Recordando la experiencia mística de Elías, "Dios es Yahveh" o "Mi Dios es Yahvé". Dios no es lo que queremos, sino lo que él
quiere ser. Cuando andamos en nuestro desierto es cuando más debemos escuchar
la palabra de Dios, su palabra es personal y certera.
“La conversión es una actitud permanente”. El proceso de conversión es sencillo para quien lo desea: Escuchar, reflexionar y actuar. La fe es ver lo posible en lo imposible como la viuda de Sarepta. La fe nos hace sonreír en la aflicción.
“La conversión es una actitud permanente”. El proceso de conversión es sencillo para quien lo desea: Escuchar, reflexionar y actuar. La fe es ver lo posible en lo imposible como la viuda de Sarepta. La fe nos hace sonreír en la aflicción.
Iniciar una nueva época no significa olvidar la anterior, renunciar
existencialmente a ella; no es un “borrón y cuenta nueva”, sino más bien de
esos borrones y sobre esos borrones que manchan la hoja de la vida hay que
escribir nuevas líneas, hay que pintar nuevos horizontes, hay que dibujar
nuevos planos.
Antes pensé que era una persona de “plan y ladera” o “de tierra adentro” pero hoy me doy cuenta que Dios nos lleva no por nuestros caminos, sino por los que él va trazando a través de las mociones espirituales del discernimiento cotidiano y de las personas que encontramos en nuestro camino. La reflexión y la conversión son los caminos hacia algo nuevo y mejor.
Debo agregarle a lo primero una nueva experiencia como Jesús, que toda
experiencia la incorporaba en su vida y en su misión: “Y regresó donde se había
criado”. Vuelve a Nazaret, a su pueblo, donde viven sus parientes y sus
paisanos no para quedarse ahí, sino para desde ahí caminar por las orillas del
mar de Galilea, en las playas arenosas de
Cafarnaúm.
Ha finalizado una misión, la de la vida oculta, a partir de su bautismo
comienza una nueva era, una nueva etapa, una nueva época porque es un hombre
que se deja guiar por el Espíritu Santo. En su vida “todo marcha sobre ruedas”
y si “Dios permite que pasen las cosas” es
para que uno vea lo que no quiere ver. Dios es un gran pedagogo, su paso no
puede quedar inadvertido.
Lo que debo agregar a mi nueva vida son dos elementos esenciales: “Plan, ladera y playa” por un lado y, por el otro, el nombre de mi nueva tierra: “La libertad”, sin olvidar que ella es sólo un puerto, punto de llegada y punto de salida. El «yugo» de Jesús es el la vida hecha «suavidad» y «humildad» de corazón. Es sujetar la propia vida a la bondad incesante. Esto es lo único que libera y da felicidad. El yugo de Jesús no es para oprimir el cuerpo y asfixiar el alma, el yugo de Jesús es suave y ligero, aprendamos de él que es manso y humilde de corazón.
Hay cosa, valores y convicciones que no se pueden negociar y cuando el
diálogo no es posible entonces hay que buscar nuevos caminos. Esos caminos forjados
con sudor, sufrimiento y desgaste son los caminos que nos deben conducir hacia
la felicidad, la felicidad no está al final de la lucha, sino que se vive y se
lucha por ella todos los días; ella, la felicidad no viene a nuestro encuentro
para animarnos, sino que se pone a caminar, va a nuestro lado para que aligeremos
el paso con una gran sonrisa porque Dios va a nuestro lado.
Evangelizar a los y las pobres siempre ha sido la brújula de mi vida, esa es mi tarea: “Llegó a Nazaret, donde se había criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura, y le pasaron el libro del profeta Isaías. Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor…” (Lc. 4, 16-19)
Evangelizar a los y las pobres siempre ha sido la brújula de mi vida, esa es mi tarea: “Llegó a Nazaret, donde se había criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura, y le pasaron el libro del profeta Isaías. Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor…” (Lc. 4, 16-19)
Cuando Dios acarició el barro humano, su mirada tierna y su sonrisa
eterna no dejaron de forjar a aquel ser inanimado que cuando abrió los ojos a
la vida lo primero que contempló fue un rostro sonriente y amorosamente tierno.
Sin dejar de ser Dios se hizo a alguien parecido; yo, sin dejar de ser hombre debo ser vasija de las gracias divinas. La confianza, la
dignidad, la libertad, el amor a los prójimos
y prójimas, y ser uno mismo son
principios que no se negocian.
Dejar de ser uno mismo empobrece, lastima y anonada la mismisidad que
Dios mismo ha depositado en cada uno y en cada una con su aliento de vida y
felicidad. Como dice San Pablo: “siendo
libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos. Me he hecho
débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para
ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para
participar yo también de sus bienes.”(Corintios 9,16-19.
22-23). El seguimiento es una invitación, el cómo es una opción. Hay que seguir
optando por Jesús, su Reino, sus amados y amadas pobres en las playas suavizadas
de la libertad.
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