
Les conocí personalmente. Les
conocí en su compromiso cristiano entre las personas pobres; les conocí
en su interior al escuchar sus homilías, sus clases, sus entrevistas en los
medios de comunicación; les conocí en el deporte compartiendo la liberación de
energías, de tensiones en el frontón; les conocí en su producción literaria, en
sus aportes intelectuales y en sus debates públicos, siempre propositivos en
una coyuntura estancada, atrincherada, polarizada, sin salida bélica pero sí
negociada. Estaban endeudados, sí, pero su única deuda era con el Evangelio,
con el amor fraterno y mutuo en la sociedad. Estaban convencidos, como
cristianos de una sola pieza, que quien ama al prójimo y a la prójima ha
cumplido toda la Ley (Rom. 13, 8-10). Quien ama a sus prójimos y prójimas no roba,
no mata, no levanta falsos testimonios, no codicia etc. Quien ama no le hace
daño a nadie. Cumplir perfectamente la Ley y los profetas es amar. Ellos, mis
compañeros, procuraron siempre y en todo, amar y servir a este pueblo que
hicieron suyo, tan suyo que cayeron como granos de trigo transformado en
maíz para dar una buena y duradera cosecha. Hoy fraccionamos, saboreamos
y compartimos el pan, ellos y ellas hechos pan, hechos vino, hechos banquete.
Sus vidas y su muerte martirial han hecho posible la democracia real en El
Salvador porque “cuando la noche es más oscura, es cuando mejor se ven las
estrellas”. Agrego, uno no es de donde nace, sino de donde quiere ser...
Por opción.
Los mártires de la Universidad
Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador cosecharon odio por amar,
rechazo por haber optado por los y las pobres del país y muerte por exigir vida
y respeto para las víctimas en el conflicto armado. Su fe se hizo obras y sus
obras expresaban su fe en el Dios de la vida, en el Dios de Jesús. Jesús que
también fue rechazado, juzgado y condenado, dio su vida por amar, nos
enseñó el amor amando, amando siempre (Rom. 8, 31-35.37-39). Si
Jesús no se hubiera atrevido a desenmascarar públicamente a “quienes tenían en
aquella época el poder religioso y político", hubiera muerto de edad
avanzada, pero su anuncio y su denuncia eran parte de su lucha por el Reino de
Dios (Mt. 23, 1-12). Jesús murió porque luchó. Nuestros mártires murieron
porque lucharon. El martirio de nuestros hermanos y hermanas no debe
contemplarse al margen de sus vidas. El martirio fue la respuesta insoslayable
de una estructura política y militar en decadencia. El asesinato del
adversario es la reacción ante su vida incuestionable, su compromiso
con la justicia y su fe en un Dios y su reinado, libre de idolatrías. Nuestros
mártires salvadoreños y salvadoreñas, no únicamente los "Compañeros
de Jesús" sólo mueren si se les olvida. Según Rahner, el mártir
“provoca con su testimonio activo y con su vida la situación en que no podrá
librarse de la muerte sin renegar de su fe”. Leamos Tes.2, 7-9. 13.
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