En la vida siempre hay que ver
hacia el horizonte, siempre hay que ver más allá de donde nuestros pies han
hecho un alto en el camino. Cuando se pone la mano en el arado no se puede
volver la vista atrás (Lc.9, 62). Quién siembra en el presente cosecha en el
futuro. El horizonte es ya la puerta de la utopía. Cuando se habla de idealismo
se cree que hay que ver hacia el cielo y cerrar los ojos hacia la tierra. Eso
no es así. Hay que ser idealistas, sin dejar de ser realistas.
El idealismo es la esfera de las
ideas y el realismo es la tierra de las realidades. Idealismo y realismo deben
ir juntos. Se dice que el idealismo es la “tendencia a considerar el mundo y la
vida de acuerdo con unos ideales o modelos de armonía y perfección que no se
corresponden con la realidad”, es verdad pero eso no quiere decir que se deben
aceptar las cosas como son, sin hacer el mínimo esfuerzo por cambiarlas o porque
sean mejores y distintas. El idealismo es la tendencia a idealizar la realidad.
Jesús tenía en su corazón un ideal por el que da su vida, pero en él ese ideal
se hace realidad, concreción, marcha. Él
es el primogénito del reinado de Dios en la tierra; él es el principio de la
nueva creación.
El idealismo es como la llama de
una vela encendida, ilumina su entorno, ilumina a todos los de la casa, ilumina
el camino por donde avanzan nuestros pasos. La luz se enciende no para
esconderla debajo de una olla, sino para ponerla en lo alto (Mt. 5, 14-16). El
ser humano es idealista cuando pone sus ideales en lo más alto de su existencia
y esos ideales le dan la razón de ser, actuar, sacrificarse, abnegarse y
luchar. Una persona sin ideales es una persona muerta en vida. Los ideales no
deben ser inalcanzables. Sin vela no hay
llama. Sin cuerpo material no hay ideales y sin ideales ese cuerpo humano dado
por Dios es pura materia, es pura tierra: ҬPolvo eres y en polvo te
convertirás”, así es una vida sin sentido, sin motivación, sin misión.
El ser humano hecho de tierra ha
perdido el aliento de Dios, cuando sólo es materia. El mundo de la abstracción,
de los conceptos, de los números, de la geometría no es posible sin la realidad
de donde han salido. La realidad es la madre de la creación que se ha
conceptualizado en la palabra creadora. La realidad del ser humano es dolor con
esperanza, frustración con utopía, humanidad con trascendencia, caos y armonía,
desorden y orden, esclavitud y libertad. La creación misma necesita ser
liberada, redimida, recreada: Ella “gime hasta el presente y sufre dolores de
parto y no sólo ella, sino también
nosotros…” (Rom. 8, 18-23).
El realismo es como la vela que
se derrite, se derrite la materia; sin realidad vela no hay luz; sin realidad
candelabro, no hay luz puesta en lo alto;
sin realidad mano que sostenga la vela y se queme, no se puede mantener la luz para que ilumine. El realismo es la
vela que se sacrifica para mantener los “ideales-llama” en alto; la materia,
los seres materiales con un cuerpo material llevan hasta el final los ideales
que buscan una realidad nueva, renovada, liberada. Una realidad donde se viva
en fraternidad y alegría, en paz e igualdad. El ideal es que los sabios y
entendidos tengan un corazón humilde y sencillo y que los pobres, los humildes,
los pequeños y esclavos ocupen los primeros puestos: “En definitiva, el
problema de Dios, tal como lo presenta aquí Jesús, no es cuestión de estudio y
de saberes. Es algo estrictamente inefable, que pertenece al ámbito de nuestras
experiencias más profundas. Y que se traduce, si es auténtico, en una forma de
vida simple, sencilla, incapaz de hacer daño, caracterizada por la bondad. En
esto radica el centro del Evangelio”
(Mt. 11, 25-27). Son los y las pequeñas e insignificantes quienes saben
de Dios. Dios ama lo que los seres humanos desechamos: ama la humildad y la
sencillez y a partir de ahí da más de lo que pedimos (1Reyes 3, 5-13)
Jesús une estas dos realidades
humanas y es a través de las realidades humanas que da a conocer las realidades que sostienen sus
ideales. Las realidades humanas que toma de la vida cotidiana, simple y llana,
de la vida sencilla de la gente pobre y trabajadora y casi ignorante, son
ejemplos que sobrepasan la capacidad de los sabios y entendidos porque no
aceptan los ideales de Jesús abajados
hasta el extremo de la comprensión, para las personas pobres: Semilla,
levadura, tipos de terrenos, sal, tesoros, perla, redes, pesca, trigo, cizaña,
pastor, ovejas, lobos, palomas, serpientes, camino, comidas, harina, huerto,
vid, higuera etc. La persona sabia es
aquella que es capaz de plantear de manera sencilla y llana realidades
complejas e inaccesibles en su totalidad. Con las parábolas sobre el Reinado de
Dios, Jesús expresa sus ideales desde lo cotidiano de la realidad de su pueblo.
Jesús es un hombre que inspira
cercanía, confianza y dialogo. Estas tres cualidades de su persona son
fundamentales para el seguimiento, pero “los sabios y entendidos” no aceptan
esta propuesta, porque no la entienden, porque no la aceptan, porque
escandaliza su modo de ver el mundo o porque su ideología de dominio, opresión y tiranía se convierte en un muro
infranqueable, que imposibilita o dificulta el paso: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente
sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”
(Mt.11, 25-27). Por lo dicho se comprende que sean los
"sabios" y los "entendidos" los que no se enteran de lo que
es Dios y cómo experimentamos a Dios”. Los
sabios y entendidos de este mundo cierran sus ojos, cierran sus oídos y
endurecen su corazón porque se niegan a ver, a oír y a convertir su corazón
para que el Señor los salve (Mt, 13, 10-17). “En la forma de vivir, en las
preferencias, en las costumbres de Jesús aprendemos y sentimos cuanto hay que
aprender y sentir sobre Dios”.
Jesús, sin dejar de ser idealista,
es profundamente realista, es un hombre que desafía la realidad porque cree que
otro mundo es posible, otra religión es posible y otras relaciones humanas son
posibles. También el realismo de Jesús hace caer el idealismo judío del Mesías
esperado. Camino a Jerusalén, la madre de los hijos del Zebedeo pide lo mejor
para sus hijos, en ese reino del que Jesús habla y pide para ellos los primeros
puestos: Uno a la derecha y el otro a la izquierda. El idealismo del
discipulado pasa, necesariamente, por el ser real de la persona, como realidad
egoísta, envidiosa, resentida, mediocre,
perezosa e incoherente; esperando que en el seguimiento sea capaz de cambiar
los antivalores por los valores del Reino de Dios como la alegría, la
desinstalación, la renuncia, y la fe de que
se puede cambiar la vida y la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario