Dice el canto que “después de la
tormenta viene la calma”, la paz, la bonanza o el tiempo sereno en el mar”.
Después de las mareas viene la calma. Nuestra vida está llena de tormentas y de
mareas, también hay en ella tiempos de paz, calma, bonanzas y bienaventuranzas.
María es una mujer bienaventurada y esa bienaventuranza, además de la pronuncia
por el ángel Gabriel como saludo, la reconocen y pronuncian dos mujeres de
pueblo como ella: Isabel y la desconocida que grita en medio de la multitud que
escucha e Jesús.
En el primer caso, “Isabel se llenó
del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: «
¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! (Lc. 1,
41-42) y, en el segundo caso la voz de esa desconocida bendice a María por
lo que ve y escucha en su hijo. La desconocida que grita en medio de la masa
del pueblo que escucha la Palabra de Dios en los labios de Jesús: “Mientras Jesús estaba hablando, una mujer
levantó la voz de entre la multitud y le dijo: « ¡Feliz la que te dio a luz y
te crió!» (Lc. 11, 27-28). El orgullo, bien entendido, es la alegría que
siente un padre o una madre por su hijo o hija. El orgullo aquí es felicidad,
no es sobre estima, sino alta estima (Sirácide 3, 4-7).
María es una mujer humana, una mujer libre
y comprometida con Dios y con el amor de un hombre (Mt. 1,18- 25), ella estaba
comprometida con José; ella es una madre que ama a su hijo, le ha dado su
propia humanidad, entre ella y su hijo hay un vínculo inseparable; María es Madre
de Jesús, Madre de Dios (Gal. 4, 4-7). María es creyente de la promesa de Dios
con su pueblo y de las enseñanzas de Jesús que no siempre comprende. María es
judía, nace y crece bajo la ley, pero es convertida a la nueva doctrina de su
Hijo, María es cristiana y vive su cristianismo en comunidad.
María es cristiana antes del cristianismo,
eso parece una barbaridad, pero no lo es porque ella lleva en su seno al Señor,
al ungido, al Mesías, al Cristo. Ella vive los valores del cristianismo antes
del nacimiento de Jesús. Ella lleva en su vientre la buena Nueva de Dios: “Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño
saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían
las promesas del Señor!» María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del
Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su
humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz (Lc. 1,
44-48). Ella es dichosa no sólo por haber llevado en su interior a Jesús,
sino por haber escuchado la Palabra de
Dios y haberla llevado a la práctica, a costa de sus planes personales, del
riesgo de su vida y su buen decir.
¿Por qué es la Primera cristiana? Porque
después del anuncio, lleva en su vientre y en su vida al Cristo, esperado por
muchos siglos, desde los tiempos del profeta Isaías (Is. 7, 10-14) y de Miqueas
(Mq. 5, -4). Ella, lleva en su vientre
al Mesías salvador, al ungido de Dios, al salvador del mundo. La gran señal que
Dios le da a los sabios de oriente, a los “magoi”, a los científicos
matemáticos, astrónomos y astrólogos es encontrar en una casa, en la periferia
de la ciudad de Belén Efrata a “una madre con su hijo en brazos” entraron a la
casa y lo adoraron (Mt. 2, 9-12).
Alégrate, bendita, dichosa y Feliz son
términos que expresan una bienaventuranza. María es una bienaventurada como persona
humana, como madre y como discípula. Una bienaventuranza es una bendición de un
ser humano sobre otro deseándole lo mejor que tiene y sale de su corazón. “La
bienaventuranza es la más alta de las bendiciones. Es una forma literaria que
aparece con mucha frecuencia en el Antiguo Testamento y que abundan en el
Nuevo”. Podemos obtener muchas bendiciones del cielo a través de nuestras
actitudes y conductas ajustadas a los criterios divinos; también podemos ser
portadores de mucha desventura y desaprobación.
Una bienaventuranza es una bendición. Paradójicamente
para Jesús son benditos y bienaventurados aquellos y aquellas que la sociedad
tiene como malditos, infelices, desgraciados,
como pobres, afligidos, despreciados, hambrientos, perseguidos,
migrantes, desempleados, niños y niñas, enfermos y enfermas etc. Todos aquellos
y aquellas que se encuentras sumidos y sumidas en situación de carencia y
precariedad. La lógica del reinado de Dios es paradójica. La bienaventuranza
con Jesús no nos viene por nuestro parentesco, “sino por nuestra capacidad de
llevar a la práctica los principios del Evangelio”. Por eso María es
bienaventurada no sólo por ser la madre de Jesús, sino por haber llevado a la
práctica y haber hecho vida los valores del Evangelio.
María es bienaventurada porque “ella fue la
primera que aceptó y escuchó la Palabra de Dios en el anuncio del ángel, con un
“Sí” incondicional”. Con su asentimiento de fe abrió la salvación para todo el
género humana y para toda la creación. María tiene un doble parentesco con
Jesús el biológico y el espiritual, por eso en la bienaventuranza de la
desconocida se une la bienaventuranza del Hijo a la Madre. En esta bienaventuranza
no sólo son bendecidos los hermanos y hermanas de Jesús, por ser sus parientes
cercanos, parte del mismo clan, sino también los hermanos y hermanas “de todos
los tiempos”, quienes somos sus discípulos y discípulas porque hemos creído sin
haber visto (Jn. 20, 28). La respuesta de Jesús, no disminuye a María, sino que
la exalta sobre todas las mujeres y hombres, que conociendo, no llevan a la
práctica la Palabra de Dios.
Bendecir es dar lo mejor que hay en nuestro interior a la persona que se bendice. Dios nos bendice siempre y esa bendición en su nombre es la que realizamos los seres humanos de distinta manera como las siguientes: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz (Nu.6, 24-26). Otra manera de bendecir a la persona que se ama es la siguiente: “Que tu ángel te acompañe”. Esta es la bendición que le da Tobit a su hijo Tobías antes de emprender el viaje que le ha encomendado. En nuestra tierra pedimos la bendición de la Virgen María de la siguiente forma:“Dulce Madre no te alejes, tu vista de mi no apartes, ven conmigo a todas partes y nunca sólo me dejes, como me quieres tanto, como Divina Madre que eres, haz que me Bendiga en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Amén.
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