Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

26 de octubre de 2012

Fe y vida cristiana.


La vocación cristiana nos invita a humanizar más lo humano. La vocación es un llamado, una invitación, una opción a vivir bajo ciertos valores; el cristianismo es por ende un modo de vida, un modo de proceder donde dejamos traslucir, la luz de Dios, su Espíritu,  su fuerza y la fe expresada en obras.

La fe es un don que debemos pedir todos los días porque todos los días debemos verlos desde la fe. La fe es confianza en ese ser misericordioso que derrama sobre cada uno y cada una sus bendiciones, sin hacer excepciones de personas. La fe es dejarse seducir y conducir por el supremo bien que viene a nuestro encuentro. La fe es cercanía al misterio de Dios y al misterio humano.” Es urgente que todos en la Iglesia nos esforcemos por humanizar este mundo a la luz del Evangelio”.

San Pablo les recuerda a las personas de la comunidad que se reúne en la Iglesia (Asamblea) de Éfeso, que deben ser fieles a su vocación cristiana dando muestras fehacientes o creíbles de su fe en el Señor Jesús. ¿Qué muestras se deben dar de nuestra fe? De Manera sencilla señala algunas virtudes humanas que se logran mirando al Señor en su vida mortal. San Pablo invita a las personas que participan en la comunidad a ser humildes y amables; comprensivas y tolerantes, porque es necesario sobrellevarnos mutuamente con amor.

Los miembros de la comunidad deben mantener la unidad en el Espíritu, respetando la diversidad; ser personas de paz, dialogando las diferencias, no imponiendo puntos de vista particulares. La unidad es fundamental en  nuestro modo de ser cristianos y cristianas. La Iglesia es una sola, animada por un solo Espíritu; una sola es la salvación, como meta a la que hemos sido convocados y convocadas; un Señor, una fe, un bautismo y un solo Dios en el que creemos (Ef. 4,1-6)

La vocación cristiana es una convocación, es un llamado a congregarnos, es una cita, una invitación. También es hacer público un mensaje, es dar a conocer, es revelar. Jesús en su predicación y en su vida, presenta la buena Nueva de Dios de diversas maneras utilizando distintos ejemplos e imágenes de la vida ordinaria. Un ejemplo llamativo y diciente de su mensaje es “El Banquete”: Hay una invitación a compartir la mesa y el banquete es al mismo tiempo el escenario público y familiar donde se da a conocer un mensaje. Mensaje y realidad material se convierten en uno solo, por eso el símbolo del banquete es un signo del Reino de Dios (Lc 14,15-24).

La fe es una invitación al seguimiento. Tener fe en Jesús es tener la confianza, la certeza de sus enseñanzas como algo totalmente verdadero y sabio. La fe en Jesús es el camino para descubrir la fe de Jesús, es decir, esas convicciones que marcaron su vida y lo llevaron hasta el final de su vida: La cruz.

San Pablo desde su vivencia y convicción cristiana, se siente a sí mismo como prisionero: “Yo, el prisionero por Cristo, les ruego que anden como pide la vocación a la que han sido convocados”…“Que Cristo habite por la fe en sus corazones; que el amor sea  su raíz y su cimiento; y así, con todo el pueblo de Dios, logren abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegarán a su plenitud, según la Plenitud total de Dios (Efesios 3,14-21).

La fe es una practica de lo que creemos. El árbol se conoce por sus frutos. Como todo en la vida se cree lo que se ve, al estilo de Santo Tomás, pero la fe no requiere milagros como condición necesaria para ella. Yo no creo por los milagros, sino porque creo soy capaz de ver los milagros que Dios Padre y Jesús siguen haciendo en la vida de cada persona. Como lo afirma Jesús según el evangelista  Mateo: “- No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. (Mateo 7, 21-29).

