Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

31 de enero de 2014

Entre zaites nacen flores.

Dios es grande, sin duda,  y se hace pequeño en cada experiencia que vamos teniendo de él, cuando se nos hace accesible en nuestra vida espiritual alimentada por los acontecimientos que ocurren en lo cotidiano, en compañía de aquellos y aquellas que nos ha encomendado para que les sirvamos y que sin pedir nada a cambio nos aman, nos cuidan, nos alimentan, nos sirven y nos van edificando con su sencillez de vida y con la transparencia de sus sentimientos. Sólo sé que Dios nos va dando de beber su agua refrescante en los poquitos que pueden agarrar los cuencos de sus manos y que podemos saborear con nuestros labios infantiles. ¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: con la alabanza de los niños y de los más pequeños… (Sal. 8, 2-3a).

No sabía cómo comenzar a compartir “la huella” que ha dejado en mi interior lo vivido en El Filo, la parte más alta y árida del Cantón San Rafael, municipio de La Libertad. Las huellas de mis pies se perdían en las innumerables huellas de esos hombres y mujeres que suben y bajan a diario del Filo y que, más que caminar vuelan como palomas Alas Blancas o corren y saltan como venados y venadas que aman la libertad por aquellas veredas, tan llenas de polvo y de piedras. Muerte y vida siempre andan juntas; en el invierno y en el verano; en el grano que cae y en el que se cosecha: en el árbol caído y en las semillas que vuelan; en las quebradas secas y en los ojos de agua; en los anocheceres y en los amaneceres; como dice el canto: “Sólo el trigo que muere sirve para el altar”

Subía y subía, descansaba, volvía a caminar bajo el sol asfixiante de la costa, el agua hecha sudor corría sin dirección, era yo un manantial a punto de secarse. El agua sólo era un recuerdo apetecible. Esa experiencia de sed delirante me recordó cómo Dios sacó agua de las rocas y se comprometió con su pueblo: “Yo estaré allá delante de ti, sobre la roca. Golpearás la roca y de ella saldrá agua, y el pueblo tendrá para beber (Ex. 17, 6). En medio de tantas carencias somos un pueblo de fe, confianza y amor a Dios que nos cuida y nos ama por encima de todo, aún encima del Filo. Nuestra fe en este Dios amor nos hace conocer el amor en todo lo que nos da paso a paso en el tiempo. Como el salmista puedo decir: “¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!” (Sal.8, 2-10).

En esos surcos de camino mular, empinados hacia el cielo o abajados hacia los abismos, donde sólo se levanta polvo con los pasos y se pierde el color de los zapatos, nos recuerda disimuladamente los dos caminos en nuestro origen pasajero: “¡Feliz el ser humano que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!.. porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal (Sal. 1, 1-6).

En el camino hacia el Filo, me acompañan _además de Carlos y Abraham_ la resequedad, el aire caliente, los árboles sin hojas, la quebrada que volverá en el invierno, las cañas resquebrajadas de maíz y maicillo. Toda la naturaleza rezaba al Creador por sus vidas. Todo “parece” en agonía, todo parece que se muere en el olvido, pero de repente aparece la esperanza, la vida tejida en una flor, la vida pintada con el sol, la vida hecha manantial subterráneo; aparece por gracia de Dios un símbolo incuestionable de su presencia; aparece el cactus agarrado con toda su fuerza en una roca, dura e insensible, pero  aún siendo dura e insensible, sirve de cimiento a la vida. La fe se edifica sobre roca, el cactus tiene fe, se aferra a la roca. El cactus se aferra a la vida. Aunque muchas veces seamos como un cactus: ariscos, tímidos, duros, temerosos, aislados y espinudos, dejemos que la mano de Dios acaricie nuestro cuerpo, nuestra alma y que quien se acerque no salga lastimado o lastimada; el cactus con todas sus deficiencias y su aspecto poco amigable, tiene una misión, dar una flor que hace olvidar, los zaites o las tunas que deja en nuestro cuerpo.

Por fin hay un tiempo de respiro, llegamos a la cima, a la parte más alta de este terreno elevado. Ahí estaba como un oasis en el trópico, la casa de Vilma y su gran familia, el gran patio rodeado de piedras, parecía un espacio sagrado, parecido a un templo sin techo al aire libre. Los mangos, los tamarindos, el limonero; las gallinas, los pollos, los chumpes, los perros y el gato perezoso nos dieron también la bien llegada. Y qué bien llegada, estábamos en casa, bajo la sombra de los mangos y bebiendo agua fresca y fresco de tamarindo. La cocina, el espacio comunitario de la casa, era sólo humo, quemando leña, apresurando el cocimiento del almuerzo: Una sopa de camarones con tortillas recién salidas del comal. Con el sueño se hizo un paréntesis.

Poco a poco, por distintos caminos fueron apareciendo las personas de la comunidad. Venían vestidos y vestidas para una fiesta. El espacio sagrado, el patio, comenzó a llenarse de vida, de historias y de fe. Comenzamos la celebración de la Palabra y mientras cantábamos de uno de los libros cayó como venido del cielo una estampita de Monseñor Romero, cayó como buena nueva; él estaba con nosotros y nosotras en la comunidad compartiendo con su pueblo, como lo hizo muchas veces en vida. Estaba ahí como uno más sin ser uno más, porque nos honraba con su presencia, alimentándose en comunidad con la palabra de Dios. Él siempre humilde y silencioso, ahí estaba en el Filo “pastoreando a sus ovejas”, como lo hacía Jesús. Lo vi, me acerqué, me arrodillé, lo tomé con respeto con mi mano y lo llevé cerca, al altar, donde estaba Cristo crucificado. El Señor Jesús nos había convocado a la mesa  con su palabra y él era nuestro pan.  El canto final sintetiza toda esta experiencia: “Los caminos de este mundo nos conducen con amor, hasta el cielo prometido,  donde siempre brilla el sol. Y cantan los prados, cantan las flores, con armoniosa voz, y mientras que cantan prados y flores, yo soy feliz pensando en Dios”. La comunidad me acercó a Dios y me hizo pensar en Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario