Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

5 de noviembre de 2014

Mi casa es su casa, pase adelante…

He regresado a la casa del Padre…Cansado del camino, agobiado, lastimado, reflexivo y con la mirada en un horizonte incierto, dejando que Dios me acompañe y me diga la última palabra, mi última oportunidad porque a esta altura de la vida uno se la juega el cien por ciento. No hay vuelta atrás.

La fe me envuelve aunque no quiera porque no tengo otras opciones por el momento. La fe es ponerse en los brazos del padre. He regresado a mi pueblo, a mi ciudad natal, a mi querida Guazapa. He caminado por la vida y por la tierra anunciando una Buena Noticia, una buena noticia que fue para mí el principio de mi vocación cristina, misionera y sacerdotal. He llegado y no he llegado porque mucho de mí se ha quedado en el camino en cada persona que ha hecho de mi pecho su morada.

Vuelvo como Jesús a su tierra natal, con la diferencia de que él regresa con un grupo de amigos y amigas entusiasmados y entusiasmadas por el Maestro. Yo regreso cansado, necesitado de silencio interior y exterior, sin deseos de volver a salir y mantener la itinerancia, disponibilidad, obediencia e ilusión; aquella luz y aquella fuerza que me hacía romper fronteras e inculturar mi vida pasando esas fronteras.

Como Jesús regresó a sus aires natales y va a la Sinagoga de Nazaret, donde se había criado, así regreso hoy a la casa del Padre, al origen del principio, de donde lo cotidiano me fue arrancado por el llamamiento que Jesús me hizo, siendo muy joven aún; no es casualidad que el día que regreso a la casa, el texto del día es el que le ha dado sentido a toda mi vida cristiana. Algo me está diciendo Dios (Lc. 4,16-30).

El primer día de la semana y con las manos vacías,  la palabra de Dios me fue dirigida a través del misal diario y decía: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la Buena Nueva, para anunciar la liberación a los cautivos, y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”. ¡Qué revés tan inesperado! Me vuelve a dirigir la misma palabra de hace treinta y siete años, en el mismo lugar y en el mismo sitio. Yo que anuncié esa buena noticia, ahora soy yo al que hay que anunciársela y son ellos y ellas, quienes fueron las personas destinatarias las que hoy me sostienen y consuelan.

El texto es mi vida recorrida, es mi memoria de juventud,  es la luz de mi consagración, pero para llegar a esto he tenido que dejarme llevar por el desierto, el lugar del encuentro, del amor y de las pruebas. En este desierto estoy despojado de todo y hasta de lo mínimo que me pueda dar seguridad, orgullo y soberbia. Como San Pablo puedo decir a la comunidad cristiana: “Me presenté ante ustedes débil y temblando de miedo…” (1Cor. 2, 1-5). La fe mía y de ustedes depende sólo del poder de Dios  y no de la sabiduría de los seres humanos. Me doy cuenta, una vez más, que Dios es misericordioso e inquebrantable, no deja que la vara zarandeada por el viento termine de quebrarse, no deja que la mecha humeante termine de apagarse; él ha sido misericordioso, cosa que no encuentro entre algunas personas que creen en Dios. La fe no sólo es un regalo, un don, sino también un salva vidas, una mano amiga que nos levanta, anima y empuja a continuar. La fe tan pequeña y tan infinita al mismo tiempo.

Con el tiempo volvemos a la tierra que nos vio nacer… volvemos a la tierra de uno, nuestro centro de gravedad está aquí donde el “ombligo fue enterrado”,  donde ésta parte de uno llama a la otra parte que se ha alejado: “Resolví no hablarles sino de Jesucristo,  más aún, de Jesucristo Crucificado”. Mi crucificado me ha crucificado porque dejé de ser un “hombre crucificado” al mundo para quien el mundo está, y sigue estando, crucificado. He llegado a mi lugar en silencio, como es mi costumbre, para gozar de la soledad, el silencio, la paz externa, y el recogimiento corporal y espiritual. Mi casa es lugar de recogimiento, retiro y exilio. Mi casa es el vientre materno, es la seguridad que sólo un padre le puede dar a un hijo que ha regresado y está regresando; un padre que recibe a su hijo sin preguntarle nada, sin juzgarlo y condenarlo; un padre que da abrazos y besos a aquel que viene harapiento, descalzo, sucio y cansado. Mi papá y mi Dios me han recibido, curan mis heridas y me levantan del fango para ponerme en alto, a la altura de su corazón.

La historia continua su rumbo, los acontecimientos su desenlace y  lo cotidiano su rutina diaria: las decisiones  con sus consecuencias y los pecados  con su penitencia, pero la vida continua y hay mucho por qué vivir; Dios sigue estando presente en lo cultico, en lo religioso y en lo no sacro. Dios sigue trabajando en el mundo, allá donde los seres humanos se ganan y se rifan la vida. Dios sigue a nuestro lado en silencio. He visto el limonero con sus limones amarillos y verdes, ese árbol, obra de Dios, tan lleno de espinas, tan verde en sus hojas, ese árbol tan bonito, frente a mi ventana, depende de la lluvia que viene de lo alto para alimentarlo y para que dé otras cosechas; ese árbol tan erguido y tan lleno de vida ha dejado caer uno de sus frutos, un limón que ha llegado a mis pies para que lo recoja y lo aproveche, aunque en mi paladar ese fruto bonito sea ácido y amargo. Lo recojo y lo hago mío. Lo amargo y lo ácido es también parte de la vida.

A pesar de todo “el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la Buena Nueva... Soy un hombre ungido, escogido, consagrado y además enviado a misionar a los y las pobres, donde quiera que se encuentren. San Pablo le recuerda a la comunidad cristiana de Corinto que los escogidos y consagrados somos servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Los administradores debemos recuperar la fidelidad y sólo el Señor juzgará nuestro trabajo…

Una suavidad que lastima.

¡Qué suave habla Dios! Su voz como una brisa mañanera; como una brisa de mar con olor a humedad. Una brisa que apenas roza nuestra humanidad. ¡Qué suave habla Dios! Desde mi interior enmohecido, desde mi interior que lucha sin tregua, desde mi interior que sufre y siente vergüenza. ¡Qué suave habla Dios! Su aliento, su voz, su palabra sabe a amor. Un comentario, una palabra, una sonrisa, una petición: “Vamos a pedirle a Dios que no deje de sonreír”. Pídaselo también a María del Carmen, dije,  y ahí comenzó la revelación, ahí comenzó el diálogo, ahí comenzó la oración y mi necesidad de ella, de su intercesión: Nuestra Señora del Carmen, el 16 de julio.

A través de esa mujer, María del Carmen, me acordé de alguien especial que estaba en el olvido. De niño, como dice el canto, “recuerdo que siempre junto a mi cama juntaba las manos y de prisa rezaba, más rezaba como quien amaba”. Rezaba de prisa como se sigue rezando en los rezos a pesar de los años; en los rezos se reza como que lo van siguiendo a uno o a ver quién termina más rápido o como que el aire se le va a terminar a uno. Recuerdo ese día saliendo del Templo, casi al medio día, en la calle, sobre la acera y casi de despedida, se apresuraba la hora del almuerzo; recuerdo el diálogo con María del Carmen y su ojos negros brillantes y su sonrisa relajada porque había expresado su sentir y su pensar: “Vamos a pedirle a Dios que no deje de sonreír”. Es doloroso experimentar en la vida la ausencia de la sonrisa de Dios porque está serio y en silencio. No ausente.

Sin querer, esas palabras habían abierto las cortinas del Templo; sin querer esas palabras habían abierto las cortinas en el escenario de mi vida, en mi comedia y en mi tragedia. Las cortinas cerradas se habían abierto nuevamente y en ese ambiente lúgubre, triste, funesto, melancólico y tétrico,  aparecía la luz de Dios, la estrella de Dios, la columna de mármol, la mujer olvidada que siempre ha estado en la casa familiar; esa imagen de María del Carmen con su mirada de amor y su brazo sosteniendo al niño Jesús, que según la imaginería artística está sacando las almas del purgatorio, por puro amor. Hoy este hombre vuelve a la casa paterna y a la casa materna como niño para que ese brazo materno lo sostenga o esa mirada misericordiosa lo saque de su purgatorio, como alma en pena, empapada de dolor y sudando vergüenza. Ahí está ella como madre en silencio. "Entre la espesa noche que cubre los caminos, el hombre,  ha dejado de ser camino entre los caminos...." dijo un amigo que no olvidaré.