Dos conclusiones se desprenden de este texto y de este artículo sobre la fe: Uno, la fe no sólo se confiesa, se expresa de palabras. Dos, la fe debe hacerse obra y práctica cristiana. La primera parte del texto: “No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos”,  no es de fiarse porque la religión puede ser un engaño y también la creencia de que sólo las obras salvan puede ser otro engaño porque nos lleva a un activismo sin confesar quién nos mueve a hacerlo y podemos caer con facilidad en la arrogancia: “Sólo vale lo que hago”. La fe se pone en el propio esfuerzo. El cristianismo como religión nos puede llevar a extremos excluyentes: Sólo la fe salva y por mis obras espero una retribución de parte de Dios.

¿Quién tiene fe, según Jesús? “Quien cumple la voluntad” de Dios que está en el cielo. Cumplir la voluntad de Dios es hacer lo que él nos pide, es confesar su nombre con lo que hacemos. “Lo único que vale es poner en práctica lo que dice Jesús”.

¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen! Es la respuesta pública que da Jesús ante la admiración y la canonización que hace de María una mujer anónima en la multitud que le escucha. Jesús descubre en su madre a una mujer de fe porque ha sido capaz de poner en obra la voluntad de Dios, vaciándose de ella para llenarse de él. María como ejemplo y testimonio de persona creyente, de mujer de fe nos hace una sencilla invitación desde el contexto del banquete en las bodas de Caná: Hagan  lo que Él les diga... (Jn 2, 1-11).

La fe de María fue el espejo de la fe de Jesús. Dios mismo en la  “epifanía” de su hijo nos invita a lo siguiente: “Este es mi hijo amado en quien me complazco (Mt. 3,13-17). Dios Padre nos invita a escuchar a su hijo y proceder como él lo hizo según sus propias enseñanzas.

Jesús habla de la fe comparándola con una semilla de mostaza (Mateo 13: 31-32). La fe es una semilla. La semilla debe germinar y dar vida; debe permitir el nacimiento de una nueva planta. La  semilla es pequeña `pero cuando se desarrolla se convierte en un árbol grande que acoge a pájaros de distintas especies y brinda sus ramas para que hagan sus nidos.

La fe es pequeña pero cuando dejamos que se desarrolle se convierte en el fundamento de nuestra vida y de nuestro servicio a otras personas. Lo importante es tener fe no gran fe, no es la cantidad, sino la calidad. Cuando la persona creyente tiene fe hace grandes cosas. (Lc. 17 ,5-10). La fe se tiene o no se tiene. Tener fe es confiar; tener fe es actuar con fe, con confianza, dando sin esperar nada a cambio porque Dios no nos abandona en nuestras necesidades. La persona de fe se mantiene a flote en la adversidad. La fe es confianza plena en Dios.

24 de octubre de 2012

Sin máscara ni antifaz


El joven pasado lleno de ilusiones y alegrías, carcajadas y desvelos, estudios y exámenes, caminos por los pasillos de la Universidad, trajín de gente corriendo de un aula a otra, vuelve a mi presente lleno de arrugas, cansancio, con pelo entre cano, con manchas en su piel y con una vida que contar; una vida llena de desencantos, frustraciones, desempleos, errores, narraciones vividas en carne propia. Ese pasado que es mi memoria  recuperada tiene brillo en sus ojos, ternura en su alma, sonrisa sincera, sin máscara, sin antifaz. La voz no ha perdido su tono, tono en reposo enronquecido.

Las alas del pasado han perdido su vitalidad, se han gastado en el vuelo, necesitan reposo, silencio, meditación, reconstrucción. El pasado se hace presente en mi presente lejano de veinte años atrás o más. El pasado vuelve, viene a mi encuentro con sus manos llenas y sus pies cansados; el pasado se eterniza en la conversación de muchos años, donde la vida hecha síntesis se comparte,  se va en las palabras, en la respiración, en los suspiros, en los recuerdos;  se va como el agua en mis manos que deja a su paso la frescura de su cuerpo. El pasado se hizo visible pero vuelve a sus cauces subterráneos.

