Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

19 de febrero de 2014

Recogiendo las migajas de la fe verdadera (Mc. 7, 24-30).

Siempre me ha llamado la atención esa mujer y quiero saber más de ella. Hoy caí en la cuenta de que no es judía, pues Jesús anda incursionando por territorio pagano; anda caminando por la región Fenicia de Tiro. Ella es griega de cultura, Sirofenicia de país y Cananea de territorio geográfico. Tiene muchas identidades nacionales; ella es pagana porque no es judía. Como en muy pocas ocasiones, “ella es una mujer que habla”, da sus puntos de vista aunque no se los pregunten y cuando habla lo hace con tanta convicción, con aplomo y libertad que hace temblar la tierra y a cuantos están alrededor de ella, escuchándola, como es el caso de Jesús. Este Evangelio (Mc 7, 24-30), nos trae el suceso de la mujer gentil siro-fenicia, donde se destaca la fe de esta gentil frente al fariseísmo judío. Esto ocurre en la comarca de Tiro y Sidón, provincia romana de Siria. Esta mujer le pone los puntos a las íes, sin temor alguno. Tiro significa “Roca” y se encuentra en la región actual del Líbano.

La antesala de este encuentro entre Jesús y la mujer griega es la polémica que tiene con los representantes de la religión oficial y los ritos heredados por tradición de los antiguos: Ley mosaica versus tradiciones judías: Purificación externa y Corbán: “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras? O, dicho de otro modo sin lavárselas. El lavado de las manos estaba ligada al culto, como pureza ritual y legal, exigida por la Ley de Moisés sólo a los sacerdotes  en el servicio del Templo. Esta ley se hizo extensiva a los no sacerdotes, es decir a los laicos, por una tradición rabínica. Con esta pureza legal se quería evitar la impureza en el contacto con la gente pecadora e impura en la calle. Jesús les llama hipócritas a estos hombres honorables, intachables y muy celosos de las tradiciones de sus padres, citando al profeta Isaías. Estas tradiciones humanas anulan el mandato de Dios (Mc. 7, 1-13).

Tiro y Sidón que están en territorio cananeo es ahora una provincia romana: Syria. Syria es vecina de Palestina. A esta mujer que se le conoce en el Evangelio por su fe:”Entonces Jesús le dijo: «Puedes irte; por lo que has dicho el demonio ya ha salido de tu hija.» Cuando la mujer llegó a su casa, encontró a la niña acostada en la cama; el demonio se había ido” (Mc. 7,29-30).  No se le conoce el nombre y creo que nunca se lo conoceremos, sólo sabemos que es mujer extranjera, que es madre de una niña y que esa niña está enferma, está poseída por un espíritu inmundo. Además, sabemos que es una madre que sufre, que vive en angustia y que hace y soporta todo por su hija. La respuesta que le da Jesús no es “un beso dulce en la mejilla”. Su horizonte es su hija. Su todo es su hija. Este dolor y esta desesperación de madre la han llevado hasta Jesús y ponerle frente a él. Ella se postra ante él, con respeto. Para esta mujer “la fe no tiene nacionalidad”, ni fronteras geográficas o religiosas. Entonces, el ser humano no existe sólo por el nombre, sino también por las acciones audaces y desafiantes que le hacen ocupar un lugar en la historia, como esta mujer cananea (Mt. 15, 22). Ella también necesita ser curada.

Los nombres en la Biblia no siempre representan a personas individuales, sino a pueblos y las genealogías las relacionan en  parentesco. Canaán es el nombre más antiguo de la región, es el nombre de uno de los hijos de Cam y por lo tanto se extiende a un pueblo y a la región que habitan: “Pues el arco estará en las nubes; yo al verlo me acordaré de la alianza perpetua entre Dios y todo ser terrestre, con todo ser animado que vive en una carne.» Y dijo Dios a Noé: «Esta es la señal de la alianza que yo he establecido entre mí y todo ser terrestre.»  Los hijos de Noé que salieron del arca fueron Sem, Cam y Jafet. Cam es el padre de Canaán. Esos tres son los hijos de Noé, y de éstos se pobló toda la tierra”. (Gen. 9,18; 9, 22; 9, 25-27). Los judíos son descendientes de Sem, hermano de Cam y Jafet. La genealogía pone a Jesús y a la mujer cananea como parientes lejanos, lejanos pero parientes que la historia de sus pueblos había alejado.

