Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

24 de octubre de 2011

El endiosamiento androcéntrico


Escribir sobre Mariología o dicho en palabras normales, “Hablar sobre María” desde mi ser masculino es peligroso y difícil. Generalmente cuando los varones hablamos, pensamos y escribimos sobre María lo hacemos desde nuestra propia concepción androcéntrica, es decir, desde ese modo particular de entender al Hombre como centro del universo, de la realidad,  la religión, la cultura, la política, la economía, la moda e inclusive de lo que se debe entender por mujer y femineidad. El hombre y no el género humano es la medida de todas las cosas. Este es el mundo machista con su ideología dominante de opresión que antagoniza y deshumaniza la relación entre hombres-mujeres todos los días. El macho se siente dueño de su entorno. La mirada del macho vulgariza las relaciones humanas y fraternas entre las personas.

Pero no todo lo femenino habla desde la femineidad. Definir lo que entiendo por femineidad  me hace caer en lo mismo, definir lo femenino desde lo masculino.  La femineidad es toda la estructura psicobiológica, sociohistórica  e ideoafectiva que estructura a la mujer como persona, como género y como sujeto histórico de cambio. Lamentablemente las mujeres están concebidas, formadas y “paridas” desde el machismo como el gran útero cultural de la sociedad humana, sea oriental u occidental. Lo crítico es que ellas, gran porcentaje de la población mundial, en su inconsciencia milenaria han interiorizado la ideología del opresor y se la han apropiado acríticamente convirtiéndose en cómplices y reproductoras de esa ideología dominante, antievangélica y deshumanizante.

 ¿Cómo se expresa todo lo anterior? Si la mujer es acosada en la calle ella es la culpable por vestir provocativamente, por arreglarse, por caminar como camina y hasta por sonreír, con todo  y en todo, se racionaliza el acoso y la violencia sexual. Si en el trabajo a ella se le paga menos, “es normal” y justo porque es mujer y no debería estar fuera de la casa, sino en el hogar atendiendo al marido y a los hijos, ya que las hijas siguen sus mismas huellas. Si por cuestiones económicas se debe decidir  ¿quién en la familia no debe estudiar, quedarse analfabeto se escoge y condena a las niñas porque ellas cuando crezcan sólo van a servir para tener hijos, cocinar y cuidar al varón, por eso desde pequeñas deben adiestrarse con las muñecas, para “chinearlas”, darles de comer, vestir y bañar. Que sean madres y amas de casa antes de tiempo y en sus juegos. Es curioso pero los tiempos van cambiando en la igualdad de género.

El otro extremo de la dominación y exclusión machista es poner a la mujer, sobre todo a la Madre, en un lugar tan alto, tan alto y sublime, casi enajenante que se introyecta en su identidad de madre valores esclavizantes como: obediencia, honestidad, silencio, aguante, servicio, entrega, recato, inocencia, virginidad, orden y limpieza, humildad, pasividad, debilidad etc. Por lo contrario se define el ser hombre- macho como el que manda, engaña, ordena, golpea, al que se debe servir, al que se le debe dar cuenta, el que puede agredir y humillar verbalmente, el que puede y debe ser infiel, desordenado y sucio, arrogante, activo y violento. La moral se ha puesto al servicio del más agresivo  justificando con ello la violencia y la ruptura del diálogo y la comunión. María de Nazaret vivió en un mundo parecido al nuestro y es admirable como ella desafió ese ambiente que excluía a la mujer de casi todos los ámbitos sociales y religiosos, por eso desde esta primariedad ella es admirable y digna de seguimiento. María es mujer, discípula, misionera y madre, madre comprometida con su hijo, con su pueblo y con la iglesia naciente. Aunque la maternidad es un gran valor no es en definitiva lo que define a una mujer como mujer.

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