La noche es el telón de fondo del escenario. El día del encuentro ha llegado. Hay una noche sin estrellas pero repleta de blancos suspiros esponjosos. La noche sin estrellas es común y corriente, porque es una noche humana, ordinaria y sin atractivos foráneos. Esta noche, tiene muchas ausencias, ausencia de Orión, Virgo, La Osa Mayor, Pegaso, Géminis y Andrómeda. La luz del cielo no es suficiente como la de la tierra.  La luz tenue del cafetín a penas me permite ver la carta. Hay frío, viento y brisa en el ambiente como en aquellos días de universidad, al salir de clase por la noche. Orión sigue influyendo en Gea. El ambiente favorece un café de especias, sabroso y caliente, humeante y seductor. La noche viene perfumada con ese olor inconfundible, ese olor que se siente al entrar a un café, es ese mismo, es el olor a café.

Hoy la ruta de mis pasos no es la misma, camino en distinta dirección. Antes, en el pasado, caminaba al sur del norte; hoy, desde varios años, camino en dirección al norte con su ala de amanecer hacia el oriente y su otra ala hacia el poniente. La flecha señala el norte, pero la calidez de mi alma busca la salida del sol y la otra parte de mí, mi mundo oscuro, oculta  la  otra ala que pertenece al poniente; esa ala invisible, camaleón de sobre vivencia, es la causante de mi desequilibrio emocional. Las dos alas juntas y en comunión son la balanza de mis brazos y el equilibrio de mis pasos. La balanza ya es parte de mí.

Todo en el encuentro es calidez. Calidez en las miradas, en las carcajadas, en los recuerdos, en lo que no pasó y está almacenado en la memoria como un acontecimiento. Esta mesa de comunión, sin mantel, se viste con el mantel invisible que hilvana el encuentro. En esta mesa redonda faltan muchos caballeros y muchas sonrisas femeninas. Hay un vacío inexistente porque los recuerdos, como hilos de cariño, les traen a nuestra presencia en su ausencia. La literatura de la vida trae a sus personajes: Quijote derrotado,  Mío Cid triunfador, Celestina eximia, Santiago Nassar bonachón, Doña Bárbara manda más y el coronel no tiene quien le escriba la despedida. 

Terminada la sesión y continuándola en la calle, las palabras llenas de vida, porque han vuelto a la vida envolviendo la vida de años atrás, se niegan a volver nuevamente al reposo acobijado. Esas palabras que no se lleva el viento, porque pesan lo que valen en oro, se niegan a volver al baúl de los recuerdos. Dos amigos caminan juntos, han compartido las espigas de sus vidas trituradas. Han compartido el café amargo de su existencia, han compartido el postre amasado en otras manos. Hombres convertidos en pan que se ha partido y repartido siempre. Amigos que vuelven cada uno a sus pasos.

La noche sigue oscura. Los pasos apuestan por llegar pronto a la meta. Los oídos, detectives de sonidos, evitan el peligro de caminar solos y a pie por las calles. El deseo, como volcán en erupción, busca  liberar la lava que quema las honduras de la tierra. El sueño ha llegado, el cuerpo entra en reposo, los recuerdos dialogados amplían los conocimientos olvidados.

En el vecindario todo huele a tranquilidad, la noche es pasajera de carruaje ligero. ¡Tenía que ser un perro! Un perro en el vecindario ha logrado desvelarme y ha convertido mi descanso en camino de altibajos. Duermo con el ladrido del perro a lo lejos, tan lejos que sólo nos separa un muro. Dicen que “perro que ladra no muerde” pero “jode” y desvela toda la noche. La noche es de mi pasado y el día es mi nuevo presente, para estar al día.

19 de octubre de 2012

Resurrección: “Nadie va al Padre sino por mí”.


