Darlo
todo sin esperar nada a cambio, ni siquiera el agradecimiento es la más
profunda muestra cristiana de solidaridad porque la mejor y mayor entrega es
darse uno mismo, más que dar cosas, aunque es importante compartir de lo que
tenemos, no de lo que nos sobra. “Ella ha echado todo lo que tenía para
sobrevivir” (Lc. 21, 1-4). No se puede amar a Dios y no amar al prójimo o
prójima. Quien dice que ama a Dios y odia a su semejante es una persona
mentirosa y en la mentira no está Dios dice San Juan. El amor es la luz, el
evangelio es la luz (1Jn. 2, 7-11).
Amar
a Dios sobre todas las cosas es una necesidad y un deber religioso, pero amar
al prójimo o a la prójima como a uno mismo es una obligación cristiana,
es hacer posible que el cristianismo como opción de vida nos humanice. Tributar
respeto por la persona humana es respetar al mismo Dios creador del género
humano.
Hacer
posible que las personas _sobre todo aquellas con muchas carencias impuestas,
heredadas como maldición, en una sociedad que les convierte en seres
necesitados y vulnerables, consecuencia de estructuras injustas y excluyentes,
y que están en el mundo como ovejas indefensas en medio de lobos_ puedan
salir adelante y logren alcanzar una vida digna, fruto de la promoción humana y
del desarrollo económico integral, es casi un milagro. Para este cambio en las
relaciones humanas necesitamos personas como Jesús que valientemente nos
anuncien que "el tiempo se ha cumplido, que ya está cerca el Reino de
Dios, que hay necesidad urgente de conversión y que creamos en el Evangelio,
buena noticia de vida, solidaridad y esperanza.
Hoy
se habla mucho de "gloria a Dios", sobre todo en movimientos
religiosos seudoespirituales evasivos donde se les enseña a decir a todo
"amén" sin caer en la cuenta que darle gloria a Dios es hacer
que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo se liberen de sus ataduras y de
su destrucción como hizo Jesús con el endemoniado de Gerasa (Lc. 8, 26-39),
porque la gloria de Dios es que el ser humano tenga vida, goce de salud,
recupere su dignidad, se reintegre a la familia y a la sociedad. Que el género
humano no se autodestruya, que no sea un endemoniado que vive entre tumbas. La
solidaridad da vida. La misión de la solidaridad cristiana es levantar y curar
a las personas caídas y enfermas (Lc.10, 25-37; Lc.4, 38-44). La solidaridad
nos hace ser personas serviciales.
La
solidaridad es un requisito para mantenernos unidos y unidas a Dios. Este afán
humano por mantenernos unidos a Dios, a la divinidad y rendirle culto, darle
veneración y tratar de vivir según el sistema de normas, leyes y dogmas
religiosas escogidas como camino hacia Dios es lo que generalmente llamamos
religión. En toda religión el primer fruto de la justicia es el agradecimiento
por tanto bien recibido, agradecimiento a Dios como fuente de todo bien, pero
el segundo fruto, de un ser humano agradecido, es la solidaridad
entendida como misericordia, compasión y humanidad. Religión y sabiduría deben
ir siempre juntas. Dicho de otro modo Religión cristiana y modo de vivir
cristiano son inseparables. En el amor, el respeto y el servicio a las demás
personas está el fundamento de la vida social y de la persona creyente
(Mc. 2, 1-12).
La
fuente de la religión y de la religiosidad popular cristiana es el cristianismo
como modo de ser y proceder, como opción de vida y seguimiento del Señor Jesús
(Mc. 2, 13-17). No hay amor y conocimiento de la persona de Jesús sin
seguimiento. El seguimiento es lo que nos hace ser cristianos y cristianas como
discípulos y discípulas del Señor (Jn. 1, 35-42). “Jesús es la piedra que
desecharon los constructores y es ahora la piedra angular”. Desmenuzando un
poco lo dicho anteriormente cuando el evangelio afirma que Jesús es la piedra
que desecharon los constructores, es afirmar que fue desechado por los
especialistas de la religión, la religión oficial, el judaísmo y sus
representantes, a tal punto que se le quiso desprestigiar, robarle la autoridad
con la que enseñaba, asegurando que era un hombre poseído por el espíritu del
mal.
¿Cómo
se puede dudar de la bondad de Dios en la persona de Jesús? Que Jesús nos
enseñara y les enseñara un nuevo modo de vivir lo religioso no quiere decir que
no viviera según la Ley
y los profetas, es más bien llevar la palabra de Dios a su plenitud porque
conocerla y memorizarla es importante, pero hacerla vida y dar vida es llevarla
a su plenitud.
Indiscutiblemente
Jesús era un hombre religioso, un hombre con una profunda experiencia de Dios;
también era un hombre con prácticas religiosas populares heredades por la
tradición de su pueblo, pero era, sobre todo, un hombre bueno, solidario,
generoso, inclusivo y un hombre de Dios que se dedicaba a combatir el mal, el
mal que hace de las personas víctimas sociales y excluidas de la salvación
ofrecida por la religión oficial y sus instituciones (Mc.3, 22-30).
Acusar
a Jesús de endemoniado es declararlo no lleno de Dios, es decirle a quienes lo
escuchan que es una persona que practica cosas satánicas y esa acusación falsa
y seria sólo se pagaba con la vida igual que la blasfemia (Dt. 18, 19-20). Esta
acusación trata de poner en duda su integridad como persona y la autenticidad
de su doctrina salvadora. Esta acusación según los biblistas era la peor
humillación que se le podía hacer a un judío. Muchos textos nos muestran que
Jesús no pasa de largo ante la enfermedad y el hambre. Une en su opción Buena
Nueva y salvación, mensaje y liberación, amor y prácticas de amor solidario.
Une Fe y vida.
Una
vida sin fe es una vida vacía y una fe sin vida es una fe muerta. La fe de
Jesús hace nuevas a las personas y la fe en Jesús debe iniciarnos en un
proceso de conversión permanente. “Estar con Jesús es no solamente orar y tener
una intensa espiritualidad", sino además es llevar una vida lo más
parecida a la suya. Vivir como Jesús es hacer de la consigna “En todo
amar y servir” un estilo de vida, estilo de seguimiento y de testimonio
cristiano en el mundo. Es hacer de esta consigna nuestro modo de proceder total
y permanente porque "entre los apóstoles y Jesús existió una
"comunión de vida" integral.
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