Recuerdo el cuadro. El cuadro está en blanco y  negro, es  antiguo y  ha ido pasando de generación en generación. Ese cuadro ha adornado muchos altares de novenarios en el pueblo, llenos de flores y candelas, lleno de súplicas por las personas que ya han muerto, pidiendo por su descanso eterno y por el perdón de sus pecados, que encuentren la paz, el camino y que gocen de la presencia de Dios Padre. Ese cuadro ha caminado con otros pies, ha visitado muchos hogares desconsolados; ella, en el cuadro, ha intercedido por sus hijos e hijas. Ella ha sido mensajera de paz, fe y salvación. Ella es el corazón de la casa materna. Pasados los años, aunque no dudo de su compañía con el triple coloquio “en mi vida consagrada”, “fui creciendo y eché en el olvido mis oraciones, llegaba a mi casa disgustado y cansado y de hablarte nunca me acordaba… Mis caminos de ti se alejaban”. "Fue el espejo de otros y oscuridad para sí mismo"...Continua diciendo el amigo. El sol huye de la oscuridad, pero la oscuridad tiene su propia energía y su propia claridad. Es sólo un paso, en medio de la belleza de la oscuridad está Dios agarrándonos con sus manos y María sacándonos de ella. En mi fe quebrada y mi testimonio hecho añicos, pedí ayuda, pedí un milagro, pedí luz y se me fue concedida, pero no siempre los milagros traen paz, alegría y serenidad, aso sí aparece cuando todo sale a la luz. La luz quema, arde, nos desnuda de esa ropa vieja, sucia y mal oliente llena de pecado y escándalo. Que entre ustedes, como conviene a verdaderos cristianos, dice San Pablo, a la comunidad cristiana de Éfeso, “no se hable de fornicación, inmoralidad o codicia, ni siquiera de indecencias, ni de conversaciones tontas o chistes groseros, pues son cosas que no están bien. En lugar de eso den gracias a Dios”

En el camino de la vida y en el camino del cristianismo, si uno no se deja acompañar, se pierde. Ver hacia adelante no siempre es ir en la dirección correcta. Ver hacia adelante y detenerse a reflexionar nos ayuda a encontrar la dirección cuando el horizonte se ha nublado. La dirección que la fe pone en nuestra vida es sencilla: “Sean buenos y comprensivos, y perdónense unos a otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo. Imiten, pues, a Dios como hijos queridos. Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y víctima de fragancia agradable a Dios” (Ef. 4, 32- ). Dios es justo, no hay duda, pero su justicia no es como la entendemos los seres humanos, sin aliento de Dios; la justicia de Dios no es para juzgar y condenar, sino para amar, curar y levantar. L ajusticia de Dios se llama misericordia y solidaridad, fraternidad e igualdad. Como dice el Papa Francisco: "La misericordia divina es una gran luz de amor y de ternura, es la caricia de Dios sobre las heridas de nuestros pecados." 

El día amaneció frío, la frialdad traspasa mi carne lastimada, hela mis huesos débiles y se posesiona de mis manos vacías y heladas. La misericordia no ha llegado todavía a esta tierra amada, apenas luz, apenas claridad, apenas esperanza de un día radiante y cálido; espero en Dios no muy lejos de las tinieblas del error y de la soledad que me enfrenta cara a cara con mis propias pasiones desordenadas. Porque en otros tiempos, dice San Pablo, ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz. Vivan, por tanto, como hijos de la luz. Esa es la conclusión a la que nos debe llevar el desierto, la distancia, el silencio, el reconocimiento de los errores, la purificación y corrección de nuestra vida. Que el Señor nos libere de nuestro encorvamiento (Lc. 13, 10-17)


1 de agosto de 2014

Hay que ser idealistas.

En la vida siempre hay que ver hacia el horizonte, siempre hay que ver más allá de donde nuestros pies han hecho un alto en el camino. Cuando se pone la mano en el arado no se puede volver la vista atrás (Lc.9, 62). Quién siembra en el presente cosecha en el futuro. El horizonte es ya la puerta de la utopía. Cuando se habla de idealismo se cree que hay que ver hacia el cielo y cerrar los ojos hacia la tierra. Eso no es así. Hay que ser idealistas, sin dejar de ser realistas.

El idealismo es la esfera de las ideas y el realismo es la tierra de las realidades. Idealismo y realismo deben ir juntos. Se dice que el idealismo es la “tendencia a considerar el mundo y la vida de acuerdo con unos ideales o modelos de armonía y perfección que no se corresponden con la realidad”, es verdad pero eso no quiere decir que se deben aceptar las cosas como son, sin hacer el mínimo esfuerzo por cambiarlas o porque sean mejores y distintas. El idealismo es la tendencia a idealizar la realidad. Jesús tenía en su corazón un ideal por el que da su vida, pero en él ese ideal se hace realidad, concreción, marcha.  Él es el primogénito del reinado de Dios en la tierra; él es el principio de la nueva creación.

El idealismo es como la llama de una vela encendida, ilumina su entorno, ilumina a todos los de la casa, ilumina el camino por donde avanzan nuestros pasos. La luz se enciende no para esconderla debajo de una olla, sino para ponerla en lo alto (Mt. 5, 14-16). El ser humano es idealista cuando pone sus ideales en lo más alto de su existencia y esos ideales le dan la razón de ser, actuar, sacrificarse, abnegarse y luchar. Una persona sin ideales es una persona muerta en vida. Los ideales no deben ser  inalcanzables. Sin vela no hay llama. Sin cuerpo material no hay ideales y sin ideales ese cuerpo humano dado por Dios es pura materia, es pura tierra: “¨Polvo eres y en polvo te convertirás”, así es una vida sin sentido, sin motivación, sin misión.

El ser humano hecho de tierra ha perdido el aliento de Dios, cuando sólo es materia. El mundo de la abstracción, de los conceptos, de los números, de la geometría no es posible sin la realidad de donde han salido. La realidad es la madre de la creación que se ha conceptualizado en la palabra creadora. La realidad del ser humano es dolor con esperanza, frustración con utopía, humanidad con trascendencia, caos y armonía, desorden y orden, esclavitud y libertad. La creación misma necesita ser liberada, redimida, recreada: Ella “gime hasta el presente y sufre dolores de parto y no sólo ella, sino también  nosotros…” (Rom. 8, 18-23).

El realismo es como la vela que se derrite, se derrite la materia; sin realidad vela no hay luz; sin realidad candelabro, no hay luz puesta en lo alto;  sin realidad mano que sostenga la vela y se queme, no se puede mantener  la luz para que ilumine. El realismo es la vela que se sacrifica para mantener los “ideales-llama” en alto; la materia, los seres materiales con un cuerpo material llevan hasta el final los ideales que buscan una realidad nueva, renovada, liberada. Una realidad donde se viva en fraternidad y alegría, en paz e igualdad. El ideal es que los sabios y entendidos tengan un corazón humilde y sencillo y que los pobres, los humildes, los pequeños y esclavos ocupen los primeros puestos: “En definitiva, el problema de Dios, tal como lo presenta aquí Jesús, no es cuestión de estudio y de saberes. Es algo estrictamente inefable, que pertenece al ámbito de nuestras experiencias más profundas. Y que se traduce, si es auténtico, en una forma de vida simple, sencilla, incapaz de hacer daño, caracterizada por la bondad. En esto radica el centro del Evangelio”  (Mt. 11, 25-27). Son los y las pequeñas e insignificantes quienes saben de Dios. Dios ama lo que los seres humanos desechamos: ama la humildad y la sencillez y a partir de ahí da más de lo que pedimos (1Reyes 3, 5-13)

Jesús une estas dos realidades humanas y es a través de las realidades humanas  que da a conocer las realidades que sostienen sus ideales. Las realidades humanas que toma de la vida cotidiana, simple y llana, de la vida sencilla de la gente pobre y trabajadora y casi ignorante, son ejemplos que sobrepasan la capacidad de los sabios y entendidos porque no aceptan los  ideales de Jesús abajados hasta el extremo de la comprensión, para las personas pobres: Semilla, levadura, tipos de terrenos, sal, tesoros, perla, redes, pesca, trigo, cizaña, pastor, ovejas, lobos, palomas, serpientes, camino, comidas, harina, huerto, vid, higuera  etc. La persona sabia es aquella que es capaz de plantear de manera sencilla y llana realidades complejas e inaccesibles en su totalidad. Con las parábolas sobre el Reinado de Dios, Jesús expresa sus ideales desde lo cotidiano de la realidad de su pueblo.

