Digo lo que
llevamos en el corazón porque “de lo que está lleno el corazón habla la boca” y
digo lo que almacenamos en el cerebro porque del cerebro, como el gran silo o
granero donde almacenamos nuestras semillas, nuestras ideas, es de donde salen
las intenciones, acciones y operaciones que generalmente no están ordenadas
para alcanzar el fin para el que hemos sido creados y creadas; por lo tanto en
mi vida, en mis relaciones interpersonales, en mi religiosidad o en mi
pertenencia a un grupo, sea de trabajo, de estudio, de iglesia, de afinidad,
distracción o satisfacción, salen como malas semillas, como cizaña sembrada
junto al trigo, la exclusión, la marginación, la desigualdad, el rechazo, el
denigrar la dignidad de la otra persona por lo que digo de ella a los y las
demás.
En este ambiente
parecido al nuestro vive José, el que sueña y espera un mundo distinto, un
mundo donde Dios reine a través de su Mesías salvador. En esta realidad
parecida a la nuestra padece en carne propia María en su condición de mujer
excluida en la sociedad judía y en esta socieda polarizada y politizada nace
Jesús, fermento de Dios en la masa del mundo. El nacimiento de Jesús pasa
desapercibido e inadvertido en una sociedad clasista, idólatra del poder y la
riqueza, en una sociedad religiosa que venera y da culto a un dios de sacrificios
y penitencias. Afuera, en el mundo hay fiesta sin él. Dios se encarna en una
sociedad excluyente, injusta, opresora y violenta, dividida por el dinero y por
las ideologías partidistas. Así lo siente, lo reflexiona, lo piensa y lo canta
María, la madre de Jesús (Lc. 1, 46-55).
La historia
humana leída desde la fe nos muestra a un Dios que siempre se ha manifestado en
la historia y ha hecho de ésta historia, hecha, elaborada, moldeada por manos y
decisiones humanas, el medio para hacer creíble y eficaz la salvación de la
historia (Hebreos 1,1‑6). De
esta gran teofanía de siglos de paciencia, amor, purificación y perdón pasamos
a la gran manifestación, revelación definitiva de Dios hecho ser humano,
revelado a las naciones en la epifanía de su hijo: Jesús (Rom. 16,25-27). ¿Cuál
es el anuncio? ¿Cuál es la
Buena Noticia ? ¿Cuál es la revelación? (Lc. 1,26-38). ¿A
quiénes se les comunica el mensaje y quiénes se llenan de gozo en su presencia?
Los pastores, los sabios de oriente, y la gente sencilla del pueblo. Dios se
hace buena noticia para los y las marginadas de la sociedad y de la economía;
se hace buena noticia para los excluidos y excluidas de la religión y de la
salvación; se hace buena noticia para los desheredados y desheredadas raciales
por no haber nacido ni pertenecer al “gran pueblo elegido” (Lc. 2, 1-14).
La epifanía de
Dios en Jesús nos invita a modificar nuestro corazón, nuestro cerebro y
nuestras vísceras; a modificar todo nuestro ser, creer, hacer y parecer. La
epifanía nos aporta humanidad, comunión, pertenencia, humildad, valentía,
sagacidad, inclusión y sobre todo aceptación de aquellos y aquellas a las que
Dios se ha manifestado en su hijo amado: Un hijo que nace entre los excluidos y
excluidas; nace en pobreza en medio de los pobres; nace como persona
vulnerable en condiciones inhumanas; nace arropado por la sencillez y la
humildad de una mujer; acariciado por el amor y por la protección de un
soñador. Ese es Dios, un Dios cercano, tan cercano, que no se diferencia en
nada de lo humano, pero que se acerca tanto, tanto, para redimir desde abajo,
desde la raíz al género humano caído, aplastado, anonadado. Un Dios que nos ama
tanto que deja de ser un “Dios con nosotros” para ser un Dios entre nosotros y nosotras. En Jesús Dios
revela la salvación universal.
El amor
preferencial de Dios hacia los y las pobres, no es un amor exclusivo, sino
inclusivo, porque ama a quienes no son amados y amadas por la sociedad; no es
un amor particular, sino universal porque integra a las personas de la
periferia y no se queda, ni se casa con los centros de poder y dominio; este
amor inconforme de Dios es la levadura para trabajar y amasar la fraternidad,
la comunión y la igualdad como pan nuevo calentito y oloroso o como vino nuevo
en odres nuevos servido en la mesa del gran banquete universal del reinado de
Dios (Is. 25,6-10).
No hay comentarios:
Publicar un comentario