Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

26 de septiembre de 2013

Dios es asombroso.

Nuestra mirada siempre está dirigida al cielo desde la tierra. Cuando el ser humano deja de mirar al cielo, pierde su horizonte y sus aspiraciones. Deja de contemplar la grandeza de Dios y cuando abaja su mirada, sólo ve tierra, su origen, y abismos, su destino sin Dios.

Para el salmista, “el temor del Señor es un diamante, que dura para siempre; los juicios del Señor son verdad, y todos por igual se verifican. Son más preciosos que el oro, valen más que montones de oro fino; más que la miel es su dulzura, más que las gotas del panal. También son luz para tu siervo, guardarlos es para mí una riqueza. Pero, ¿quién repara en sus deslices? Límpiame de los que se me escapan. Guarda a tu siervo también de la soberbia, que nunca me domine. Así seré perfecto y limpio de pecados graves.  ¡Ojalá te gusten las palabras de mi boca, esta meditación a solas ante ti, oh Señor, mi Roca y Redentor! (Sal 18,10-15).       

Desde niño me enseñaron a mirar al cielo y pude contemplar los cielos estrellados de verano, noches claras como el día; pude contemplar los amaneceres nublosos e iluminados de invierno y aprendí a extender mis manos al cielo para rezar: “Luna deme pan, si no tenés anda al volcán”. Pero la luna tan llena e iluminada sólo era mensajera de alguien distinto a ella y a mí; mi Padre era Dios: Hoy puedo confesar: “los cielos cuentan la gloria del Señor, proclama el firmamento la obra de sus manos. Un día al siguiente le pasa el mensaje y una noche a la otra se lo hace saber. No hay discursos ni palabras ni voces que se escuchen, más por todo el orbe se capta su ritmo, y el mensaje llega hasta el fin del mundo (Sal. 18, 1-5).
Aprendí quién era Dios contemplando la obra de sus manos y conocí a Jesús de Nazaret escuchando su Palabra, porque él es la Palabra de Dios hecho ser humano. Dios se ha hecho ser humano por mí, quiere que lo ame desde lo que soy. Dios es asombroso y Jesús es admirable por su humanidad. El ser humano está llamado a traslucir a Dios en Jesús.

Dos cosas quiero pedir al Señor como lo expresa el Salmo 100: “Dame,  Señor, tu bondad y tu Justicia”. Así como una criatura extiende su mano a su padre o a su madre para pedirle lo que necesita: Amor, seguridad, confianza, alimento; también los cristianos y cristianas debemos extenderle la mano a Dios, para pedirle a Yahvéh, lo que tanto necesitamos para humanizar más nuestras relaciones interpersonales, nuestras relaciones sociales, nuestras relaciones económicas y políticas: Bondad y justicia, valores y actitudes casi extintas de nuestro quehacer y de nuestro credo religioso.

El salmista desea cantar la bondad y la justicia como se canta un canto de alabanza a aquel que es nuestra razón de ser; la bondad y la justicia no sólo son un canto de la creatura, sino la música que llega al cielo. Música agradable a los oídos de Dios. La bondad y la justicia son el camino perfecto de una religión que busca alabar, bendecir, hacer reverencia y servir a Dios como Señor de todos los pueblos y de todos los seres humanos. Si las religiones son caminos, opciones posibles hacia Dios, la bondad y la justicia es lo que les da consistencia, es decir, les da a las religiones “propiedad de lo que es duradero, estable y sólido”.

La bondad y la justicia nos hacen tener una recta conciencia y nos separan de asuntos indignos y acciones criminales: “Dame,  Señor, tu bondad y tu Justicia”. Por bondad y justicia he de callar al que difama a su prójimo o prójima. La integridad de la persona es sagrada y se debe defender como un valor moral que nos hace ser verdaderas personas creyentes. Quien difama es cobarde porque usa el anonimato para decir en lo oculto, en lo oscuro, lo que debería decir “cara a cara”, en pleno día, a la persona afectada. Decir las cosas cara a cara es también justicia y bondad.

