Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

18 de enero de 2014

Vengan a tomar agua.

No sé cómo pasó. Nunca pensé que pasaría, pero el Señor tiene sus propósitos y sus propios caminos y recursos. Desde hace mucho tiempo he caído en la cuenta de que Dios no hace acepción o distinción de personas, sino que acepta a quien lo teme y practica la justicia (Hch. 10, 34-38) y “todo el que ama a un Padre, ama también a los hijos de éste” (Jn. 4, 19-5, 4).

El ser humano es un ser de costumbres, caminaba por la misma acera, viniendo de la casa cural, doblaba por el mercado municipal y ahí estaba siempre a medio vestir, por el calor del puerto. Carlos es su nombre y hay tantos Carlos en el Puerto que me da la impresión que es un nombre bastante común; común no significa ordinario, ni vulgar derivado de vulgo que significa: “conjunto de la gente popular, sin una cultura ni una posición económica elevada”.

Cuando camino por las calles observo a quienes encuentro, veo sus rostros, sus ojos, su modo de vestir y hasta los colores que se usan, porque todos esos elementos me dan información sobre la persona, no para hacer juicios, sino para almacenar información que más adelante me sirva para cualquier encuentro. Me fijo no para juzgar, sino porque soy observador, analítico y prudente por naturaleza y experiencia. Contemplando a las personas en su idas y venidas, sus negocios, sus pérdidas y ganancias, sus problemas y sus triunfos me imagino que así nos contempla Dios y desde esa contemplación nos llama y ve vuestras necesidades aunque no las confesemos: “A ver ustedes que andan con sed, ¡vengan a las aguas! No importa que estén sin plata, vengan; pidan trigo sin dinero, y coman, pidan vino y leche, sin pagar. ¿Para qué van a gastar en lo que no es pan y dar su salario por cosas que no alimentan? Si ustedes me hacen caso, comerán cosas ricas y su paladar se deleitará con comidas exquisitas. Atiéndanme y acérquense a mí, escúchenme y su alma vivirá (Is. 55, 1-3a). Dios ve nuestras necesidades y nos invita a acercarnos a él.

Qué sensación más bonita se siente cuando a uno le llaman por su nombre, aunque habemos personas que nos hemos mal acostumbrado a que nos digan el sobre nombre y hasta lo pedimos y exigimos. Antes de acercarme, al pasar por la otra acera, investigué su nombre, porque es agradable que le llamen a uno por el nombre, es un derecho humano al que no debemos renunciar. Tener un nombre es tener una historia, un origen, una familiar de referencia, un lugar en la sociedad y un lugar en el corazón de Dios. Por ese nombre Dios nos llamará a su presencia cuando se abra el libro de la vida (Ap. 20, 11-15).

No sé cómo pasó. ¡Hoy lo recuerdo! La amistad comienza con pequeñas coincidencias. La amistad con Carlos comenzó con una plática en la calle sobre basquetbol y los beneficios que trae a la salud el practicar algún deporte o caminar. Dios tiene sus planes y cruza los caminos de las personas para que se conozcan: “Pues sus proyectos no son los míos, y mis caminos no son los mismos de ustedes, dice Yavé. Así como el cielo está muy alto por encima de la tierra, así también mis caminos se elevan por encima de sus caminos y mis proyectos son muy superiores a los de ustedes (Is. 55, 8-9). En nuestra vida los caminos que vamos haciendo no son los que quiere Dios: “No se alegren porque someten a los demonios; alégrense más bien porque sus nombres están escritos en el Cielo” (Lc. 10, 20). La invitación que Dios nos hace es sencilla: que hagamos nuestros sus caminos y dejemos los personales: “Busquen a Yavé ahora que lo pueden encontrar, llámenlo ahora que está cerca. Que el malvado deje sus caminos, y el criminal sus proyectos; vuélvanse a Yavé, que tendrá piedad de ellos, a nuestro Dios, que está siempre dispuesto a perdonar” (Is. 55, 6-7). 

