El joven pasado lleno de
ilusiones y alegrías, carcajadas y desvelos, estudios y exámenes, caminos por
los pasillos de la
Universidad , trajín de gente corriendo de un aula a otra,
vuelve a mi presente lleno de arrugas, cansancio, con pelo entre cano, con
manchas en su piel y con una vida que contar; una vida llena de desencantos,
frustraciones, desempleos, errores, narraciones vividas en carne propia. Ese
pasado que es mi memoria recuperada tiene
brillo en sus ojos, ternura en su alma, sonrisa sincera, sin máscara, sin
antifaz. La voz no ha perdido su tono, tono en reposo enronquecido.
Las alas del pasado han perdido
su vitalidad, se han gastado en el vuelo, necesitan reposo, silencio,
meditación, reconstrucción. El pasado se hace presente en mi presente lejano de
veinte años atrás o más. El pasado vuelve, viene a mi encuentro con sus manos
llenas y sus pies cansados; el pasado se eterniza en la conversación de muchos
años, donde la vida hecha síntesis se comparte, se va en las palabras, en la respiración, en
los suspiros, en los recuerdos; se va
como el agua en mis manos que deja a su paso la frescura de su cuerpo. El
pasado se hizo visible pero vuelve a sus cauces subterráneos.
La noche es el telón de fondo del
escenario. El día del encuentro ha llegado. Hay una noche sin estrellas
pero repleta de blancos suspiros esponjosos. La noche sin estrellas es común y
corriente, porque es una noche humana, ordinaria y sin atractivos foráneos.
Esta noche, tiene muchas ausencias, ausencia de Orión, Virgo, La Osa Mayor , Pegaso,
Géminis y Andrómeda. La luz del cielo no es suficiente como la de la tierra. La luz tenue del cafetín a penas me permite
ver la carta. Hay frío, viento y brisa en el ambiente como en aquellos días de
universidad, al salir de clase por la noche. Orión sigue influyendo en Gea. El ambiente favorece un café de
especias, sabroso y caliente, humeante y seductor. La noche viene perfumada con
ese olor inconfundible, ese olor que se siente al entrar a un café, es ese
mismo, es el olor a café.
Hoy la ruta de mis pasos no es la
misma, camino en distinta dirección. Antes, en el pasado, caminaba al sur del
norte; hoy, desde varios años, camino en dirección al norte con su ala de
amanecer hacia el oriente y su otra ala hacia el poniente. La flecha señala el
norte, pero la calidez de mi alma busca la salida del sol y la otra parte de
mí, mi mundo oscuro, oculta la otra ala que pertenece al poniente; esa ala
invisible, camaleón de sobre vivencia, es la causante de mi desequilibrio
emocional. Las dos alas juntas y en comunión son la balanza de mis brazos y el
equilibrio de mis pasos. La balanza ya es parte de mí.
Todo en el encuentro es calidez.
Calidez en las miradas, en las carcajadas, en los recuerdos, en lo que no pasó
y está almacenado en la memoria como un acontecimiento. Esta mesa de comunión,
sin mantel, se viste con el mantel invisible que hilvana el encuentro. En esta
mesa redonda faltan muchos caballeros y muchas sonrisas femeninas. Hay un vacío
inexistente porque los recuerdos, como hilos de cariño, les traen a nuestra
presencia en su ausencia. La literatura de la vida trae a sus personajes:
Quijote derrotado, Mío Cid triunfador,
Celestina eximia, Santiago Nassar bonachón, Doña Bárbara manda más y el coronel
no tiene quien le escriba la despedida.
Terminada la sesión y
continuándola en la calle, las palabras llenas de vida, porque han vuelto a la
vida envolviendo la vida de años atrás, se niegan a volver nuevamente al reposo
acobijado. Esas palabras que no se lleva el viento, porque pesan lo que valen en oro,
se niegan a volver al baúl de los recuerdos. Dos amigos caminan juntos, han
compartido las espigas de sus vidas trituradas. Han compartido el café amargo
de su existencia, han compartido el postre amasado en otras manos. Hombres
convertidos en pan que se ha partido y repartido siempre. Amigos que vuelven cada uno a sus pasos.
La noche sigue oscura. Los pasos
apuestan por llegar pronto a la meta. Los oídos, detectives de sonidos, evitan
el peligro de caminar solos y a pie por las calles. El deseo, como volcán en
erupción, busca liberar la lava que
quema las honduras de la tierra. El sueño ha llegado, el cuerpo entra en
reposo, los recuerdos dialogados amplían los conocimientos olvidados.
En el vecindario todo huele a
tranquilidad, la noche es pasajera de carruaje ligero. ¡Tenía que ser un perro!
Un perro en el vecindario ha logrado desvelarme y ha convertido mi descanso en
camino de altibajos. Duermo con el ladrido del perro a lo lejos, tan lejos que
sólo nos separa un muro. Dicen que “perro que ladra no muerde” pero “jode” y
desvela toda la noche. La noche es de mi pasado y el día es mi nuevo presente,
para estar al día.
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