Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

20 de marzo de 2012

Buscando una síntesis entre fe y obras


Cuando leía el domingo pasado, es decir el cuarto domingo de cuaresma, la lectura de San Pablo a  los Efesios  2, 4-10, me quedé con un buen sabor de boca, como debería ser siempre que leemos la Palabra de Dios, porque cuando Dios nos habla y con humildad dejamos oír su voz, debe ser reconfortante para nuestra vida y no motivo de desanimo, miedo, desesperanza y mucho menos, para imponer nuestro punto de vista hermenéutico (arte y técnica de interpretar textos para fijar su sentido) y exegético (explicación, interpretación de un texto) a las demás personas.

La Palabra de Dios no es para condenar ni para pelearnos por fanatismos religiosos, que nos ponen en bandos distintos como que no fuéramos hijos e hijas de un mimo Padre. El mismo fanatismo nos lleva a poner  en bandos distintos al apóstol Pablo y al apóstol Santiago, según nuestra interpretación: “Porque están salvados por su gracia y mediante la fe”, dice San Pablo. Santiago afirma que “hay que poner por obra la palabra y no hay que contentarse sólo con oírla… ¿De qué sirve,… que alguien diga “tengo fe”, si no tiene obras? “ La conclusión es sencilla: “La salvación es don de Dios, pero la colaboración del ser humano es condición necesaria”.

El Dios de Jesús es un Dios rico en misericordia y amor. Dios siempre nos ha amado, desde el principio de la creación hasta nuestros días; el amor de Dios permanece siempre derramándose sobre sus hijos e hijas como lluvia refrescante y llena de vida, esa vida que nos viene del cielo. El amor de Dios se encarna en su hijo, Dios nos da a su hijo para que nos salve, no para que nos condene (Jn.3, 14-21).La fe es como la lluvia que cae del cielo, germina la tierra y da el pan para comer.

La condenación nunca, nunca y jamás vendrá de Dios, él no tiene un corazón dividido. La condenación o la salvación viene de la opción personal que tomemos como dice el evangelio de San Juan: “La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los seres humanos prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas...En cambio, el que obra, el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios". Jesús es el sacramento, la objetivación personal del amor que Dios Padre nos tiene, por eso Jesús pasó toda su vida haciendo el bien, amando y sirviendo. “Dios se humanizó en Jesús”.

El amor salva, no condena. Si el amor nos viene de Dios también la salvación viene de Dios, igual que la fe y las obras. Todo nos viene de Dios, él es la fuente del amor, de la salvación, de la fe y de las obras buenas. Tener fe es dejarse conducir por Dios, es poner en él toda nuestra esperanza; pero tener fe es también hacer lo que Dios hace y nos enseña a hacer en las prácticas de amor de Jesucristo. La fe ejecuta lo que cree, práctica lo que cree. Tener fe es creer y hacer creer. La salvación nos viene por la fe y nos viene por las obras, ni la fe sola, ni las obras solas nos salvan, sino el amor y la compasión de Dios. “La Salvación no es sólo perdón de pecados, sino participación en el modo de vida y condición del Hijo”.

“Porque están salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a ustedes, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó practicásemos”. Fe y obras son una gracia. La fe nos viene dada como regalo y el deseo de sentir y querer hacer buenas obras también nos viene como regalo. Somos obra de Dios, él nos ha creado no sólo físicamente sino también en nuestras sentimientos. La fe es el camino hacia Dios, hacia el prójimo y prójima y hacia la salvación. En ese camino se avanza haciendo obras buenas no para garantizar la salvación, sino como un modo de objetivar nuestro agradecimiento a Dios por el don de la salvación que hemos recibido, sin merecerlo.

Las obras no son para presumir y mucho menos para endeudar a Dios. La teología de la  predestinación se desvanece, porque la salvación de Dios hecha realidad en Jesús es para todas las personas, sean creyentes o no, la salvación es la apuesta universal de Dios por la humanidad; la teología de la justificación cobra vigencia porque es Jesús quien nos salva desde la cruz y es el amor del Padre quien nos perdona. El amor del crucificado como obra redentora es la fe hecha obra que nos salva; la teología de la retribución desaparece porque Dios no nos debe nada, no está endeudado con la humanidad por el culto o los sacrificios expiatorios porque todo nos viene de él como fuente de todo bien.

 Desear hacer el bien es el principio de toda buena obra, porque el hijo y la hija hacen lo que ven hacer al Padre. Sentir el deseo de obrar bien es ya gracia de Dios, no digamos si ese deseo lo hacemos realidad. “El que no nos salvemos por nuestras buenas obras no significa que Dios no quiera que obremos bien. Pero por otros motivos. No para salvarnos, ni para hacer méritos ni para nada parecido. Sino porque, una vez insertados en el plan de Dios no podemos lógicamente vivir de otro modo sino cumpliendo ese plan”.

Jesús hizo buenas obras no para justificarse ante Dios o para exigirle un mejor trato, bendiciones o regalos,  sino porque creía en un Dios Padre bueno y transmitía a ese Dios bueno en sus obras buenas, obras que salían de su corazón, de ese corazón lleno y repleto de fe. Las buenas obras no son para presumir, sino para ser personas coherentes. La fe es un regalo, es una gracia, pero tener fe supone total confianza en Dios y total entrega a nuestros prójimos y prójimas al estilo de Jesús. “Que  no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha… (Mt. 6, 1-6.16-18).

El bien se debe hacer en silencio para que nuestro Padre que está y ve en lo secreto nos dé su “recompensa”, es decir su amor y su sonrisa, su amistad y su bendición. Las buenas obras son efecto de la gracia de la fe que hemos recibido.”Si ustedes, a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuanta mayor razón el Padre que está en los cielos,  dará cosas buenas a quienes se las pidan”( Mt. 7, 7-12). La fe nos invita a tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran…

Dios nos ama y quiere lo mejor para cada uno y cada una, por eso la salvación es una gracia, algo que se nos ofrece con amor y por amor,  pero Dios  no nos puede forzar a aceptar la salvación si no la queremos, si la rechazamos  porque el mismo amor que nos tiene respeta y valora nuestra libertad. Como afirma el salmo 50: “Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mí un alma generosa. Señor abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza”. La salvación de Dios es Buena Noticia, es alegría, acción de gracias y es esa acción de gracias la que me hace pedir un alma generosa. La fe hecha acción de gracias, oración hecha a Dios, hecha buenas obras es la mejor ofrenda que podemos dar a Dios por tanto bien recibido. Señor abre mis labios, que mi oración y mi canto de alabanza sean agradecimiento. La fe es el árbol cimentado en Dios de donde se desprenden los frutos dulces de las buenas obras.

“El corazón del ser humano es la cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Quién lo podrá entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón, para dar a cada uno según sus acciones, según el fruto de sus obras” (Jr. 17, 5-10). “El amor es como el fuego, si no se comunica se apaga”. La fe es como el agua, si no se usa para dar vida, se echa a perder.

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