Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

31 de enero de 2014

Entre zaites nacen flores.

Dios es grande, sin duda,  y se hace pequeño en cada experiencia que vamos teniendo de él, cuando se nos hace accesible en nuestra vida espiritual alimentada por los acontecimientos que ocurren en lo cotidiano, en compañía de aquellos y aquellas que nos ha encomendado para que les sirvamos y que sin pedir nada a cambio nos aman, nos cuidan, nos alimentan, nos sirven y nos van edificando con su sencillez de vida y con la transparencia de sus sentimientos. Sólo sé que Dios nos va dando de beber su agua refrescante en los poquitos que pueden agarrar los cuencos de sus manos y que podemos saborear con nuestros labios infantiles. ¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: con la alabanza de los niños y de los más pequeños… (Sal. 8, 2-3a).

No sabía cómo comenzar a compartir “la huella” que ha dejado en mi interior lo vivido en El Filo, la parte más alta y árida del Cantón San Rafael, municipio de La Libertad. Las huellas de mis pies se perdían en las innumerables huellas de esos hombres y mujeres que suben y bajan a diario del Filo y que, más que caminar vuelan como palomas Alas Blancas o corren y saltan como venados y venadas que aman la libertad por aquellas veredas, tan llenas de polvo y de piedras. Muerte y vida siempre andan juntas; en el invierno y en el verano; en el grano que cae y en el que se cosecha: en el árbol caído y en las semillas que vuelan; en las quebradas secas y en los ojos de agua; en los anocheceres y en los amaneceres; como dice el canto: “Sólo el trigo que muere sirve para el altar”

Subía y subía, descansaba, volvía a caminar bajo el sol asfixiante de la costa, el agua hecha sudor corría sin dirección, era yo un manantial a punto de secarse. El agua sólo era un recuerdo apetecible. Esa experiencia de sed delirante me recordó cómo Dios sacó agua de las rocas y se comprometió con su pueblo: “Yo estaré allá delante de ti, sobre la roca. Golpearás la roca y de ella saldrá agua, y el pueblo tendrá para beber (Ex. 17, 6). En medio de tantas carencias somos un pueblo de fe, confianza y amor a Dios que nos cuida y nos ama por encima de todo, aún encima del Filo. Nuestra fe en este Dios amor nos hace conocer el amor en todo lo que nos da paso a paso en el tiempo. Como el salmista puedo decir: “¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!” (Sal.8, 2-10).

En esos surcos de camino mular, empinados hacia el cielo o abajados hacia los abismos, donde sólo se levanta polvo con los pasos y se pierde el color de los zapatos, nos recuerda disimuladamente los dos caminos en nuestro origen pasajero: “¡Feliz el ser humano que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!.. porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal (Sal. 1, 1-6).

En el camino hacia el Filo, me acompañan _además de Carlos y Abraham_ la resequedad, el aire caliente, los árboles sin hojas, la quebrada que volverá en el invierno, las cañas resquebrajadas de maíz y maicillo. Toda la naturaleza rezaba al Creador por sus vidas. Todo “parece” en agonía, todo parece que se muere en el olvido, pero de repente aparece la esperanza, la vida tejida en una flor, la vida pintada con el sol, la vida hecha manantial subterráneo; aparece por gracia de Dios un símbolo incuestionable de su presencia; aparece el cactus agarrado con toda su fuerza en una roca, dura e insensible, pero  aún siendo dura e insensible, sirve de cimiento a la vida. La fe se edifica sobre roca, el cactus tiene fe, se aferra a la roca. El cactus se aferra a la vida. Aunque muchas veces seamos como un cactus: ariscos, tímidos, duros, temerosos, aislados y espinudos, dejemos que la mano de Dios acaricie nuestro cuerpo, nuestra alma y que quien se acerque no salga lastimado o lastimada; el cactus con todas sus deficiencias y su aspecto poco amigable, tiene una misión, dar una flor que hace olvidar, los zaites o las tunas que deja en nuestro cuerpo.

