en ellas también se ha empobrecido cuando piensa, actúa y se viste anacrónicamente.

Si Jesús es la piedra que desecharon los constructores y es ahora la piedra angular (Sal.117; Hc. 4, 1-12 ); si Pedro, el pescador de Cafarnaún (Mc 1, 29-34 ) es “piedra”, Cefas y sobre esa piedra se edifica la Iglesia de Jesús , según San Mateo, que también vivía en Cafarnaún al igual que Jesús, (Mateo 16:13-20); si María Magdalena “la Galilea de Magdala” es la primera misionera apóstol del resucitado (Mt. 28,1-5; Mc. 16,1-5; Lc. 24:,1-1; Jn. 20, 1-20 ) y María la Madre de Jesús es la Madre de Dios hecho hombre es porque Dios en su bondad y por amor ha decidido salvar la historia del género humano haciendo suya la historia para desde ella salvar y no condenar. La kénosis del Dios Creador, Liberador, Salvador y que está en comunión con la humanidad, se historiza en la kénosis del hijo, el vaciamiento de su condición divina para asumir totalmente la condición humana en su fragilidad y transitoriedad (Jn 1,14; Gál 4,4-7; Jn 17, 5; 2 Cor 8, 9).

Jesús sus seguidores y seguidoras desde el misterio de la encarnación inculturaron el Evangelio para todas las gentes cuando iban evangelizando y dejando comunidades cristianas a su paso huyendo de la persecución: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a todas las criaturas” (Mc 16,15). El cristianismo desde sus orígenes es “encarnación kenótica” (Fil. 2, 6), Jesús se encarna y se incultura al mismo tiempo en la historia para trascenderla. Jesús hizo realidad la Buena Nueva de Dios en él y en lo que anunciaba con palabras y obras. El vaciamiento forzado de los y las pobres es riqueza para el evangelio. Jesús dio respuesta a las necesidades básicas de las gentes pero no se redujo a ellas, porque anunció a un Dios que les llenaba y les cambiaba la existencia. La Iglesia debe meterse en la realidad del ser humano que se llama historia, hacerse cargo desde el anuncio y cargar con ella en sus limitaciones. El Evangelio debe historizarse. Es difícil que “las Iglesias” asuman esta kénosis de Jesús porque supondría un vaciamiento permanente de sí mismas para llenarse del Espíritu de Dios, el mismo Espíritu que se encarna con el Hijo de Dios, Jesús de nazaret. La Kénosis es encarnación  como opción de Dios y es opción de Jesús de inculturación: “La kénosis del Hijo no consiste en la encarnación en sí misma, sino en su encarnación en la debilidad, en el dolor, en su entrega diaria y permanente (Fil. 2, 5) Y fue esta kénosis la que el Padre sucesivamente en una situación de existencia humana gloriosa, premió su obediencia hasta la cruz. (Fil. 2,8-11).

Inculturación es igual a encarnación e historia es igual a realidad humana salvada por amor. Desde su génesis la Iglesia ha reflexionado y llevado a la práctica la inculturación en la historia,  a partir de Jesús. La Iglesia en su riqueza cultural ha asimilado influencias del judaísmo y helenismo; del imperio romano y de muchas otras culturas. Una Iglesia abierta a los signos de los tiempos es una Iglesia con mística universal, de renovación permanente y abierta a los nuevos retos: La globalización, la informática, la genética, la ecología y la extrema pobreza de millones de seres humanos.

Desde la perspectiva de la encarnación como inculturación, toda reflexión que se haga de Dios, de Jesús, de María, José y de la Iglesia, entre otras,  se debe hacer desde esa historia tan llena de personas, de lugares y acontecimientos de muerte y esperanza. Consecuentemente tanto la Teología, la Cristología, la Eclesiología y la Mariología etc., tienen un mismo principio: La encarnación de la Palabra de Dios que se llama Jesús y la inculturación de esa buena noticia  se llama evangelizar a los pueblos de toda la tierra como mandato recibido de Jesús a los fundamentos de la naciente Iglesia: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,  y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt. 28, 19-20). Desde su mismo origen, la misión de la Iglesia ha tomado la forma de un encuentro mutuamente enriquecedor entre los evangelizadores y las culturas más diversas” de los pueblos.