Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

24 de octubre de 2012

Sin máscara ni antifaz


El joven pasado lleno de ilusiones y alegrías, carcajadas y desvelos, estudios y exámenes, caminos por los pasillos de la Universidad, trajín de gente corriendo de un aula a otra, vuelve a mi presente lleno de arrugas, cansancio, con pelo entre cano, con manchas en su piel y con una vida que contar; una vida llena de desencantos, frustraciones, desempleos, errores, narraciones vividas en carne propia. Ese pasado que es mi memoria  recuperada tiene brillo en sus ojos, ternura en su alma, sonrisa sincera, sin máscara, sin antifaz. La voz no ha perdido su tono, tono en reposo enronquecido.

Las alas del pasado han perdido su vitalidad, se han gastado en el vuelo, necesitan reposo, silencio, meditación, reconstrucción. El pasado se hace presente en mi presente lejano de veinte años atrás o más. El pasado vuelve, viene a mi encuentro con sus manos llenas y sus pies cansados; el pasado se eterniza en la conversación de muchos años, donde la vida hecha síntesis se comparte,  se va en las palabras, en la respiración, en los suspiros, en los recuerdos;  se va como el agua en mis manos que deja a su paso la frescura de su cuerpo. El pasado se hizo visible pero vuelve a sus cauces subterráneos.

La noche es el telón de fondo del escenario. El día del encuentro ha llegado. Hay una noche sin estrellas pero repleta de blancos suspiros esponjosos. La noche sin estrellas es común y corriente, porque es una noche humana, ordinaria y sin atractivos foráneos. Esta noche, tiene muchas ausencias, ausencia de Orión, Virgo, La Osa Mayor, Pegaso, Géminis y Andrómeda. La luz del cielo no es suficiente como la de la tierra.  La luz tenue del cafetín a penas me permite ver la carta. Hay frío, viento y brisa en el ambiente como en aquellos días de universidad, al salir de clase por la noche. Orión sigue influyendo en Gea. El ambiente favorece un café de especias, sabroso y caliente, humeante y seductor. La noche viene perfumada con ese olor inconfundible, ese olor que se siente al entrar a un café, es ese mismo, es el olor a café.

Hoy la ruta de mis pasos no es la misma, camino en distinta dirección. Antes, en el pasado, caminaba al sur del norte; hoy, desde varios años, camino en dirección al norte con su ala de amanecer hacia el oriente y su otra ala hacia el poniente. La flecha señala el norte, pero la calidez de mi alma busca la salida del sol y la otra parte de mí, mi mundo oscuro, oculta  la  otra ala que pertenece al poniente; esa ala invisible, camaleón de sobre vivencia, es la causante de mi desequilibrio emocional. Las dos alas juntas y en comunión son la balanza de mis brazos y el equilibrio de mis pasos. La balanza ya es parte de mí.

Todo en el encuentro es calidez. Calidez en las miradas, en las carcajadas, en los recuerdos, en lo que no pasó y está almacenado en la memoria como un acontecimiento. Esta mesa de comunión, sin mantel, se viste con el mantel invisible que hilvana el encuentro. En esta mesa redonda faltan muchos caballeros y muchas sonrisas femeninas. Hay un vacío inexistente porque los recuerdos, como hilos de cariño, les traen a nuestra presencia en su ausencia. La literatura de la vida trae a sus personajes: Quijote derrotado,  Mío Cid triunfador, Celestina eximia, Santiago Nassar bonachón, Doña Bárbara manda más y el coronel no tiene quien le escriba la despedida. 

Terminada la sesión y continuándola en la calle, las palabras llenas de vida, porque han vuelto a la vida envolviendo la vida de años atrás, se niegan a volver nuevamente al reposo acobijado. Esas palabras que no se lleva el viento, porque pesan lo que valen en oro, se niegan a volver al baúl de los recuerdos. Dos amigos caminan juntos, han compartido las espigas de sus vidas trituradas. Han compartido el café amargo de su existencia, han compartido el postre amasado en otras manos. Hombres convertidos en pan que se ha partido y repartido siempre. Amigos que vuelven cada uno a sus pasos.

La noche sigue oscura. Los pasos apuestan por llegar pronto a la meta. Los oídos, detectives de sonidos, evitan el peligro de caminar solos y a pie por las calles. El deseo, como volcán en erupción, busca  liberar la lava que quema las honduras de la tierra. El sueño ha llegado, el cuerpo entra en reposo, los recuerdos dialogados amplían los conocimientos olvidados.

En el vecindario todo huele a tranquilidad, la noche es pasajera de carruaje ligero. ¡Tenía que ser un perro! Un perro en el vecindario ha logrado desvelarme y ha convertido mi descanso en camino de altibajos. Duermo con el ladrido del perro a lo lejos, tan lejos que sólo nos separa un muro. Dicen que “perro que ladra no muerde” pero “jode” y desvela toda la noche. La noche es de mi pasado y el día es mi nuevo presente, para estar al día.

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