Por fin hay un tiempo de respiro, llegamos a la cima, a la parte más alta de este terreno elevado. Ahí estaba como un oasis en el trópico, la casa de Vilma y su gran familia, el gran patio rodeado de piedras, parecía un espacio sagrado, parecido a un templo sin techo al aire libre. Los mangos, los tamarindos, el limonero; las gallinas, los pollos, los chumpes, los perros y el gato perezoso nos dieron también la bien llegada. Y qué bien llegada, estábamos en casa, bajo la sombra de los mangos y bebiendo agua fresca y fresco de tamarindo. La cocina, el espacio comunitario de la casa, era sólo humo, quemando leña, apresurando el cocimiento del almuerzo: Una sopa de camarones con tortillas recién salidas del comal. Con el sueño se hizo un paréntesis.

Poco a poco, por distintos caminos fueron apareciendo las personas de la comunidad. Venían vestidos y vestidas para una fiesta. El espacio sagrado, el patio, comenzó a llenarse de vida, de historias y de fe. Comenzamos la celebración de la Palabra y mientras cantábamos de uno de los libros cayó como venido del cielo una estampita de Monseñor Romero, cayó como buena nueva; él estaba con nosotros y nosotras en la comunidad compartiendo con su pueblo, como lo hizo muchas veces en vida. Estaba ahí como uno más sin ser uno más, porque nos honraba con su presencia, alimentándose en comunidad con la palabra de Dios. Él siempre humilde y silencioso, ahí estaba en el Filo “pastoreando a sus ovejas”, como lo hacía Jesús. Lo vi, me acerqué, me arrodillé, lo tomé con respeto con mi mano y lo llevé cerca, al altar, donde estaba Cristo crucificado. El Señor Jesús nos había convocado a la mesa  con su palabra y él era nuestro pan.  El canto final sintetiza toda esta experiencia: “Los caminos de este mundo nos conducen con amor, hasta el cielo prometido,  donde siempre brilla el sol. Y cantan los prados, cantan las flores, con armoniosa voz, y mientras que cantan prados y flores, yo soy feliz pensando en Dios”. La comunidad me acercó a Dios y me hizo pensar en Dios.

25 de enero de 2014

¿Quién podrá creer la noticia que recibimos? (Is. 53, 1-12).

¿Quién podrá creer la noticia que recibimos? Y la obra mayor de Yavé, ¿a quién se la reveló? (Is. 53,1). ¿Quién no ha sufrido en la vida? ¿Quién no ha sufrido alguna enfermedad? ¿Quién no se ha sentido excluido o marginado por alguien? ¿Quién no ha deseado tener a alguien que le escuche o consuele? ¿Quién no ha deseado sentirse respetado o amado alguna vez en su vida? Si hemos vivido esto o todo esto somos personas normales y humanas, no porque el dolor sea algo inevitable o quizá lo sea, si no porque el dolor tiene en el ser humano dos reacciones. Una, indiferencia, apatía, insolidaridad, resequedad, mecanismos de sobrevivencia y hasta cobardía. Dos, humanización de nuestra condición humana, comprensión, tolerancia, solidaridad, compasión y deseos de servir y amar a quienes sufren por alguna razón, circunstancia o porque se encuentran en situaciones donde el horizonte se ha nublado: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras, una gran luz resplandeció" (Is. 8,23-9,3).

“Este ha crecido ante Dios como un retoño, como raíz en tierra seca. No tenía brillo ni belleza para que nos fijáramos en él, y su apariencia no era como para cautivarnos” (Is. 53,2). En este poema de Isaías, muchos siglos antes, identificamos a Jesús. A Jesús se le acerca y sigue mucha gente. Es la gente que sufre o se le hace sufrir, es la gente que siente en su cuerpo alguna enfermedad o discapacidad, es esa masa que se hermana por el dolor, el sufrimiento y la exclusión como el caso de los leprosos, los endemoniados, el hombre de la mano seca o el paralítico, los ciegos, los pobres, las mujeres y los niños y niñas El sufrimiento y el dolor nos hace una comunidad de hermanos y hermanas que viven la misma suerte o desdicha. Toda esa gente busca a Jesús. Jesús ejerce una enorme atracción “sobre la gente, sobre toda clase de gentes, judíos, galileos, extranjeros venidos de los países limítrofes. La conducta de Jesús, "las cosas que hacía", era como una fuerza que seducía a enormes multitudes” (Mc. 3.7-11). Jesús hacía presente a Dios.

“Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él” (Is. 55, 3). Jesús ve con otros ojos el dolor y el sufrimiento, ve a las personas que sufren, que padecen como bienaventuradas. ¿Por qué si es humano, cien por ciento, humano, no ve las cosas como las vemos? Porque Jesús ve la realidad humana desde el amor misericordioso del Padre, porque ve a esa multitud desde la fe en un Dios que ama preferentemente a las víctimas del desamor: “Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado,  y eran nuestras faltas por las que era destruido nuestros pecados, por los que era aplastado. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados (Is.53, 4-5).

“Vengan a mí quienes están cansados y agobiados por la carga y yo los aliviaré”. “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados y yo los alivié. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón y así encontrarán alivio, porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt.11, 30).” Quien ama no engaña”, “quien manda no suplica” y “lo prometido es deuda”. Ese es Jesús, ama, no engaña, manda a venir, no suplica para curarnos, lo que promete  lo cumple, su amor es una deuda que sólo amando podemos pagar: “Fue maltratado y él se humilló y no dijo nada, fue llevado cual cordero al matadero, como una oveja que permanece muda cuando la esquilan. Fue detenido, enjuiciado y eliminado ¿y quién ha pensado en su suerte? Pues ha sido arrancado del mundo de los vivos y herido de muerte por los crímenes de su pueblo” (Is.53, 7-8). ¿Quién está dispuesto o dispuesta a darse sin pedir nada a cambio? ¿Quién hace suyo el dolor para hacer más llevadera la carga de las personas oprimidas?

Ante esa multitud de hombres y mujeres que buscan a Jesús para alcanzar alivio de sus penas, entre las que nos encontramos quienes leemos esté artículo, encuentran en él palabras de consuelo y acciones solidarias de salvación, de perdón, de liberación y ánimo, Jesús carga nuestros dolores y sufrimientos, es él quien “revela en palabras, en gestos, en milagros y en signos concretos, el rostro amoroso de Dios, que es Padre”. Jesús es el siervo sufriente de Yavé: “Fue sepultado junto a los malhechores y su tumba quedó junto a los ricos, a pesar de que nunca cometió una violencia ni nunca salió una mentira de su boca… Después de las amarguras que haya padecido su alma, gozará del pleno conocimiento. El Justo, mi servidor, hará una multitud de justos, después de cargar con sus deudas. Por eso, le daré en herencia muchedumbres y lo contaré entre los grandes, porque se ha negado a sí mismo hasta la muerte y ha sido contado entre los pecadores, cuando llevaba sobre sí los pecados de muchos e intercedía por los pecadores” (Is. 53, 9-12).

Fue tenido y condenada como malhechor sin serlo; fue sepultado entre los ricos sin serlo; fue víctima de la violencia sin ser violento; fue tenido como mentiroso, sin decir mentiras; fue tenido como charlatán aunque siempre dijo la verdad. Murió para darnos la vida. Sufrió para liberarnos. Como la semilla que cae, dará una nueva cosecha. Una multitud de personas justas, que aman la justicia y el derecho. Que aman a las personas pobres por ser excluidas, que aman a las personas que sufren porque completan en sus cuerpos la pasión y la compasión de Jesucristo.  Se ha negado a sí mismo, ha sido tratado como pecador y blasfemo, impuro, comilón, loco y bebedor por amor a su pueblo, que es el pueblo de Dios. La manera de actuar de Jesús suscita controversia, escándalo y rechazo, él tiene un modo distinto de ver a las personas, las ve como hijas de Dios (Mc. 2, 13-17).