Jesús es un hombre que inspira cercanía, confianza y dialogo. Estas tres cualidades de su persona son fundamentales para el seguimiento, pero “los sabios y entendidos” no aceptan esta propuesta, porque no la entienden, porque no la aceptan, porque escandaliza su modo de ver el mundo o porque su ideología de dominio, opresión  y tiranía se convierte en un muro infranqueable, que imposibilita o dificulta el paso: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”  (Mt.11, 25-27). Por lo dicho se comprende que sean los "sabios" y los "entendidos" los que no se enteran de lo que es Dios y cómo experimentamos a Dios”.   Los sabios y entendidos de este mundo cierran sus ojos, cierran sus oídos y endurecen su corazón porque se niegan a ver, a oír y a convertir su corazón para que el Señor los salve (Mt, 13, 10-17). “En la forma de vivir, en las preferencias, en las costumbres de Jesús aprendemos y sentimos cuanto hay que aprender y sentir sobre Dios”.


Jesús, sin dejar de ser idealista, es profundamente realista, es un hombre que desafía la realidad porque cree que otro mundo es posible, otra religión es posible y otras relaciones humanas son posibles. También el realismo de Jesús hace caer el idealismo judío del Mesías esperado. Camino a Jerusalén, la madre de los hijos del Zebedeo pide lo mejor para sus hijos, en ese reino del que Jesús habla y pide para ellos los primeros puestos: Uno a la derecha y el otro a la izquierda. El idealismo del discipulado pasa, necesariamente, por el ser real de la persona, como realidad egoísta, envidiosa, resentida,  mediocre, perezosa e incoherente; esperando que en el seguimiento sea capaz de cambiar los antivalores por los valores del Reino de Dios como la alegría, la desinstalación, la renuncia, y la fe  de que se puede cambiar la vida y la historia. 

7 de junio de 2014

Ascender no es separar, es asumir un mayor compromiso.

Vayan y hagan es misión y acción (Mateo 28, 16-20). Con la ascensión llegamos al final de una etapa de la revelación e iniciamos otra. Después de que Dios se encarna en lo humano y vuelve al cielo después de haber cumplido su misión, ahora es el tiempo del Espíritu y de la Iglesia animada por el resucitado y enviada al mundo a hacer de otros y otras, discípulos y discípulas de Jesús. Con El Espíritu que desciende de lo alto, como Paráclito, es decir, Dios decide estar junto a su pueblo, ser el abogado de quienes creemos en Jesús y, el que defiende e intercede por nosotros y nosotras como iglesia, nace la misión y con la misión nace el ser y el quehacer de la Iglesia. La Iglesia es misionera por naturaleza, ella ha sido enviada a evangelizar a todo el mundo. Evangelizar no es imponer, someter a otras religiones. Evangelizar es ser testigos y testigas de la bondad, del respeto, del amor, la tolerancia el perdón, la paz y la alegría del resucitado. El cristianismo no es ni exclusivo, ni excluyente.

Para ascender hay que abajar, así lo hizo Dios en Jesús y así lo hizo Jesús en el misterio de la encarnación: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp. 2, 6-11). El anonadamiento triunfa sobre la soberbia en la cruz. La bondad de Jesús vence la violencia del mundo en su afán de ascender al poder, al prestigio y a la riqueza. Jesús ha vencido al mundo. Mundo en el evangelio de San Juan es el pecado y éste es aquello que nos deshumaniza. El mundo se opone a Dios, como la oscuridad se opone a la luz: Dios Padre en su hijo se ha humanizado y por eso ama  lo humano de loa que estamos hechos y hechas.

Jesús nos trajo un mensaje de salvación de parte de Dios, elaborado por Dios Padre desde antiguo, pero frustrado por el ser humano que quiso ser como Dios, quiso ser Dios de todo lo que no había creado, y en lugar de alabar al Creador en su obra creada, sometió a las creaturas y las sigue sometiendo hasta el exterminio; lo más grave es que no respetó el origen y principio de su creación: El amor. El ser humano fue creado por amor, para amar y ser amado; apartó su corazón del amor y sólo amó por interés y no por naturaleza y necesidad; amó lo que no debió amar,  amó a la soberbia, al orgullo, a la vanidad.  Amó la violencia, la  autodestrucción y todo aquello que no es Dios. En el banquete del ser humano se sentaron los y las enemigas de Dios. El ser humano amó al mundo más que a Dios: “Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo”. El mundo es nuestra tierra de misión.

Mundo es la realidad global que nos rodea y seduce. Mundo es opuesto a Dios y se enfrenta a Dios, porque en el mundo reina el pecado y el pecado es la deshumanización del hombre y de la mujer en sus relaciones sociales. La deshumanización nos hace ser conformistas, personas frías, calculadoras, insensibles, increyentes en la conversión del ser humano hacia Dios. Mundo es lo que nos pierde ante Dios y esto por la maldad  que ha invadido el corazón humano y lo ha hecho de piedra: Duro, insensible, frío e indiferente. Dios ama lo humano, y en Jesús ama lo humano. En Jesús Dios se humanizó a sí mismo. Dios nos dio un corazón de carne, un corazón humano, un corazón cálido; “el "mundo" ha sido vencido por el "Espíritu", en la fe y en el amor cristiano”. No podemos despreciar lo que Dios tanto ama, no podemos caer en el desprecio de "lo humano", lo que Dios tanto quiere le entregó a su Hijo, hasta "humanizarse" el mismo Dios (Jn 3, 18; Fil 2, 6-7 y 1 Jn). Sin lo humano no es posible la bondad.

La ascensión es el final, la meta, el triunfo del camino de la humildad, de la encarnación, de la vida de servicio desinteresado, la abnegación, el sacrificio y el seguimiento. La ascensión es el camino que nos deja Jesús para estar con Dios, donde él que es la cabeza de la comunidad, nos ha precedido.  Como herederos y herederas de quienes contemplaron la ascensión del Señor debemos convertirnos en “comunicadores de la fe, la alegría y la esperanza que nos ha transmitido Jesús resucitado”. Las tinieblas gobernaban sobre la redondez de la tierra y la luz del resucitado era apenas un “suspiro valiente”; pero el resucitado, el que asciende al corazón del cielo es el que transforma nuestra oscuridad en luz, nuestro temor en paz, nuestra tristeza en alegría, abre las puertas de nuestro encierro, nos envía con un mensaje de paz, alegría y perdón; nos manda al mundo con el poder del amor. Jesús resucitado, el que ha ascendido al cielo se compromete con toda la humanidad y especialmente con sus discípulos y discípulas en acompañarnos, en estar cerca y darnos el espíritu de la verdad. La verdad para Jesús es Dios, ese espíritu de Dios nos guiará hasta la verdad plena. Vivir en la verdad es vivir nuestra vida en transparencia, coherencia y autenticidad (Jn. 16, 12-15).

Ascender como lo entiende el mundo no tiene nada que ver con la ascensión de Jesús, porque ascender en el mundo es irrespetar, oprimir, someter, utilizar y se ha hecho la ley del más fuerte y astuto. Quienes ascienden no por sus méritos, sino por influencias cometen injusticia sobre aquellos y aquellas que han dedicado su vida  a servir sin esperar las gracias, a amar sin que se les ame, a perdonar aunque se les humille. “Lucas es el único evangelista que menciona el relato de la ascensión de Jesús al cielo”, la presencia del resucitado durante cuarenta días, animando y congregando a sus discípulos y discípulas, ahora lo hará de distinta manera animando a las pequeñas comunidades que nacen del trabajo de los misioneros y misioneras y sus respectivos animadores y animadoras.  Ellos y ellas son quienes quedan a cargo por el Espíritu Santo para recordar, interpretar y actualizar lo que dijo e hizo Jesús.

El envío misionero no se limita al  mundo judío, sino que rompe sus fronteras y nace el cristianismo universal, católico, inclusivo e igualitario. Nuestra misión no es convertirnos en maestros y maestras de religión, aunque la enseñanza de la doctrina sea importante; nuestra misión es hacer, dar testimonio, hacer de nuestra vida, por lo que vivimos, creemos y hacemos, el mejor modo de evangelizar. Nuestra vida debe ser una diaconía a la Palabra, debemos hacer discípulos y discípulas para Dios y para Jesús, no para nuestro Ego. El Dios con nosotros y nosotras se compromete una vez más con la humanidad y con la Iglesia: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”.  

