Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

31 de enero de 2012

Algo me está diciendo Dios

Algo me está diciendo Dios. Las cosas no pasan por casualidad, por azar, por carambola o por “chiripón”, esto último lo escribo entre comillas porque no  estoy seguro que está  palabra  tenga residencia legal  en el país de la Real Academia de la Lengua Española, o es, como muchas otras que enriquecen nuestra lengua, una palabra subversiva, subvertidora de las normas establecidas. Después de todo lo importante es la comunicación. "Algo me está diciendo Dios", recalco y afirmo desde mi experiencia de hombre creyente. Ésta afirmación parte de la fe, como un dejarse llevar, un dejarse conducir, un dejarse abrazar por alguien que siempre quiere lo mejor para los seres humanos. Dios sigue hablando hoy.

Una frase que me quedó escrita en el alma con cinceles de sabiduría fue la que le escuche a San Pablo mientras leía la carta que le escribe a Timoteo, un animador de comunidad, hombre de Iglesia que llega a ser obispo; un hombre de fe sincera que ha heredado la fe de su mamá Eunice y de su abuela Loida; hombre servicial, líder y con algunas dificultades en su trabajo. Decir las cosas con libertad interior tiene su precio. Le recuerda que en esas circunstancias,  debe reavivar el don de Dios que recibió cuando le fueron impuestas las manos, “porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación (Tim. 1,1-8).

¡Qué consuelo! El Señor me está diciendo algo porque es esa voz, que sin hacerle violencia al oído, al corazón y al cuerpo entero, permanece como brisa fresca, suave y ligera, casi imperceptible. Es como el sonido de alguien que toca a la puerta con prudencia, respeto y suavidad para que se le abra y se le invite a pasar para conversar. La Palabra de Dios es luz, luz que ilumina el caminar de los hombres y mujeres de la tierra y en esa procesión silenciosa voy como lo que soy, uno más en la multitud. Luz que ilumina nuestras tinieblas, nuestras oscuridades, nuestras frustraciones. Luz que le vuelve el colorido a la vida y el sabor a la existencia, pero aquí viene lo serio: “El que tenga oídos para oír que oiga” (Mc. 4, 21-25). Esta afirmación o “dicho real”  como decía un mi amigo al que recuerdo y quiero mucho, nos enseña que no siempre quien tiene oídos los ocupa para escuchar, a veces esos oídos están sólo de adorno o más tapados que los oídos vírgenes  de una criatura recién nacida.

Seguí leyendo la Palabra de Dios, con la esperanza, que su palabra me siguiera diciendo algo y “quien busca encuentra”: He escuchado la voz de Dios en las personas cercanas, en su sencillez y hasta en su modo infantil de hablar y pronunciar las palabras, uno en la vida siempre está expuesto a que “le den en la nuca”, los cargos, las responsabilidades, las comodidades, los privilegios se acaban, son perecederos y hay que ser capaces de comenzar de nuevo, como el Fénix que resurge de sus cenizas, extiende sus alas de fuego y emprende el vuelo hacia el universo, hacia la libertad, corazón del viento, hacia el oxígeno dador de vida, hacia nuevos horizontes, esos horizontes opacados por los lentes de la cerrazón que hacen ver las cosas del mismo color, cuando la creación de Dios es más colorida que la misma primavera. Tres cosas tengo claras: Uno, hacer de mi vida la concreción de mi consigna “en todo amar y servir"; dos, consolar y, tres, servir a Dios desde la ausencia de poder.

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