Canaán también nos remite a un territorio habitado antes de los israelitas, es la llamada tierra prometida: "Envía hombres adelante para que exploren esa tierra de Canaán que voy a darles a los israelitas. Cada tribu elija como representante a uno de sus jefes".  (Núm. 13,2-33). La conquista de la tierra de Canaán, cuando el pueblo de Dios llegó a esa región después de la esclavitud en Egipto, los cuarenta años en el desierto y posteriormente su llegada a la tierra prometida: “Así habla Yavé: Este es el territorio que se repartirán entre las doce tribus de Israel (darán dos porciones a José). Todos tendrán su parte porque juré a sus padres, con la mano en alto, que les daría este país: su herencia”.  (Núm. 34, 3-12 y Ez. 47, 15-20). Canaán es la tierra de promisión, es la tierra que mana leche y miel.

Muchos siglos después Isaías profetiza contra Canaán y Tiro y lo hace a través de este poema (Is. 23, 1-18).Tiro es el gran puerto a las puertas de Palestina, era un gran centro de comercio internacional. Fenicia era conocida antiguamente por Canaán y es una región territorial que abarca los actuales Israel, Syria y Líbano. Fenicia es un nombre griego (fóinix que significa púrpura), y se les da ese nombre a los vendedores de género teñidos de púrpura. “Los fenicios fueron marinos que comerciaban con Egipto, y más tarde con Grecia y todos los demás países del Mediterráneo. Los fenicios eran cananeos (Gen. 10, 15; Is. 23, 11), empujados por la invasión hebrea hacia la angosta franja costera que siguieron llamando Canaán”.

Ella es cananea y fenicia y ha escuchado hablar de ese hombre judío que anda por su Patria, por su tierra y que quiere pasar inadvertido por esos territorios: “Entró en una casa, pues no quería que nadie se enterara de que estaba ahí, pero no pudo pasar inadvertido”  ¿Cómo quiere Jesús pasar inadvertido sabiendo la gente como es? Su fama se extendió más allá de Palestina. Él es un pozo, un manantial, una fuente de vida y de salud sin distinciones de razas, género, religión o cultura. Él sana a la persona sea de la cultura que sea y tenga la religión que tenga.  Su humanidad y su bondad están por encima de sus convicciones religiosas. Para Jesús los seres humanos y especialmente aquellos seres que sufren están por encima de cualquier idea y sentimiento que genere la religión y sus prácticas excluyentes. En la misma región pagana sana a un hombre sordo y tartamudo (Mc. 7, 31-37).

En tierras paganas, Jesús no predica, no habla sobre el reinado de Dios, no adoctrina; solamente cura, sana, reincorpora, hace el bien y quizá sea esa la mejor forma de vivir sus convicciones religiosas. En el judaísmo existía el convencimiento de que los judíos eran los preferidos de Dios, era el pueblo de la alianza, del pacto, aunque la salvación alcanzaría también, en segundo lugar, a los demás pueblos. “Porque el desenlace final es que la niña quedó sana. Jesús curó a aquella mujer pagana, lo mismo que había curado a tantos judíos o personas de otro origen o religión”.

Quizá no llegue a saber más  de ella, pero sé que encausó la misión de Jesús y que  gracias a su aplomo y a su fe, Jesús se hizo un hombre universal. Jesús acaba de tener grandes tensiones y polémicas con los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, sobre algunas tradiciones judías, especialmente las referidas a la purificación legal y  sobre el Corbán (ofrenda en arameo); lo puro y lo impuro; sobre las abluciones (lavado y purificación por medio del agua) y la pureza legal. En Syria Jesús recibió la respuesta de quien tiene fe no por tradición, sino por convicción. Gracias mujer griega, sirofenicia y cananea por habernos abierto las puertas de la fe y la salvación (Gal. 3,26-ss).