18 de enero de 2014

Vengan a tomar agua.

No sé cómo pasó. Nunca pensé que pasaría, pero el Señor tiene sus propósitos y sus propios caminos y recursos. Desde hace mucho tiempo he caído en la cuenta de que Dios no hace acepción o distinción de personas, sino que acepta a quien lo teme y practica la justicia (Hch. 10, 34-38) y “todo el que ama a un Padre, ama también a los hijos de éste” (Jn. 4, 19-5, 4).

El ser humano es un ser de costumbres, caminaba por la misma acera, viniendo de la casa cural, doblaba por el mercado municipal y ahí estaba siempre a medio vestir, por el calor del puerto. Carlos es su nombre y hay tantos Carlos en el Puerto que me da la impresión que es un nombre bastante común; común no significa ordinario, ni vulgar derivado de vulgo que significa: “conjunto de la gente popular, sin una cultura ni una posición económica elevada”.

Cuando camino por las calles observo a quienes encuentro, veo sus rostros, sus ojos, su modo de vestir y hasta los colores que se usan, porque todos esos elementos me dan información sobre la persona, no para hacer juicios, sino para almacenar información que más adelante me sirva para cualquier encuentro. Me fijo no para juzgar, sino porque soy observador, analítico y prudente por naturaleza y experiencia. Contemplando a las personas en su idas y venidas, sus negocios, sus pérdidas y ganancias, sus problemas y sus triunfos me imagino que así nos contempla Dios y desde esa contemplación nos llama y ve vuestras necesidades aunque no las confesemos: “A ver ustedes que andan con sed, ¡vengan a las aguas! No importa que estén sin plata, vengan; pidan trigo sin dinero, y coman, pidan vino y leche, sin pagar. ¿Para qué van a gastar en lo que no es pan y dar su salario por cosas que no alimentan? Si ustedes me hacen caso, comerán cosas ricas y su paladar se deleitará con comidas exquisitas. Atiéndanme y acérquense a mí, escúchenme y su alma vivirá (Is. 55, 1-3a). Dios ve nuestras necesidades y nos invita a acercarnos a él.

Qué sensación más bonita se siente cuando a uno le llaman por su nombre, aunque habemos personas que nos hemos mal acostumbrado a que nos digan el sobre nombre y hasta lo pedimos y exigimos. Antes de acercarme, al pasar por la otra acera, investigué su nombre, porque es agradable que le llamen a uno por el nombre, es un derecho humano al que no debemos renunciar. Tener un nombre es tener una historia, un origen, una familiar de referencia, un lugar en la sociedad y un lugar en el corazón de Dios. Por ese nombre Dios nos llamará a su presencia cuando se abra el libro de la vida (Ap. 20, 11-15).

No sé cómo pasó. ¡Hoy lo recuerdo! La amistad comienza con pequeñas coincidencias. La amistad con Carlos comenzó con una plática en la calle sobre basquetbol y los beneficios que trae a la salud el practicar algún deporte o caminar. Dios tiene sus planes y cruza los caminos de las personas para que se conozcan: “Pues sus proyectos no son los míos, y mis caminos no son los mismos de ustedes, dice Yavé. Así como el cielo está muy alto por encima de la tierra, así también mis caminos se elevan por encima de sus caminos y mis proyectos son muy superiores a los de ustedes (Is. 55, 8-9). En nuestra vida los caminos que vamos haciendo no son los que quiere Dios: “No se alegren porque someten a los demonios; alégrense más bien porque sus nombres están escritos en el Cielo” (Lc. 10, 20). La invitación que Dios nos hace es sencilla: que hagamos nuestros sus caminos y dejemos los personales: “Busquen a Yavé ahora que lo pueden encontrar, llámenlo ahora que está cerca. Que el malvado deje sus caminos, y el criminal sus proyectos; vuélvanse a Yavé, que tendrá piedad de ellos, a nuestro Dios, que está siempre dispuesto a perdonar” (Is. 55, 6-7). 

