Pocas
veces hace daño bañarse, refrescarse con agua fresca y cristalina en un día de
verano, en un día soleado o en un día en que por los trajines de la vida
cotidiana nos hemos dado una sudada que nos hace sentir insociables. Un baño de
realidad como un baño de higiene y limpieza nunca le puede hacer daño a
alguien.
En
las universidades hay cátedras de Realidad Nacional y muy pocas veces quienes
hablan se han bañado en ella, analizan la realidad desde las estadísticas,
desde las entrevistas, desde los números y porcentajes. Es bueno tener personas
instruidas y listas que nos instruyan y tal vez nos compartan algo de su perspicacia.
En los Colegios nos llegan a dar charlas sobre la realidad, quien habla lo hace
como quien tiene autoridad en la materia y quienes escuchamos nos sentimos
aprendices de lo que vivimos.
Hay
cátedras de la realidad que nos da la vida cotidiana, sin presunción y en
silencio. La realidad está ahí mal oliente en las calles con olores a orines y excremento.
Hay que respirar hondo y pasar a prisa las aceras esperando que al otro lado haya
aire menos contaminado con una leve dosis de humo color asfalto. Las personas que caminan por
las calles se ven obligadas a hacerlo porque las aceras están saturas por
carros peatones que tienen preferencia, las aceras son parqueos públicos y
privados. El peligro se respira en cada espacio social, en cada esquina, en
cada semáforo. El prójimo en la realidad es una amenaza potencial y anónima en
las calles. Hay que caminar de prisa y viendo a todos lados como peatones con
retrovisores.
La
salud, en las calles y en los centros asistenciales nacionales, es deprimente;
no se distingue con facilidad si se sigue en la calle o si ya se está en un centro asistencial o quizá los
centros asistenciales están en la calle porque la salud y el buen trato a las
personas enfermas no es una prioridad. Se
ve a las personas con el rabillo del ojo y con desprecio. Los y las
profesionales de la salud carecen de calidez y sensibilidad humana. No se
acercan a los pacientes movidos por la compasión porque están ocupados y
ocupadas con sus celulares o poniéndose al día en la vida ajena. El pariente de
la persona enferma tiene que suplicar un derecho que le es suyo por ser ciudadano
y por pagar sus impuestos; tiene que lidiar, levantar, empujar la camilla y
exigir que se trate bien con humanidad y respeto a la persona carente de salud.
Pero también hay gente buena y generosa que
tiene vocación, humanismo, amor, paciencia y buen carácter en los hospitales,
pero como dicen en nuestro popular idioma, me cuento los dedos y me sobran
muchos”.
La
sonrisa, la solidaridad, la compasión, la ayuda, la preocupación por la persona
en situación de “caída en desgracia” _porque la salud es una gracia y no
tenerla es una desgracia_ todavía son realidades etéreas que deambulan por los
hospitales como almas en pena y sin reposo. En pena, porque si se van de los
hospitales qué sería de ellos y sin reposo porque hay mucho que hacer con los profesionales
de la salud y con las personas enfermas que no tienen los recursos para pagar por un trato humano,
cálido y cercano. Hay que recuperar los juramentos y especialmente el que hacen
los médicos y las médicas: El juramento hipocrático. Un juramento de origen humanista-pagano que posteriormente fue
cristianizado.
Versión
del juramento hipocrático de la Convención de Ginebra.
Ha
habido varios intentos de adaptación del juramento hipocrático a lo largo de la
historia. En 1945, se redactó un juramento hipocrático en la convención de
Ginebra, con el texto siguiente:
"En
el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me
comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad.
Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que son
acreedores. Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida
del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones. Respetaré el secreto de
quien haya confiado en mí. Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el
honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis
hermanos. No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse
consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase. Tendré
absoluto respeto por la vida humana. Aún bajo amenazas, no admitiré utilizar
mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad. Hago estas promesas
solemnemente, libremente, por mi honor".
Al
final de este baño quedo empapado de conciencia social, no sé si aseado o con
más contaminación de la que ya tenía. No sé si libre o sigo oprimido por la
carga de muchas décadas. No sé si conforme o crítico de lo que se ve y nadie
mejora. Lo que sí sé es que ahí está, siendo escuela para quienes queramos una dosis de criticidad y humanismo, de
igualdad y respeto.
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