Todos
y todas nacemos de una mujer gracias a Dios y por gracia de Dios. No hay nadie,
pero nadie, que no tenga una Madre. Sin la mujer es imposible lo posible de
Dios. Del sí de una mujer, surge el hombre nuevo. Hombre es hombre, me refiero
a Jesús de Nazaret, la profecía mesiánica de Isaías, la esperanza, la confianza y la certeza del Dios con
nosotros, antes y después del siglo VIII, a. C. Fe e increencia siempre ha
habido, lo contrario a la fe no es la
duda, sino el temor, la parálisis, el miedo.
María
de Nazaret es el sí de Dios, es el amén, el estoy de acuerdo con lo que he
escuchado, con la petición que se me ha hecho. El amén de María pone en obra, en
ejecución la palabra pronunciada por el ángel, por el enviado de Dios: Gabriel. Los cristianos y
cristianas con facilidad pronunciamos la palabra hebrea “Amén”, pero pocas
veces la llevamos a su plenitud. Cuando es sí es sí y cuando es no es no.
María
es una mujer que hace un recorrido en el proceso de la fe: Ella es una mujer
creyente. En María la fe es obediencia, ella fue instruida en el judaísmo
cotidiano y ordinario. La escuela de María
fue su casa y la instrucción que recibió en ella; es una mujer de esperanza, cree en el “Dios con nosotros”, cree en el Dios que
camina con su pueblo, que es fiel a la
promesa, a la alianza, su fe es pascual; es una mujer valiente, se arriesga,
porque “Cruzar la puerta es el principio de una nueva experiencia”, su
seguridad es Dios, no sus planes, sus luchas y sus logros.
Es
una mujer libre, le agrego, de espíritu, no por dualismo, por dividir materia y
espíritu, sino porque la “libertad de espíritu” la da Dios mismo. María es una
mujer llena de Dios y después va a ser una mujer habitada por Dios. Es una
mujer obediente, no sometida. La obediencia es el cúlmen de la libertad humana,
ponerse en las manos de un “otro” es un riesgo, es creer plenamente y con
madurez. María es una mujer contemplativa en la acción. Su fe es activa y se
objetiviza en sus obras porque ella es una mujer buena, generosa, desprendida y
espléndida.
Mateo,
lee desde su fe en Jesús y su amor a María, madre de Jesús, madre de Dios, la
profecía de Isaías como el cumplimiento
del Antiguo Testamento, pero la dinastía davídica viene por la línea paterna.
José es el padre de Jesús. Por José se cumple la profecía de Jeremías: “Dios es nuestra justicia” (Jer. 23,
5-8; Mt, 1, 18-24), Jesús es nuestro salvador. Mateo da relieve a la figura de
José y Lucas a la figura de María, con entera intencionalidad. En ambos
evangelistas hay un anuncio: Anuncio a María y anuncio a José y ambos obedecen
por fe. Obedecer por fe es aceptar por misión aquello que no logramos
comprender en su totalidad.
Si
bien por José, Jesús entra en el linaje davídico, pertenece a un clan, a una
tribu, le viene la pertenencia al Pueblo elegido, tiene un lugar en la historia
y es un hombre histórico es porque José le da un nombre ante la
Ley. La encarnación de Dios tiene un nombre
y es el que pone José por mandato divino. La paternidad de José es legal y es
humana: “De tal palo tal astilla”. José se convierte en modelo creyente de
Jesús. Jesús es el vivo rostro humano de José. Para José, Jesús son sus ojos.
Por
María, en cambio, tiene un cuerpo humano, una identidad humana y unos
sentimientos forjados en la oscuridad de su vientre. María le da un ser. Como
lo señala el Salmo 139: “… me has tejido
en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tantas maravillas; prodigio
soy, prodigios son tus obras”. La encarnación de la palabra de Dios tiene
un final, un niño, nacido de las entrañas maternas por obra de Dios. María es
la madre natural de Jesús, el Hijo de Dios.
María
puso por obra el anuncio del ángel: Yo soy
la esclava del señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”. José puso por
obra el anuncio del ángel: “No tengas
reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene
del Espíritu santo”. La duda de José no está en la integridad de María,
sino en la misión que él tiene en los planes de Dios. La misión de José va a
ser silenciosa, humilde, desapercibida. Su ministerio laico lo va vivir
formando en silencio a su hijo, siendo ejemplo de padre en la familia. José es
un hombre más de obras que de palabras. Ver a Jesús es ver a José de Nazaret,
el carpintero del pueblo. “Jacob engendró
a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo… Tú le
pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt.1, 16.18-21.
24.)
En
ambos casos, por separado, ha habido una teofanía, una revelación de Dios a
través de su ángel, de su emisario, de su enviado y ambos, José y María han
puesto en obra la palabra de Dios. Del Sí de José y del Sí de María surge “el
amén de Dios”, Jesús de Nazaret.
El
anuncio es para asimilarlo y compartirlo; la buena noticia reconforta el alma
y, la decisión libre y madura del ser humano, oyente de la palabra, es
fundamental para que los planes de Dios se incrusten en la realidad y en la
historia humana. Dios es tan cercano y humano que hasta lo podemos tocar en
Jesús.
Los
anuncios, tanto el de Mateo como el de Lucas, no pretenden darnos enseñanzas
de historia o recordarnos fidedignamente
alguna crónica, sino compartirnos un hecho real de la historia de la Salvación porque la
salvación de Dios pasa por la salvación de la historia. Las dos anunciaciones,
una como visita y la otra como sueño han sido leídas desde la fe pascual de las comunidades
cristianas... Dios se sigue manifestando en hombres y mujeres que de manera
sencilla y abnegada le dan un sí, que se haga su voluntad y para ello se consagran
como propiedad de Dios al servicio de los y las demás al estilo de José, María
y Jesús, la familia de Nazaret.
No hay comentarios:
Publicar un comentario