Sólo con Jesucristo heredamos la resurrección. La resurrección es la vida plena en Dios y con Dios, pero esa vida plena y verdadera tiene sus bases en esta tierra, en esta vida, en nuestro quehacer cotidiano y rutinario. Jesús con su vida y sus enseñanzas nos señala el camino que debemos recorrer hacia el Padre. En una de sus muchas afirmaciones, donde expresa su auto comprensión, dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto” (Juan 14, 6-7).

El ser humano desde siempre ha tenido dos preocupaciones: La vida eterna y qué se debe hacer para alcanzarla o para salvarse.  Estas dos preocupaciones se expresan en el diálogo que tiene un hombre bueno con Jesús. Ese hombre que va por la vida luchando para salvarse se detiene en el camino para consultarle a Jesús sus inquietudes. Leyendo ese texto desde hoy, es bonito comprender que toda religión busca la salvación del ser humano; que las religiones deben entrar en diálogo. El diálogo y el respeto son urgentes, en este caso, el judaísmo y el cristianismo; el Doctor de la Ley y Jesús, fundador del cristianismo. Es curioso descubrir que el diálogo es fraterno pero no consolador, sino de mayor exigencia. El cristianismo al igual que su fundador debe ir más allá de la norma.

Maestro bueno ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna? ¿Por qué me llamas bueno, sólo Dios es bueno? (Lc. 10, 25-37). El hombre de la Ley es bueno indiscutiblemente, se aferra a ese medio, la Ley. Los mandatos le dan seguridad; cree que la ley es garantía inamovible de salvación. Jesús con su respuesta unívoca no niega que como persona y como creyente es bueno, pero inequívocamente nos remite a la fuente de toda bondad y de la salvación. El ser humano es bueno no por naturaleza, así lo afirma Jesús: “Nadie es bueno, sino sólo Dios”;  y, además, debe ser bueno porque su Creador, su Padre del Cielo es bueno. Jesús con su mirada compasiva, tierna y amorosa nos remite al origen de la vida verdadera y plena: La bondad de Dios. La bondad es la primera semilla de resurrección en el ser humano cuando desecha de su corazón y de sus acciones la maldad (Heb. 2, 8-11).

Otra semilla de resurrección en el ser humano redimido es la humildad. Los títulos no salvan. Los títulos nos dan conocimientos; pero si esos conocimientos no nos hacen humildes y más humanos no nos llevan a la vida plena y verdadera. Es difícil encontrar en el seguimiento del Señor, doctores humildes, casi siempre estos estudiosos de la escritura o de cualquier otra ciencia, ocupan sus conocimientos para humillar o para poner a prueba a aquellas personas que consideran de menos, incultas o adversarias.  Casi siempre los “doctos”, necesitan humillar para autoafirmarse. La autoafirmación es negación de sus conocimientos y expresión de sus propias inseguridades. La humildad cuesta sangre, pero vale la pena.

El camino hacia la resurrección es la Palabra de Dios. Jesús es la palabra de Dios, los evangelios nos narran la vida del “Logos de Dios”. La Biblia nos enseña el camino de la salvación, la Ley de Moisés es una pedagogía, un medio no un fin en sí mismo. La ley por sí misma no salva. Jesús acota los límites de ese medio. ¿Qué es lo que está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? (Mc. 10, 17-30).  Jesús en su respuesta recuerda los mandamientos del decálogo porque es a un judío a quien le habla, de esos mandamientos el evangelista enumera aquellos que tienen que ver con la persona y su vida social, con sus derechos y con sus obligaciones.

Lo que ofende a Dios es lo que ofende a nuestro prójimo y prójima. El pecado es una ofensa al ser humano y por eso ofende a Dios. Más que la Ley es la bondad y el desprendimiento para compartir, lo que favorece nuestra salvación. Se hace el bien no sólo deseándolo, sino en acciones que generen vida, para quien las hace y para quien las recibe. El bien es recíproco como Dios es reciprocidad. Deseando el bien y haciendo el bien a la persona prójima estamos ubicados y ubicadas con certeza en el camino de la vida eterna porque Dios en su bondad nos da la vida aquí y allá, por gracia.

