Los
Ejercicios Espirituales, legado de San Ignacio a la Compañía de Jesús y
especialmente a toda la
Iglesia , son un camino hacia el Hijo de Dios: Jesús de
Nazaret. Ignacio que cuando comienza esa aventura de dejarse seducir por la
vida de los santos y por la vida de Cristo es un laico, es un creyente como
todos los de su época, es un hombre de mundo, pero todavía no en el corazón de la Iglesia. "Dios habla
recto con líneas torcidas". Ignacio un hombre joven, con criterios y
definiciones fundamentales es “tocado por Dios”, antes de su formación
humanística, filosófica y teológica. En su interior, en sus sentimientos Dios
se comunica. Dios habla a través de los sentimientos o del mundo interior del
ser humano, pero hay que tener oídos para oírlo (Jn.7, 16).
En
los Ejercicios espirituales, desde las primeras páginas hasta las
últimas, se hace una sola petición, aunque la materia a meditar o a
contemplar se distinta: “Que todas mis intenciones, acciones y operaciones
sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”. El camino, los
Ejercicios Espirituales, tienen una columna vertebral, esa columna vertebral es
el discernimiento de espíritus. Hay que darnos cuenta que siempre estamos
optando y lo hacemos desde nuestros deseos más profundos. El hombre Ignacio
como toda persona creyente hoy, pide en el ambiente de los ejercicios ser
puramente ordenado en servicio y alabanza de su divina
majestad, lo que Jesús en los evangelios va a decir: Preocúpense por el Reino
de Dios y su justicia y lo demás vendrá por añadidura (Lc. 12, 31).
San
Ignacio pide que el ser humano, la persona, el “subjecto” en su totalidad se
ponga al servicio de su Creador y Señor, de manera ordenada, sin afecciones que
lo separen del fin para el que ha sido creado, es decir, para alabar, hacer
reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esta entrega a las demás
personas salvar su alma. Pide, además, tener conocimiento interno del Señor
para que más lo ame y le siga. Amar es salir de uno mismo o de una misma y
optar por los y las demás, el centro de gravedad no es el ego, sino Dios.
Sabemos que el más bello de los sentimientos es el amor (Mc. 12,30).
Fruto
de los Ejercicios Espirituales es darnos cuenta que la persona, sea yo o la
otra, es más que el marco preconcebido en el que quiero enmarcarla. Todo marco
queda pequeño para la riqueza que posee la persona en todas sus dimensiones.
Finalmente hay que señalar la petición que con insistencia pedía San Ignacio a
nuestro Padre Dios: Que le concediera la gracia de “ponerlo con su Hijo” y cómo
en la Capilla
de la Storta ,
camino a Roma, tiene esa visión de cómo el Padre le pide al Hijo que acepte a
ese peregrino en su compañía y éste lo acepta como compañero suyo. Ese Jesús
que nos acepta en su compañía es el mismo Jesús cargando la cruz, camino al
Gólgota. Ojo, no todo lo que somos y hacemos tiene sabor a Evangelio. Pidamos
lucidez ante el engaño, libertad antes de decidir y amor que me lleve y me
asemeje más a Jesús, porque esta espiritualidad, la ignaciana es una espiritualidad
abierta al mundo, a la realidad y al más. Encontrar a Dios en todas las cosas
es la mística del discernimiento (Mt. 5, 15).
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