Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

16 de marzo de 2014

Un sí al grano de trigo y un no al grano de arena.

Lo original no fue un pecado, sino un estado de gracia (Gen. 1, 26-31). La palabra es el gran don de Dios, y más si esa palabra es Dios mismo: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. ” (Jn.1, 1-2). Con la palabra, Dios creó todo cuanto existe, ella, la palabra, es vida y luz para los seres humanos: “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron” (Jn.1, 3-5). Las tinieblas nos hacen caer en la irresponsabilidad de la palabra. A ejemplo de Dios, con la palabra podemos crear muchas cosas, hacer muchos cambios; podemos comunicarnos, entendernos, crear acciones buenas, y hablar desde un corazón sin odio; debemos hablar siempre con la verdad y hacer creíble la justicia; lo que se diga más allá del sí o del no, viene del diablo: “Cuando digan sí, que sea sí y cuando digan no, que sea no” (Mt. 5 ,33-37). No podemos vivir de la mentira, del engaño o de la amenaza.

La persona sabia piensa antes de hablar,  medita en su interior lo que va a decir, no se deja llevar por arrebatos o infantilismos; porque la palabra lleva en sí misma un mensaje de acción que puede ser de violencia o de paz, de opresión o liberación, de amor o desamor, de aceptación o intransigencia. La palabra puede hacernos irresponsables, irracionales e iracundos. La palabra debe edificar, construir, consolidar, animar y respetar. El ser humano es un ser racional y no sólo pasional;  un ser político que busca el bien común y no su interés egoísta y partidario. Debemos ser personas prudentes e inteligentes. Hay libertad de expresión pero no de manipulación. No se puede oscurecer la paz y la alegría de una fiesta democrática con la sombra y el fantasma del fraude, la imprudencia y el infantilismo político.  La parábola de la plaza tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. Entre los niños ocurre con frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa, otros a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto esencial de referencia en la parábola. Inmediatamente se pasa a la aplicación de la misma: así es esta generación (Mt 11, 16-19).

La tierra debe ser paciente. En la tierra debemos ser personas pacientes para que tu Palabra vaya calando en nuestro interior y nos vaya transformando, como la lluvia empapa la tierra para que la semilla sea fecunda y nos dé su alimento, nos dé el pan para comer. La palabra pronunciada por Dios está cargada de amor y esperanza, especialmente para los hambrientos y hambrientas no sólo de pan, sino del pan que ha bajado del cielo: “Así dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo ( Is. 55,10-11). Mi voz es mi voto. La voz del pueblo salvadoreño fue el voto y el mensaje no necesita interpretación ni revisión, mucho menos ponerlo en “tela de juicio”. La voz de la justicia prevalece ante aquellos y aquellas que comen engaño e influyen en la opinión pública con sus engaños.

Cambiemos el granito de arena por el granito de trigo. El grano de arena es uno más en el “montón”, en cambio el grano de trigo es único porque cae en tierra para morir y dar el pan para dar vida a los y las hambrientas de la historia. La tentación  comenzó con el pan. Soy tierra que anhela dar vida, soy humus, soy Adam; soy tierra que necesita ser cuidada, alimentada y arropada. Soy tierra empapada del espíritu de Dios que no es sólo materia;  a veces soy tierra dura como el barro en verano, o arenosa que no retiene nada y que deja escapar el agua de tu palabra, el agua de la vida. A veces soy tierra pedregosa, tierra que tiene bondad y maldad al mismo tiempo. A veces soy tierra que tiene más cardos, lengua de cardo, dañina cuando habla. Cardos que ahogan, lastiman, ofenden, humillan; soy tierra que sale de sí misma para dar vida a la semilla, cosecha de futuro. El ser humano cosecha lo que siembra (Mt. 13, 1-23).

Cuando los grandes se olvidan que el origen humano, en su esencialidad,  es sencillo y humilde, porque fue hecho de tierra, de polvo húmedo, su discurso se vuelve dañino, agresivo, desafiante e irrespetuoso. Los grandes se creen dioses, codician ser como Dios y se rebelan ante el orden, la armonía, la legalidad. El fruto de la discordia es apetitoso, deseable, atrayente; es codiciable porque da conocimiento, control, mando y riqueza: “No morirán. Bien sabe Dios que cuando coman de él se les abrirán los ojos y serán como Dios en el conocimiento del bien y el mal. La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió (Gen. 3, 1-7). El pecado original es la codicia, “es ese deseo o apetito ansioso y excesivo de poder, bienes y riqueza”; es querer para mí lo que es de otro y se lo arrebato como sea. Unida a la codicia está la soberbia, a la soberbia la violencia y la agresividad, el desacato o desobediencia a una autoridad legitimarte constituida. La codicia es la raíz de todos los males en el mundo.

Desde sus orígenes el ser humano cayó en la tentación de la codicia y con esta caída rompe el estado original de gracia, amor, amistad, respeto y entendimiento con Dios, con la creación y con sus semejantes. El ser humano se quiere igualar a Dios, se hace dios de sí mismo y exige reverencia, obediencia, sacrificios y sangre. La codicia seduce su estómago, su conciencia y su corazón. Codicia el poder de “convertir las piedras en pan” para someter, no para servir; “el pan asegura el éxito pero me inclino ante quien me lo da”; codicia el prestigio para ser amado, respetado, venerado y admirado como si fuera Dios. “Quien se adueña de mi conciencia me hará despreciar el pan por su ideología”. Codicia la riqueza para someter voluntades, comprar conciencias, y seducir el corazón humano. Quien seduzca mi corazón me hará seguirle hasta el tope: “Te doy todo esto si te arrodillas y me adoras”. “En estos tiempos de crisis, la gente sueña con salir de ella. ¿Para qué? Para volver a ser esclavos de la codicia de soberanos, banqueros, políticos y canallas”. ¿Podemos vivir en libertad? (Mt. 4, 1-11).

¿Por qué los cristianos y cristianas buscamos las tentaciones que Jesús rechazó, venció y deshecho? ¿Por qué seguimos dando la libertad por la comida, la dignidad por el poder político o religioso y porqué seguimos adorando la riqueza y amando a quienes la poseen? ¿Por qué preferimos la esclavitud y la dependencia a la libertad? Jesús es un hombre libre no porque no tenga tentaciones, sino porque sale victorioso de ellas. Jesús es la palabra definitiva de Dios, pasó toda su vida haciendo el bien y ahora me invita a llevar su palabra allá donde hace falta, donde no llega, donde no se quiere escuchar. Allá donde la palabra se hace irresponsable. Todo iba bien hasta que hablaron algunos políticos y lanzaron sus palabras venenosas por la codicia de llegar al poder y querer gobernar ilegítimamente el país. Basta de atropellos a la incipiente democracia que ha costado tantos sueños truncados y arrancados con violencia. Mi voz es mi voto y fuimos muchos y muchas las que hablamos. Toda la semilla que cayó en nuestra tierra la fecundó para que no siga siendo pisoteada.

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