6 de febrero de 2014

La luz formaba una estrella y nos has colmado de alegría (Mt. 2, 1-14)

La paz, el respeto y la tolerancia cubrían todo el país. Amaneció y atardeció el día dos de febrero, la luz formaba una estrella en el horizonte de todos aquellos y aquellas que esperamos la continuidad del cambio. Esperamos ver realizado aquello por lo que tanto hemos luchado y esperado, que el reinado de Dios, su proyecto se aúne con el nuestro: Una sociedad de hombres y mujeres libres alejadas del temor y el engaño, que toman sus decisiones sin que se les compre sus voluntades. Una sociedad de equidad y no de exclusión. Una sociedad donde nos veamos a los ojos como hermanos y hermanas y no como adversarios ni enemigos. Una sociedad donde el pan sea para todos y todas, que baje de los banquetes al suelo; una sociedad con salarios justos y con igualdad de oportunidades. Una sociedad donde el discurso busque la reconciliación, la unidad, el respeto, la tolerancia, la paz y la justicia; una sociedad donde la democracia se siga consolidando: “El pueblo que caminaba en la noche divisó una luz grande; habitaban el oscuro país de la muerte, pero fueron iluminados. Tú los has bendecido y multiplicado, los has colmado de alegría. Es una fiesta ante ti como en un día de siega, es la alegría de los que reparten el botín. Pues el yugo que soportaban y la vara sobre sus espaldas, el látigo de su capataz, tú los quiebras como en el día de Madián. Los zapatos que hacían retumbar la tierra y los mantos manchados de sangre van a ser quemados: el fuego los devorará” (Is. 9,1-4)

Por muchas décadas el país y el pueblo caminó en la oscuridad de los feudos, en las veredas de los cafetales, algodonales y cañales; habitábamos en el país de la oscuridad y de los escuadrones de la muerte, de la desnutrición, la ignorancia y el olvido. Ignominia nunca más; nos has liberado del yugo oligárquico, del reclutamiento forzoso, del sometimiento de los capataces en las fincas; las botas lustradas de los militares y sus dictaduras hacían retumbar toda la tierra de América Latina; los muros fueron nuestras pizarras y nuestras voces; la tierra y los mantos de sus banquetes manchados de sangre inocente y trabajadora fueron quemados. Las manifestaciones y la toma de las iglesias quebraban el silencio de su hipocresía cristiana. El fuego de tu justicia y el fuego redimido de nuestra dignidad, abrieron las puertas de la libertad y la democracia a fuerza de martillos y yunques.

Dios nos ha invitado, desde siempre, “a toda la humanidad a asumir como propio el proyecto del Reino, de retarle, en libertad y sinceridad, a una manera nueva ser hombre y mujer, de ser creación y sociedad”, Isaías también tiene sueños, tiene utopías, como ser humano aspira a “Un Más” de la realidad, Dios ve y escucha la realidad de su pueblo y nos da una misión a aquellos y aquellas que sin dejar de ser pueblo tenemos la responsabilidad de conducirlo a un Proyecto de Nación: “En el momento oportuno te atendí, al día de la salvación, te socorrí. Quise que fueras la alianza del pueblo, que reconstruyeras el país, y entregaras a sus dueños las propiedades destruidas. Dirás a los prisioneros: « ¡Salgan!», a los que están en la oscuridad: «Salgan a la luz.» A lo largo del camino pastarán y no les faltará el pasto ni en los cerros pelados. No padecerán hambre ni sed, y no estarán expuestos al viento quemante ni al sol; pues el que se compadece de ellos los guiará y los llevará hasta donde están las vertientes de agua. Haré caminos a través de las montañas y pavimentaré los senderos…  Y ahora vuelven del país lejano, otros del norte y del oeste, aquéllos del sur de Egipto. Cuando tu madre te olvide  ¡Cielos, griten de alegría! ¡Tierra, alégrate! Cerros, salten y canten de gozo porque Yavé ha consolado a su pueblo y se ha compadecido de los afligidos (Is. 49, 8-13). Dios nos cubrió con sus mantos, unos de tierra, otros de noche; unos de clandestinaje, otros de silencio combativo. Dios amó a sus hijos e hijas e  hizo menos inhumana la matanza, forzando con su aliento la paz y los acuerdos.