El ser humano es una creatura con muchas necesidades, somos seres complejos y con muchos complejos. Necesitamos compartir, comunicarnos, hablar, que nos escuchen y que respeten nuestra vida y nuestra historia, inclusive nuestras experiencias de Dios. El ser humano ha sido creado para amar y ser amado, no para juzgar y ser juzgado. La misión que nos encomienda Jesús es anunciar el Evangelio, es vivirlo día a día, es hacerlo presente donde estemos así como lo hacía Jesús, porque la fuerza del Evangelio nos va transformando: Este es el comienzo de la Buena Nueva de Jesucristo (Hijo de Dios). En el libro del profeta Isaías estaba escrito: «Ya estoy para enviar a mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Escuchen ese grito en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” (Mc. 1, 1-3). Enderezar los senderos es dejar los prejuicios, dejar de hacer juicios, y no dejarse llevar por los prejuicios. El Evangelio nos da la libertad que la sociedad nos arrebata. Jesús nos ha dado este mandamiento: “El que ama a Dios, que ame también a su hermano” (1Jn. 4,21)

Un día de tantos, este amigo, me pidió acompañarme al Asilo Santo hermano Pedro de San José de Betancur, así como se escribe por estas tierras. Me llené de gozo por la compañía y porque este prójimo es de confesión protestante. Otra cosa sabia que he aprendido en la vida es que la persona humana está por encima de la Ley, da le religión, de las opciones políticas, de las ideologías y hasta de sus opciones afectivas. Jesús acogía a todo tipo de personas, sin hacer distinciones de ningún tipo porque él era el Evangelio de Dios y vivía el evangelio. El evangelio de Dios es éste: “Amamos a Dios porque él nos amó primero. Si alguno dice: “Amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios,  a quien no ve (1Jn. 4, 19-20).

Veamos el cielo, la tierra, el mar y cuanto ellos contienen. El universo está lleno de su gracia y su belleza, qué es el ser humano para que de él te acuerdes, Señor?  Somos la niña de tus ojos, la alegría de tu corazón, la sonrisa de tus labios, el canto en tus oídos; somos la razón de tu felicidad. Somos tus hijos e hijas, eres nuestro Padre y a veces nuestra Madre, porque ante nuestra incomprensión de tu misterio usamos imágenes antropomórficas para comprenderte, es decir, usamos doctrinas que atribuyen a la divinidad las cualidades de un ser humano, nuestras cualidades y limitaciones. Sea cual sea nuestra religión, nuestro credo religioso, una cosa es clara y segura, tenemos una misión en el mundo y en la sociedad:”Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y haberla hecho germinar, para que dé la simiente para sembrar y el pan para comer, así será la palabra que salga de mi boca. No volverá a mí con las manos vacías sino después de haber hecho lo que yo quería, y haber llevado a cabo lo que le encargué. Sí, ustedes partirán con alegría, y serán traídos con toda seguridad. Cerros y lomas, a sus pasos, gritarán de alegría, y todos los árboles batirán las palmas. En lugar del espino crecerá el ciprés, y el mirto, en vez de las ortigas. Y esto le dará fama a Yavé, pues será una señal que nunca se borrará” (Is. 55. 10-13).  

Después de esta pequeña experiencia de tolerancia religiosa, de ecumenismo y de amor y respeto al prójimo, viene a mi memoria Jesús de Nazaret que entendía la religión no como separación, sino comunión entre las personas; la entendía como amor a Dios y a nuestros semejantes, como acogida a aquellos y aquellas que llevan en sus espaldas cargas inhumanas. Jesús no era “un funcionario de la religión, sino un hombre de Dios” que enseña el Evangelio con su vida. Jesús salva al ser humano desde dentro de la realidad humana, no desde fuera o de lo alto. “Jesús concentraba su máximo respeto, su estima y su bondad en cada persona, en cada ser humano”.   

14 de enero de 2014

Si es menester (1 Cor. 9,19-27).

