Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

19 de octubre de 2012

Resurrección: “Nadie va al Padre sino por mí”.


Sólo con Jesucristo heredamos la resurrección. La resurrección es la vida plena en Dios y con Dios, pero esa vida plena y verdadera tiene sus bases en esta tierra, en esta vida, en nuestro quehacer cotidiano y rutinario. Jesús con su vida y sus enseñanzas nos señala el camino que debemos recorrer hacia el Padre. En una de sus muchas afirmaciones, donde expresa su auto comprensión, dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto” (Juan 14, 6-7).

El ser humano desde siempre ha tenido dos preocupaciones: La vida eterna y qué se debe hacer para alcanzarla o para salvarse.  Estas dos preocupaciones se expresan en el diálogo que tiene un hombre bueno con Jesús. Ese hombre que va por la vida luchando para salvarse se detiene en el camino para consultarle a Jesús sus inquietudes. Leyendo ese texto desde hoy, es bonito comprender que toda religión busca la salvación del ser humano; que las religiones deben entrar en diálogo. El diálogo y el respeto son urgentes, en este caso, el judaísmo y el cristianismo; el Doctor de la Ley y Jesús, fundador del cristianismo. Es curioso descubrir que el diálogo es fraterno pero no consolador, sino de mayor exigencia. El cristianismo al igual que su fundador debe ir más allá de la norma.

Maestro bueno ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna? ¿Por qué me llamas bueno, sólo Dios es bueno? (Lc. 10, 25-37). El hombre de la Ley es bueno indiscutiblemente, se aferra a ese medio, la Ley. Los mandatos le dan seguridad; cree que la ley es garantía inamovible de salvación. Jesús con su respuesta unívoca no niega que como persona y como creyente es bueno, pero inequívocamente nos remite a la fuente de toda bondad y de la salvación. El ser humano es bueno no por naturaleza, así lo afirma Jesús: “Nadie es bueno, sino sólo Dios”;  y, además, debe ser bueno porque su Creador, su Padre del Cielo es bueno. Jesús con su mirada compasiva, tierna y amorosa nos remite al origen de la vida verdadera y plena: La bondad de Dios. La bondad es la primera semilla de resurrección en el ser humano cuando desecha de su corazón y de sus acciones la maldad (Heb. 2, 8-11).

Otra semilla de resurrección en el ser humano redimido es la humildad. Los títulos no salvan. Los títulos nos dan conocimientos; pero si esos conocimientos no nos hacen humildes y más humanos no nos llevan a la vida plena y verdadera. Es difícil encontrar en el seguimiento del Señor, doctores humildes, casi siempre estos estudiosos de la escritura o de cualquier otra ciencia, ocupan sus conocimientos para humillar o para poner a prueba a aquellas personas que consideran de menos, incultas o adversarias.  Casi siempre los “doctos”, necesitan humillar para autoafirmarse. La autoafirmación es negación de sus conocimientos y expresión de sus propias inseguridades. La humildad cuesta sangre, pero vale la pena.

El camino hacia la resurrección es la Palabra de Dios. Jesús es la palabra de Dios, los evangelios nos narran la vida del “Logos de Dios”. La Biblia nos enseña el camino de la salvación, la Ley de Moisés es una pedagogía, un medio no un fin en sí mismo. La ley por sí misma no salva. Jesús acota los límites de ese medio. ¿Qué es lo que está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? (Mc. 10, 17-30).  Jesús en su respuesta recuerda los mandamientos del decálogo porque es a un judío a quien le habla, de esos mandamientos el evangelista enumera aquellos que tienen que ver con la persona y su vida social, con sus derechos y con sus obligaciones.

Lo que ofende a Dios es lo que ofende a nuestro prójimo y prójima. El pecado es una ofensa al ser humano y por eso ofende a Dios. Más que la Ley es la bondad y el desprendimiento para compartir, lo que favorece nuestra salvación. Se hace el bien no sólo deseándolo, sino en acciones que generen vida, para quien las hace y para quien las recibe. El bien es recíproco como Dios es reciprocidad. Deseando el bien y haciendo el bien a la persona prójima estamos ubicados y ubicadas con certeza en el camino de la vida eterna porque Dios en su bondad nos da la vida aquí y allá, por gracia.

Al Igual que Jesús Dios nos ve con  amor. Jesús fue "constituido Señor y Mesías" a partir de la resurrección” (Hch. 2, 36) por la comunidad cristiana primitiva. Él no tenía conciencia de que era Dios. Él es un hombre bueno no por saberse Dios, sino porque es persona creyente. Él cree en un Dios bondadoso, no jurídico; un Dios humano céntrico  no teocéntrico. El centro de Dios no es él mismo, sino el ser humano hecho a imagen y semejanza  de su creador e invitado a compartir la vida verdadera en su presencia. Dios es Señor de la vida.

Jesús fue "constituido “Hijo de Dios” en plena fuerza a partir de la resurrección" (Rom 1, 4). Durante su vida mortal, Jesús fue un ser humano y tuvo conciencia de ser un hombre como los demás”. La Cristología ascendente culmina con la resurrección como horizonte alcanzado al final de nuestra vida terrena. La compasión y la bondad son las dos puertas que se abren  en el marco que nos conduce al cielo como personas resucitadas por el resucitado.

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