Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

21 de febrero de 2012

“Por el justo ajusticiado. Yo te nombro: Libertad”


“Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, víctima de las sombras del mal". Lo primero que me sugiere el título del presente artículo y me invita a reflexionar es sobre el nombre. El nombre del Obispo mártir, “pastor y profeta nuestro”. Decido escribirlo completo en su integridad porque el nombre representa a un hombre completamente íntegro. Escribir su nombre es traerlo nuevamente a la historia contada y vivida, como una historia de esperanza; porque el nombre es eso, es la persona misma en su vida, en su historia y en la misión a la que Dios la llamó en su mismo nombre, desde su nacimiento, desde su bautismo.

Oscar Arnulfo Romero Y Galdámez fue sumergido en las aguas de la muerte para renacer de nuevo, como hombre nuevo, como criatura, como hijo de Dios en Jesús. Este primer bautismo se complementó con el bautismo del Espíritu. “Ser hijo de Dios” es el título más importante que recibe Jesús en las comunidades cristianas de la Iglesia Primitiva. Este título es más importante que cualquier otro, más que Rey, Mesías, Sumo sacerdote o Profeta, porque Jesús nos enseña que siendo hijos e hijas de Dios, Dios es Padre, y tanto  la hija como el hijo  se dejan conducir por su padre. Si Dios es Padre, todos y todas somos hermanos y hermanas. Este mensaje, en la coyuntura que le tocó vivir a Monseñor Romero, fue “sal en la llaga”, una llaga fratricida que duró más de doce años.

La relación que un niño o una niña tiene con su Padre es de amor, confianza, fe, seguridad y amistad plena. Monseñor Romero nos enseña que Dios es Padre y que debemos escucharle en su Hijo. “Este es mi Hijo amado, escúchenle" afirma la teofanía en el Monte Tabor. Jesús, “sin duda intentó resumir en una palabra la impresión general que daba su vida; la orientación de su vida, su raíz y su punto de origen tenía como nombre " Abba " - papá. Sabía que nunca estaba solo; hasta en su último grito en la cruz se dirige por entero al Otro, al que llama Padre. Esto es lo que hizo posible que su verdadero título de nobleza no sea finalmente "Rey" ni "Señor" ni otros atributos de poder, sino una palabra que también podríamos traducir por "niño" ” (El Dios de Jesucristo, Cardenal Joseph  Ratzinger, Papa Benedicto XVI)

En el nombre está el ser mismo de la persona, su esencia, su misión. Unamos al nombre, expresión del ser y de la identidad, el quehacer que también es expresión de su misma vida y de su identidad como hombre de Dios. Reconocerlo por el nombre es reconocer que el obispo mártir es un ser humano, un ser histórico y un ser que ha marcado, al igual que Jesús de Nazaret un antes y un después en la vida política y de fe del pueblo salvadoreño y de algunos pueblos latinoamericanos y del mundo. Descubrir al Obispo mártir por su quehacer pastoral es acercarnos a Jesús en su quehacer por las tierras de Palestina como pastor que defiende y da su vida por las ovejas.

La segunda parte del artículo me obliga a reflexionar sobre la afirmación “víctima de las sombras del mal”. Indiscutiblemente fue víctima porque hubo victimarios. “Víctima de las sombras”, las sombras generalmente se identifican con el mal, pero más que sombras la casa del mal es la oscuridad, la total ausencia de Dios, de esa realidad carente de luz, porque la oscuridad es eso carencia de luz, o distancia de la luz.  En cambio Monseñor Romero se acobijó bajo la sombra del Altísimo, la sombra en este caso es protección y seguridad, como cuando uno se protege bajo la sombra de un gran árbol. Jesús es la luz, y Monseñor Romero era la lámpara que estaba puesta en alto, en el púlpito para alumbrar toda la casa, toda la catedral, toda la casa de El Salvador y del mundo. La luz no se enciende para  que esté oculta, sino para que ilumine desde lo alto, como Jesús en la cruz.

Jesús, “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”, este mundo que no lo recibió a él tampoco recibió al Profeta salvadoreño… "pero a todos los que lo recibieron les dio capacidad para ser hijos de Dios. Al creer en su Nombre  han nacido, no de sangre alguna ni por ley de la carne, ni por voluntad de hombre, sino que han nacido de Dios” (Jn. 1, 1-13), todos los y las mártires en la Historia de la Iglesia han nacido de Dios. Ante su inminente martirio Monseñor Romero anuncia con entera convicción ante el pueblo pobre de El Salvador que “las palabras cristianas son las de Cristo en la cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Las tinieblas no carecen de color aunque el color se esconda en la oscuridad. El color de las tinieblas en El Salvador tiene el nombre de un partido político, que degrada el símbolo cristiano de la cruz, en el centro de su bandera y de una clase social adinerada con guardianes castrenses asalariados, por supuesto que profesan el cristianismo. A ésta fecha, ni se han hecho cargo ni han pedido perdón. “La Iglesia perdona, pero debe saber qué y a quiénes”. Por eso es importante que sus asesinos se arrepientan y se acerquen a reconciliarse con Dios, a través del sacramento de la reconciliación. Termino este aporte a 32 años del asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez con las palabras transcritas de una entrevista que le hicieron a Marisa D'Aubuisson, laica comprometida y militante cristiana comprometida con la lucha por la justicia y la equidad: "La iglesia va a perdonar y me alegra que perdonara, verda, pero que alguien pida perdón, que alguien en nombre de alguien o en nombre de una institución o de un grupo diga: Pedimos perdón por este crimen. Y claro que los vamos a perdonar pero hasta hoy no sabemos a quién porque aquí no se han acercado a pedir perdón".

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