Si es menester que vaya, voy. La vida nos da sorpresas y en esas sorpresas está el designio salvador de Dios, si estamos atentos y atentas para descubrirlo y dejarnos evangelizar por sus medios, es decir los medios que Dios va utilizando: “Asimismo, sintiéndome libre respecto a todos, me he hecho esclavo de todos con el fin de ganar a esa muchedumbre” (1Cor. 9, 19). 

Ayer me hice hermano con los de la hermandad  de Jesús …para acompañarles a un “fin de un novenario” por la muerte de uno de sus miembros: Don Felino. Lo vi y lo reconocí y vinieron a mi encuentro imágenes y momentos vividos en el Templo. Era un  hombre de Dios, su palabra era el silencio. Salimos después de  la misa de seis como lo habíamos planeado, nos reunimos en el parque y mientras esperábamos a otros, que no llegaron, estábamos “chascarriando”, todo era broma y risas en los breves espacios de tiempo fresco que se dan en El Puerto. La noche era hermosa con su hermosura natural, olía a mar, el parque central iluminado y los transeúntes iban y venían; otros sentados en las bancas del parque no se cansaban de mirar para un lado u otro. Todo era playa.

Me fui a mis menesteres cristianos. Llegamos a Santa Adela, “trepados en el Azul”, medio eficaz para llegar a nuestro destino. Santa Adela es una santa italiana que no es virgen, porque fue una mujer casada. Para ser santo o santa no es condición indispensable la virginidad: “La emperatriz se dedica a hacer el bien. Protege, socorre y consuela a los necesitados. Considera el poder como una carga para ella y un servicio para el bien del pueblo”. Santa Adela, es una madre para los y las pobres del siglo X y del siglo XXI en nuestra parroquia. Para ella el poder es servicio y utiliza muy bien el don de servir porque Dios le ha dado ese poder. La casa es normal como las casas pobres de las personas que por años y casi toda su vida han sido excluidas sociales, lástima que la pobreza extrema se haya hecho normal para nuestra sensibilidad dormida. El nombre del barrio o de la colonia está bien puesto porque Santa Adela cuida, acoge y defiende a sus pobres, esos y esas que viven a la orilla de la carretera que va hacia el Coyolar; esos y esas que viven en los barrancos y que poco a poco han edificado sus casas sobre roca. La fe es el plato fuerte de los y las pobres (Is. 42,6-7).

Aquí están guardados los menesteres de labranza. La casa tiene techo de láminas enmohecidas, paredes de plástico negro grueso con otras láminas enmohecidas. Madera roíza estructura el armazón menesteroso de seguridad, el piso de tierra a desnivel como se hacen los anfiteatros. En el fondo de la habitación está el altar, que lleva a todos lados la funeraria con un Cristo tan rígido como el metal, color plateado, no como el que se dejó crucificar por amor allá en el monte de la calavera o Gólgota,  un Cristo tan lleno de humanidad y de amor con sus brazos abiertos, con un corazón liberado y empapado de amor a la humanidad, parecido al siervo sufriente de Yahvéh del profeta Isaías (Is. 42,1-4.6-7) y que los cristianos y cristianas identificamos en Jesús que pasó toda su vida haciendo el bien, sanando y liberando de toda dolencia y maldad (Hch. 10, 34-38).

Si es menester rezar por él, si lo necesita. Allá estaba él, centrado, sencillo, callado, a penas imagen borrosa de quien fue en su vida. Un Labrador de la tierra con siete hijos e hijas y su esposa sola, rodeada de sus seres queridos. Don Felino, por su modo de ser pudo pasar desapercibido, pero no fue así. El no fue sombra de hombre, fue imagen y semejanza de Dios; él iba por la vida como uno más para recibir el denario por su trabajo, iba en la multitud de fieles católicos viviendo y celebrando su fe, en la pastoral de la “religiosidad popular”. Como Jesús iba como uno más pero no fue uno más. Fue singular en la pluralidad de personas comprometidas con el Evangelio.

