Tenemos
miedo a todo aquello que huela a afecto, a amor, a sentimiento. A esa fuerza
que se nos escapa de las manos como el agua y se libera de la cárcel de la
razón. Tenemos miedo a sentirnos vulnerables, débiles, frágiles y disponibles.
Tenemos miedo de perder el control y la iniciativa. Tenemos miedo de amar,
porque la contra parte de amar, es dejarnos amar.
El
agua embellece la fuente, la fuente es objeto de admiración, es el centro de
las miradas, es la fuente para muchas aves. La fuente es la mayor atracción de
un lugar comunitario y al aire libre, pero el miedo de la fuente es mostrar su
mundo interior, mostrar los canales que conducen el agua en su realidad y vulnerabilidad y mostrar de
dónde se alimenta. Mostrar que sólo es fuente porque el agua le es dada, le es
regalada, le es compartida. El agua es Dios y el ser humano es la fuente, no su
fuente.
Tenemos
miedo de ser tierra donde se siembre el amor, porque crecerá sin darnos cuenta.
Crecerá estemos dormidos o despiertos, sea de día o de noche, estemos en verano
o en invierno. El amor crecerá por voluntad divina y dará sus frutos, sus
mejores frutos, y no podremos evitarlo y dará vida a quienes le plazca, sin
privilegios, ni excepciones. Una tierra cultivada por el amor sólo pude dar
frutos dulces y agradables, frutos de paraíso. El amor está ahí no como fruto
prohibido y de perdición, sino como verdadero fruto de vida, de salud, de
sentido, de realización y de salvación. El amor es el fruto de la vida eterna y
nos da la vida eterna y verdadera.
Nuestra
fuerza humana la escondemos como debilidad. En lo que creemos ser fuertes, es
realmente en lo que somos débiles. La fuerza humana está en sentir lo humano,
vivir lo humano, degustar lo humano, padecer lo humano, ser plenamente humanos.
Dios se hizo plenamente humano en Jesús y ese Jesús profundamente humano nos
muestra a un Dios divinamente humano y humanamente divino. El amor nos
humaniza, nos hace ser creíbles como servidores de un Dios que ama hasta dar su
propia vida. Me queda claro y la claridad no me viene de la inteligencia, sino
del corazón, que “Jesús trasciende el cristianismo. Jesús es patrimonio de toda
la humanidad. Porque lo que más y mejor define a Jesús es que él es la plenitud
de "lo humano". Una plenitud tal, que en ella se nos revela lo
divino”.
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