Algo
me está diciendo Dios. Las cosas no pasan por casualidad, por azar, por
carambola o por “chiripón”, esto último lo escribo entre comillas porque
no estoy seguro que está palabra
tenga residencia legal en el país
de la Real Academia
de la Lengua Española ,
o es, como muchas otras que enriquecen nuestra lengua, una palabra subversiva,
subvertidora de las normas establecidas. Después de todo lo importante es la
comunicación. "Algo me está diciendo Dios", recalco y afirmo desde mi
experiencia de hombre creyente. Ésta afirmación parte de la fe, como un dejarse
llevar, un dejarse conducir, un dejarse abrazar por alguien que siempre quiere
lo mejor para los seres humanos. Dios sigue hablando hoy.
Una
frase que me quedó escrita en el alma con cinceles de sabiduría fue la que le
escuche a San Pablo mientras leía la carta que le escribe a Timoteo, un
animador de comunidad, hombre de Iglesia que llega a ser obispo; un hombre de
fe sincera que ha heredado la fe de su mamá Eunice y de su abuela Loida; hombre
servicial, líder y con algunas dificultades en su trabajo. Decir las cosas con
libertad interior tiene su precio. Le recuerda que en esas circunstancias, debe reavivar el don de Dios que recibió
cuando le fueron impuestas las manos, “porque el Señor no nos ha dado un
espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación (Tim. 1,1-8).
¡Qué
consuelo! El Señor me está diciendo algo porque es esa voz, que sin hacerle
violencia al oído, al corazón y al cuerpo entero, permanece como brisa fresca,
suave y ligera, casi imperceptible. Es como el sonido de alguien que toca a la
puerta con prudencia, respeto y suavidad para que se le abra y se le invite a
pasar para conversar. La
Palabra de Dios es luz, luz que ilumina el caminar de los
hombres y mujeres de la tierra y en esa procesión silenciosa voy como lo que
soy, uno más en la multitud. Luz que ilumina nuestras tinieblas, nuestras
oscuridades, nuestras frustraciones. Luz que le vuelve el colorido a la vida y
el sabor a la existencia, pero aquí viene lo serio: “El que tenga oídos para
oír que oiga” (Mc. 4, 21-25). Esta afirmación o “dicho real” como decía un mi amigo al que recuerdo y
quiero mucho, nos enseña que no siempre quien tiene oídos los ocupa para
escuchar, a veces esos oídos están sólo de adorno o más tapados que los oídos
vírgenes de una criatura recién nacida.
Seguí
leyendo la Palabra
de Dios, con la esperanza, que su palabra me siguiera diciendo algo y “quien
busca encuentra”: He escuchado la voz de Dios en las personas cercanas, en su
sencillez y hasta en su modo infantil de hablar y pronunciar las palabras, uno
en la vida siempre está expuesto a que “le den en la nuca”, los cargos, las
responsabilidades, las comodidades, los privilegios se acaban, son perecederos
y hay que ser capaces de comenzar de nuevo, como el Fénix que resurge de sus
cenizas, extiende sus alas de fuego y emprende el vuelo hacia el universo,
hacia la libertad, corazón del viento, hacia el oxígeno dador de vida, hacia
nuevos horizontes, esos horizontes opacados por los lentes de la cerrazón que
hacen ver las cosas del mismo color, cuando la creación de Dios es más colorida
que la misma primavera. Tres cosas tengo claras: Uno, hacer de mi vida la
concreción de mi consigna “en todo amar y servir"; dos, consolar y, tres,
servir a Dios desde la ausencia de poder.