Lo original no fue un pecado,
sino un estado de gracia (Gen. 1, 26-31). La palabra es el gran don de Dios, y
más si esa palabra es Dios mismo: “Al
principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra
era Dios. Al principio estaba junto a
Dios. ” (Jn.1, 1-2). Con la palabra, Dios creó todo cuanto existe, ella, la
palabra, es vida y luz para los seres humanos: “Todas las cosas fueron
hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que
existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron” (Jn.1, 3-5). Las
tinieblas nos hacen caer en la irresponsabilidad de la palabra. A ejemplo de
Dios, con la palabra podemos crear muchas cosas, hacer muchos cambios; podemos
comunicarnos, entendernos, crear acciones buenas, y hablar desde un corazón sin
odio; debemos hablar siempre con la verdad y hacer creíble la justicia; lo que
se diga más allá del sí o del no, viene del diablo: “Cuando digan sí, que sea sí y cuando digan no, que sea no” (Mt. 5 ,33-37).
No podemos vivir de la mentira, del engaño o de la amenaza.
La persona sabia piensa antes
de hablar, medita en su interior lo que
va a decir, no se deja llevar por arrebatos o infantilismos; porque la palabra
lleva en sí misma un mensaje de acción que puede ser de violencia o de paz, de
opresión o liberación, de amor o desamor, de aceptación o intransigencia. La
palabra puede hacernos irresponsables, irracionales e iracundos. La palabra
debe edificar, construir, consolidar, animar y respetar. El ser humano es un
ser racional y no sólo pasional; un ser
político que busca el bien común y no su interés egoísta y partidario. Debemos
ser personas prudentes e inteligentes. Hay libertad de expresión pero no de
manipulación. No se puede oscurecer la paz y la alegría de una fiesta
democrática con la sombra y el fantasma del fraude, la imprudencia y el
infantilismo político. La parábola de la
plaza tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. Entre los niños ocurre con
frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa,
otros a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto
esencial de referencia en la parábola. Inmediatamente se pasa a la aplicación
de la misma: así es esta generación (Mt 11, 16-19).
La tierra debe ser paciente.
En la tierra debemos ser personas pacientes para que tu Palabra vaya calando en
nuestro interior y nos vaya transformando, como la lluvia empapa la tierra para
que la semilla sea fecunda y nos dé su alimento, nos dé el pan para comer. La
palabra pronunciada por Dios está cargada de amor y esperanza, especialmente
para los hambrientos y hambrientas no sólo de pan, sino del pan que ha bajado
del cielo: “Así dice el Señor: Como bajan
la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la
tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y
pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí
vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo ( Is. 55,10-11). Mi voz es mi voto. La voz del
pueblo salvadoreño fue el voto y el mensaje no necesita interpretación ni
revisión, mucho menos ponerlo en “tela de juicio”. La voz de la justicia
prevalece ante aquellos y aquellas que comen engaño e influyen en la opinión
pública con sus engaños.
Cambiemos el granito de arena
por el granito de trigo. El grano de arena es uno más en el “montón”, en cambio
el grano de trigo es único porque cae en tierra para morir y dar el pan para
dar vida a los y las hambrientas de la historia. La tentación comenzó con el pan. Soy tierra que anhela dar
vida, soy humus, soy Adam; soy tierra que necesita ser cuidada, alimentada y
arropada. Soy tierra empapada del espíritu de Dios que no es sólo materia; a veces soy tierra dura como el barro en
verano, o arenosa que no retiene nada y que deja escapar el agua de tu palabra,
el agua de la vida. A veces soy tierra pedregosa, tierra que tiene bondad y
maldad al mismo tiempo. A veces soy tierra que tiene más cardos, lengua de
cardo, dañina cuando habla. Cardos que ahogan, lastiman, ofenden, humillan; soy
tierra que sale de sí misma para dar vida a la semilla, cosecha de futuro. El
ser humano cosecha lo que siembra (Mt. 13, 1-23).
Cuando los grandes se olvidan
que el origen humano, en su esencialidad,
es sencillo y humilde, porque fue hecho de tierra, de polvo húmedo, su
discurso se vuelve dañino, agresivo, desafiante e irrespetuoso. Los grandes se
creen dioses, codician ser como Dios y se rebelan ante el orden, la armonía, la
legalidad. El fruto de la discordia es apetitoso, deseable, atrayente; es
codiciable porque da conocimiento, control, mando y riqueza: “No morirán. Bien sabe Dios que cuando
coman de él se les abrirán los ojos y serán como Dios en el conocimiento del
bien y el mal. La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable
porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual
comió (Gen. 3, 1-7). El pecado original es la codicia, “es ese deseo o
apetito ansioso y excesivo de poder, bienes y riqueza”; es querer para mí lo
que es de otro y se lo arrebato como sea. Unida a la codicia está la soberbia, a
la soberbia la violencia y la agresividad, el desacato o desobediencia a una
autoridad legitimarte constituida. La codicia es la raíz de todos los males en
el mundo.
Desde sus orígenes el ser
humano cayó en la tentación de la codicia y con esta caída rompe el estado
original de gracia, amor, amistad, respeto y entendimiento con Dios, con la
creación y con sus semejantes. El ser humano se quiere igualar a Dios, se hace
dios de sí mismo y exige reverencia, obediencia, sacrificios y sangre. La
codicia seduce su estómago, su conciencia y su corazón. Codicia el poder de
“convertir las piedras en pan” para someter, no para servir; “el pan asegura el
éxito pero me inclino ante quien me lo da”; codicia el prestigio para ser
amado, respetado, venerado y admirado como si fuera Dios. “Quien se adueña de
mi conciencia me hará despreciar el pan por su ideología”. Codicia la riqueza
para someter voluntades, comprar conciencias, y seducir el corazón humano.
Quien seduzca mi corazón me hará seguirle hasta el tope: “Te doy todo esto si
te arrodillas y me adoras”. “En estos tiempos de crisis, la gente sueña con
salir de ella. ¿Para qué? Para volver a ser esclavos de la codicia de
soberanos, banqueros, políticos y canallas”. ¿Podemos vivir en libertad? (Mt. 4,
1-11).
¿Por qué los cristianos y
cristianas buscamos las tentaciones que Jesús rechazó, venció y deshecho? ¿Por
qué seguimos dando la libertad por la comida, la dignidad por el poder político o
religioso y porqué seguimos adorando la riqueza y amando a quienes la poseen? ¿Por
qué preferimos la esclavitud y la dependencia a la libertad? Jesús es un hombre
libre no porque no tenga tentaciones, sino porque sale victorioso de ellas. Jesús
es la palabra definitiva de Dios, pasó toda su vida haciendo el bien y ahora me
invita a llevar su palabra allá donde hace falta, donde no llega, donde no se
quiere escuchar. Allá donde la palabra se hace irresponsable. Todo iba bien
hasta que hablaron algunos políticos y lanzaron sus palabras venenosas por la
codicia de llegar al poder y querer gobernar ilegítimamente el país. Basta de
atropellos a la incipiente democracia que ha costado tantos sueños truncados y
arrancados con violencia. Mi voz es mi voto y fuimos muchos y muchas las que
hablamos. Toda la semilla que cayó en nuestra tierra la fecundó para que no
siga siendo pisoteada.
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