Secos
comenzaron mis ojos al amanecer. Apenas había despertado. La claridad, allá
afuera, me esperaba sin paciencia, sin palabras, sin sentimientos; es claro
que lo único que la detenía era el muro,
la pared de mi cuarto y de mi inconsciencia, la pared de mi sueño tranquilo y
silencioso. Esa pared invisible que edificamos los seres humanos en nombre de
nuestra privacidad, de nuestro espacio íntimo y particular. Pared inventada en
mi memoria y en la literatura. Pared que me diferencia de la claridad, de la
frescura y del amanecer de este nuevo éxodo de algunas horas.
Esa
claridad del día, claridad refrescante, claridad llena de luz y de estrellas,
claridad antesala de un nuevo día. Mis ojos medios despiertos se abren a lo
nuevo, lo nuevo lleno de rutina. A saber: Despertar, levantarme a tientas en la
tenue oscuridad mañanera, caminar en la dirección acostumbrada, abrir la puerta
de vidrio donde me he dado algunos golpes involuntarios que terminan de
despertarme y me han hecho reír a
carcajadas de mi mismo. Yo estrellado en lo que era invisible. Encender la luz
del comedor, buscar el agua purificada para el café, poner el café y esperar. Esperar el sube y baja del agua que seduce al café
para unirse en una bebida inseparable. Esperar que el café se termine de cocer
para beber su sabor y aroma en una taza con líquido negro.
¡Qué
sabrosa la mañana con olor y sabor a café! ¡Ah! Tomar café en la frescura y
libertad del campo viendo las estrellas del amanecer y escuchar a lo lejos
ladridos de perros callejeros, desvelados y trasnochados. Escuchar los últimos
chillidos de los grillos opacados en la oscuridad. Escuchar el grito alarmante
de los gallos anunciando a todo pulmón: “Cristo nació”, “Cristo nació”.
Escuchar en lo oculto de los follajes el
canto de los pájaros que duermen en comunidad. Es verdad, no es lo mismo tomar
y saborear una taza con café en la
ciudad que en el campo.
Con
los ojos abiertos, ya despiertos, ventanas de un nuevo día, enciendo la
computadora portátil, ojos del mundo cibernético, ojos que no duermen en el
mundo porque siempre hay personas conectadas en el ciberespacio. Descubro que
mi página ha sido visitada en El Salvador, en Rusia, Guatemala, Alemania,
México, España, Indonesia, Italia,
Colombia, Venezuela, Chile, Argentina, Ecuador, Perú, Estados Unidos, Canadá,
Panamá, Australia, Francia, Puerto Rico, Costa de Marfil etc. En todos esos
lugares donde el amanecer y el día son disparejos, mis ojos soñolientos se
encuentran con los ojos de otras personas, que me permiten
entrar en su mirada para compartirles mis opiniones, reflexiones y
sentimientos. Puedo darles mi propio ser y sentir, sin permitirme el derecho
de la vergüenza, el temor de la timidez,
la aventura a lo desconocido. En todas esas tierras de América, Europa, Asia y
Africa nos hermana la mirada universal del conocimiento, del saber compartido,
de los sentimientos humanos puestos en textos que viajan libremente como aves
sin ataduras, vuelan por el mundo, por el ciberespacio. Mensajes que no sienten
ni el sol, ni la lluvia, el frío o el calor, no saben si es de noche o de día.
Sólo viajan conectados a la red, a la net, al Internet. Mensajes que se posan
suavemente en el árbol del conocimiento interior de cada persona, se posan con
respeto en las ramas extendidas de aquellos y aquellas que abren sus corazones al mensaje que se
esparce como semilla para dar frutos nuevos en personas nuevas.
Cuando
mis ojos se abren a la novedad del nuevo día, cuando besan el alba, abrazan la
vida y suspiran por los amores regalados, ellos, mis ojos, se van inundando de
asombro y satisfacción y aquellos ojos secos como el desierto se comienzan a
convertir en ojos llenos de vida,
alegría, asombro y admiración. Las palabras se encadenan para dar un mensaje,
se unen para definir un concepto o una idea y vuelan hacia ustedes llenas de
vida, de esperanza y fe en un mundo mejor, en un mundo fraterno, en un mundo
sin exclusiones. Con el amanecer y el nuevo día estos ojos dormidos y
enajenados vuelven a tener el brillo y la ternura que me dejó Dios en la mirada
y en el alma.
Ese
Dios que me ve con cariño cada mañana, que me acompaña a cada paso. Yo,
hablando y él en silencio. Yo, manejando y él a mi lado. Yo, trabajando y él
riéndose de lo que hago. Yo, en silencio y él platicando. Yo, pensando y él
hablándome al oído. Yo, riendo y él sonriendo. Yo, sentado y él pegadito a mis
espaldas. Ahí está como mi papá, siempre cerca, siempre preocupándose,
desviviéndose, desvelándose, siempre inundándome con su ternura, con su amor;
con ese amor que florece en cada obra buena.
Ese
Dios, que es el Dios y Padre de Jesús, es el que me cuida sin darme cuenta, es
el que me levanta cuando me tropiezo, el que me purifica con su amor salvador y
me cura con sus abrazos cariñosos de Padre bueno. Ese Dios que apuesta por los
seres humanos, haciéndose humano, totalmente humano, sencillamente humano,
definitiva e infinitamente humano. Gracias, Dios, por todo lo que recibo sin
pedirlo y sin merecerlo. Para ustedes que leen mis escritos, gracias también
por darme su tiempo. En la escritura están mis sentimientos, mis pensamientos y
mi forma de ver la vida, la realidad, la historia y hasta el modo de vivenciar
la presencia silenciosa y el amor incondicional de Dios. Ahora mis ojos ya no
están secos, sino llenos de ustedes. Hasta pronto.
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