28 de mayo de 2014

María de Magdala es su nombre.

Ella es “la preferida por Dios”. María Magdalena es su nombre, pero su nombre sólo es María, pues Magdala es un pueblo de la provincia norteña de Galilea;  a ella se le dio el nombre de su lugar de origen, Magdala, “pequeña ciudad pesquera de la costa oriental del lago de Galilea, entre Cafarnaúm y Tiberiades”. Magdala es un topónimo que se hace su segundo nombre. Esta práctica de convertir el topónimo, es decir, el nombre propio del lugar, en segundo nombre o apelativo, es una práctica de las culturas antiguas para hacer sobresalir al personaje, para denotar, indicar o significar que es una persona importante en la comunidad: Jesús de Nazaret, Simón de Cirene, Pablo de Tarso, José de Arimatea, María de Magdala etc. Por este dato, el escritor bíblico y la comunidad cristiana, quieren hacer sobresalir a María de Magdala como una persona importante en la comunidad de discípulos y discípulas de Jesús.

Ella, como María, la madre de Jesús, es Galilea. Ella formó parte de ese grupo privilegiado  de hombres y mujeres que experimentó el cariño y el amor de Jesús.  Este grupo mixto que integraban estos hombres y mujeres alrededor de Jesús forma parte de esa “renovación del judaísmo del siglo I”; ellas y ellos lo dejaron todo para seguirlo, porque “ese hombre”  les había dado todo lo que necesitaban para vivir y ser  felices: “En el siglo I estaba mal visto que un maestro enseñara la Biblia a mujeres, y que además se dejara acompañar por ellas. “Ellas seguían a Jesús y lo servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén” (Mc 15,40-41). Esto lo afirma San Marcos al final de su evangelio como dato, Junto a la cruz están sus discípulas y algún discípulo, los demás lo habían abandonado.

“Las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas que se reunían para comidas comunes, eventos de oración y encuentros de reflexión religiosa con el sueño de liberar a toda mujer en Israel. Fue precisamente esa corriente emancipadora del dominio patriarcal la que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús como discipulado igualitario de hombres y mujeres, en el que éstas desempeñaron un papel central y no puramente periférico”. Ellas lo siguen y el seguimiento a Jesús es la primera condición del discipulado (Lc 8,1.3: Mt 27,55-56: Mc 15,40-41). “No eran mujeres locales, que al enterarse de su muerte se habían reunido espontáneamente a contemplar el macabro espectáculo, sino mujeres de Galilea, que habían viajado con Jesús y sus discípulos a Jerusalén para celebrar la fiesta de Pascua (Mc 10,1-11,11). Ella es, además, una persona que se ha ido liberando poco a poco del dominio patriarcalista, ella no aparece en referencia a un varón como en otros casos de mujeres.

La segunda característica del seguimiento es el servicio. Ellas no hacían “oficios de mujeres”: No cocinan, no hacen mandados, no sirven la mesa, no lavan los platos o cosen la ropa; esas tareas no eran consideradas femeninas en el grupo de Jesús, sino masculinas, así lo presentan los evangelistas: “muchas de estas funciones en el grupo las cumplían los varones. Así, los discípulos aparecen sirviendo la comida (Mc 6,41), recogiendo las sobras que quedaban (Jn 6,12), comprando alimentos (Jn 4,8). Éstas, pues, no se consideraban tareas femeninas. El discípulo o discípula sirve a la comunidad y en ella todos los servicios son importantes y no están determinados por su condición sexual. Se sirve por convicción y no por obligación. Lo seguían para servirle.

Servir no se reduce a cumplir tareas domésticas, sino en poner toda nuestra vida y toda nuestra persona al servicio del Evangelio, de la misión, del encargo que Jesús nos ha dejado después de su resurrección. “Servir, en el lenguaje evangélico, equivale a dar la vida por los hermanos y hermanas, pero cumpliendo una misión evangelizadora. En el lavatorio de los pies Jesús une servicio y misión: “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo” (Jn. 13, 13-15). El amor a las personas próximas se pone en obras y no sólo en palabras. En el cristianismo hay un principio de igualdad y, emancipación donde no la hay.

Ser testigos y testigas de la resurrección es la tercera característica. Ella, María, como la llama el resucitado, es discípula del Nazareno y apóstol del resucitado, se le encomienda la misión de anunciarlo como el que vive, como el que ha vencido la muerte y que les espera en Galilea. Jesús le llama por su nombre y ella pasa de la oscuridad a la luz, su amor la lleva a buscarlo entre los muertos, pero él vive, ha sido resucitado por la justicia de Dios y vive en la comunidad y en cada persona que la forma. El resucitado vive en la Iglesia y nos ha dado un abogado, el Espíritu de verdad: La verdad debemos entenderla como “la absoluta transparencia, la coherencia de vida, la autenticidad”, El Espíritu Santo confirmará la misión de Jesús y la nuestra como sus seguidores y seguidoras.

María es una mujer liberada de los siete demonios (Mc. 16, 9-15). Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8,2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz o tener una enfermedad incurable. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima; “en el vocabulario de la antigua aritmología representa la plenitud de todos los males. Y, sin embargo, Jesús la estimó mucho y derrochó abundancia de bondad con ella”. El amor con amor se paga, no hay de otra forma si se es agradecido o agradecida como María de Magdala.


Finalmente  a través de la experiencia de Magdalena con el resucitado (Jn. 20, 11-18), se comprende el proceso que vivió la comunidad cristiana de discípulos y discípulas en su fe y en la comprensión de la resurrección. La comunidad busca al Señor, desconsolada y abandonada donde no se encuentra,  él no habita entre los muertos, la tumba está vacía, él ha resucitado. Jesús estaba frente a la comunidad pero no lo reconocían ni lo aceptaban porque miraba hacia atrás. 

5 de abril de 2014

Teniendo ojos no vemos (Jn. 9, 1-41)


No sé qué pasa, estoy inquieto, no puedo dormir. A lo lejos escucho el ladrar de los perros callejeros, cansan, inquietan. El sonido de los motores también rompe la paz que nace en la madrugada, son los buses que llevan a los viajeros a sus trabajos o a las personas que tienen algo que hacer fuera de su casa. Para ellos y ellas el día comienza viajando. La luz de la calle ilumina  a los transeúntes mañaneros, ilumina la oscuridad que se disipa con las horas. El sol no aparece todavía, no logro ver el amanecer. Todo a mi alrededor está cubierto de luz y oscuridad. Qué bonito es ver, aunque a veces  teniendo  ojos no vemos, y aunque esté de día seguimos en la oscuridad. Hace unos días escuche que Jesús dijo: “Mientras esté en el mundo yo soy la luz del mundo”. ¿Cómo puedo ser luz del mundo, al estilo de Jesús? Haciendo obras buenas, de redención y salvación. Gracias, Señor, porque puedo ver, escuchar, caminar, hablar y reflexionar. “El Señor es compasivo y misericordioso” (Sal. 144). “Nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde”.

Ayer escuché que Jesús se detuvo a hablar con una mujer samaritana, una mujer que busca agua porque es su obligación, es su trabajo, pero que ya está cansada. Jesús le pidió de beber y ella no le dio nada, más bien se pusieron a hablar y ella lo cuestionó sobre una agua que Jesús ofrece y no ve y que ha buscado insistentemente en los amores que no han satisfecho su necesidad, su sed. Ella es un pozo seco sedienta de amor. Jesús está sediento por el camino recorrido, ella también está sedienta por el camino que ha recorrido. De repente dejando el cántaro, sale corriendo hacia Sicar, su pueblo, gritando, loca de alegría y esperanza  y llamando a todo mundo para que vengan a ver a un hombre que “me ha dicho todo lo que he hecho”. Los samaritanos, supe, por un testigo, que le pidieron a Jesús que se quedara con ellos unos dos días y que él había aceptado compartir con ellos y ellas. Muchos y muchas creyeron en él. Jesús es admirable, qué noble, qué humano, qué amigo. Ahí conoció al buen samaritano de la parábola, sólo que en este momento olvido su nombre pero podría tener el de cualquiera de nosotros.

