Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

24 de septiembre de 2012

No entendemos el cristianismo (Marcos 9, 30-37; Santiago 3, 16-4, 3).


La verdad de la persona, esa verdad que es suya sin ninguna interpretación foránea. Es la verdad de ella frente a ella como ver su rostro en el espejo, esa que conoce detenidamente, día a día, esa verdad que envejece con su edad , que conoce a profundidad parcialmente y es la que le mueve a ser, decir y hacer.  La verdad sobre la persona, esa verdad que viene de fuera, esa verdad que nos lastima, esa verdad que yo interpreto desde mis prejuicios, porque hago juicios sin su permiso y consentimiento, sin compasión, esa verdad que nos juzga y condena. La verdad en cualquiera de sus dos formas no degrada a la persona, no la hace menos, no la desaparece, no la elimina porque es una verdad a medias y si es a medias, es una mentira con vestimenta de veracidad. La verdad profunda del ser humano es la gracia que habita íntimamente en su interior y que a veces toma matiz de afección desordenada: ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre ustedes? ¿No es de sus pasiones, que luchan en sus miembros? Codician y no tienen; matan, arden en envidia y no alcanzan nada; se combaten y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden. Piden y no reciben, porque piden mal, para dar satisfacción a sus pasiones”.

La verdad de la persona y la verdad sobre ella deben estar en constante relación dialógica, relación complementaria y totalizante. La verdad es como la luz, ilumina y si la verdad ilumina nos hace caminar por las sendas de la justicia y por las veredas del amor, del verdadero amor. Mi verdad, la luz de mi vida, debe hacerme realista, justo, comprensivo, tolerante y libre. Como dice el apóstol Santiago: “Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante y sincera”.  Mi sinceridad, esa que me hace quitarme el maquillaje de cera para mostrar mi propio rostro, mi rostro real y humano es el que poco a poco se va haciendo a imagen y semejanza de Dios.

Los cristianos y cristianas vivimos nuestro cristianismo al revés, de manera contraria a las enseñanzas de Jesús. Hemos asimilado con facilidad la mala tradición de nuestros padres, aquellos que conocieron a Jesús no lo comprendieron en su doctrina y le tenían miedo, tanto miedo que hasta temían preguntarle, según el testimonio de los evangelistas. Se nos olvida que es mejor pasar un rato colorado que cien descoloridos”. Se nos olvida que ser cristiano es morir, que el cristianismo es un camino de abnegación, entrega y muerte. Que es camino  hacia la muerte por amor. Se nos olvida que la lógica de Jesús es contraria a la que el mundo nos ofrece. Nuestra vida es un caminar hacia Jerusalén.

Jesús no nos puede dar, gloria, prestigio y poder, no nos ofrece los primeros puestos. Jesús insiste en formarnos e instruirnos en su doctrina para que seamos verdaderas personas cristianas: “En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará." Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle”. “Aquellos hombres pensaban al revés de como pensaba Jesús. Y aspiraban justamente a lo contrario de lo que ellos estaban viendo y viviendo que era el camino que llevaba Jesús”.

La formación y la instrucción es para ser mejores, para cambiar, no para engreírnos y seguir siendo peores de cómo éramos: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos." Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado". La formación debe ser para que cada día vayamos de “bien en mejor subiendo”. Amemos sin medida, aunque amar sea un calvario, sirvamos siempre, aunque servir se convierta en una carga sin reconocimiento.

El realismo de los evangelistas sobre la verdad profunda de “los Doce” es impresionante, desgarradora y cruda: Hombres ambiciosos, sedientos de prestigio, autoridad, control, poder, fama y privilegios. Esa verdad humana no los deshumaniza en las comunidades, son personas con pasiones normales, pero pasiones que se hacen anormales cuando se ha conocido a Jesús, porque en la Iglesia, en el trabajo misionero, en su vida sencilla y llena de verdad están dando testimonio de conversión. Aquellas enseñanzas que tanto les costó asimilar y entender les han cambiado la vida y la jerarquía de sus valores. Ahora quien les ve como líderes de la Iglesia en expansión como  personas disponibles, libres, comprometidos, amando y dando la vida por el Evangelio y sus destinatarios se sienten edificados. Hombres valientes y humanizados por la palabra de Dios. Una regla cristiana debería ser esta: “Lo importante no es quedar bien sino hacer el bien”.

Es lamentable que en las estructuras altas, medias y bajas de la Iglesia de Jesús, sigamos personas cristianas que buscamos y nos peleamos por los puestos de poder, autoridad, prestigio y riqueza. Esta mala comprensión del cristianismo nos convierte en lobos con piel de ovejas, porque hemos devorado a las ovejas del Señor Jesús y todavía nos cubrimos con sus pieles, muestra fehaciente de nuestro anti cristianismo.

¿Por qué será que Jesús nos pone como modelo de vida cristiana a los niños y niñas? ¿Qué hay en ellos y ellas que las personas adultas hemos perdido? No es la inocencia porque no son ingenuos ni ingenuas. La niñez es servicial, disponible, libre, alegre, no guardan rencores. Son personas que aman y perdonan. Dejemos que esas criaturas que encarnan el cristianismo nos purifiquen y humanicen, que conviertan nuestro desierto, estepa y páramo, en torrentes de agua que inundan la  tierra, que conviertan nuestra vida en estanques de agua cristalina  y manantiales  de alegría y esperanza. Demos ánimo a las personas "apocadas" porque en ese “montón” podemos estar muchas personas adultas (Is. 35, 4-7). “Educar no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de acercarse al niño y a la niña, con respeto y amor, para ayudarle a que se despliegue en él y en ella una vida verdaderamente humana”. 

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