Dios en su bondad nos hizo personas bondadosas, personas con calidad de buenas, con tendencia hacia lo bueno. En la obra de Dios no hay maldad: “En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” (Gen. 1, 1-2). Cuando todo comenzó, allá en el principio, cuando no existía nada porque nada había, sino sólo La Nada, que es la no existencia, el vacío y el caos; Dios crea lo más alto de la creación y lo más hermoso de ella: El cielo y la tierra. La nada quiere hacer desaparecer a Dios, porque “la nada es la inexistencia, la ausencia absoluta de cualquier ser o cosa”.
Entre el cielo y la tierra todo es posible. “Entre la cielo y el tierra” se da una relación de amor y brota la vida. “La cielo se viste de gala con su vestido de noche y brillos de estrellas; abraza al tierra que reposa y descansa; el tierra la hace suya.  Este amor fértil, este amor apasionado que hace al hombre ver estrellas y a la mujer la hace dormir abrazada y enamorada en la tierra, es el principio de la creación de Dios.

Al principio existía lo que existía pero no era el principio creador, porque el principio creador aleteaba sobre la superficie del caos, del desorden, de la no existencia. La confusión no puede ser el principio; la nada no puede ser el principio;  las tinieblas no pueden ser el principio; los abismos no pueden tampoco serlo, sino el Espíritu de Dios que aletea sobre la calma del mar dormido, de las aguas fecundas de muerte y vida, de los amaneceres pintados de luz, al comienzo de un nuevo día.

Cuando no existía nada de lo que hoy existe, dice el hagiógrafo bíblico, todo era confusión, no había nada, las tinieblas cubrían los abismos mientras el Espíritu de Dios aletea sobre las aguas. El Dios libre que por amor hace personas libres aletea con su espíritu, con su aliento al “Gigante dormido” para que aire, tierra y agua se unan al proyecto de la bondad y la justicia en un ser humano que extiende su mano pidiendo siempre al Padre bondad y justicia.

Confieso desde la grandeza de este Dios creador y desde mi ser criatura creada que un corazón bondadoso y justo reconoce: “Del Señor es la tierra y lo que contiene, el mundo y todos sus habitantes; pues él la edificó sobre los mares, y la puso más arriba que las aguas. ¿Quién subirá a la montaña del Señor? ¿Quién estará de pie en su santo recinto? El de manos limpias y de puro corazón, el que no pone su alma en cosas vanas ni jura con engaño. Ese obtendrá la bendición del Señor y la aprobación de Dios, su salvador”  (Sal.24, 1-5).


Terminemos este texto citando a San Agustín, un hombre que se convirtió al cristianismo, que hizo cambios radicales en su vida y entró en un proceso de conversión y de búsqueda incansable de la verdad: “Interroga a la belleza de la tierra, del mar, del aire amplio y difuso. Interroga a la belleza del cielo…, interroga todas estas realidades. Todas te responderán: ¡Míranos: Somos bellos! Su belleza es como un himno de alabanza. Estas criaturas tan bellas, si bien son mutables, ¿quién la ha creado, sino la Belleza inmutable?” Dice el Papa Benedicto XVI: “Pienso que debemos recuperar y hacer recuperar al hombre de hoy la capacidad de contemplar la creación, su belleza, su estructura”.

12 de septiembre de 2013

“La humildad es transparente como el agua”.

Dios es amor y “el amor es una relación de donación y gratuidad”. Dios se humaniza en lo humano, lo humano está llamado a la humildad y a la gratuidad agradecida. Desde su encarnación Dios opta por las personas humildes. La relación que Dios quiere establecer con los seres humanos es de amor y no de temor, de comprensión no de represión, de aceptación libre no de imposición. El amor no se puede reducir a la norma, al mandato, al decreto, sino a la donación total de mí mismo o de mi misma a Dios y a los prójimos y prójimas. El amor nos hace ser personas humildes porque nos donamos gratuitamente. La humildad es donación.