En Samaria Jesús encontró a ese Dios buen samaritano, como en Galilea encontró a ese  Dios buen Pastor que ya los profetas anunciaban. Cuando Salió de Samaria, pasó por el camino y vio a un hombre ciego de nacimiento. “Maestro ¿Quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres? Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido así para que se muestre en él la obra de Dios”. ¿Cómo se va amostrar en un ciego de nacimiento la obra de Dios? Me dije a mí mismo y me quedé paralizado y con los ojos abiertos, sin embargo no logro ver más allá hasta dónde puede llegar Jesús. El ciego sólo escuchaba y guardaba silencio, no hacía nada, no pedía nada. Una paz tremenda lo había invadido, su rostro estaba sereno, ya no escuchaba el maltrato, ni la humillación de quienes pasaban a su lado y lo veían “lleno de pecado”. Había bajado la mano, no estaba pidiendo limosna, ni aceptación social y religiosa. Estaba a la espera, el mundo externo tan lleno de  luz, de colorido, de bulla, riñas, condenas y discusiones estaba lejos de su comprensión, él no era parte de ese lío.

Jesús siempre tomando la iniciativa igual que Dios. ¿Qué hace escupiendo el suelo, la tierra, el polvo? Esa es una mala costumbre de la gente del campo, escupir. Pero ahora recoge la tierra húmeda como si fuera un alfarero y le da forma, hace una masa y la extiende con sus manos y la coloca sobre los ojos del ciego. Jesús ha tomado bien en serio el relato de la creación, de cómo Dios le dio su aliento de vida  a aquel ser humano hecho de lodo, de tierra húmeda y fértil. Dios da su aliento, de lo más íntimo de sí mismo; Jesús da su saliva, lo más suyo de su interior, la saliva es vida como el aliento de Dios. ¿Es que Jesús está continuando la obra salvadora de Dios, está creando un nuevo ser humano en ese ciego de nacimiento?, ahora comprendo lo que dijo: “mientras es de día, tienen que trabajar en las obras del que me envió.  Llegará la noche, cuando nadie puede trabajar”. En Jesús hay un nuevo origen, quien lo conoce se hace una nueva persona, Jesús deja una huella que nos hace ser, pensar y actuar de distinta manera. La gente que ha visto por muchos años al ciego de nacimiento ahora no lo reconocen: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna? Unos decían: --es él. Otros decían: --No es, sino que se le parece. Él respondía: --Soy yo. El ciego de nacimiento que ahora ve, por la obra de Jesús, se auto afirma como el mismo ser humano transformado. Su vista, sus ojos se han llenado de Luz, Dios es la luz que ha llegado a su vida, Jesús ha llenado de ternura esa mirada que por muchos años estuvo ausente en el mundo.

“Ve a lavarte a la piscina de Siloé”.  Siloé significa enviado. El ciego de nacimiento que ahora ve, se ha convertido en un enviado de Jesús: Los ciegos ven, los cojos caminan, los mudos hablan, los leprosos quedan sanos,  las personas oprimidas quedan liberadas, las mujeres se hacen discípulas y misioneras.  En Betesdá Jesús cura un paralítico que lo denuncia (Jn. 5, 1-3. 5-16)  y  en Siloé cura a un ciego que lo defiende (Jn. 9, 6-7). Ambos son lugares de encuentro, de sanación y de testimonio. La palabra de Jesús tiene el mismo poder de las aguas sanadoras y tiene la capacidad de dar o devolver la vida y la dignidad, reinsertándonos en el proyecto del Padre y en la sociedad. Ambos hombres son adultos, uno anda por más de treinta y ocho años y, el otro, ya es un adulto que  puede dar razón de sí mismo: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego;  pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos;  quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él, que es mayor de edad y puede dar razón de sí”.

El que fue ciego defiende a Jesús de los ataques de los fariseos y confiesa paulatinamente su fe en Jesús y por eso es expulsado de la Sinagoga.  “Era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos”.  “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo que fuera a lavarme a la fuente de Siloé. Fui, me lavé y recobré la vista… Es un profeta… Oyó Jesús que lo habían expulsado y, cuando  lo encontró, le dijo: ¿Crees en el Hijo del Hombre?   Contestó: ¿Quién es, Señor, para que crea en él?...Lo has visto: Es el que está hablando contigo…Creo, Señor y se postró ante él. El juicio de Jesús es sencillo que se definan los campos: “Para que los ciegos vean y los que vean queden ciegos”. El ciego no tiene pecado, pero sí aquellos que creyendo ver siguen ciegos. Dicen que ven, su pecado permanece: El rechazo a Jesús es el rechazo a Dios mismo, rechazo al bien, a la bondad y al amor.

30 de marzo de 2014

Si conocieras el don de Dios (Jn. 4, 5- 42)

Gracias mujer samaritana, siempre en tu vida llevaste las de perder y no tenías más que perder ante Jesús, pero con él todo fue ganancia, lo ganaste todo hasta tu entrada al cielo o al Reino de Dios. Samaria siempre fue necesaria aunque siempre se le hizo sentir como no indispensable. Samaria siempre fue imprescindible en la relación del norte con el sur del país. Ser galileo o ser samaritano casi era lo mismo porque los del sur los discriminaban de la misma manera y quizá a los y las samaritanas se les veía como lo peor de lo peor. ¿Qué más bajo que ser samaritano o samaritana? Nada ni el mar muerto que está bajo el nivel del mar. Esos que son nadie son ejemplo de bondad, de conversión y seguimiento. Ella gritaba a los cuatro vientos sólo una frase: “Vengan a ver a un hombre que me ha contado todo lo que yo hice... Y muchos más creyeron en él a causa de su palabra… Ya no creemos por lo que nos has contado, porque nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo.”

Lo extranjero, lo pagano, lo impuro, lo despreciable, lo enfermo, lo pecador, lo pobre etc. Tiene para Jesús y el Dios de Jesús un trato especial y es tan especial que Dios en Jesús toma la iniciativa, comienza el diálogo y la redención. Si lográramos comparar la parábola del Buen Samaritano, con la del Buen Pastor y;  el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, con el encuentro que Jesús con María de Magdala, es decir la galilea, comprenderíamos que son figuras de personas gigantescas, que cambiaron la vida desde Jesús y la enriquecieron, la pusieron en dirección hacia Dios, amaron como que si ellas fueran las destinatarias y no sólo las depositarias del amor. Jesús es judío y galileo al mismo tiempo, la mujer es sólo una samaritana. Por ser Judío es destinatario de la salvación y así lo expresa: “- Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”…  - El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna… - Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Ustedes dan culto a uno que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos”.

Unida a la enemistad histórica dentro del mismo pueblo, los límites geográficos y la idiosincrasia,  se unen dos elementos más de la separación: La pureza racial y la pureza religiosa.  Estos elementos que han hecho tanto daño y lo siguen haciendo a personas, para Jesús son plato de segunda o tercera mesa; a Jesús no le interesan, no le importan, no son asunto prioritario. “Para él, lo decisivo no eran ni las "creencias" doctrinales, ni las "prácticas" del culto religioso. Lo central, para Jesús, fue siempre la mejor relación posible entre las personas”. Y, para conseguir eso,  hay que derribar las murallas que la religión levanta entre los pueblos, las culturas y las personas”. El culto verdadero, el culto en espíritu y en verdad que quiere el Dios de Jesús es que la vida entera, en todo momento y en todo lugar, sea tan respetuosa y tan honrada como el culto más auténtico, que exige respeto y honradez siempre con todas las personas. Con el mismo respeto y veneración que tratamos los objetos sagrados con ese mismo y más debemos tratar a los sujetos sagrados, imagen de Dios y parecidos a Dios en su semejanza.

El conflicto entre Judíos y samaritanos es de muchos siglos atrás, aunque las genealogías presentan a los patriarcas emparentados; somos de la misma familia humana. Los judíos se sienten hijos de Abraham, el nómada libre, que nunca fue esclavo de nadie, así lo recuerdan con orgullo los judíos del sur: "Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderos discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad os hará libres". Ellos replicaron: "Somos hijos de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Serán libres?”… "Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham. Pero tratan de matarme a mí, porque les he dicho la verdad que oí de dios. Eso no lo hizo Abraham. Ustedes hacen las obras de su padre". Le respondieron: "Nosotros no somos hijos de la prostitución. No tenemos más padre que a Dios". Jesús les dijo entonces: "Si Dios fuera su Padre me amarían a mí, porque yo salí de Dios y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino enviado por Él". (Jn. 8, 31-42). En la parábola de Lázaro quien recibe en la vida eterna a los judíos que se salvan es Abraham. Lázaro era judío igual que el rico, pero sólo Lázaro tenía la fe de Abraham.

