Si es menester que vaya, voy. La
vida nos da sorpresas y en esas sorpresas está el designio salvador de Dios, si
estamos atentos y atentas para descubrirlo y dejarnos evangelizar por sus
medios, es decir los medios que Dios va utilizando: “Asimismo, sintiéndome libre respecto a todos, me he hecho esclavo de
todos con el fin de ganar a esa muchedumbre” (1Cor. 9, 19).
Ayer me hice hermano con los de la hermandad de Jesús …para acompañarles a un “fin de un novenario” por la muerte de uno de sus miembros: Don Felino. Lo vi y lo reconocí y vinieron a mi encuentro imágenes y momentos vividos en el Templo. Era un hombre de Dios, su palabra era el silencio. Salimos después de la misa de seis como lo habíamos planeado, nos reunimos en el parque y mientras esperábamos a otros, que no llegaron, estábamos “chascarriando”, todo era broma y risas en los breves espacios de tiempo fresco que se dan en El Puerto. La noche era hermosa con su hermosura natural, olía a mar, el parque central iluminado y los transeúntes iban y venían; otros sentados en las bancas del parque no se cansaban de mirar para un lado u otro. Todo era playa.
Ayer me hice hermano con los de la hermandad de Jesús …para acompañarles a un “fin de un novenario” por la muerte de uno de sus miembros: Don Felino. Lo vi y lo reconocí y vinieron a mi encuentro imágenes y momentos vividos en el Templo. Era un hombre de Dios, su palabra era el silencio. Salimos después de la misa de seis como lo habíamos planeado, nos reunimos en el parque y mientras esperábamos a otros, que no llegaron, estábamos “chascarriando”, todo era broma y risas en los breves espacios de tiempo fresco que se dan en El Puerto. La noche era hermosa con su hermosura natural, olía a mar, el parque central iluminado y los transeúntes iban y venían; otros sentados en las bancas del parque no se cansaban de mirar para un lado u otro. Todo era playa.
Me fui a mis menesteres
cristianos. Llegamos a Santa Adela, “trepados en el Azul”, medio eficaz para
llegar a nuestro destino. Santa Adela es una santa italiana que no es virgen, porque
fue una mujer casada. Para ser santo o santa no es condición indispensable la
virginidad: “La emperatriz se dedica a
hacer el bien. Protege, socorre y consuela a los necesitados. Considera el
poder como una carga para ella y un servicio para el bien del pueblo”.
Santa Adela, es una madre para los y las pobres del siglo X y del siglo XXI en
nuestra parroquia. Para ella el poder es servicio y utiliza muy bien el don de
servir porque Dios le ha dado ese poder. La casa es normal como las casas pobres
de las personas que por años y casi toda su vida han sido excluidas sociales,
lástima que la pobreza extrema se haya hecho normal para nuestra sensibilidad
dormida. El nombre del barrio o de la colonia está bien puesto porque Santa
Adela cuida, acoge y defiende a sus pobres, esos y esas que viven a la orilla
de la carretera que va hacia el Coyolar; esos y esas que viven en los barrancos
y que poco a poco han edificado sus casas sobre roca. La fe es el plato fuerte
de los y las pobres (Is. 42,6-7).
Aquí están guardados los
menesteres de labranza. La casa tiene techo de láminas enmohecidas, paredes de
plástico negro grueso con otras láminas enmohecidas. Madera roíza estructura el
armazón menesteroso de seguridad, el piso de tierra a desnivel como se hacen
los anfiteatros. En el fondo de la habitación está el altar, que lleva a todos
lados la funeraria con un Cristo tan rígido como el metal, color plateado, no
como el que se dejó crucificar por amor allá en el monte de la calavera o
Gólgota, un Cristo tan lleno de
humanidad y de amor con sus brazos abiertos, con un corazón liberado y empapado
de amor a la humanidad, parecido al siervo sufriente de Yahvéh del profeta
Isaías (Is. 42,1-4.6-7) y que los cristianos y cristianas identificamos en Jesús
que pasó toda su vida haciendo el bien, sanando y liberando de toda dolencia y
maldad (Hch. 10, 34-38).
Si es menester rezar por él, si
lo necesita. Allá estaba él, centrado, sencillo, callado, a penas imagen
borrosa de quien fue en su vida. Un Labrador de la tierra con siete hijos e
hijas y su esposa sola, rodeada de sus seres queridos. Don Felino, por su modo
de ser pudo pasar desapercibido, pero no fue así. El no fue sombra de hombre,
fue imagen y semejanza de Dios; él iba por la vida como uno más para recibir el
denario por su trabajo, iba en la multitud de fieles católicos viviendo y
celebrando su fe, en la pastoral de la “religiosidad popular”. Como Jesús iba
como uno más pero no fue uno más. Fue singular en la pluralidad de personas
comprometidas con el Evangelio.
Allá estaba él en medio de la luz
y de las luces, como su vida, llena de luz, en silencio humeante; como vela que se gasta para mantener la luz encendida. Él no era la luz, sino testigo de la
luz. La fotografía de su vida era borrosa pero se reconocía, rodeado de vida
truncada como las flores que adornaban el altar. Lo vi y lo reconocí porque
vino a mi memoria su presencia en el Templo los domingos y su paso lento en las
procesiones. Como dice el cuarto Evangelio: “Por medio de Moisés hemos recibido
la Ley, pero la verdad y el don amoroso nos llegó por medio de Jesucristo” (Jn.
1, 17).
Es menester regresamos al Puerto,
de salida y de llegada, la noche seguía fresca y su dulzura bajaba como aroma
escondida por la calle de Santa Adela. El corazón humano guarda silencio
mientras el cerebro se acelera queriendo comprender todo lo que la
contemplación le permite. Eso es imposible. Tenía razón San Agustín cuando
escribió el fruto de su meditación sobre el Misterio de Dios: “Nos has creado
para ti y nuestro corazón no descansará, hasta que descanse en ti”. Digamos
como San Pablo: “Pero yo no he hecho uso
de tales derechos ni tampoco les escribo ahora para reclamarles nada. ¡Antes
morir! Eso es para mí una gloria que nadie me podrá quitar. ¿Cómo podría
alardear de que anuncio el Evangelio? Estoy obligado a hacerlo, y ¡pobre de mí
si no proclamo el Evangelio! Si lo hiciera por decisión propia, podría esperar
recompensa, pero si fue a pesar mío, no queda más que el cargo. Entonces, ¿cómo
podré merecer alguna recompensa? Dando el Evangelio gratuitamente, y sin hacer
valer mis derechos de evangelizador” (1Cor. 9, 15-18).
No hay comentarios:
Publicar un comentario