Guazapa, San Salvador, El Salvador

Guazapa, San Salvador, El Salvador
Quiero llevarte en mis ojos como la ternura que un hombre lleva en sus mirada. Mirada viajera del tiempo retenido, como pupila siempre nueva, contenida, retenida, desnuda y renovada.

10 de octubre de 2013

¿Quién es mi Madre, mis hermanos y hermanas? Lc. 8,19-21.

Por el deterioro ambiental hoy nos hemos acostumbrado a beber agua purificada y nos enferma el solo pensar beber agua común, porque decimos que está contaminada y es verdad; de igual forma hemos idealizado el evangelio, a Jesús y a María, les hemos purificado tanto que se nos olvida que, el evangelio es testimonio de vida de Jesús, de María, de los parientes, de sus amigos y amigas y de sus adversarios; es también testimonio de la comunidad de creyentes en su persona, que le escucharon, que le siguieron, le sirvieron y dieron su vida por él. El evangelio es agua viva, natural, fresca, dinámica e inagotable que no necesita pasar por los filtros de la purificación que hemos inventado.

Hemos purificado el evangelio de tal manera  y se nos olvida que tanto Jesús como María fueron personas humanas; nacidos y formados en una cultura, en una geografía, en una religión y que además son personas rodeadas de incomprensiones y rechazos, de increencia y desconfianzas, de calumnias y equivocaciones, por eso la Palabra de Dios nos hace regresar a esa agua natural, normal y sin purificación que nace de la montaña santa y sagrada que es la Revelación de Dios; se alimenta de la fuente inagotable de la tradición  en el cauce de de la Iglesia. La revelación, la tradición y el magisterio nos hace volver a las fuentes escritas y eso nos puede resultar escandaloso.  “Por la información que nos dan los evangelios, está claro que las relaciones de Jesús con su familia no fueron fáciles, sino más bien, lo contrario. “Sus parientes no creían en él”, es decir, no se fiaban de Jesús” (Jn. 7, 5).

Un dato que nos da el Evangelio es que tanto María como los parientes de Jesús no forman parte del grupo o del círculo que está  a su alrededor escuchando su palabra, su doctrina, su predicación. Es más su estilo de vida y su doctrina les resulta escandalosa. Según los evangelios alguna vez Jesús volvió a su tierra, con sus parientes en Nazaret, pero, en ambos casos, la visita terminó mal. Hasta el extremo de que, según Marcos, los vecinos del pueblo «se escandalizaron» de lo que decía y hacía (Mc. 6, 1-6; Lc. 4, 14-30). Es claro que entre Jesús y sus parientes, a nivel general hay una ruptura, Jesús toma distancia de sus seres queridos y esta distancia se convierte en libertad para su entrega como misionero itinerante: “…cuando sus familiares supieron el plan de vida que llevaba, fueron por él, porque decían «que no estaba en sus cabales». O sea, que lo tenían por un perturbado mental” (Mc. 3, 21)

De María, en los evangelios de la infancia, es decir Mateo y Lucas, se dice que no lo comprendía todo, y lo meditaba en su corazón. No siempre tuvo claridad: María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su interior” (Lc. 2, 19; 2, 51). Era una mujer de fe, “su fe estaba más allá de cualquier vacilación, pero también a ella le correspondía descubrir lenta y penosamente los caminos de la salvación. Los volvía a meditar en su interior, hasta que llegaron los días de la resurrección y de Pentecostés en que se aclararon todos los gestos y dichos de Jesús”. Su fe la había comprometido en el Plan de Dios, pero su fe se acrecentaba cada vez  que discernía la voluntad de Dios y se dejaba conducir por la confianza en él. La fe de María fue como un granito de mostaza que desde la pequeñez emprendió grandes cosas.”Practicar la fe es acrecentarla”, la fe se hace obras y el seguimiento es poner la fe en obras. La fe es práctica y cambio de actitud, porque la fe por muy pequeña que sea cambia a la persona y su entorno.

A partir del Bautismo, en Jesús se da un cambio de vida. El bautismo y el encarcelamiento de Juan el Bautista motivan a Jesús para dar inicio a su misión: “Un día fue bautizado también Jesús entre el pueblo que venía a recibir el bautismo. Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos: el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó exteriormente en forma de paloma, y del cielo vino una voz: «Tú eres mi Hijo, hoy te he dado a la vida.” (Lc. 3, 21-22).  Jesús es un hombre bueno y trabajador, vive según la Ley de Moisés y las costumbres de su pueblo. “Cuando comenzó su ministerio, Jesús tenía unos treinta años y se lo consideraba hijo de José” (Lc. 3, 23). José muere antes que Jesús comience su misión. En el Evangelio de San Juan se dice que «sus parientes no creían en él», es decir, no se fiaban de Jesús, disentían y hasta se burlaban (Jn. 7, 5). A nadie se le oculta que el propio Jesús tuvo que sufrir por la no aceptación de sus familiares. Y él lo reconoció en público: «Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un profeta» (Mc 6, 4).

“Mientras Jesús hablaba a la gente, se presentaron su Madre y sus parientes próximos, sus hermanos que querían hablar con él”. No lo acompañan en su vida de predicador itinerante y taumaturgo, es decir, no creen que Jesús sea capaz de hacer milagros o hechos prodigiosos. Como están fuera del círculo, alguien le da la noticia: “Tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren verte”. Sus parientes no creen en él, no sólo sus paisanos, aquel sábado, cuando se presentó en Nazaret y participó de la reunión de la comunidad en la Sinagoga donde lo quisieron despeñar. La familia de Jesús está fuera y lejos, han llegado a buscarlo porque él no goza de buena reputación y dudan de su estabilidad emocional: “Se comprende que Jesús, aceptando y respetando profundamente la institución familiar, concede una importancia mayor a la comunidad de fe”. Jesús le da un giro distinto al significado de familia y de prójimo que le daban sus contemporáneos y desde entonces para los cristianos y cristianas eso ha cambiado, somos universales.

La familia ya no es sólo el grupo de sangre, sino la familia de fe, la comunidad cristiana, que es superior a los lazos familiares y de parentesco. No en pocas ocasiones la familia y los parientes son obstáculo para el seguimiento, aunque también hay casos donde la familia juega un papel determinante en el compromiso cristiano, son pocos y contados y todavía me sobran dedos en las manos, dice el dicho popular. Leamos Lc. 14, 25-33 para considerar si podemos construir la casa que pensamos o nos vamos a quedar a medio palo. ¡Somos ya de la familia de Jesús o nos vamos a quedar fuera del círculo de esa multitud que lo rodea: " Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: Esos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre"(Mt. 12, 46-50).


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