Los samaritanos no se identifican con Abraham, sino que se sienten hijos e hijas de Jacob, el migrante que bajó a Egipto: “Israel partió con todo lo que tenía, y al llegar a Bersebá, ofreció allí sacrificios al Dios de su padre Isaac. Dios habló a Israel durante la noche en una visión y le dijo: «Jacob, Jacob.»  «Aquí estoy», contestó él. Y Dios prosiguió: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí te convertiré en una gran nación. Yo te acompañaré a Egipto, y también te haré volver aquí… en una palabra, hizo que entrara con toda su familia en Egipto”.  (Gen, 46, 1-7) para salvar de la hambruna a su pueblo, que fue hecho esclavo, que vivió el exilio y la liberación, las tentaciones en el desierto y que fue el que entró a la tierra prometida liderado por Moisés.

La Samaritana llega a Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ella llega a sacar agua del pozo de Jacob. El pueblo samaritano se siente descendiente de los dos hijos de José: Manasés y Efraím. “Jacob amaba a José más que a sus demás hijos” (Gen. 37, 3-4. 12-13. 17-28). El tronco parental de ambos pueblos es distinto. Con la muerte de Salomón, Las tribus del norte se rebelan contra su hijo Roboran en el año 926 a. C y se da la separación, surgen los dos reinos; el del Norte llamado Israel y el del Sur, llamado Judá. Los Asirios llevan al exilio al reino del norte en el año 740 a. C., en realidad descabezan el reino llevándose a la clase sacerdotal y a los nobles,  dejan a la gente inculta, artesana, campesina y trabajadora en el territorio pero traen de otras partes gentes a colonizar y se da la mezcla de la población, surge de esta mezcla el pueblo samaritano. Esta mezcla, según los judíos, les hace ser israelitas ilegítimos, pero ellos son los “Israelitas del Norte”

“El conflicto entre judíos y samaritanos venía de lejos. Seguramente se consumó a finales del s. II a. C. Doctrinalmente, los samaritanos hacían otra lectura del Pentateuco y, sobre todo, como "orgullosos israelitas del Norte", no admitieron que el único culto a Dios se le tributara en Jerusalén. Por eso seguramente desde el s. III a. C., los samaritanos se hicieron su propio templo en el monte Garizín. Así, la separación entre judíos y samaritanos alcanzó un punto sin retorno”. En torno al pozo de Jacob, se da el encuentro de Jesús con la samaritana. Era mediodía, el sol quemaba, solo la brisa refrescaba el calor del sol. Jesús está solo, exhausto, cansado, ha caminado mucho buscando a las ovejas perdidas de la casa de Israel, él ha venido a salvar no a condenar, a traer una buena noticia de parte de Dios y no una palabra de condenación. El centro del encuentro es la sed, sed a agua y sed de Dios, Jesús lleva a Dios y la mujer samaritana es dueña del pozo. Caen las murallas con el diálogo y con el encuentro: La mujer, samaritana y pecadora se convierte en una nueva mujer, un ser humano redimido, ha encontrado al Dios verdadero y ahora le da culto en espíritu y en verdad. Es misionera de Jesús, anuncia a Jesús como la Buena Nueva que ha llegado a su tierra para salvar también a los samaritanos. Ella evangeliza en medio de su pueblo. Jesús la ha liberado de tantos yugos, de tantas cadenas y complejos que ahora no sólo es libre, sino que tiene voz, ha salido de sí misma para ponerse en dirección de los y las demás. Cuando un ser humano se libera del silencio, habla, recupera su voz, es un ser completo, digno hijo o hija de Dios. Mujer samaritana conociste el "don" de Dios.

23 de marzo de 2014

Las sobras pueden salvar vidas.

Vivimos en una sociedad tan llena de injusticias que las relaciones asimétricas entre las naciones del mundo, entre los pueblos de la tierra, las sociedades desarrolladas y subdesarrolladas  y, especialmente las relaciones personales entre los individuos se nos hacen “normales”, escandalosamente frías, calculadoras, indiferentes e insolidarias que no nos cuestiona nada, ni nos hace reaccionar para nada. Creemos que ya es voluntad de Dios y que este “Orden”, desordenado, caótico y excluyente lo quiere Dios. Pero no es así, ya que el mismo Dios nos hace caer en la cuenta que todo esto es abominable, es decir, que merece ser condenado y aborrecido, tanto aquí como allá, la compasión es el pasaje de la salvación: “Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí, y manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me atormentan estas llamas.» Abraham le respondió: «Hijo, recuerda que tú recibiste tus bienes durante la vida, mientras que Lázaro recibió males. Ahora él encuentra aquí consuelo y tú, en cambio, tormentos.  Además, mira que hay un abismo tremendo entre ustedes y nosotros, y los que quieran cruzar desde aquí hasta ustedes no podrían hacerlo, ni tampoco lo podrían hacer del lado de ustedes al nuestro.» Lc. 16, 24-26). La piedad se aprende en el sufrimiento. 

¿Cómo se puede ser creyente y actuar en la vida como que si Dios no existiera? Muchos siglos antes de que Jesús diera a conocer esta parábola, el profeta Isaías le critica a Israel, a sus jefes y pueblo la increencia práctica de sus acciones y su religión; el señalamiento es lacerante, lastima, hiere, golpea, y nos hace ver hoy nuestra propia vulnerabilidad: “Escuchen, jefes de Sodoma, que esto es palabra de Yavé; presten atención, pueblo de Gomorra, a las advertencias de nuestro Dios”: Cuando rezan con las manos extendidas, aparto mis ojos para no verlos; aunque multipliquen sus plegarias, no las escucharé, porque veo la sangre en sus manos. ¡Lávense, purifíquense! no me hagan el testigo de sus malas acciones, dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano y defiendan a la viuda.» (Is. 1, 1. 15-17). El culto que le agrada a Dios son las buenas obras, las acciones nobles y justas, no una religión de normas, rezos y sacrificios de animales.

En apariencia la globalización es incluyente porque ha convertido al planeta en un campo de concentración y a los pueblos en aldeas, pero la realidad da que estamos más excluidos y excluidas que antes, porque se han marcado más el dominio entre los que tienen las riquezas y quienes nos hemos convertido en meros consumidores, autómatas, por orden del consumismo. La globalización nos ha hecho naciones y personas dependientes, necesitadas y poco pensantes. Hemos sido convertidos en plaza o mercado y no en productores. Vivimos de las migajas de las ciencias, el capital y la tecnología. Nuestro corazón ha sido apartado de Dios y nos ha seducido otro ser humano; de ser personas sociales nos hemos convertido en islas en el mar de la soledad. Nuestros oídos ya no escuchan los gritos de la personas que sufre porque los tenemos taponeados con audífonos; nuestra vista está nublada por la cortina del consumo y nuestra boca calla porque la tenemos ocupada con el chicle: O sea, perdón, qué oso, u---bi---ca—te...: “Así habla Yavé: ¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé! Es como mata de cardo en la estepa; no sentirá cuando llegue la lluvia, pues echó sus raíces en lugares ardientes del desierto, en un solar despoblado” (Jr. 17, 5-6).

Al final de la historia, de esta historia nuestra hecha con nuestras decisiones, con nuestras manos, con nuestras opciones, con nuestros aciertos y equivocaciones recogeremos los frutos que merecemos por nuestra conducta o por nuestras acciones. Dios tiene un juicio para las naciones, parecida a la separación que hace el pastor, al final del día, entre cabras y ovejas. A cada cual se le pone en su lugar: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de Gloria, que es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos. Colocará a las ovejas a su derecha y a los chivos a su izquierda (Mt. 25, 31-33). El texto presenta a Jesús como Hijo de Hombre,  como rey del universo y de todas las naciones, y finalmente como un rey-pastor que separaré a quienes fueron ovejas y a quienes fueron cabros grandes; esos mismos que Jeremías llama cardos en la estepa o árboles frondosos plantados junto al agua. El rey de la gloria juzgará a los países ricos epulones y los pueblos pobres y enfermos como lázaro.