“Toda sabiduría viene del Señor y con él permanece para siempre” (Eclesiástico 1, 1). La humildad es el principio de la sabiduría. La persona sabia es la que aprende algo todos los días y aprende de quien menos lo espera. “Los sabios y entendidos” creemos tener respuesta a todo y esa falsa seguridad va creando en nuestro interior algo distinto y contrario a la humildad. Lo contrario a la humildad es el orgullo. “El Señor fue quien creó la sabiduría; la vio, le tomó las medidas, la difundió en todas sus obras, en todos los seres vivos, según su generosidad. La distribuyó con largueza a todos los que lo aman” (Eclesiástico 1, 9-10).

Se puede hablar mucho de la humildad y no ser humilde; se puede conceptualizar de distintas maneras la humildad y no llegar nunca a definirla. “El orgullo no repara” me decía un hombre humilde, que aprendió la humildad luchando contra el orgullo. El orgullo atropella y no da un paso atrás. El orgullo deshumaniza y pudre a la persona desde su raíz, porque el mal se ha enraizado en toda su persona  (Sirácide 3, 19-21. 30-31). La persona dadivosa es buena y admirable, pero la persona humilde se da a amar con mayor facilidad. “Hazte  tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor, porque sólo él es poderoso y sólo los humildes le dan gloria”. La persona sabia es la persona prudente que medita en su interior las sentencias de las demás personas  y  su gran anhelo es saber escuchar.

Estando frente a un anciano que vive en un asilo, escuche su reflexión sobre la humildad. Una reflexión sencilla, libre, profunda y sin presunción. Me dijo: “La humildad es transparente como el agua” y yo le agregué que si era así, que los seres humanos deberíamos beber mucha agua para ser transparentes como la humildad”. Después de esa reflexión he seguido pensando en lo mismo y en las personas que son transparentes como el agua: María la Madre de Jesús, Isabel la Madre del Bautista, José el padre del carpintero, y por su puesto Jesús de Nazaret.

Jesús se define a sí mismo como manso y humilde (Mt. 11, 28-30); en las bienaventuranzas también llama felices a quienes son mansos o humildes, esto significa ser personas bondadosas, tranquilas, pacientes y humildes (Mt 5,3-12); María la Madre de Jesús es una mujer humilde de condición social y de condición humana. Su fe la lleva a la humildad. En el canto del Magnífica expresa su fe, esa fe que la ha hecho comprometerse con Dios por amor a su promesa, ella tiene fe desde su condición de anawim, es decir, “pobre material que posee una libertad interior ante las cosas, pues su riqueza es Dios en quien confía plenamente”. Los anawim, son “los que humilde y mansamente se inclinan ante Dios” y confían totalmente en su misericordia. María dice al ángel: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» (Lc.1, 38). Ponerse en condición de servidora o servidor del Señor nos hace ser personas servidoras de los y las demás. La humildad es servicio. 

Isabel, la madre de Juan el Bautista, ante la visita inesperada de María, celebra con gozo y alegría ese encuentro diciendo:¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!» (Lc. 1, 43-45). Isabel es una mujer humilde, reconoce la grandeza de Dios y la humildad de quienes están llenos y llenas de él, las personas humildes nos hacen presente a Dios, sólo las personas humildes son las que le dan  gloria. La humildad de Juan el Bautista está en que dice la verdad  a los hipócritas como Herodes y se reconoce indigno de desamarrar las sandalias de Jesús, el Hijo de José.

La humildad no es apocamiento, no es sentirnos inferiores, no es ser personas tímidas o personas  faltas de autoestima, no es pobreza sociológica y menos suciedad. La humildad es sentirnos bien agradecidos y agradecidas con Dios, es decir la verdad, es darnos a respetar y defender nuestros derechos. Una persona humilde es una persona agradecida. El amor es verdadero sólo en la medida en que es gratuito. La persona humilde es la que siendo grande de hace pequeña por opción, no es la que sintiéndose grande se mantiene en su grandeza. Lo contrario a la humildad es el orgullo y el orgullo no repara, no retrocede, no reconstruye.”La humildad, una virtud muchas veces mal comprendida, y quizás, contraria a muchas actitudes donde la competitividad, la eficacia, el ganar, el éxito no nos permiten ver lo positivo que puede resultar vivir y aferrarnos  a esta virtud: ser humildes.