Las utopías no sólo se piensan como en el pasado, sino que se hacen, se siembran, se construyen, de arman y se defienden cuando se actúa y se opta por conciencia cristiana, social y política. La utopía no es un manto inmaculado, es decir, sin manchas, que el viento ondea y extiende como bandera en un espacio sin fronteras, sino que es ese mismo manto, al que hay que quitarle las manchas de la muerte y de la violencia, de la inseguridad y el hambre, que cubra toda la tierra liberada del mal y bendecida por el amor: “Yo, Yavé, te he llamado para cumplir mi justicia, te he formado y tomado de la mano, te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para todas las naciones. Para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los presos de la cárcel, y del calabozo a los que yacen en la oscuridad” (Is. 42, 6-7). Como cristianos y cristianas, en esta ardua tarea y en esta coyuntura específica que nos toca vivir, debemos luchar por la justicia, la unidad, la transparencia, la concientización, la libertad y la lucha contra el mal y la corrupción.

Quizá las personas de generaciones pasadas le aportamos a las presentes y venideras las utopías, pero ellas, las de hoy, nos aportan su fuerza, su dinamismo y sus ilusiones: Los tiempos han cambiado, lo que no cambia es la acción de Dios a favor de su pueblo. De ese pequeño resto que tiene una fe sencilla, profunda y cimentada sobre roca nace el futuro: «Hacía mucho tiempo que estaba en silencio, me callaba y aguantaba. Como mujer que da a luz me quejaba, me ahogaba y respiraba entrecortado. Ahora voy a talar los montes y los cerros, a secar toda la vegetación; convertiré los ríos en pantanos y secaré las lagunas. Haré andar a los ciegos por el camino desconocido y los guiaré por los senderos. Cambiaré ante ellos las tinieblas en luz y los caminos de piedras en pistas pavimentadas. Todo esto es lo que voy a hacer, y lo haré sin falta.» (Is. 42, 14-16)

Seguimos haciendo la historia con nuestras decisiones libres y conscientes. La libertad se tiñe de rojo y la paz sigue vestida de blanco. Gracias Señor por esta gran fiesta nacional a la que hemos sido convidados todos y todas. La paz, el respeto y la tolerancia cubrían todo el país: “Es poco que seas mi siervo sólo  para restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de Israel; te voy a convertir en luz de la naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra” (Is. 49, 6). “Ser pre-cursor de Jesús” hoy no puede entenderse sino como precursor del Reino, de la Utopía de Jesús. Jesús no necesita que alguien vaya delante anunciándole a él, porque él mismo nunca se anunció a sí mismo. Él vino para hacernos mirar hacia el Reino, no hacia él”. Miremos hacia adelante, no hacia atrás. Miremos hacia el frente, no hacia el retroceso.

4 de febrero de 2014

¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca!

En el ocaso del día primero, el sol se despidió más o menos temprano. La luna y las estrellas llenaban el cielo oscuro y lejano. Como anonadados por la grandeza contemplamos el cielo estrellado y leímos sus anotaciones: El arado, las siete cabritas, el cuero de venado, los ojos de Santa lucía, la osa mayor, y el valiente Orión. Es sabroso dormir bajo las sábanas del cielo y en una hamaca silenciosa. El cielo es como una libreta de anotaciones.

Anocheció y amaneció el día segundo. El cielo oscuro y estrellado mostraba la grandeza de nuestro Dios. Las luciérnagas jugaban al escondite, los grillos lloraban en su soledad, y el viento acariciaba con su frescura la redondez y la desnudez de la tierra. Las luces se apagaron, pero el sueño se había ido por la vereda, no estaba en nuestra compañía. Los cielos de verano en el campo son como el día, no hay nada oculto ni de noche ni de día. La sabiduría de Dios anida en la tierra como los pájaros anidan a sus crías en los nidos.