Al Igual que Jesús Dios nos ve con  amor. Jesús fue "constituido Señor y Mesías" a partir de la resurrección” (Hch. 2, 36) por la comunidad cristiana primitiva. Él no tenía conciencia de que era Dios. Él es un hombre bueno no por saberse Dios, sino porque es persona creyente. Él cree en un Dios bondadoso, no jurídico; un Dios humano céntrico  no teocéntrico. El centro de Dios no es él mismo, sino el ser humano hecho a imagen y semejanza  de su creador e invitado a compartir la vida verdadera en su presencia. Dios es Señor de la vida.

Jesús fue "constituido “Hijo de Dios” en plena fuerza a partir de la resurrección" (Rom 1, 4). Durante su vida mortal, Jesús fue un ser humano y tuvo conciencia de ser un hombre como los demás”. La Cristología ascendente culmina con la resurrección como horizonte alcanzado al final de nuestra vida terrena. La compasión y la bondad son las dos puertas que se abren  en el marco que nos conduce al cielo como personas resucitadas por el resucitado.

15 de octubre de 2012

Sé quien Soy.













Yo, hombre de barro y esperanza.
Creado,  no creado e inconcluso,
imagen sin rostro definido,
semejante a humano escondido.
Yo, hombre de barro y esperanzas.

Vacío, sin aliento propio y dormido.
Me fue dada la vida, el encanto y la calidez,
la soledad y la esperanza como  injertos abrazados.
Rostro por hacer con los años en los años,
Yo, vacío, sin aliento propio y dormido.

Yo, hombre de barro humanizado.
Aliento perdido de Dios.
Fui concebido en el tiempo,
amor y pobreza me amasaron.
Yo, hombre de barro humanizado.

“Supliqué y se me concedió.”
Suplicaron y fui concebido.
Se me concedió la prudencia,
“invoqué y vino sobre mí
el Espíritu de Sabiduría”.

Hoy, hombre sabio y prudente.
No tuve cetros, tronos, ni riquezas.
Mi cetro es el amor, mi trono la paciencia,
rico en libertad, esclavo para servir.
Hoy, hombre sabio y prudente.

¿A qué me compararé, Señor?
A penas inferior a la grandeza,
a penas sabio ignorante,
a penas desprovisto de pobreza,
menos arena, menos lodo, más humano.

¿A quién me compararé, Señor?
Mi espejo, mi sombra, mi todo.
Camino libre por hacer en la vereda.
Viéndote solo y sólo viéndote,
aún perdiéndome, sé quien soy.

10 de octubre de 2012

Baño de Realidad Nacional



Pocas veces hace daño bañarse, refrescarse con agua fresca y cristalina en un día de verano, en un día soleado o en un día en que por los trajines de la vida cotidiana nos hemos dado una sudada que nos hace sentir insociables. Un baño de realidad como un baño de higiene y limpieza nunca le puede hacer daño a alguien.

En las universidades hay cátedras de Realidad Nacional y muy pocas veces quienes hablan se han bañado en ella, analizan la realidad desde las estadísticas, desde las entrevistas, desde los números y porcentajes. Es bueno tener personas instruidas y listas que nos instruyan y tal vez nos compartan algo de su perspicacia. En los Colegios nos llegan a dar charlas sobre la realidad, quien habla lo hace como quien tiene autoridad en la materia y quienes escuchamos nos sentimos aprendices de lo que vivimos.

Hay cátedras de la realidad que nos da la vida cotidiana, sin presunción y en silencio. La realidad está ahí mal oliente en las calles con olores a orines y excremento. Hay que respirar hondo y pasar a prisa las aceras esperando que al otro lado haya aire menos contaminado con una leve dosis de humo  color asfalto. Las personas que caminan por las calles se ven obligadas a hacerlo porque las aceras están saturas por carros peatones que tienen preferencia, las aceras son parqueos públicos y privados. El peligro se respira en cada espacio social, en cada esquina, en cada semáforo. El prójimo en la realidad es una amenaza potencial y anónima en las calles. Hay que caminar de prisa y viendo a todos lados como peatones con retrovisores.