Dios conoce el corazón humano  y es el único capaz de  sondear sus pensamientos y conocer sus sentimientos más profundos, porque no lo convencen ni engañan las apariencias: “Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas, para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones”. Las migajas que caen de la mesa del rico pudieron salvarle la vida al pobre Lázaro, pero para el epulón, el rico que come mucho y disfruta la comida, que banquetea todos los días, el leproso, el enfermo, el pobre, el ser humano que padece necesidad no existe. El epulón cree en Dios pero no lo ve, no lo descubre en el prójimo que está a la entrada de su casa. El rico no le hace daño a Lázaro, pero tampoco le hace ningún bien, no lo socorre en sus necesidades que son muchas: La enfermedad, la pobreza, el hambre, la vivienda y sobre todo un trato humano. Su pecado es la omisión, la indiferencia, la frialdad, su ceguera. Su pecado es haberle dado la espalda a su hermano. Los dos mueren y los dos reciben según sus obras.

Otro texto que recuerda las migajas de la fe verdadera es el de la mujer cananea; los hijos e hijas de Israel  comen en la mesa del Padre y las migajas que caen de su mesa son la fe verdadera de quienes son excluidos y excluidas de la salvación (Mt.15, 21-28; Mc. 7, 24-30). Hoy también el rico es excluido de la salvación por no haber dado aunque sea las migajas que podían salvar una vida y salvar su vida. El rico en su agonía no quiere que sus iguales pasen por lo mismo y pide que se mande a Lázaro, como mensajero de conversión, pero ni aunque un muerto resucite cambiarán de  su pecado dice Abraham: “Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán. Abrahám le dijo: - Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto” (Lc. 16, 29-31). El rico es bueno pero está esclavizado a la codicia y esto no le permite servir a dos señores (Mt. 6,24). Jesús resucitó a Lázaro y en lugar de lograr la conversión de las autoridades judías, ellas,  legitimaron su muerte (Jn. 11, 1-45). Escuchemos la Palabra de Dios y hagamos lo que ella nos dice, entonces no caeremos en el pecado de la omisión. Las sobras y las obras pueden salvar una vida y la nuestra. En las migajas está la fe verdadera, no en el banquete.

16 de marzo de 2014

Un sí al grano de trigo y un no al grano de arena.

Lo original no fue un pecado, sino un estado de gracia (Gen. 1, 26-31). La palabra es el gran don de Dios, y más si esa palabra es Dios mismo: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. ” (Jn.1, 1-2). Con la palabra, Dios creó todo cuanto existe, ella, la palabra, es vida y luz para los seres humanos: “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron” (Jn.1, 3-5). Las tinieblas nos hacen caer en la irresponsabilidad de la palabra. A ejemplo de Dios, con la palabra podemos crear muchas cosas, hacer muchos cambios; podemos comunicarnos, entendernos, crear acciones buenas, y hablar desde un corazón sin odio; debemos hablar siempre con la verdad y hacer creíble la justicia; lo que se diga más allá del sí o del no, viene del diablo: “Cuando digan sí, que sea sí y cuando digan no, que sea no” (Mt. 5 ,33-37). No podemos vivir de la mentira, del engaño o de la amenaza.

La persona sabia piensa antes de hablar,  medita en su interior lo que va a decir, no se deja llevar por arrebatos o infantilismos; porque la palabra lleva en sí misma un mensaje de acción que puede ser de violencia o de paz, de opresión o liberación, de amor o desamor, de aceptación o intransigencia. La palabra puede hacernos irresponsables, irracionales e iracundos. La palabra debe edificar, construir, consolidar, animar y respetar. El ser humano es un ser racional y no sólo pasional;  un ser político que busca el bien común y no su interés egoísta y partidario. Debemos ser personas prudentes e inteligentes. Hay libertad de expresión pero no de manipulación. No se puede oscurecer la paz y la alegría de una fiesta democrática con la sombra y el fantasma del fraude, la imprudencia y el infantilismo político.  La parábola de la plaza tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. Entre los niños ocurre con frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa, otros a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto esencial de referencia en la parábola. Inmediatamente se pasa a la aplicación de la misma: así es esta generación (Mt 11, 16-19).

La tierra debe ser paciente. En la tierra debemos ser personas pacientes para que tu Palabra vaya calando en nuestro interior y nos vaya transformando, como la lluvia empapa la tierra para que la semilla sea fecunda y nos dé su alimento, nos dé el pan para comer. La palabra pronunciada por Dios está cargada de amor y esperanza, especialmente para los hambrientos y hambrientas no sólo de pan, sino del pan que ha bajado del cielo: “Así dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo ( Is. 55,10-11). Mi voz es mi voto. La voz del pueblo salvadoreño fue el voto y el mensaje no necesita interpretación ni revisión, mucho menos ponerlo en “tela de juicio”. La voz de la justicia prevalece ante aquellos y aquellas que comen engaño e influyen en la opinión pública con sus engaños.

Cambiemos el granito de arena por el granito de trigo. El grano de arena es uno más en el “montón”, en cambio el grano de trigo es único porque cae en tierra para morir y dar el pan para dar vida a los y las hambrientas de la historia. La tentación  comenzó con el pan. Soy tierra que anhela dar vida, soy humus, soy Adam; soy tierra que necesita ser cuidada, alimentada y arropada. Soy tierra empapada del espíritu de Dios que no es sólo materia;  a veces soy tierra dura como el barro en verano, o arenosa que no retiene nada y que deja escapar el agua de tu palabra, el agua de la vida. A veces soy tierra pedregosa, tierra que tiene bondad y maldad al mismo tiempo. A veces soy tierra que tiene más cardos, lengua de cardo, dañina cuando habla. Cardos que ahogan, lastiman, ofenden, humillan; soy tierra que sale de sí misma para dar vida a la semilla, cosecha de futuro. El ser humano cosecha lo que siembra (Mt. 13, 1-23).

Cuando los grandes se olvidan que el origen humano, en su esencialidad,  es sencillo y humilde, porque fue hecho de tierra, de polvo húmedo, su discurso se vuelve dañino, agresivo, desafiante e irrespetuoso. Los grandes se creen dioses, codician ser como Dios y se rebelan ante el orden, la armonía, la legalidad. El fruto de la discordia es apetitoso, deseable, atrayente; es codiciable porque da conocimiento, control, mando y riqueza: “No morirán. Bien sabe Dios que cuando coman de él se les abrirán los ojos y serán como Dios en el conocimiento del bien y el mal. La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió (Gen. 3, 1-7). El pecado original es la codicia, “es ese deseo o apetito ansioso y excesivo de poder, bienes y riqueza”; es querer para mí lo que es de otro y se lo arrebato como sea. Unida a la codicia está la soberbia, a la soberbia la violencia y la agresividad, el desacato o desobediencia a una autoridad legitimarte constituida. La codicia es la raíz de todos los males en el mundo.

Desde sus orígenes el ser humano cayó en la tentación de la codicia y con esta caída rompe el estado original de gracia, amor, amistad, respeto y entendimiento con Dios, con la creación y con sus semejantes. El ser humano se quiere igualar a Dios, se hace dios de sí mismo y exige reverencia, obediencia, sacrificios y sangre. La codicia seduce su estómago, su conciencia y su corazón. Codicia el poder de “convertir las piedras en pan” para someter, no para servir; “el pan asegura el éxito pero me inclino ante quien me lo da”; codicia el prestigio para ser amado, respetado, venerado y admirado como si fuera Dios. “Quien se adueña de mi conciencia me hará despreciar el pan por su ideología”. Codicia la riqueza para someter voluntades, comprar conciencias, y seducir el corazón humano. Quien seduzca mi corazón me hará seguirle hasta el tope: “Te doy todo esto si te arrodillas y me adoras”. “En estos tiempos de crisis, la gente sueña con salir de ella. ¿Para qué? Para volver a ser esclavos de la codicia de soberanos, banqueros, políticos y canallas”. ¿Podemos vivir en libertad? (Mt. 4, 1-11).

¿Por qué los cristianos y cristianas buscamos las tentaciones que Jesús rechazó, venció y deshecho? ¿Por qué seguimos dando la libertad por la comida, la dignidad por el poder político o religioso y porqué seguimos adorando la riqueza y amando a quienes la poseen? ¿Por qué preferimos la esclavitud y la dependencia a la libertad? Jesús es un hombre libre no porque no tenga tentaciones, sino porque sale victorioso de ellas. Jesús es la palabra definitiva de Dios, pasó toda su vida haciendo el bien y ahora me invita a llevar su palabra allá donde hace falta, donde no llega, donde no se quiere escuchar. Allá donde la palabra se hace irresponsable. Todo iba bien hasta que hablaron algunos políticos y lanzaron sus palabras venenosas por la codicia de llegar al poder y querer gobernar ilegítimamente el país. Basta de atropellos a la incipiente democracia que ha costado tantos sueños truncados y arrancados con violencia. Mi voz es mi voto y fuimos muchos y muchas las que hablamos. Toda la semilla que cayó en nuestra tierra la fecundó para que no siga siendo pisoteada.

