Un Pueblo que se forma e informa es un pueblo que tiene futuro. La sabiduría como don de Dios es una de las mejores riquezas que hemos recibido de la divinidad y de nuestros antepasados: "Yo soy como una vid de fragantes hojas y mis flores son producto de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la grandeza del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud. Vengan a mí, ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos. Porque mis palabras son más dulces que la miel y mi heredad, mejor que los panales. Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí; los que me escuchen no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna"(Sirácide 24, 23-31).
Ser una persona sabia no es lo mismo que ser una persona instruida. La sabiduría es un regalo recibido que debemos ofrecer a quienes carecen de ella; en cambio la instrucción es algo propio, es una opción, es el esfuerzo individual y es el logro de mi propia lucha (Jn. 16,12-15).
Quien se niega a formarse e informarse, es como un río que se niega a recorrer la tierra para fertilizarla. La persona sabia hace de la experiencia su mejor fuente de alimentación. La persona sabia se niega a estancarse, a encharcarse, porque pasado el tiempo el agua encharcada pierde su libertad, su oxigenación, su transparencia y hasta la riqueza para fertilizar su entorno.
La educación, como río de agua fresca redime, dignifica, libera y hasta nos hace ser personas críticas y agentes de cambio. La mejor herencia que un padre o una madre le puede dejar a su hijo o hija es una sólida educación, porque ella es la posibilidad para un futuro digno.
La persona sabia, instruida y educada debe ser como un río de aguas transparentes, donde contempla su propio rostro, calma la sed a toda persona sedienta y fertiliza la tierra para que se dé una mejor cosecha. La persona sabia es un terreno de tierra fértil, siempre da frutos de sabiduría (Eclesiástico 15,16-21).
El desarrollo de los pueblos, en parte, se encuentra en la educación por eso hay que apoyar todo aquello que posibilite una mejor formación para nuestros hijos e hijas, semilleros del futuro. La educación es la luz en un presente poco esperanzador. Busquemos desde nuestra fe, alternativas que cambien el desierto en un oasis. Tenemos sed de justicia, hermandad, perdón, diálogo y cambio social. Cambiemos las armas de la guerra por instrumentos de trabajo. “Dame, pues, la sabiduría y el entendimiento para que pueda conducir a este pueblo, porque ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo” (2 Re. 1, 10).
Amar es darse sirviendo a las demás personas como Jesús de Nazaret; amar es luchar por cambiar aquellas cosas que no hacen creíble nuestro amor al Crucificado en los y las crucificadas. Jesús nos muestra con sus palabras y sus obras a un Dios que es bueno, bondadoso, misericordioso y que expresa su amor en su Hijo amado. Por el Hijo, que es la palabra comprometida de Dios, Dios se da a sí mismo como fuente de amor y sabiduría.
La educación es un acto de amor: Uno, el amor debe ponerse más en obras que en palabras. Dos, el amor consiste en la comunicación de las dos partes, en dar y comunicar el amante al amado o la amada de lo que tiene y puede, es decir, que si uno tiene ciencia dé al que no la tiene, si tiene honores y riqueza, lo mismo; y así la otra persona recíprocamente. (EE. 230-231). Quien ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn. 4, 7-16).
Finalmente pidamos “conocimiento interno de tanto bien recibido, para que conociéndolo yo enteramente, pueda en todo amar y servir a su divina majestad” como fuente de este sentimiento que nos humaniza y nos obliga a construir una sociedad que se base en el amor y el respeto mutuo, en la defensa de los derechos de los y las pobres como el derecho a la vida, la educación, la tierra, el trabajo, la salud etc.
Actuemos con sabiduría. “…Yo estaba junto a él, como aprendiz; yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: Jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres” (Prov. 8, 22-31).
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