La salud, en las calles y en los centros asistenciales nacionales, es deprimente; no se distingue con facilidad si se sigue en la calle o si ya  se está en un centro asistencial o quizá los centros asistenciales están en la calle porque la salud y el buen trato a las personas enfermas no  es una prioridad. Se ve a las personas con el rabillo del ojo y con desprecio. Los y las profesionales de la salud carecen de calidez y sensibilidad humana. No se acercan a los pacientes movidos por la compasión porque están ocupados y ocupadas con sus celulares o poniéndose al día en la vida ajena. El pariente de la persona enferma tiene que suplicar un derecho que le es suyo por ser ciudadano y por pagar sus impuestos; tiene que lidiar, levantar, empujar la camilla y exigir que se trate bien con humanidad y respeto a la persona carente de salud. Pero también hay gente buena  y generosa que tiene vocación, humanismo, amor, paciencia y buen carácter en los hospitales, pero como dicen en nuestro popular idioma, me cuento los dedos y me sobran muchos”.

La sonrisa, la solidaridad, la compasión, la ayuda, la preocupación por la persona en situación de “caída en desgracia” _porque la salud es una gracia y no tenerla es una desgracia_ todavía son realidades etéreas que deambulan por los hospitales como almas en pena y sin reposo. En pena, porque si se van de los hospitales qué sería de ellos y sin  reposo porque hay mucho que hacer con los profesionales de la salud y con las personas enfermas que no tienen  los recursos para pagar por un trato humano, cálido y cercano. Hay que recuperar los juramentos y especialmente el que hacen los médicos y las médicas: El juramento hipocrático. Un juramento de origen humanista-pagano que posteriormente fue cristianizado.

 Versión del juramento hipocrático de la Convención de Ginebra.

Ha habido varios intentos de adaptación del juramento hipocrático a lo largo de la historia. En 1945, se redactó un juramento hipocrático en la convención de Ginebra, con el texto siguiente:

"En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad. Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que son acreedores. Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones. Respetaré el secreto de quien haya confiado en mí. Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis hermanos. No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase. Tendré absoluto respeto por la vida humana. Aún bajo amenazas, no admitiré utilizar mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad. Hago estas promesas solemnemente, libremente, por mi honor". 

Al final de este baño quedo empapado de conciencia social, no sé si aseado o con más contaminación de la que ya tenía. No sé si libre o sigo oprimido por la carga de muchas décadas. No sé si conforme o crítico de lo que se ve y nadie mejora. Lo que sí sé es que ahí está, siendo escuela para quienes queramos  una dosis de criticidad y humanismo, de igualdad y respeto.

2 de octubre de 2012

La kénosis como opción histórica de Jesús y de la Iglesia.


La primera inculturación del Evangelio en la historia es el anuncio, encarnación y  nacimiento de Jesús, el ungido, el Mesías, el Cristo o lo que conocemos como el evangelio de la infancia. En la realidad del siglo I, bajo el dominio romano, Palestina sometida y convulsionada, Nazaret, Belén, Galilea, Judea, censo, estructura social y religiosa, Cafarnaún etc. Buena noticia para la gente pobre como los pastores, motivo de gozo y esperanza. Una sociedad politizada  y polarizada en todos los aspectos de   la vida humana. La Iglesia se ha enriquecido con las culturas y en ellas también se ha empobrecido cuando piensa, actúa y se viste anacrónicamente.