Allá estaba él en medio de la luz y de las luces, como su vida, llena de luz, en silencio humeante; como vela que se gasta para mantener la luz encendida. Él no era la luz, sino testigo de la luz. La fotografía de su vida era borrosa pero se reconocía, rodeado de vida truncada como las flores que adornaban el altar. Lo vi y lo reconocí porque vino a mi memoria su presencia en el Templo los domingos y su paso lento en las procesiones. Como dice el cuarto Evangelio: “Por medio de Moisés hemos recibido la Ley, pero la verdad y el don amoroso nos llegó por medio de Jesucristo” (Jn. 1, 17).

Es menester regresamos al Puerto, de salida y de llegada, la noche seguía fresca y su dulzura bajaba como aroma escondida por la calle de Santa Adela. El corazón humano guarda silencio mientras el cerebro se acelera queriendo comprender todo lo que la contemplación le permite. Eso es imposible. Tenía razón San Agustín cuando escribió el fruto de su meditación sobre el Misterio de Dios: “Nos has creado para ti y nuestro corazón no descansará, hasta que descanse en ti”. Digamos como San Pablo: “Pero yo no he hecho uso de tales derechos ni tampoco les escribo ahora para reclamarles nada. ¡Antes morir! Eso es para mí una gloria que nadie me podrá quitar. ¿Cómo podría alardear de que anuncio el Evangelio? Estoy obligado a hacerlo, y ¡pobre de mí si no proclamo el Evangelio! Si lo hiciera por decisión propia, podría esperar recompensa, pero si fue a pesar mío, no queda más que el cargo. Entonces, ¿cómo podré merecer alguna recompensa? Dando el Evangelio gratuitamente, y sin hacer valer mis derechos de evangelizador” (1Cor. 9, 15-18).

5 de enero de 2014

María es la primera cristiana (Lc. 1, 39-48)

Dice el canto que “después de la tormenta viene la calma”, la paz, la bonanza o el tiempo sereno en el mar”. Después de las mareas viene la calma. Nuestra vida está llena de tormentas y de mareas, también hay en ella tiempos de paz, calma, bonanzas y bienaventuranzas. María es una mujer bienaventurada y esa bienaventuranza, además de la pronuncia por el ángel Gabriel como saludo, la reconocen y pronuncian dos mujeres de pueblo como ella: Isabel y la desconocida que grita en medio de la multitud que escucha e Jesús.

En el primer caso, “Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: « ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! (Lc. 1, 41-42) y, en el segundo caso la voz de esa desconocida bendice a María por lo que ve y escucha en su hijo. La desconocida que grita en medio de la masa del pueblo que escucha la Palabra de Dios en los labios de Jesús: “Mientras Jesús estaba hablando, una mujer levantó la voz de entre la multitud y le dijo: « ¡Feliz la que te dio a luz y te crió!» (Lc. 11, 27-28). El orgullo, bien entendido, es la alegría que siente un padre o una madre por su hijo o hija. El orgullo aquí es felicidad, no es sobre estima, sino alta estima (Sirácide 3, 4-7).

María es una mujer humana, una mujer libre y comprometida con Dios y con el amor de un hombre (Mt. 1,18- 25), ella estaba comprometida con José; ella es una madre que ama a su hijo, le ha dado su propia humanidad, entre ella y su hijo hay un vínculo inseparable; María es Madre de Jesús, Madre de Dios (Gal. 4, 4-7). María es creyente de la promesa de Dios con su pueblo y de las enseñanzas de Jesús que no siempre comprende. María es judía, nace y crece bajo la ley, pero es convertida a la nueva doctrina de su Hijo, María es cristiana y vive su cristianismo en comunidad.

