Cuando
leía el domingo pasado, es decir el cuarto domingo de cuaresma, la lectura de
San Pablo a los Efesios 2, 4-10, me quedé con un buen sabor de boca,
como debería ser siempre que leemos la Palabra de Dios, porque cuando Dios nos habla y
con humildad dejamos oír su voz, debe ser reconfortante para nuestra vida y no
motivo de desanimo, miedo, desesperanza y mucho menos, para imponer nuestro
punto de vista hermenéutico (arte y técnica de interpretar textos para fijar su
sentido) y exegético (explicación, interpretación de un texto) a las demás
personas.
El
Dios de Jesús es un Dios rico en misericordia y amor. Dios siempre nos ha
amado, desde el principio de la creación hasta nuestros días; el amor de Dios
permanece siempre derramándose sobre sus hijos e hijas como lluvia refrescante
y llena de vida, esa vida que nos viene del cielo. El amor de Dios se encarna
en su hijo, Dios nos da a su hijo para que nos salve, no para que nos condene
(Jn.3, 14-21).La fe es como la lluvia que cae del cielo, germina la tierra y da el pan para comer.
La
condenación nunca, nunca y jamás vendrá de Dios, él no tiene un corazón
dividido. La condenación o la salvación viene de la opción personal que tomemos
como dice el evangelio de San Juan: “La
causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los seres
humanos prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas...En
cambio, el que obra, el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que
se vea que sus obras están hechas según Dios". Jesús es el sacramento,
la objetivación personal del amor que Dios Padre nos tiene, por eso Jesús pasó
toda su vida haciendo el bien, amando y sirviendo. “Dios se humanizó en Jesús”.
El
amor salva, no condena. Si el amor nos viene de Dios también la salvación viene
de Dios, igual que la fe y las obras. Todo nos viene de Dios, él es la fuente
del amor, de la salvación, de la fe y de las obras buenas. Tener fe es dejarse
conducir por Dios, es poner en él toda nuestra esperanza; pero tener fe es
también hacer lo que Dios hace y nos enseña a hacer en las prácticas de amor de
Jesucristo. La fe ejecuta lo que cree, práctica lo que cree. Tener fe es creer y hacer creer. La salvación nos viene por la fe y nos viene por las
obras, ni la fe sola, ni las obras solas nos salvan, sino el amor y la
compasión de Dios. “La
Salvación no es sólo perdón de pecados, sino participación en
el modo de vida y condición del Hijo”.
“Porque
están salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a ustedes, sino que
es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda
presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que
nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó practicásemos”. Fe y obras
son una gracia. La fe nos viene dada como regalo y el deseo de sentir y querer
hacer buenas obras también nos viene como regalo. Somos obra de Dios, él nos ha
creado no sólo físicamente sino también en nuestras sentimientos. La fe es el
camino hacia Dios, hacia el prójimo y prójima y hacia la salvación. En ese
camino se avanza haciendo obras buenas no para garantizar la salvación, sino
como un modo de objetivar nuestro agradecimiento a Dios por el don de la
salvación que hemos recibido, sin merecerlo.
Las
obras no son para presumir y mucho menos para endeudar a Dios. La teología de la predestinación se desvanece, porque la
salvación de Dios hecha realidad en Jesús es para todas las personas, sean
creyentes o no, la salvación es la apuesta universal de Dios por la humanidad; la teología de la justificación cobra
vigencia porque es Jesús quien nos salva desde la cruz y es el amor del Padre
quien nos perdona. El amor del crucificado como obra redentora es la fe hecha
obra que nos salva; la teología de la
retribución desaparece porque Dios no nos debe nada, no está endeudado con
la humanidad por el culto o los sacrificios expiatorios porque todo nos viene
de él como fuente de todo bien.
Desear hacer el bien es el principio de toda
buena obra, porque el hijo y la hija hacen lo que ven hacer al Padre. Sentir el
deseo de obrar bien es ya gracia de Dios, no digamos si ese deseo lo hacemos
realidad. “El que no nos salvemos por nuestras buenas obras no significa que
Dios no quiera que obremos bien. Pero por otros motivos. No para salvarnos, ni
para hacer méritos ni para nada parecido. Sino porque, una vez insertados en el
plan de Dios no podemos lógicamente vivir de otro modo sino cumpliendo ese
plan”.
Jesús
hizo buenas obras no para justificarse ante Dios o para exigirle un mejor
trato, bendiciones o regalos, sino
porque creía en un Dios Padre bueno y transmitía a ese Dios bueno en sus obras
buenas, obras que salían de su corazón, de ese corazón lleno y repleto de fe.
Las buenas obras no son para presumir, sino para ser personas coherentes. La fe
es un regalo, es una gracia, pero tener fe supone total confianza en Dios y
total entrega a nuestros prójimos y prójimas al estilo de Jesús. “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la
derecha… (Mt. 6, 1-6.16-18).
El
bien se debe hacer en silencio para que nuestro Padre que está y ve en lo
secreto nos dé su “recompensa”, es decir su amor y su sonrisa, su amistad y su
bendición. Las buenas obras son efecto de la gracia de la fe que hemos
recibido.”Si ustedes, a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
con cuanta mayor razón el Padre que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan”(
Mt. 7, 7-12). La fe nos invita a tratar a los demás como nos gustaría que nos
trataran…
Dios
nos ama y quiere lo mejor para cada uno y cada una, por eso la salvación es una
gracia, algo que se nos ofrece con amor y por amor, pero Dios
no nos puede forzar a aceptar la salvación si no la queremos, si la
rechazamos porque el mismo amor que nos
tiene respeta y valora nuestra libertad. Como afirma el salmo 50: “Devuélveme tu salvación, que regocija, y
mantén en mí un alma generosa. Señor abre mis labios y cantará mi boca tu
alabanza”. La salvación de Dios es Buena Noticia, es alegría, acción de
gracias y es esa acción de gracias la que me hace pedir un alma generosa. La
fe hecha acción de gracias, oración hecha a Dios, hecha buenas obras es la
mejor ofrenda que podemos dar a Dios por tanto bien recibido. Señor abre mis
labios, que mi oración y mi canto de alabanza sean agradecimiento. La fe es el
árbol cimentado en Dios de donde se desprenden los frutos dulces de las buenas
obras.
“El
corazón del ser humano es la cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Quién lo
podrá entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón, para dar a
cada uno según sus acciones, según el fruto de sus obras” (Jr. 17, 5-10). “El
amor es como el fuego, si no se comunica se apaga”. La fe es como el agua, si no
se usa para dar vida, se echa a perder.
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