Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

22 de diciembre de 2011

Epifanía: Manifestación inclusiva y universal de Dios.


 En el plan de redención del género humano por parte de Dios hay afirmaciones que quizá contradigan nuestras creencias, nuestras convicciones y especialmente nuestras prácticas, sobre todo en las actitudes cotidianas que delatan lo que llevamos en el corazón y almacenamos en nuestro cerebro: “Todo ser humano ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor… ofrecer lo mejor de sí mismo… y mediante esto salvar su alma” (Mt. 2,1-12).

Digo lo que llevamos en el corazón porque “de lo que está lleno el corazón habla la boca” y digo lo que almacenamos en el cerebro porque del cerebro, como el gran silo o granero donde almacenamos nuestras semillas, nuestras ideas, es de donde salen las intenciones, acciones y operaciones que generalmente no están ordenadas para alcanzar el fin para el que hemos sido creados y creadas; por lo tanto en mi vida, en mis relaciones interpersonales, en mi religiosidad o en mi pertenencia a un grupo, sea de trabajo, de estudio, de iglesia, de afinidad, distracción o satisfacción, salen como malas semillas, como cizaña sembrada junto al trigo, la exclusión, la marginación, la desigualdad, el rechazo, el denigrar la dignidad de la otra persona por lo que digo de ella a los y las demás.

En este ambiente parecido al nuestro vive José, el que sueña y espera un mundo distinto, un mundo donde Dios reine a través de su Mesías salvador. En esta realidad parecida a la nuestra padece en carne propia María en su condición de mujer excluida en la sociedad judía y en esta socieda polarizada y politizada nace Jesús, fermento de Dios en la masa del mundo. El nacimiento de Jesús pasa desapercibido e inadvertido en una sociedad clasista, idólatra del poder y la riqueza, en una sociedad religiosa que venera y da culto a un dios de sacrificios y penitencias. Afuera, en el mundo hay fiesta sin él. Dios se encarna en una sociedad excluyente, injusta, opresora y violenta, dividida por el dinero y por las ideologías partidistas. Así lo siente, lo reflexiona, lo piensa y lo canta María, la madre de Jesús (Lc. 1, 46-55).

La historia humana leída desde la fe nos muestra a un Dios que siempre se ha manifestado en la historia y ha hecho de ésta historia, hecha, elaborada, moldeada por manos y decisiones humanas, el medio para hacer creíble y eficaz la salvación de la historia (Hebreos 1,16). De esta gran teofanía de siglos de paciencia, amor, purificación y perdón pasamos a la gran manifestación, revelación definitiva de Dios hecho ser humano, revelado a las naciones en la epifanía de su hijo: Jesús (Rom. 16,25-27). ¿Cuál es el anuncio? ¿Cuál es la Buena Noticia? ¿Cuál es la revelación? (Lc. 1,26-38). ¿A quiénes se les comunica el mensaje y quiénes se llenan de gozo en su presencia? Los pastores, los sabios de oriente, y la gente sencilla del pueblo. Dios se hace buena noticia para los y las marginadas de la sociedad y de la economía; se hace buena noticia para los excluidos y excluidas de la religión y de la salvación; se hace buena noticia para los desheredados y desheredadas raciales por no haber nacido ni pertenecer al “gran pueblo elegido” (Lc. 2, 1-14).

La epifanía de Dios en Jesús nos invita a modificar nuestro corazón, nuestro cerebro y nuestras vísceras; a modificar todo nuestro ser, creer, hacer y parecer. La epifanía nos aporta humanidad, comunión, pertenencia, humildad, valentía, sagacidad, inclusión y sobre todo aceptación de aquellos y aquellas a las que Dios se ha manifestado en su hijo amado: Un hijo que nace entre los excluidos y excluidas; nace en pobreza en medio de los pobres;  nace como persona vulnerable en condiciones inhumanas; nace arropado por la sencillez y la humildad de una mujer; acariciado por el amor y por la protección de un soñador. Ese es Dios, un Dios cercano, tan cercano, que no se diferencia en nada de lo humano, pero que se acerca tanto, tanto, para redimir desde abajo, desde la raíz al género humano caído, aplastado, anonadado. Un Dios que nos ama tanto que deja de ser un “Dios con nosotros” para ser un Dios entre nosotros y nosotras. En Jesús Dios revela la salvación universal.

El amor preferencial de Dios hacia los y las pobres, no es un amor exclusivo, sino inclusivo, porque ama a quienes no son amados y amadas por la sociedad; no es un amor particular, sino universal porque integra a las personas de la periferia y no se queda, ni se casa con los centros de poder y dominio; este amor inconforme de Dios es la levadura para trabajar y amasar la fraternidad, la comunión y la igualdad como pan nuevo calentito y oloroso o como vino nuevo en odres nuevos servido en la mesa del gran banquete universal del reinado de Dios (Is. 25,6-10).

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