Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

26 de marzo de 2012

Las dos anunciaciones.



Todos y todas nacemos de una mujer gracias a Dios y por gracia de Dios. No hay nadie, pero nadie, que no tenga una Madre. Sin la mujer es imposible lo posible de Dios. Del sí de una mujer, surge el hombre nuevo. Hombre es hombre, me refiero a Jesús de Nazaret, la profecía mesiánica de Isaías, la esperanza,  la confianza y la certeza del Dios con nosotros, antes y después del siglo VIII, a. C. Fe e increencia siempre ha habido, lo contrario a la fe  no es la duda, sino el temor, la parálisis, el miedo.

María de Nazaret es el sí de Dios, es el amén, el estoy de acuerdo con lo que he escuchado, con la petición que se me ha hecho. El amén de María pone en obra, en ejecución la palabra pronunciada por el ángel, por  el enviado de Dios: Gabriel. Los cristianos y cristianas con facilidad pronunciamos la palabra hebrea “Amén”, pero pocas veces la llevamos a su plenitud. Cuando es sí es sí y cuando es no es no.

María es una mujer que hace un recorrido en el proceso de la fe: Ella es una mujer creyente. En María la fe es obediencia, ella fue instruida en el judaísmo cotidiano y ordinario. La escuela  de María fue su casa y la instrucción que recibió en ella;  es una mujer de esperanza, cree en el “Dios con nosotros”, cree en el Dios que camina con su pueblo,  que es fiel a la promesa, a la alianza, su fe es pascual; es una mujer valiente, se arriesga, porque “Cruzar la puerta es el principio de una nueva experiencia”, su seguridad es Dios, no sus planes, sus luchas y sus logros.  

Es una mujer libre, le agrego, de espíritu, no por dualismo, por dividir materia y espíritu, sino porque la “libertad de espíritu” la da Dios mismo. María es una mujer llena de Dios y después va a ser una mujer habitada por Dios. Es una mujer obediente, no sometida. La obediencia es el cúlmen de la libertad humana, ponerse en las manos de un “otro” es un riesgo, es creer plenamente y con madurez. María es una mujer contemplativa en la acción. Su fe es activa y se objetiviza en sus obras porque ella es una mujer buena, generosa, desprendida y espléndida.

Mateo, lee desde su fe en Jesús y su amor a María, madre de Jesús, madre de Dios, la profecía  de Isaías como el cumplimiento del Antiguo Testamento, pero la dinastía davídica viene por la línea paterna. José es el padre de Jesús. Por José se cumple la profecía de Jeremías: “Dios es nuestra justicia” (Jer. 23, 5-8; Mt, 1, 18-24), Jesús es nuestro salvador. Mateo da relieve a la figura de José y Lucas a la figura de María, con entera intencionalidad. En ambos evangelistas hay un anuncio: Anuncio a María y anuncio a José y ambos obedecen por fe. Obedecer por fe es aceptar por misión aquello que no logramos comprender en su totalidad.

Si bien por José, Jesús entra en el linaje davídico, pertenece a un clan, a una tribu, le viene la pertenencia al Pueblo elegido, tiene un lugar en la historia y es un hombre histórico es porque José le da un nombre ante la Ley. La encarnación de Dios tiene un nombre y es el que pone José por mandato divino. La paternidad de José es legal y es humana: “De tal palo tal astilla”. José se convierte en modelo creyente de Jesús. Jesús es el vivo rostro humano de José. Para José, Jesús son sus ojos.

Por María, en cambio, tiene un cuerpo humano, una identidad humana y unos sentimientos forjados en la oscuridad de su vientre. María le da un ser. Como lo señala el Salmo 139: “… me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tantas maravillas; prodigio soy, prodigios son tus obras”. La encarnación de la palabra de Dios tiene un final, un niño, nacido de las entrañas maternas por obra de Dios. María es la madre natural de Jesús, el Hijo de Dios.

María puso por obra el anuncio del ángel: Yo soy la esclava del señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”. José puso por obra el anuncio del ángel: “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu santo”. La duda de José no está en la integridad de María, sino en la misión que él tiene en los planes de Dios. La misión de José va a ser silenciosa, humilde, desapercibida. Su ministerio laico lo va vivir formando en silencio a su hijo, siendo ejemplo de padre en la familia. José es un hombre más de obras que de palabras. Ver a Jesús es ver a José de Nazaret, el carpintero del pueblo. “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo… Tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará  a su pueblo de sus pecados” (Mt.1, 16.18-21. 24.)

En ambos casos, por separado, ha habido una teofanía, una revelación de Dios a través de su ángel, de su emisario, de su enviado y ambos, José y María han puesto en obra la palabra de Dios. Del Sí de José y del Sí de María surge “el amén de Dios”, Jesús de Nazaret.

El anuncio es para asimilarlo y compartirlo; la buena noticia reconforta el alma y, la decisión libre y madura del ser humano, oyente de la palabra, es fundamental para que los planes de Dios se incrusten en la realidad y en la historia humana. Dios es tan cercano y humano que hasta lo podemos tocar en Jesús.

Los anuncios, tanto el de Mateo como el de Lucas, no pretenden darnos enseñanzas de  historia o recordarnos fidedignamente alguna crónica, sino compartirnos un hecho real de la historia de la Salvación porque la salvación de Dios pasa por la salvación de la historia. Las dos anunciaciones, una como visita y la otra como sueño han sido  leídas desde la fe pascual de las comunidades cristianas... Dios se sigue manifestando en hombres y mujeres que de manera sencilla y abnegada le dan un sí, que se haga su voluntad y para ello se consagran como propiedad de Dios al servicio de los y las demás al estilo de José, María y Jesús, la familia de Nazaret.

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