Si Jesús es la piedra que desecharon los constructores y es ahora la piedra angular (Sal.117; Hc. 4, 1-12 ); si Pedro, el pescador de Cafarnaún (Mc 1, 29-34 ) es “piedra”, Cefas y sobre esa piedra se edifica la Iglesia de Jesús , según San Mateo, que también vivía en Cafarnaún al igual que Jesús, (Mateo 16:13-20); si María Magdalena “la Galilea de Magdala” es la primera misionera apóstol del resucitado (Mt. 28,1-5; Mc. 16,1-5; Lc. 24:,1-1; Jn. 20, 1-20 ) y María la Madre de Jesús es la Madre de Dios hecho hombre es porque Dios en su bondad y por amor ha decidido salvar la historia del género humano haciendo suya la historia para desde ella salvar y no condenar. La kénosis del Dios Creador, Liberador, Salvador y que está en comunión con la humanidad, se historiza en la kénosis del hijo, el vaciamiento de su condición divina para asumir totalmente la condición humana en su fragilidad y transitoriedad (Jn 1,14; Gál 4,4-7; Jn 17, 5; 2 Cor 8, 9).

Jesús sus seguidores y seguidoras desde el misterio de la encarnación inculturaron el Evangelio para todas las gentes cuando iban evangelizando y dejando comunidades cristianas a su paso huyendo de la persecución: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a todas las criaturas” (Mc 16,15). El cristianismo desde sus orígenes es “encarnación kenótica” (Fil. 2, 6), Jesús se encarna y se incultura al mismo tiempo en la historia para trascenderla. Jesús hizo realidad la Buena Nueva de Dios en él y en lo que anunciaba con palabras y obras. El vaciamiento forzado de los y las pobres es riqueza para el evangelio. Jesús dio respuesta a las necesidades básicas de las gentes pero no se redujo a ellas, porque anunció a un Dios que les llenaba y les cambiaba la existencia. La Iglesia debe meterse en la realidad del ser humano que se llama historia, hacerse cargo desde el anuncio y cargar con ella en sus limitaciones. El Evangelio debe historizarse. Es difícil que “las Iglesias” asuman esta kénosis de Jesús porque supondría un vaciamiento permanente de sí mismas para llenarse del Espíritu de Dios, el mismo Espíritu que se encarna con el Hijo de Dios, Jesús de nazaret. La Kénosis es encarnación  como opción de Dios y es opción de Jesús de inculturación: “La kénosis del Hijo no consiste en la encarnación en sí misma, sino en su encarnación en la debilidad, en el dolor, en su entrega diaria y permanente (Fil. 2, 5) Y fue esta kénosis la que el Padre sucesivamente en una situación de existencia humana gloriosa, premió su obediencia hasta la cruz. (Fil. 2,8-11).

Inculturación es igual a encarnación e historia es igual a realidad humana salvada por amor. Desde su génesis la Iglesia ha reflexionado y llevado a la práctica la inculturación en la historia,  a partir de Jesús. La Iglesia en su riqueza cultural ha asimilado influencias del judaísmo y helenismo; del imperio romano y de muchas otras culturas. Una Iglesia abierta a los signos de los tiempos es una Iglesia con mística universal, de renovación permanente y abierta a los nuevos retos: La globalización, la informática, la genética, la ecología y la extrema pobreza de millones de seres humanos.

Desde la perspectiva de la encarnación como inculturación, toda reflexión que se haga de Dios, de Jesús, de María, José y de la Iglesia, entre otras,  se debe hacer desde esa historia tan llena de personas, de lugares y acontecimientos de muerte y esperanza. Consecuentemente tanto la Teología, la Cristología, la Eclesiología y la Mariología etc., tienen un mismo principio: La encarnación de la Palabra de Dios que se llama Jesús y la inculturación de esa buena noticia  se llama evangelizar a los pueblos de toda la tierra como mandato recibido de Jesús a los fundamentos de la naciente Iglesia: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,  y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt. 28, 19-20). Desde su mismo origen, la misión de la Iglesia ha tomado la forma de un encuentro mutuamente enriquecedor entre los evangelizadores y las culturas más diversas” de los pueblos.