La sabiduría de Dios es inmanente: “Toda sabiduría viene del Señor, y está con él para siempre. ¿Quién puede contar la arena de los mares, las gotas de la lluvia y los días de la eternidad? ¿Quién puede medir la altura del cielo, la extensión de la tierra, el abismo y la sabiduría? Antes que todas las cosas fue creada la sabiduría y la inteligencia previsora, desde la eternidad. El manantial de la sabiduría es la palabra de Dios en las alturas, y sus canales son los mandamientos eternos. ¿A quién fue revelada la raíz de la sabiduría y quién conoció sus secretos designios? ¿A quién se le manifestó la ciencia de la sabiduría y quién comprendió la diversidad de sus caminos? Sólo uno es sabio, temible en extremo: el Señor, que está sentado en su trono. El mismo la creó, la vio y la midió, y la derramó sobre todas sus obras: la dio a todos los seres humanos, según su generosidad, y la infundió abundantemente en aquellos que lo aman” (Eclesiástico 1, 1-10).

La oscuridad le había dado paso a la luz; la noche al día, las estrellas junto a la luna habían abandonado el espacio para que el sol hiciera su recorrido sin obstáculos y contratiempos. En la cocina de la casa ya había fuego, olor a humo, olor a madera quemada. El café negro, humeante y dulce parecía apaciguado en una taza, sobre la mesa y la voz que siempre invita a acercarnos: Vengan a tomar café. ¡Qué bonito el morenito que nos despierta con su aroma y nos da energía todo el día!

Bajábamos de la comunidad a prisa pero sin imprudencias, tenemos todo el día para llegar a nuestro destino. Hacía varias horas se había despertado el silencio. La paz de la noche era un recuerdo, con el sol todo era movimiento. Señor Dios en el día, tu luz ilumina nuestros pasos. La luz alta, lámpara del cielo, lo descubre todo, lo ilumina todo: “Entonces los ojos de los ciegos se despegarán, y los oídos de los sordos se abrirán,  los cojos saltarán como cabritos y la lengua de los mudos gritará de alegría. Porque en el desierto brotarán chorros de agua, que correrán como ríos por la superficie.  La tierra ardiente se convertirá en una laguna, y el suelo sediento se llenará de vertientes (Is. 35, 5-7a).

Tu amor ha salido a nuestro encuentro y ahora somos nosotros y nosotras quienes venimos a buscarte Señor en este páramo, convertido en jardín. En este monte, lugar de nuestro encuentro: “Que se alegren el desierto y la tierra seca, que con flores se alegre la pradera. Que se llene de flores como junquillos, que salte y cante de contenta, pues le han regalado el esplendor del Líbano y el brillo del Carmelo y del Sarón. Ellos a su vez verán el esplendor de Yavé, todo el brillo de nuestro Dios. Robustezcan las manos débiles y afirmen las rodillas que se doblan” (Is. 35, 1-3).  El calor siempre es asfixiante y el aire caliente entorpece la respiración y hasta el sudor refresca las piedras que lo evaporaban.

En ese ambiente con olor a verano, con olor a resequedad, a hojas secas y tostadas, en ese ambiente que transpira verano, su presencia siempre estaba ahí, silenciosa, animando, dándonos fuerza; ese ambiente que dura seis meses sin tregua, ese ambiente que sólo se debilita a la orilla de los ríos con la sombra del imponente y siempre verde Almendro macho; bajábamos llenos y llenas de alegría sin parar de hablar y sin parar de caminar. La plática se escuchaba desde lejos, era la señal del movimiento oculto en los barrancos. No se puede ir en silencio cuando se lleva un mensaje en el corazón. El camino de bajada siempre se hace más corto. Del Filo serpentea la vereda hacía el río. La otra casa al otro lado nos espera en la ribera del  río.

Volvimos a la ciudad, por el camino polvoso del regreso, pero todo nuestro ser venía iluminado por las luciérnagas del campo: Pequeñas, solas, aisladas, que se reúnen por las noches para compartir su luz, esa luz que se alimenta de la luz del evangelio, porque cada día  a cada día, y toda noche a toda noche le comparte la Buena Nueva con alegría. Las luciérnagas y los grillos nos evangelizaron con sus vidas y sus cantos: “la palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. También a mí me instruyen: observarlos es muy provechoso. Pero ¿Quién advierte sus propios errores? Purifícame de las faltas ocultas. Presérvame, además, del orgullo, para que no me domine; entonces seré irreprochable y me veré libre de ese gran pecado. ¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!” Leer Sal. 19.