El cansancio es una carga inaguantable, pesa, agota, desespera, desanima y nos pone de mal humor. El cansancio nos quita el sueño, nos roba la paz y nos hace personas inestables. El cansancio lleva en su espíritu el dolor de la frustración cuando las cosas, a pesar de nuestro esfuerzo, entrega, dedicación y deseo de hacer bien las cosas se van por la borda, se van de nuestras manos, se van como que si nada hemos hecho o pensado y nos deja internamente el sabor del desconsuelo, la apetencia de seguir luchando y la amargura de ser personas incompetentes.
El cansancio es arrogante porque creemos que todo depende de nuestro esfuerzo, de nuestra capacidad, de nuestras aptitudes y nos hace olvidar que somos personas limitadas y necesitadas. El cansancio nos hace olvidar que necesitamos con urgencia ser personas humildes, no humilladas; humildes porque no siempre nos salen bien las cosas. Humildes porque debemos mantener la apertura a la corrección y al consejo de otros y otras. Humildes porque no nacemos aprendidos.
La humildad no es compatible con la humillación, porque la humillación viene de fuera, es agresión a la integridad física aunque no nos toquen; es agresión porque lastima la dignidad y la autoestima; es agresión que se expresa en palabras vulgares. La persona que humilla es vulgar, tosca, carente de modales y formas humanas y civilizadas de expresar su desacuerdo. La humillación es inhumana porque quien humilla es arrogante, autosuficiente, déspota y carente de sensibilidad. La persona que humilla demuestra su poco humanismo, su cristianismo en decadencia y se aparta del camino que Jesús nos ha enseñado.
Jesús fue un hombre sencillo, afable, cercano, compasivo, tierno, valiente, realista y siempre se puso al lado de las personas vulnerables. Jesús no soportó la humillación hecha a otros u otras, defendió a los pequeños y pequeñas, no sólo de estatura, sino de la sociedad, es decir a las personas ignorantes, apocadas y siempre tuvo palabras de ánimo y aliento para quienes se sentían menospreciados por el poder, por la riqueza y la salvación. Él siendo Dios se humilló pero protestó ante la humillación infligida a su persona. Cuando le dieron en la mejilla, no puso la otra, sino que preguntó: ¿Por qué me golpeas? (Jn. 18, 19-23).
Este sabor amargo, este dolor interno y este peso insoportable fatigan nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro corazón y todo nuestro ser. La desolación recorre inadvertida todo nuestro torrente vital, contamina todo el cuerpo y le roba la salud, la oxigenación tan necesaria para purificarnos y seguir adelante. La desolación nos hace creer que hemos perdido la guerra negándonos la alegría de la victoria, cuando lo único que hemos perdido es una batalla de la que debemos levantarnos, caminar y respirar profundamente para llenar nuestros pulmones de fuerza y esperanza.
La agresión, la desolación, la violencia verbal y física son elementos que cuestionan nuestro ser personas sociales, personas racionales, personas civilizadas, personas humanas, personas cristianas. El cansancio pesa tanto, nos agota tanto que al final del túnel, lo único que deseamos es tirar la carga, tirar la toalla, colgar los tenis, tirar el compromiso, tirar todo aquello que ha hecho de nuestra vida una vida llena de ilusiones, una vida plena, llena de emociones y repleta buenos momentos, momentos compartidos donde el rostro de las personas amadas y sus sonrisas pasan al olvido. El cansancio es irracional.
En los momentos de desolación nunca hacer mudanzas, cambios de los que podamos arrepentirnos. El aguante y la esperanza de mejores momentos es lo que sostiene la casa que está construida sobre roca, roca sólida y firme; sin olvidar que esa roca, también tiene un corazón tierno y solidario. Jesús es la roca.
En los momentos de desolación nunca hacer mudanzas, cambios de los que podamos arrepentirnos. El aguante y la esperanza de mejores momentos es lo que sostiene la casa que está construida sobre roca, roca sólida y firme; sin olvidar que esa roca, también tiene un corazón tierno y solidario. Jesús es la roca.
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