¿Quién podrá creer la noticia que recibimos? Y la obra mayor de Yavé,
¿a quién se la reveló? (Is. 53,1). ¿Quién no ha sufrido en la vida?
¿Quién no ha sufrido alguna enfermedad? ¿Quién no se ha sentido excluido o
marginado por alguien? ¿Quién no ha deseado tener a alguien que le escuche o
consuele? ¿Quién no ha deseado sentirse respetado o amado alguna vez en su
vida? Si hemos vivido esto o todo esto somos personas normales y humanas, no
porque el dolor sea algo inevitable o quizá lo sea, si no porque el dolor tiene
en el ser humano dos reacciones. Una, indiferencia, apatía, insolidaridad,
resequedad, mecanismos de sobrevivencia y hasta cobardía. Dos, humanización de
nuestra condición humana, comprensión, tolerancia, solidaridad, compasión y
deseos de servir y amar a quienes sufren por alguna razón, circunstancia o
porque se encuentran en situaciones donde el horizonte se ha nublado: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras, una gran luz resplandeció" (Is. 8,23-9,3).
“Este ha crecido ante Dios como un retoño, como raíz en tierra seca. No
tenía brillo ni belleza para que nos fijáramos en él, y su apariencia no era
como para cautivarnos” (Is. 53,2). En este poema de Isaías, muchos siglos
antes, identificamos a Jesús. A Jesús se le acerca y sigue mucha gente. Es la
gente que sufre o se le hace sufrir, es la gente que siente en su cuerpo alguna
enfermedad o discapacidad, es esa masa que se hermana por el dolor, el
sufrimiento y la exclusión como el caso de los leprosos, los endemoniados, el
hombre de la mano seca o el paralítico, los ciegos, los pobres, las mujeres y
los niños y niñas El sufrimiento y el dolor nos hace una comunidad de hermanos
y hermanas que viven la misma suerte o desdicha. Toda esa gente busca a Jesús.
Jesús ejerce una enorme atracción “sobre la gente, sobre toda clase de gentes,
judíos, galileos, extranjeros venidos de los países limítrofes. La conducta de
Jesús, "las cosas que hacía", era como una fuerza que seducía a enormes
multitudes” (Mc. 3.7-11). Jesús hacía presente a Dios.
“Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y
familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve
la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él” (Is. 55, 3). Jesús
ve con otros ojos el dolor y el sufrimiento, ve a las personas que sufren, que
padecen como bienaventuradas. ¿Por qué si es humano, cien por ciento, humano, no
ve las cosas como las vemos? Porque Jesús ve la realidad humana desde el amor
misericordioso del Padre, porque ve a esa multitud desde la fe en un Dios que
ama preferentemente a las víctimas del desamor: “Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros
dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y
humillado, y eran nuestras faltas por
las que era destruido nuestros pecados, por los que era aplastado. El soportó
el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados (Is.53, 4-5).
“Vengan a mí quienes están
cansados y agobiados por la carga y yo los aliviaré”. “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados y yo los alivié.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde
de corazón y así encontrarán alivio, porque mi yugo es suave y mi carga
liviana” (Mt.11, 30).” Quien ama no engaña”, “quien manda no suplica” y “lo
prometido es deuda”. Ese es Jesús, ama, no engaña, manda a venir, no suplica
para curarnos, lo que promete lo cumple,
su amor es una deuda que sólo amando podemos pagar: “Fue maltratado y él se humilló y no dijo nada, fue llevado cual
cordero al matadero, como una oveja que permanece muda cuando la esquilan. Fue
detenido, enjuiciado y eliminado ¿y quién ha pensado en su suerte? Pues ha sido
arrancado del mundo de los vivos y herido de muerte por los crímenes de su
pueblo” (Is.53, 7-8). ¿Quién está dispuesto o dispuesta a darse sin pedir
nada a cambio? ¿Quién hace suyo el dolor para hacer más llevadera la carga de
las personas oprimidas?
Ante esa multitud de hombres y
mujeres que buscan a Jesús para alcanzar alivio de sus penas, entre las que nos
encontramos quienes leemos esté artículo, encuentran en él palabras de consuelo
y acciones solidarias de salvación, de perdón, de liberación y ánimo, Jesús
carga nuestros dolores y sufrimientos, es él quien “revela en palabras, en
gestos, en milagros y en signos concretos, el rostro amoroso de Dios, que es
Padre”. Jesús es el siervo sufriente de Yavé: “Fue sepultado junto a los malhechores y su tumba quedó junto a los
ricos, a pesar de que nunca cometió una violencia ni nunca salió una mentira de
su boca… Después de las amarguras que haya padecido su alma, gozará del pleno
conocimiento. El Justo, mi servidor, hará una multitud de justos, después de
cargar con sus deudas. Por eso, le daré en herencia muchedumbres y lo contaré
entre los grandes, porque se ha negado a sí mismo hasta la muerte y ha sido
contado entre los pecadores, cuando llevaba sobre sí los pecados de muchos e
intercedía por los pecadores” (Is. 53, 9-12).
Fue tenido y condenada como
malhechor sin serlo; fue sepultado entre los ricos sin serlo; fue víctima de la
violencia sin ser violento; fue tenido como mentiroso, sin decir mentiras; fue
tenido como charlatán aunque siempre dijo la verdad. Murió para darnos la vida.
Sufrió para liberarnos. Como la semilla que cae, dará una nueva cosecha. Una
multitud de personas justas, que aman la justicia y el derecho. Que aman a las
personas pobres por ser excluidas, que aman a las personas que sufren porque
completan en sus cuerpos la pasión y la compasión de Jesucristo. Se ha negado a sí mismo, ha sido tratado como
pecador y blasfemo, impuro, comilón, loco y bebedor por amor a su pueblo, que
es el pueblo de Dios. La manera de actuar de Jesús suscita controversia,
escándalo y rechazo, él tiene un modo distinto de ver a las personas, las ve
como hijas de Dios (Mc. 2, 13-17).
No hay comentarios:
Publicar un comentario