María es cristiana antes del cristianismo, eso parece una barbaridad, pero no lo es porque ella lleva en su seno al Señor, al ungido, al Mesías, al Cristo. Ella vive los valores del cristianismo antes del nacimiento de Jesús. Ella lleva en su vientre la buena Nueva de Dios: “Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!» María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz (Lc. 1, 44-48). Ella es dichosa no sólo por haber llevado en su interior a Jesús, sino  por haber escuchado la Palabra de Dios y haberla llevado a la práctica, a costa de sus planes personales, del riesgo de su vida y su buen decir.

¿Por qué es la Primera cristiana? Porque después del anuncio, lleva en su vientre y en su vida al Cristo, esperado por muchos siglos, desde los tiempos del profeta Isaías (Is. 7, 10-14) y de Miqueas (Mq. 5, -4).  Ella, lleva en su vientre al Mesías salvador, al ungido de Dios, al salvador del mundo. La gran señal que Dios le da a los sabios de oriente, a los “magoi”, a los científicos matemáticos, astrónomos y astrólogos es encontrar en una casa, en la periferia de la ciudad de Belén Efrata a “una madre con su hijo en brazos” entraron a la casa y lo adoraron (Mt. 2, 9-12).

Alégrate, bendita, dichosa y Feliz son términos que expresan una bienaventuranza. María es una bienaventurada como persona humana, como madre y como discípula. Una bienaventuranza es una bendición de un ser humano sobre otro deseándole lo mejor que tiene y sale de su corazón. “La bienaventuranza es la más alta de las bendiciones. Es una forma literaria que aparece con mucha frecuencia en el Antiguo Testamento y que abundan en el Nuevo”. Podemos obtener muchas bendiciones del cielo a través de nuestras actitudes y conductas ajustadas a los criterios divinos; también podemos ser portadores de mucha desventura y desaprobación.

Una bienaventuranza es una bendición. Paradójicamente para Jesús son benditos y bienaventurados aquellos y aquellas que la sociedad tiene como malditos, infelices, desgraciados,  como pobres, afligidos, despreciados, hambrientos, perseguidos, migrantes, desempleados, niños y niñas, enfermos y enfermas etc. Todos aquellos y aquellas que se encuentras sumidos y sumidas en situación de carencia y precariedad. La lógica del reinado de Dios es paradójica. La bienaventuranza con Jesús no nos viene por nuestro parentesco, “sino por nuestra capacidad de llevar a la práctica los principios del Evangelio”. Por eso María es bienaventurada no sólo por ser la madre de Jesús, sino por haber llevado a la práctica y haber hecho vida los valores del Evangelio.

María es bienaventurada porque “ella fue la primera que aceptó y escuchó la Palabra de Dios en el anuncio del ángel, con un “Sí” incondicional”. Con su asentimiento de fe abrió la salvación para todo el género humana y para toda la creación. María tiene un doble parentesco con Jesús el biológico y el espiritual, por eso en la bienaventuranza de la desconocida se une la bienaventuranza del Hijo a la Madre. En esta bienaventuranza no sólo son bendecidos los hermanos y hermanas de Jesús, por ser sus parientes cercanos, parte del mismo clan, sino también los hermanos y hermanas “de todos los tiempos”, quienes somos sus discípulos y discípulas porque hemos creído sin haber visto (Jn. 20, 28). La respuesta de Jesús, no disminuye a María, sino que la exalta sobre todas las mujeres y hombres, que conociendo, no llevan a la práctica la Palabra de Dios.

Bendecir es dar lo mejor que hay en nuestro interior a la persona que se bendice. Dios nos bendice siempre y esa bendición en su nombre es la que realizamos los seres humanos de distinta manera   como las siguientes: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz (Nu.6, 24-26). Otra manera de bendecir a la persona que se ama es la siguiente: “Que tu ángel te acompañe”. Esta es la bendición que le da Tobit a su hijo Tobías antes de emprender el viaje que le ha encomendado. En nuestra tierra pedimos la bendición de la Virgen María de la siguiente forma:“Dulce Madre no te alejes, tu vista de mi no apartes, ven conmigo a todas partes y nunca sólo me dejes, como me quieres tanto, como Divina Madre que eres, haz que me Bendiga en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Amén.