19 de febrero de 2014

Recogiendo las migajas de la fe verdadera (Mc. 7, 24-30).

Siempre me ha llamado la atención esa mujer y quiero saber más de ella. Hoy caí en la cuenta de que no es judía, pues Jesús anda incursionando por territorio pagano; anda caminando por la región Fenicia de Tiro. Ella es griega de cultura, Sirofenicia de país y Cananea de territorio geográfico. Tiene muchas identidades nacionales; ella es pagana porque no es judía. Como en muy pocas ocasiones, “ella es una mujer que habla”, da sus puntos de vista aunque no se los pregunten y cuando habla lo hace con tanta convicción, con aplomo y libertad que hace temblar la tierra y a cuantos están alrededor de ella, escuchándola, como es el caso de Jesús. Este Evangelio (Mc 7, 24-30), nos trae el suceso de la mujer gentil siro-fenicia, donde se destaca la fe de esta gentil frente al fariseísmo judío. Esto ocurre en la comarca de Tiro y Sidón, provincia romana de Siria. Esta mujer le pone los puntos a las íes, sin temor alguno. Tiro significa “Roca” y se encuentra en la región actual del Líbano.

La antesala de este encuentro entre Jesús y la mujer griega es la polémica que tiene con los representantes de la religión oficial y los ritos heredados por tradición de los antiguos: Ley mosaica versus tradiciones judías: Purificación externa y Corbán: “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras? O, dicho de otro modo sin lavárselas. El lavado de las manos estaba ligada al culto, como pureza ritual y legal, exigida por la Ley de Moisés sólo a los sacerdotes  en el servicio del Templo. Esta ley se hizo extensiva a los no sacerdotes, es decir a los laicos, por una tradición rabínica. Con esta pureza legal se quería evitar la impureza en el contacto con la gente pecadora e impura en la calle. Jesús les llama hipócritas a estos hombres honorables, intachables y muy celosos de las tradiciones de sus padres, citando al profeta Isaías. Estas tradiciones humanas anulan el mandato de Dios (Mc. 7, 1-13).

Tiro y Sidón que están en territorio cananeo es ahora una provincia romana: Syria. Syria es vecina de Palestina. A esta mujer que se le conoce en el Evangelio por su fe:”Entonces Jesús le dijo: «Puedes irte; por lo que has dicho el demonio ya ha salido de tu hija.» Cuando la mujer llegó a su casa, encontró a la niña acostada en la cama; el demonio se había ido” (Mc. 7,29-30).  No se le conoce el nombre y creo que nunca se lo conoceremos, sólo sabemos que es mujer extranjera, que es madre de una niña y que esa niña está enferma, está poseída por un espíritu inmundo. Además, sabemos que es una madre que sufre, que vive en angustia y que hace y soporta todo por su hija. La respuesta que le da Jesús no es “un beso dulce en la mejilla”. Su horizonte es su hija. Su todo es su hija. Este dolor y esta desesperación de madre la han llevado hasta Jesús y ponerle frente a él. Ella se postra ante él, con respeto. Para esta mujer “la fe no tiene nacionalidad”, ni fronteras geográficas o religiosas. Entonces, el ser humano no existe sólo por el nombre, sino también por las acciones audaces y desafiantes que le hacen ocupar un lugar en la historia, como esta mujer cananea (Mt. 15, 22). Ella también necesita ser curada.

Los nombres en la Biblia no siempre representan a personas individuales, sino a pueblos y las genealogías las relacionan en  parentesco. Canaán es el nombre más antiguo de la región, es el nombre de uno de los hijos de Cam y por lo tanto se extiende a un pueblo y a la región que habitan: “Pues el arco estará en las nubes; yo al verlo me acordaré de la alianza perpetua entre Dios y todo ser terrestre, con todo ser animado que vive en una carne.» Y dijo Dios a Noé: «Esta es la señal de la alianza que yo he establecido entre mí y todo ser terrestre.»  Los hijos de Noé que salieron del arca fueron Sem, Cam y Jafet. Cam es el padre de Canaán. Esos tres son los hijos de Noé, y de éstos se pobló toda la tierra”. (Gen. 9,18; 9, 22; 9, 25-27). Los judíos son descendientes de Sem, hermano de Cam y Jafet. La genealogía pone a Jesús y a la mujer cananea como parientes lejanos, lejanos pero parientes que la historia de sus pueblos había alejado.

Canaán también nos remite a un territorio habitado antes de los israelitas, es la llamada tierra prometida: "Envía hombres adelante para que exploren esa tierra de Canaán que voy a darles a los israelitas. Cada tribu elija como representante a uno de sus jefes".  (Núm. 13,2-33). La conquista de la tierra de Canaán, cuando el pueblo de Dios llegó a esa región después de la esclavitud en Egipto, los cuarenta años en el desierto y posteriormente su llegada a la tierra prometida: “Así habla Yavé: Este es el territorio que se repartirán entre las doce tribus de Israel (darán dos porciones a José). Todos tendrán su parte porque juré a sus padres, con la mano en alto, que les daría este país: su herencia”.  (Núm. 34, 3-12 y Ez. 47, 15-20). Canaán es la tierra de promisión, es la tierra que mana leche y miel.

Muchos siglos después Isaías profetiza contra Canaán y Tiro y lo hace a través de este poema (Is. 23, 1-18).Tiro es el gran puerto a las puertas de Palestina, era un gran centro de comercio internacional. Fenicia era conocida antiguamente por Canaán y es una región territorial que abarca los actuales Israel, Syria y Líbano. Fenicia es un nombre griego (fóinix que significa púrpura), y se les da ese nombre a los vendedores de género teñidos de púrpura. “Los fenicios fueron marinos que comerciaban con Egipto, y más tarde con Grecia y todos los demás países del Mediterráneo. Los fenicios eran cananeos (Gen. 10, 15; Is. 23, 11), empujados por la invasión hebrea hacia la angosta franja costera que siguieron llamando Canaán”.

Ella es cananea y fenicia y ha escuchado hablar de ese hombre judío que anda por su Patria, por su tierra y que quiere pasar inadvertido por esos territorios: “Entró en una casa, pues no quería que nadie se enterara de que estaba ahí, pero no pudo pasar inadvertido”  ¿Cómo quiere Jesús pasar inadvertido sabiendo la gente como es? Su fama se extendió más allá de Palestina. Él es un pozo, un manantial, una fuente de vida y de salud sin distinciones de razas, género, religión o cultura. Él sana a la persona sea de la cultura que sea y tenga la religión que tenga.  Su humanidad y su bondad están por encima de sus convicciones religiosas. Para Jesús los seres humanos y especialmente aquellos seres que sufren están por encima de cualquier idea y sentimiento que genere la religión y sus prácticas excluyentes. En la misma región pagana sana a un hombre sordo y tartamudo (Mc. 7, 31-37).

En tierras paganas, Jesús no predica, no habla sobre el reinado de Dios, no adoctrina; solamente cura, sana, reincorpora, hace el bien y quizá sea esa la mejor forma de vivir sus convicciones religiosas. En el judaísmo existía el convencimiento de que los judíos eran los preferidos de Dios, era el pueblo de la alianza, del pacto, aunque la salvación alcanzaría también, en segundo lugar, a los demás pueblos. “Porque el desenlace final es que la niña quedó sana. Jesús curó a aquella mujer pagana, lo mismo que había curado a tantos judíos o personas de otro origen o religión”.

Quizá no llegue a saber más  de ella, pero sé que encausó la misión de Jesús y que  gracias a su aplomo y a su fe, Jesús se hizo un hombre universal. Jesús acaba de tener grandes tensiones y polémicas con los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, sobre algunas tradiciones judías, especialmente las referidas a la purificación legal y  sobre el Corbán (ofrenda en arameo); lo puro y lo impuro; sobre las abluciones (lavado y purificación por medio del agua) y la pureza legal. En Syria Jesús recibió la respuesta de quien tiene fe no por tradición, sino por convicción. Gracias mujer griega, sirofenicia y cananea por habernos abierto las puertas de la fe y la salvación (Gal. 3,26-ss).