El ser humano es una creatura con muchas necesidades, somos seres complejos y con muchos complejos. Necesitamos compartir, comunicarnos, hablar, que nos escuchen y que respeten nuestra vida y nuestra historia, inclusive nuestras experiencias de Dios. El ser humano ha sido creado para amar y ser amado, no para juzgar y ser juzgado. La misión que nos encomienda Jesús es anunciar el Evangelio, es vivirlo día a día, es hacerlo presente donde estemos así como lo hacía Jesús, porque la fuerza del Evangelio nos va transformando: Este es el comienzo de la Buena Nueva de Jesucristo (Hijo de Dios). En el libro del profeta Isaías estaba escrito: «Ya estoy para enviar a mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Escuchen ese grito en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” (Mc. 1, 1-3). Enderezar los senderos es dejar los prejuicios, dejar de hacer juicios, y no dejarse llevar por los prejuicios. El Evangelio nos da la libertad que la sociedad nos arrebata. Jesús nos ha dado este mandamiento: “El que ama a Dios, que ame también a su hermano” (1Jn. 4,21)

Un día de tantos, este amigo, me pidió acompañarme al Asilo Santo hermano Pedro de San José de Betancur, así como se escribe por estas tierras. Me llené de gozo por la compañía y porque este prójimo es de confesión protestante. Otra cosa sabia que he aprendido en la vida es que la persona humana está por encima de la Ley, da le religión, de las opciones políticas, de las ideologías y hasta de sus opciones afectivas. Jesús acogía a todo tipo de personas, sin hacer distinciones de ningún tipo porque él era el Evangelio de Dios y vivía el evangelio. El evangelio de Dios es éste: “Amamos a Dios porque él nos amó primero. Si alguno dice: “Amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios,  a quien no ve (1Jn. 4, 19-20).

Veamos el cielo, la tierra, el mar y cuanto ellos contienen. El universo está lleno de su gracia y su belleza, qué es el ser humano para que de él te acuerdes, Señor?  Somos la niña de tus ojos, la alegría de tu corazón, la sonrisa de tus labios, el canto en tus oídos; somos la razón de tu felicidad. Somos tus hijos e hijas, eres nuestro Padre y a veces nuestra Madre, porque ante nuestra incomprensión de tu misterio usamos imágenes antropomórficas para comprenderte, es decir, usamos doctrinas que atribuyen a la divinidad las cualidades de un ser humano, nuestras cualidades y limitaciones. Sea cual sea nuestra religión, nuestro credo religioso, una cosa es clara y segura, tenemos una misión en el mundo y en la sociedad:”Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y haberla hecho germinar, para que dé la simiente para sembrar y el pan para comer, así será la palabra que salga de mi boca. No volverá a mí con las manos vacías sino después de haber hecho lo que yo quería, y haber llevado a cabo lo que le encargué. Sí, ustedes partirán con alegría, y serán traídos con toda seguridad. Cerros y lomas, a sus pasos, gritarán de alegría, y todos los árboles batirán las palmas. En lugar del espino crecerá el ciprés, y el mirto, en vez de las ortigas. Y esto le dará fama a Yavé, pues será una señal que nunca se borrará” (Is. 55. 10-13).  

Después de esta pequeña experiencia de tolerancia religiosa, de ecumenismo y de amor y respeto al prójimo, viene a mi memoria Jesús de Nazaret que entendía la religión no como separación, sino comunión entre las personas; la entendía como amor a Dios y a nuestros semejantes, como acogida a aquellos y aquellas que llevan en sus espaldas cargas inhumanas. Jesús no era “un funcionario de la religión, sino un hombre de Dios” que enseña el Evangelio con su vida. Jesús salva al ser humano desde dentro de la realidad humana, no desde fuera o de lo alto. “Jesús concentraba su máximo respeto, su estima y su bondad en cada persona, en cada ser humano”.   

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