Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

6 de febrero de 2014

La luz formaba una estrella y nos has colmado de alegría (Mt. 2, 1-14)

La paz, el respeto y la tolerancia cubrían todo el país. Amaneció y atardeció el día dos de febrero, la luz formaba una estrella en el horizonte de todos aquellos y aquellas que esperamos la continuidad del cambio. Esperamos ver realizado aquello por lo que tanto hemos luchado y esperado, que el reinado de Dios, su proyecto se aúne con el nuestro: Una sociedad de hombres y mujeres libres alejadas del temor y el engaño, que toman sus decisiones sin que se les compre sus voluntades. Una sociedad de equidad y no de exclusión. Una sociedad donde nos veamos a los ojos como hermanos y hermanas y no como adversarios ni enemigos. Una sociedad donde el pan sea para todos y todas, que baje de los banquetes al suelo; una sociedad con salarios justos y con igualdad de oportunidades. Una sociedad donde el discurso busque la reconciliación, la unidad, el respeto, la tolerancia, la paz y la justicia; una sociedad donde la democracia se siga consolidando: “El pueblo que caminaba en la noche divisó una luz grande; habitaban el oscuro país de la muerte, pero fueron iluminados. Tú los has bendecido y multiplicado, los has colmado de alegría. Es una fiesta ante ti como en un día de siega, es la alegría de los que reparten el botín. Pues el yugo que soportaban y la vara sobre sus espaldas, el látigo de su capataz, tú los quiebras como en el día de Madián. Los zapatos que hacían retumbar la tierra y los mantos manchados de sangre van a ser quemados: el fuego los devorará” (Is. 9,1-4)

Por muchas décadas el país y el pueblo caminó en la oscuridad de los feudos, en las veredas de los cafetales, algodonales y cañales; habitábamos en el país de la oscuridad y de los escuadrones de la muerte, de la desnutrición, la ignorancia y el olvido. Ignominia nunca más; nos has liberado del yugo oligárquico, del reclutamiento forzoso, del sometimiento de los capataces en las fincas; las botas lustradas de los militares y sus dictaduras hacían retumbar toda la tierra de América Latina; los muros fueron nuestras pizarras y nuestras voces; la tierra y los mantos de sus banquetes manchados de sangre inocente y trabajadora fueron quemados. Las manifestaciones y la toma de las iglesias quebraban el silencio de su hipocresía cristiana. El fuego de tu justicia y el fuego redimido de nuestra dignidad, abrieron las puertas de la libertad y la democracia a fuerza de martillos y yunques.

Dios nos ha invitado, desde siempre, “a toda la humanidad a asumir como propio el proyecto del Reino, de retarle, en libertad y sinceridad, a una manera nueva ser hombre y mujer, de ser creación y sociedad”, Isaías también tiene sueños, tiene utopías, como ser humano aspira a “Un Más” de la realidad, Dios ve y escucha la realidad de su pueblo y nos da una misión a aquellos y aquellas que sin dejar de ser pueblo tenemos la responsabilidad de conducirlo a un Proyecto de Nación: “En el momento oportuno te atendí, al día de la salvación, te socorrí. Quise que fueras la alianza del pueblo, que reconstruyeras el país, y entregaras a sus dueños las propiedades destruidas. Dirás a los prisioneros: « ¡Salgan!», a los que están en la oscuridad: «Salgan a la luz.» A lo largo del camino pastarán y no les faltará el pasto ni en los cerros pelados. No padecerán hambre ni sed, y no estarán expuestos al viento quemante ni al sol; pues el que se compadece de ellos los guiará y los llevará hasta donde están las vertientes de agua. Haré caminos a través de las montañas y pavimentaré los senderos…  Y ahora vuelven del país lejano, otros del norte y del oeste, aquéllos del sur de Egipto. Cuando tu madre te olvide  ¡Cielos, griten de alegría! ¡Tierra, alégrate! Cerros, salten y canten de gozo porque Yavé ha consolado a su pueblo y se ha compadecido de los afligidos (Is. 49, 8-13). Dios nos cubrió con sus mantos, unos de tierra, otros de noche; unos de clandestinaje, otros de silencio combativo. Dios amó a sus hijos e hijas e  hizo menos inhumana la matanza, forzando con su aliento la paz y los acuerdos.

Las utopías no sólo se piensan como en el pasado, sino que se hacen, se siembran, se construyen, de arman y se defienden cuando se actúa y se opta por conciencia cristiana, social y política. La utopía no es un manto inmaculado, es decir, sin manchas, que el viento ondea y extiende como bandera en un espacio sin fronteras, sino que es ese mismo manto, al que hay que quitarle las manchas de la muerte y de la violencia, de la inseguridad y el hambre, que cubra toda la tierra liberada del mal y bendecida por el amor: “Yo, Yavé, te he llamado para cumplir mi justicia, te he formado y tomado de la mano, te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para todas las naciones. Para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los presos de la cárcel, y del calabozo a los que yacen en la oscuridad” (Is. 42, 6-7). Como cristianos y cristianas, en esta ardua tarea y en esta coyuntura específica que nos toca vivir, debemos luchar por la justicia, la unidad, la transparencia, la concientización, la libertad y la lucha contra el mal y la corrupción.

Quizá las personas de generaciones pasadas le aportamos a las presentes y venideras las utopías, pero ellas, las de hoy, nos aportan su fuerza, su dinamismo y sus ilusiones: Los tiempos han cambiado, lo que no cambia es la acción de Dios a favor de su pueblo. De ese pequeño resto que tiene una fe sencilla, profunda y cimentada sobre roca nace el futuro: «Hacía mucho tiempo que estaba en silencio, me callaba y aguantaba. Como mujer que da a luz me quejaba, me ahogaba y respiraba entrecortado. Ahora voy a talar los montes y los cerros, a secar toda la vegetación; convertiré los ríos en pantanos y secaré las lagunas. Haré andar a los ciegos por el camino desconocido y los guiaré por los senderos. Cambiaré ante ellos las tinieblas en luz y los caminos de piedras en pistas pavimentadas. Todo esto es lo que voy a hacer, y lo haré sin falta.» (Is. 42, 14-16)

Seguimos haciendo la historia con nuestras decisiones libres y conscientes. La libertad se tiñe de rojo y la paz sigue vestida de blanco. Gracias Señor por esta gran fiesta nacional a la que hemos sido convidados todos y todas. La paz, el respeto y la tolerancia cubrían todo el país: “Es poco que seas mi siervo sólo  para restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de Israel; te voy a convertir en luz de la naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra” (Is. 49, 6). “Ser pre-cursor de Jesús” hoy no puede entenderse sino como precursor del Reino, de la Utopía de Jesús. Jesús no necesita que alguien vaya delante anunciándole a él, porque él mismo nunca se anunció a sí mismo. Él vino para hacernos mirar hacia el Reino, no hacia él”. Miremos hacia adelante, no hacia atrás. Miremos hacia el frente, no hacia el retroceso.

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