Estoy entrando en un nuevo espacio, puerta ancha y
estrecha al mismo tiempo: el ámbito del lenguaje y la literatura; y aunque en
mis venas corren las letras hechas sentimientos, las palabras que expresan
pensamientos y construcciones literarias, figuras, estilos, géneros y
hasta reflexiones sobre la lengua castellana, se me vuelve novedad
conocer no sólo la piel, el aroma y el vestido colorido del lenguaje, sino
también su estructura ósea y nerviosa, su sistema sanguíneo y respiratorio y,
especialmente, su sistema digestivo para digerir los bocados que me alimenten y
me den la salud para mantenerme de pie y laxitud en el aula de clases, donde
muchos y muchas esperan el pan de la palabra, la ensalada de géneros, la sopa
de letras, los espaguetis de las oraciones, la tortilla tostada “quiebra
dientes” de las conjugaciones verbales y el postre de saber y escribir con
felicidad, dulzura con “sabor a quiero más” y al final del banquete de
este año lectivo saborear en el paladar y en el corazón la belleza y exquisitez
de nuestro idioma.
Me basta y no es poco, que los alumnos y alumnas
amen su idioma y no lo degraden, que sepan pensar, que sepan hablar y que
sepan escribir porque con estas herramientas podemos transformar el mundo, la
realidad y la historia, si cultivamos el hábito de la lectura, del análisis, la
crítica y las nuevas propuestas.
La soledad nos hace ver las cosas de distinta
manera, el silencio oxigena el pensamiento y la creatividad sale a correr
todos los días. Caminaba a los baños por los pasillos llenos de frescura y
libertad; veía las plantas ornamentales en fila con disciplina, uniformadas de
verde; pisoteaba los ladrillos que recuerdan otras épocas, otros ires y
venires, otro edificio, el de antaño, la fortaleza, el monumento de lo que fue
en aquella época el Externado de San José en su época de oro, dicen algunos
anacrónicos.
Caminaba sobre esos ladrillos que guardan silencio
porque nadie les pregunta nada, ni escuchan sus voces las sordas paredes nuevas
que sostiene el techo del saber. Esos pasillos que son la continuación de
otros hacia atrás y hacia delante porque el tiempo en estos ámbitos
institucionales se bambolea de generación a generación. De hecho la tradición
se enraíza en el tiempo.
El tiempo en estos pasillos se hace eterno y se
queda en dosis de eco en cada orificio, en cada poro de los ladrillos, en cada
hoja, en cada árbol, en cada espacio que une la grama, en cada respiro del
viento, en cada brazo de la noche y en cada cabello rubio oxigenado del sol
radiante de cada día, cuando los pájaros se van y toman sus lugares los pájaros
y pájaras del futuro, esas aves pasajeras que hacen del Colegio, de este
Colegio, de su Colegio su propio nido. La esperanza es que estas aves que aman
la libertad y vuelan en sus alas, sean verdes como la esperanza. Que estas aves
verdes donde quiera sean verdes.
En esta realidad externa e interna los dichos
cobran vida y tienen contenido: “Ojos que no ven, corazón que no siente”;
“a palabras necias, oídos sordos”; “dime de qué presumes y te diré de qué
careces”; “amor, tos y humo no se pueden esconder”. Estos y otros dichos están
referidos al cuerpo y especialmente a los sentidos, por eso viene a mi memoria
el cuerpo docente y especialmente su sentido.
La docencia del Colegio es la mano amiga, el
corazón compasivo y solidario, la mirada que protege y desconfía, los pasos
firmes y disciplinarios, los pensamientos e ideas que se comparten y el amar en
todo momento son, finalmente, la cajita de sorpresa en cada período mensual de
exámenes, donde se verifica que “guerra avisada no mata soldado”; “genio y
figura hasta la sepultura”; “muerto el capital acabado el interés”; “es mejor
deber plata que favores”; “cachetada en cuero ajeno no duele”; y para
terminar, “los años no vienen solos”. Este cuerpo tiene una misión y es para la
misión. Espero no molestar, sino compartir mis primeras impresiones, en este
nuevo trabajo. Gracias.
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